Hasta hace poco el
chiquero era el hogar de los cerdos, pero los antivalores lo han convertido en codiciada presea social.
Ahora disponemos de otros chiqueros, pocilgas que la modernidad ha hecho
apetecibles, con el problema de que nunca faltan quienes asumen conducta de chancho en su humedal. Y
lo triste es que se sienten a gusto en su cubil y hasta osan criticar a quienes
no tienen ni el olor ni la vocación del maloliente cuadrúpedo. Mis respetos
para los verdaderos chanchos. Lástima que los otros, los imitadores, aún
insisten en su descenso en la escala zoológica.
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