Este es otro artículo que escribo
sobre Cerro Quema, el emblemático promontorio de la provincia de Los Santos, el
que se eleva desde el corazón de la península de Azuero a 959 metros sobre el
nivel del mar, 129 metros más que el icónico Canajagua, ambos en la sierra que
lleva el nombre del segundo de los cerros.
Cerro Quema se ha hecho famoso por
poseer en su entraña valiosos minerales que han despertado la codicia de
empresas mineras que ven en la explotación un filón de dólares y sueñan con
engrosar sus cuentas bancarias. Y en ese mismo empeño están los que moran fuera
de los linderos patrios y aquellos panameños a quienes poco les importa la
suerte del centauro santeño, así como la tierra y las gentes en la que está situado.
Al parecer nada conocen sobre los
miles de millones de su existencia como mirador de la península y eterno
observador del océano que se atalaya desde su cumbre. Allí estuve, hace mucho
tiempo y pude mirar el paisaje sobrecogedor que se aprecia desde la cima, mientras
a sus plantas le rinde pleitesía la misma península que se divisa desde la
cúspide.
Aquellos que sólo miran en Quema minerales
y pírrica generación de empleo, lamentablemente tienen su vista puesta en temas
crematísticos. El minero no puede ni quiere comprender lo que el cerro
representa para el santeño y especialmente para el que mora en las
inmediaciones. “Romanticismo orejano” dirán estas mentes estrechas y obnubiladas
por el brillo del metal que disimula la postura de avaricia y ruindad.
Y para el proyecto minero, el hombre
que mora en la zona es un estorbo, un ser al que hay que engatusar para que no
descubra que ellos, los paisanos, son los verdaderos dueños de la riqueza. Buscan
engañarlos con falsas regalías: comida para escolares, refrigeradoras y
estufas, patrocinios deportivos, donativos a ferias y una larga lista de cebos
o carnadas para ingenuos. Algo así como si Gonzalo de Badajoz y Gaspar de
Espinosa estuvieran rancheando nuevamente en la sabana y la sierra peninsular
del siglo XVI.
Mirando este panorama siempre me he
preguntado cómo ha logrado nuestra gente mantener una oposición a lo largo de
tres décadas, treinta años de no claudicar y pregonar que Cerro Quema lo dice
todo, que el proyecto quema, que no es tan fácil acercarse a la zona en donde
la leyenda cuenta que el cacique Paris escondió el oro de la angurria española.
Hay mucha dignidad en todo este tema,
porque el cerro no es tan sólo una simple elevación que se yergue en la
confluencia de los distritos de Macaracas, Tonosí, Las Tablas y Guararé. El
sitio está rodeado de gentes con mentalidad terrenal, que ama la cultura forjada
a lo largo de quinientos años de historia y que mira al cerro como un compañero
de vida. Por eso destruir a Cerro Quema es un acto de barbarie, propio de
personas que mienten al afirmar que la explotación no tendrá consecuencias
ambientales.
Dicho de manera llana, la verdadera
oposición al proyecto minero nace del santeñismo, del estilo de vida en donde
no caben claudicaciones cuando se amenaza la esencia misma de la cultura y se
pretende destruir los íconos sociales. Los mineros olvidan que el Canajagua y cerro
Quema también son banderas de reinvindicación del hombre que mora en la
península de Azuero. Y ya sabemos que las cosas del alma y del corazón, no se
venden ni tienen precio.
…….mpr…
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