Lo del río es
algo que se veía venir, mientras se hacían investigaciones y algunos se
llenaban los bolsillos como expertos. Y lo que ha faltado es la decisión
política de atacar el problema de raíz, de comprender las causas estructurales
del fenómeno y no confundir las consecuencias con las causas.
En el fondo
está el modelo de desarrollo peninsular y la cultura de depredación que dio
inicio con el arribo de los españoles en el siglo XVI. Una destrucción
ambiental que no se hace notoria hasta el siglo XX cuando la presión
poblacional, la ganadería extensiva, el inadecuado manejo de las aguas negras,
la porcinocultura irresponsable, las industrias en las riberas y la
inconciencia ciudadana lo convierten en vertedero de inmundicias. Y hasta la
ingenuidad de la música de acordeones pregona el ideal del alcoholito: “Si el
mar se volviera ron y el río La Villa cerveza”.
Claro que
existe una cuota de responsabilidad en la visión ovejuna de los diversos
gobiernos que hemos tenido. Pero ellos no son los únicos responsables, porque
también están las autoridades que en Azuero están más pendientes de los votos
que del desarrollo peninsular, y esto ya es el colmo, de diputados que no
forman parte de la solución, sino del problema.
En el modelo
depredador al que hacemos alusión, la ganadería extensiva, los monocultivos
(maíz, arroz y caña de azúcar), la banca y cooperativas financiadoras son
factores que nos han llevado a la encrucijada en la que nos encontramos: la
existencia de un río contaminado, sufriendo una crisis que parece terminal, en
una región que apenas tiene el 6% de bosques.
La problemática
no se va a resolver a corto plazo, porque las causas generadoras del problema
no son atacadas, situación que también experimenta gran parte de los 500 ríos
que tiene Panamá, muchos de ellos viviendo situaciones similares en la
vertiente pacífica y, más específicamente, en el curso bajo de los ríos.
La situación es
compleja, porque lo que está en juego no es tanto la suerte del río, que ya es
mucho, sino el futuro de la región con rasgos profundamente epicúreos, quiero
decir, inmersa en una borrachera de fiestas, consumo de licor y en todo lo que
signifique los placeres de la vida, por los placeres mismos.
En el caso del
río La Villa, así como en otros nacionales, hay que hacer valer el principio
del derecho ambiental, el mismo que sostiene que quien contamina paga. No basta
con establecer multas, ni con repartir botellas de agua. Hay que obligar a los
contaminadores a asumir los costos de la contaminación, para que no sólo paguen
la multa y los demás comprendamos que ese proceder no será tolerado.
El cambio de
tipo estructural es un proyecto de largo plazo y demanda la planificación del desarrollo
que deseamos. En esa planificación el tema ambiental tiene que ser manejado
responsablemente, con una educación que fomente el respeto por la casa común, dentro
de una cultura que comprenda y fomente el respeto por la vida. Al parecer, no
hay otro camino, porque en el que transitamos, el río La Villa vivirá de crisis
en crisis, de coyuntura en coyuntura y nuestro destino será tomar y bañarnos
con sabor y aroma a mierda de puerco, sazonada con agroquímicos y coronada con metales
pesados.
.......mpr...
9/VI/2025
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