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18 junio 2008

RÉQUIEM POR LA TIENDA DEL PUEBLO

La época contemporánea se caracteriza por el derrumbe de todo tipo de barreras. Ya se trate del muro de Berlín, la apertura de la China maoista o la construcción de la Unión Europea, tal parece que nada escapa al torbellino de la llamada mundialización. Los países articulan alianzas y las empresas se funden unas con otras para lograr sobrevivir en un mundo que se ha hecho más competitivo. El panorama descrito se aprecia al mirar al planeta con lentes macroeconómicos, pero si cambiamos de lupa para observar lo que acaece en nuestros poblados, y nos preocupamos por constatar cómo esas visiones generales se expresan en nuestra cotidianidad, entonces aparecen facetas que expresan las consecuencias de esos cambios macroeconómicos para la vida del hombre de la calle. Por ese motivo es importante analizar cómo evoluciona nuestra sociedad en el día a día de la gente y las transformaciones que sufren las instituciones sociales que históricamente han satisfecho necesidades apremiantes. Uno de estos casos corresponde a la llamada “tienda”, porque en los tiempos actuales ya no parece tan certero el viejo adagio popular que sentenciaba: “El que tiene tienda que la atienda, sino que la venda”. Veamos este asunto como una tarea propia del quehacer de la microsociología istmeña.
1. Teoría de la tienda. En nuestro país le llamamos tienda al lugar en donde la gente acude para comprar los artículos básicos de consumo, aunque también le conocemos como abarrotería. Para la Real Academia Española de La Lengua la tienda se define como “la casa, puesto o lugar donde se venden al público artículos de comercio al por menor”. En otros países le denominan a esa institución de servicio público “abasto”, “pulpería”, etc. El nombre es lo de menos, porque en el fondo se trata de una institución socioeconómica que se comporta como un producto social y que como tal ha vestido el ropaje que las circunstancias le han permitido. La tienda o como le deseemos llamar, ha sobrevivido a diversos sistemas socioeconómicos y en nuestra América Morena algo de ella ya venía como polizón en la bodega de los galeones peninsulares. Pues bien, al instaurarse en los campos y poblados, al frente de esa entidad económica y social apareció un personaje popular que la gente denominó “el tiendero”. Aquí lo importante es comprender que su existencia refleja algún grado de racionalidad económica, porque en la división social del trabajo alguien tiene que especializarse como ente del sector terciario. Por eso el dueño de la tienda es en el fondo un intermediario, alguien que deriva su sustento ubicado en la cadena de la comercialización, entre el productor y el consumidor.
La institución funciona como un escaparate comercial de compra y venta. El radio de influencia de la tienda no es grande y generalmente se circunscribe a la aldea o, en otro caso, a la barriada en la que está inserta. Este vínculo con la comunidad es tan poderoso que los parroquianos la sienten como algo consustancial a ellos, por cuanto ha estado presente durante todo su ciclo vital. Precisamente este hecho ha hecho de la figura del “tiendero” un personaje singular. Éste, dada su ascendencia sobre el resto de la población, inevitablemente vino a constituirse en un agente social que concentró en su persona no sólo un liderazgo comunitario, sino un poder económico y político. Importante resulta dejar constancia aquí de la naturaleza de ese poder, porque muchas veces la tienda fue la expresión de quienes detentaban la hegemonía del poblado, a saber, el ganadero, el sacerdote o un burócrata empedernido. Por eso en algunos casos la tienda vino a ser la prolongación de tales intereses. En otro momento se constituyó en un espacio económico que se abrió para aquellos paisanos que surgieron en la base de la pirámide social y que por algún motivo aprendieron ese oficio en la zona de tránsito. Este es el origen social del llamado “quiosco”, que no es otra cosa que una tienda que intenta constituirse como tal y que con su actividad pretende retar la hegemonía de una tienda reconocida.
2. La tienda y su mundo. Tanto en el campo como en la ciudad, la tienda ha formado parte del paisaje, en las zonas interioranas llegó a constituirse en un oasis económico y social que se divisaba en la distancia cuando a caballo o a pie, la divisaba el cansado caminante o el intrépido jinete. En el campo la tienda se vistió de ruralidad y fue más que una institución económica y que un eslabón de la cadena de comercialización. Ella fue un sitio de encuentro, un lugar de recreo e incluso de intercambio de “noticias” comunitarias, así como una informal bolsa de empleo.
En efecto,, ha sido típico de la tiende interiorana el que en torno a ella se congreguen los parroquianos para conversar, saborear “duros”, degustar una chicha o soda, comentar el último bochinche pueblerino o acudir a ella para ofertar la fuerza laboral a alguien que necesite de un ordeñador extra, un peón para la construcción de una casa o necesite reparar una cerca del potrero. En la tienda antes se escuchaba radio, pero hoy se ve televisión y los muchachos que se pretenden se cobijan bajo su alero protector bajo el pretexto de que están haciendo un “mandado”.
El papel sociológico de la tienda mucho tuvo que ver con la peculiar estructura organizativa que la distinguía. Porque generalmente se trataba de un lugar, que al mismo tiempo que era la residencia del propietario, en el se atendía a la población desde un mostrador que separaba el área pública de la zona en la que se desempeñaba el “tiendero”. Esta distribución de los espacios es muy importante para comprender la dinámica social del lugar de expendio, porque implica tácitamente que el cliente tiene que ser atendido por separado, lo que colocaba a este último en una situación privilegiada con respeto al resto de la gente que esperaba ser atendida. El dependiente y el cliente tienen que verse cara a cara. Precisamente de este original sistema de mercadeo se deriva la peculiar calidez de la tienda; esa sensación de intimidad y de atención personalizada que tanto se extraña en las relaciones comerciales de la época contemporánea. Todo ello se reforzaba por la misma naturaleza social de la comunidad en la que desempeña su papel social la unidad de expendio que comentamos. La misma naturaleza de la tienda fundamenta y refuerza las relaciones de tipo comunitarias, en la que los vínculos de socialización son de tipo primario.
Es evidente que el modelo de la tienda responde a un esquema organizativo que está casado con un determinado tipo de sociedad. Hablamos de una formación social rural tradicional e incluso propia para ciudades con barriadas que aún, hacia los años setenta del Siglo XX, mantenían estrechos vínculos de amistad y familiaridad. Por eso el crédito tenía sentido en este tipo de comercio, porque quien solicitaba “algo fiado” no era un extraño para quien lo confería. Dentro de una telaraña social como la aludida, el cliente no era un ser frío y lejano, era también alguien que le permitía al “tiendero” formar parte de esa relación económico y social. De alguna manera esos vínculos sociales iban del hogar a la tienda y de ésta a la familia. Por eso la antigua “ñapa” no era tan sólo un señuelo comercial del propietario del negocio, era un testimonio que fortalecía los nexos con los más jóvenes.
3. La llegada de los supermercados. El mundo de la tienda tiene nombre y apellido, respondió a una etapa social en la que el país montaba a caballo entre la herencia de la Colonia, la integración de los espacios rurales y el mundo del libre mercado. En Panamá este período adquiere fuerza en pleno Siglo XX, en especial en los primeros dos tercios de la centuria. Ese mundo de cambio social acelerado abarcó no sólo la estructura de la tienda, impactó profundamente la cultura del panameño en sus diversas manifestaciones: lenguaje, bailes, música, hábitos y costumbres. En ese torbellino de transformaciones la tienda comienza a ser herida de muerte en la década de los setenta. Antes, entre los años cuarenta y setenta, en el campo y la ciudad adquiere una expansión sin precedentes. Diríamos que es la época de oro de la cultura de la tienda. En el éxito de su expansión nacional mucho tuvieron que ver los flujos migratorios campo – ciudad que se incrementaron desde los años cuarenta de la vigésima centuria. Por ejemplo, no es casual que en ese período la “tienda santeña” pulule en la Ciudad Capital (San Felipe y Santa Ana), así como en San Miguelito y áreas aledañas. El santeño no sólo lleva a la ciudad su rica cultura vernácula, encuentra en la tienda el remedo de su minifundio, porque piensa que tanto éste como aquella le permiten ser fiel a un esquema cultural que le garantiza su independencia económica, el asegura la posesión de su pequeña propiedad privada, su “pedacito de tierra”.
A partir de los años ochenta el capital económico se extiende con mayor fuerza por la geografía nacional, la facilidad del crédito y el poder económico instaura con mayor ímpetu los llamados supermercados. Sin embargo, el arribo de los mismos no sólo establece otra forma de hacer negocio, sino que dinamiza otro tipo de cultura económico. El llamado “super” tiene un manejo científico de los inventarios y su racionalidad representa una ruptura con la figura bonachona del “tiendero”. En ellos se hecha a un lado el mostrador pueblerino, se instaura la formalidad del “carrito” para las compras e instala sus cajas registradoras con cajeras que están pendientes del “código de barras”. Ahora ya no se pregunta por la suerte de la familia, sino por la forma como se hará el pago: en efectivo o con dinero plástico.
4. Réquiem por la tienda. Al analizar la tienda como fenómeno sociológico inevitablemente uno se pregunta hacia donde la va la tienda y qué se hizo ese emblema de nuestra identidad. Porque es evidente que se ha producido una transformación de su esquema original. El primer síntoma de esa evolución fue el surgimiento del “quiosco”, al que le siguió el “minisuper”, asumiendo éste una posición intermedia entre la tienda clásica y el llamado supermercado. De hecho las tiendas han dejado de ser tales para adoptar esta forma híbrida. En esta transformación se observa el abandono por parte del interiorano de la memorable tienda que ha pasado en su mayoría a ser propietaria de los asiáticos, siendo éstos últimos los que ha creado una cadena de comercialización que compite con el típico supermercado. Por eso el panameño habla ahora de “la tienda del chino”.
Así las cosas, este escrito podría ser casi un epitafio a la tienda y Doña Comercialización debería presidir este entierro. La tienda va siendo pues, otra reliquia del ayer, por eso un sociólogo escribe sobre ella y por allí aparecerán los folclorólogos y antropólogos interesados en analizar la cuestión social de la tienda. Réquiem in paz. La tienda ha muerto, ¡viva la tienda!.


Foto: Tienda de Teodolinda Zarzavilla, Guararé, a inicios del Siglo XX

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