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25 julio 2024

GUARARÉ Y EL CABILDO ABIERTO DE 1949

Nada es fruto del azar y los mejores proyectos colectivos no se improvisan. En esto pienso mientras medito en la trascendencia del Festival Nacional de La Mejorana; la fiesta de la tradición istmeña por antonomasia, la cita anual con el alma de la patria, la misma festividad que en 2024 arriba a 75 años de existencia. Y a propósito del evento, los siguientes son algunos de los interrogantes que me formulo en esta coyuntura histórica: ¿Por qué tuvo que ser Guararé la sede de la actividad? ¿Qué tiene esta comunidad santeña como para que en ella se establezca el festival pionero de la cultura vernácula latinoamericana? Y otra no menos relevante, ¿hacia dónde va el festival?

En la búsqueda de tales respuestas cavilo, porque debe llamarnos la atención que el 24 de julio de 1949 las fuerzas vivas del poblado se congregaron para acometer un proyecto social de tal envergadura y, aún más, que fuera convocado en el Parque Bibiana Pérez, abierto al escrutinio comunitario, en el punto de encuentro en donde se dan cita los guarareños, tanto para interactuar socialmente, como para conmemorar fiestas de tipo paganas y religiosas.

El parque queda justo al frente del templo a la Virgen de Las Mercedes. Estamos ante la misma plaza que en los años veinte de la pasada centuria terminó evolucionando al actual Parque Bibiana Pérez, honrando el nombre y el legado de la matrona guarareña. De modo que la plaza y el parque terminan emulando al ágora griega, el famoso trazado hipodámico, damero o tablero de ajedrez, a partir del cual lo urbano se diferencia de lo rural; marcando un contraste entre la ciudad y el campo, entre el campesino propiamente tal y el que reside en el pueblo.

Que la suerte del festival se decida en un sitio así, no deja de ser sugestivo, porque para tal época ya la Escuela Juana Vernaza, no sólo se había construido, sino que poseía aposentos más acogedores para la realización de la reunión. Visto en la distancia de tres cuartos de siglo, la decisión parece certera, ya que el lugar le imprime a la cita un rostro popular y a tono con el hombre vernáculo, con el ser folk, quien es el objeto y sujeto de la festividad.

También debemos destacar en el lugar escogido, su carácter democrático, de organización abierta. Y esta faceta del surgimiento del festival, a mi juicio, planteó desde sus orígenes la idea de que la celebración es de todos y no exclusivamente de un grupo de dirigentes, los que deben ser la expresión o el conducto del querer comunitario. Hermosa metáfora que hunde sus raíces en la práctica del cabildo abierto, el viejo sistema colonial que es el antecedente democrático del poder popular.

Creo que en ello radica otro de los factores del éxito del festival, el que comienza pariendo un comité directivo y evolucionando hacia la existencia del patronato. Sí, porque el 24 de julio de 1949 no es otra fecha más del calendario, no sólo señala el arranque del Festival de La Mejorana, se constituye en hito nacional, en el momento cuando los campesinos u orejanos trascienden al hombre meramente rural, el que por siglos ha ocultado su estilo de vida, para pregonarlo y hacerlo patente al resto del país, para que la panameñidad deje de avergonzarse y se convierta en lo que debe ser, la nación istmeña, orgullosa y soberana.

Porque si en 1903 la nación se expresa políticamente, en Guararé el 24 de julio de 1949 se erige y flamea con fuerza la bandera de la cultura istmeña. Es como si en esa encrucijada histórica, de manera organizada, los panameños decidiéramos completar, en el plano cultural, lo que se realiza en lo político. Ya que, si bien en la primera mitad del siglo XX se producen movimientos políticos para recobrar la zona del país usurpada, el Panamá rural que estaba siendo integrado en lo económico, comienza a rescatar y a sentir orgullo de su propia idiosincrasia.

La cultura interiorana encuentra en Guararé el sitio para pregonar la identidad cultural que sabe a guarapo, chicha de junta, chanfaina y aromático café de la sierra del Canajagua o, también,  de la otrora fértil zona del Oria, región en donde antaño se cultivaba, además del café, el aromático tabaco oriano.

Hay que decir que la tierra de Benita Pérez y Costa Polo está hecha a la medida de lo que se quiere. Aquí el catolicismo ha afincado raíces, las albinas están cuajando la blanca sal, tiene la zona un ser que danza, canta y se arrulla al son de la mejorana, mientras a la vera del río florecen los maizales, la vaca produce la alba leche y, la mujer, heroína del campo y la ciudad, forja en valores sociales a la prole que se educa desde los tiempos de José de La Rosa Poveda y Juana Vernaza, los educadores que siembran alfabeto y cosechan liberación.

Al mismo tiempo, en la tantas veces mencionada población santeña, hay un grupo humano que ha forjado su forma de ser y mora en la sabana antropógena, la que no dista mucho de la costa peninsular. Sin embargo, en los años cuarenta muchas cosas han madurado: el violín y el novel acordeón, la mejorana de siglos, los vestidos tradicionales y un deseo de justipreciar lo nativo y abrirse a nuevos aires de renovación.

A finales del siglo XIX y principios del XX una nueva camada de guarareños se abre paso. Muchos de ellos están instruidos y creen en la organización como vía para la solución de los problemas comunitarios. Algunos son educadores e insuflan en los pechos de la juventud el deseo de realizaciones.

Entre ellos se encuentra un ciudadano que ha impartido clases en el poblado y que hace poco regresa de la vieja Europa. En la partida de nacimiento se afirma que se llama Manuel Fernando de Las Mercedes Zárate, cuyo natalicio conmemoramos el 22 de junio de 1899.

En la segunda década del siglo XX ya Zárate era un líder de su tiempo, presidía organizaciones comunitarias y su figura irradiaba luz propia; era admirado por sus colegas docentes y escribía en El Eco Herrerano, semanario chitreano de grata recordación.

De lo dicho se colige que Guararé cultivaba tradiciones vernáculas y encuentra en Manuel la existencia del intelectual que regresa de París, titulado de ingeniero, y era, además, catedrático de química de la Universidad de Panamá. Quiero decir con ello, que quien convoca a la reunión del 24 de julio no era un ser improvisado, hombre que ya tenía terreno abonado desde los tiempos de sus labores como maestro rural, ejecutorias como asistente del alcalde Darío Angulo y dirigente comunitario de los años veinte.

De allí que haya confianza en quienes emplazan a la población, porque además de Zárate, están otras prestantes figuras del foro guarareño. En la convocatoria del ágora municipal está otro grupo, el de raigambre campesino, el que carga sobre sus hombros las presentaciones propias de la fiesta, el mismo a quienes los folclorólogos han definido como hombre folk -como queda dicho-, sujeto nacido en el vientre de la sociedad peninsular y heredero de la cultura mestiza. Por ese motivo no debe extrañarnos que los primeros festivales reflejen mayormente la cultura tradicional peninsular, para evolucionar con el tiempo hacia otra perspectiva más nacional y multiétnica.

Desde aquel 24 de julio de 1949 han pasado tres cuartos de siglo y nunca debiéramos olvidar los humildes orígenes de la fiesta guarareña, la que contemporáneamente se percibe como piel, carne y hueso de la nación istmeña. Por eso, siendo fiel al ideario nacional, no deberíamos apartarnos de la filosofía social que estuvo en la mente de Dora, Manuel y tantos otros. Esa perspectiva cultural ha sido definida por el Patronato del Festival de La Mejorana, como la visión zaratista.

En efecto, de lo que se trata es de recoger en dicha expresión el valor de lo popular tradicional, la concepción de que la fiesta vernácula tiene que ser colectiva, evento que suma a ella un rasgo definitorio de nuestra sociedad: el catolicismo como argamasa, como aglutinante del ser nacional. Y en Guararé la efigie e ícono religioso corresponde a la Virgen de Las Mercedes.

En los orígenes la fiesta es una hechura de pueblo, aunque con posterioridad haya recibido el influjo de lo mercantil. Este es un aspecto central que aún está por debatirse, porque los años no han pasado en vano, ni los hombres son los mismos. Sin embargo, conviene siempre regresar al 24 de julio, porque allí está la propuesta prístina, transparente, como la corriente del río Guararé de aquellos tiempos; está lo medular de la visión zaratista, la teoría que permite medir en lo que hemos sido exitosos, pero también avizorar aquello de lo cual nos hemos apartado, para repensarlo y corregir el rumbo.

Ese es el mensaje profundo que nos congrega,  el que nos permite aplaudir a los que nos antecedieron y lograron construir un festival para Panamá. En tiempos de globalización urge mirarlo desde esta perspectiva, porque más que ayer, el cabildo abierto de Guararé recobra un renovado y creciente sentido. Así ha de ser, para que, en otro momento, quizás dentro de 25 años, aquellos que asuman el relevo generacional, estén, otra vez, en el Parque Bibiana Pérez repensando el Festival Nacional de La Mejorana, cuando se conmemore, por aquellas calendas, el primer centenario del más relevante cónclave de la cultura popular y vernácula del hombre panameño.

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18/VII/2024


21 julio 2024

LA VILLA, LA CALLE JOSÉ VALLARINO Y LA SEGUNDO DE VILLARREAL

 

La Villa de Los Santos es un pueblo añejo y lleno de historias, algunas racionales y otras pensadas con el corazón. Lo que no se le puede regatear a la Heroica Ciudad, es su rol en el acontecer peninsular y nacional, porque con sólo mencionar el 10 de noviembre de 1821, ya es como para reverenciarla.

Y la verdad es que cuando se acometen actos que, consciente o inconscientemente, representan una afrenta a su papel comunitario, los mismos se tornan incómodos y molestos para aquellos que valoran el aporte de la Capital histórica de Azuero.

Así me acontece desde que hace un par de años me percaté que a alguien se le ocurrió reordenar el sentido del tránsito vehicular en esta antigua población que, en el presente año (2024), conmemorará 455 años de existencia.

Lo anterior viene al caso, al tomar conciencia que desde hace siglos la vía de acceso a La Villa de Los Santos siempre fue por la calle José Vallarino, es decir, la que pasa frente al templo a San Atanasio. Sí, porque la vía que corre paralela a ella es la llamada Segundo de Villarreal, la misma que atraviesa la parte trasera del templo santeño

Pues bien, resulta que la Dirección de Tránsito y Transporte Terrestre, con la intención de dejar espacio para más estacionamientos -lo cual es positivo-, cambió el sentido de las calles y ahora, para ingresar a La Villa, los transportes tienen que hacerlo por la calle Segundo de Villarreal, desconociendo la relevancia de la José Vallarino. Y más recientemente, el semáforo que está en la entrada no permite arribar a la población por la vía histórica. Es decir, a La Villa de Los Santos se entra por la cocina.

Estos comentarios tienen el sano propósito de enmendar tal entuerto y hacer justicia a la histórica ciudad. Y ojalá que las nuevas autoridades, que parecen tener buenas intenciones, permitan a coterráneos y turistas, ingresar por donde corresponde, por la calle José Vallarino, para desde allí apreciar los edificios coloniales, los de inicio de la era republicana, así como de las casas habitaciones producto de la iniciativa privada.

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20/VII/2024

 

 

 


02 junio 2024

“O QUIZÁS SIMPLEMENTE…”

 

Cumplo años y me abraza la nostalgia, y no estoy triste, sino con el pecho abierto a las vibraciones del mundo, que es diferente, porque la cabanga siempre tiene un sabor agridulce, aunque no sea un postre, sino un sentimiento. Y, en verdad, me tomó desprevenido el que alguien me remitiera la canción de Leonardo Favio: “O quizás simplemente le regale una rosa”. Esa melodía que es todo sentimiento humano del amor en pareja, de la ternura cuando ella viene envuelta en la fragancia de juventud, la época en la que nos enamoramos no de otro, sino del amor.

Miro hacia atrás y puedo decir con Neruda: “Dónde estará la Guillermina”. Porque siempre hay algo en el pasado que brota como rosa del rosal, como chorro del manantial de los recuerdos. Muy humano todo ello, sin duda, porque la vida no es perfecta ni el amor se goza a plenitud, tan escurridizo como el éxito de alguien a quien la experiencia ha marcado surcos.

Confieso, igual que el vate chileno, que he vivido y también he sido afortunado. En el balance de mi biografía terrenal hay pocos sinsabores, acaso porque he admirado las piñuelas y me he apartado de las punzantes espinas. Aprendí a ver el piñolar y a centrarme en los conejos que dormitan en él o a saborear los brotes, los tiernos e inofensivos retoños que no son culpables de que en su adultez le crezcan aguijones.

Yo nací en una aldea marinera, muy cerca del mar, con ese Pacífico que incita a soñar, mientras se camina por la arena con la vista puesta en el horizonte y con la certeza de que más allá hay algo, que es necesario explorar el mundo para vivir, así como para apreciar las almejas y los nerviosos cangrejos que corren presurosos a ocultarse en sus madrigueras marinas, cuando la ola amenaza con borrarlos de la arena.

Por eso soy mar y tierra. Tengo alma de campesino que ha visto florecer el maizal, que disfruta el canto de los pájaros y el olor a marismas, a cosa marina, a destajo con blanca sal. En mi infancia vi los corrales de piedras que construyeron los indígenas para capturar peces. Y al deambular sobre la arena iba pensando en ellos, mientras me distraían los pescadores bellavisteños y eneeños, que con sus cercas alambradas perseguían el mismo propósito del hombre precolombino.

Yo no me quejo, no está en mi forma de vida el ser quejumbroso. Comprendo que nací, como montado a caballo, en una época cuando moría la sociedad tradicional y se asomaba la modernidad, con su olor a gasolina y las gaseosas que reemplazan las chichas por otros contenidos calóricos.

Me agrada sentirme ciudadano de la cultura occidental, así como estoy satisfecho con mi mestizaje. Disfruto el ser soñador y admirar a Porras y Zárate, Ofelia y Bibiana. Nada perturba mi espíritu e impide que justiprecie la cultura en donde nací. Sin ser regionalista, siento vibrar la zona desde la cumbre del Canajagua, así como la tierra peninsular y nuestras tradiciones de antaño. Nada disfruto tanto como el Festival de La Mejorana, esa cita con lo que somos, mientras la Virgen de Las Mercedes bendice al gentío que se arremolina en el ágora del pueblo guarareño, la antigua plaza en la que se posa el Parque Bibiana Pérez.

Pasó el tiempo y miro hacia atrás, hacia esa época que ahora me parece mítica, de donde emergen las figuras de Mercedes y Alejando, en la vieja tienda de Bella Vista. Y están allí Chía y Tite, Rosario y Ezequiel que conversan sentados en las bancas del local comercial sobre tópicos de la vida. Junto a ellos, y más tarde, un muchacho osará viajar a la tierra de Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Antonio y Manuel Machado, para descubrir, al retornar,  que nada será igual.

Mire usted lo que provoca mi cumpleaños, lo que despierta en el alma dormida la añeja canción de mis tiempos juveniles. Y digo para mis adentros, emulando al cantante argentino: “O quizás simplemente me regale una rosa”.

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9/V/2024

 

 

 

 

 

 

 

 


30 mayo 2024

EL ÁRBOL, FLOR DE VIDA

 


Siempre me ha parecido que quien tala un árbol tiene algo de cobarde, de pusilánime. Sí, porque de alguna manera agrede a alguien que no se puede defender, ya que el árbol está allí, clavado en la tierra sin posibilidad de devolverle el golpe. En esto se parece al minero que socava el vientre de la Tierra en busca de minerales, como si de ello dependiera su propia vida. Matricida de la Casa Común, sin duda.

Y hay más, luego de que el ser leñoso cae cuan largo es, acude a partirlo en pedacitos, para que no quede nada del que jamás le hizo daño. Sin embargo, el deshuesado le vence retoñando, volviendo a reconstruir lo que un día fue ramas, tronco y frutos. Hermosa lección de quien defiende la cultura de la vida ante la cultura de la muerte.

La arboleda es cama de aves, restaurante de animales, mirador de la bóveda celeste y raíces que se adhieren a la tierra, mientras la clorofila mancha de verde esmeralda el traje que luce. Allí está el árbol, impertérrito, hablando con el viento y jugando con las estrellas. Ese que jamás pensó en el hacha o la motosierra.

Es una lástima, porque caen por montones a lo largo del planeta, como si fueran los culpables de las secuelas del desarrollo.  Como si producir el oxígeno que el leñador aspira,  y que le permite la vida, formara parte de los pecados capitales del más depredador de los animales que pueblan la Tierra: el hombre.

El bípedo peludo, que en esto de las hipocresías tiene un doctorado, le conmemora una vez al año, mientras en los demás soles restantes le convierte en aserrín. Pero el amigo lector dirá, el escritor está chiflado, porque los necesitamos para nuestras construcciones, y a ello el escribiente contestará, “el culantro es bueno, pero no tanto”, porque no se necesitan tantas derribas y quemas para poder morar en el planeta.

En Azuero, por ejemplo, el árbol se está convirtiendo en una rareza, porque la ganadería extensiva hace de las suyas, con apenas 6% de verdor, siendo lo demás potreros, pastos para el ganado. Y retroceden los animales, y las aves no tienen en donde anidar, porque el ser leñoso cada vez es menor en número y calidad.

Mira que el homo sapiens está cada vez más sofocado por el clima tórrido, que ahora también estresa al propio árbol que no logra crear el microclima que alegra la vida, a él y a las demás especies que moran en la Tierra.

Yo creo que, a usted, caro lector, también le ha de doler todo ello. Porque hay que tener un alma de piedra, o un bolsillo muy grande, para no sentirlo en el cogollo del corazón. Basta con estar debajo de la fronda del árbol para comprenderlo y para añorar la brisa que reconforta el espíritu y lo hace a uno más humano.

Pareciera que no hemos terminado de comprender que el árbol es flor de vida, tanto de él como de nosotros. Que estamos en la obligación de respetarlo y defenderlo, porque es nuestro aliado y compañero en el tránsito vital. Que a lo mejor por allí ha de tener un lenguaje que no hemos terminado de descifrar y que tarde o temprano sabrá enrostrárnoslo, al reprochar nuestro indigno proceder.

Por eso, antes que llegue ese instante, estamos en la obligación moral de mirarlo de otra manera; como esas aves que tejen sus nidos en las ramas o que penden de ellas. No ha de darnos vergüenza amar al árbol, quererlo como a un viejo amigo o como al hijo que necesita crecer y tener sus frutos.

¡Ah, el árbol, el viejo amigo!

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21 mayo 2024

MEDITACIÓN CRÍTICA SOBRE LA PRESENCIA NEGRA EN AZUERO

 

Voy a esbozar algunas ideas sobre la presencia del negro en la cultura peninsular. Lo primero que tenemos que diferenciar es el negro colonial del afroantillano. El primero es el que nos atañe como grupo humano, porque el segundo fue el que arribó a Panamá durante el siglo XIX y principalmente al inicio de la vigésima centuria.

Mire usted que el negro de Azuero data del siglo XVI, por lo que podríamos decir que tiene cinco centurias de estar en la zona. Dicho de otra manera, cuando llega el negro afroantillano a la zona de tránsito ya el de la región tenía 300 años de estar aquí. Este dato es importante porque, debido a las actividades agropecuarias y al roce con los habitantes de los principales pueblos, así como al papel de la Iglesia Católica, termina integrándose a la cultura occidental y vistiendo como hombre del campo.

En términos de vestidos el negro azuerense adopta el que traen los españoles, aunque su influjo persiste en algunos platillos gastronómicos, así como en la música y algunos instrumentos de este tipo. Por este motivo no deja de ser un verdadero contrasentido que en Los Santos y Herrera se conmemore la negritud vistiendo ropaje del negro afroantillano, al que sólo le une un lejano parentesco africano. Y dicho sea al pasar, cuando el afroantillano viene a Panamá ya tenía tres siglos morando en la zona del Caribe, por lo que es improbable que sus vestidos hayan permanecido inalterables.

En efecto, lo que uno encuentra en la historia del hombre es la existencia del mestizaje, lo que demuestra que en realidad las razas no existen. Otra cosa es la eterna búsqueda de la identidad cultural que nos induce a intentar construir una personalidad colectiva. En este sentido el hombre peninsular es mestizo, con la presencia genética del español, el indio y el negro colonial.

De lo dicho se colige que en Azuero lo afroantillano no existe. Es decir, en realidad, de verdad, la conmemoración en la península solo tiene sentido como un gesto solidario con otro grupo humano y nada más, en especial en un país multiétnico como Panamá. Y tales eventos también deberían abarcar a otras presencias culturales que han tenido su influjo sobre la península, como en el caso de la china, mudéjar, italiana, etc.

Luego, lo que de verdad corresponde en nuestra área es continuar siendo solidarios con otros grupos humanos, pero teniendo presente el conocimiento y valoración de nuestra propia idiosincrasia. Así debería ser, porque la escuela en Azuero enfatiza en la fiesta, en vestir a los niños sin conocer de dónde proceden esos hábitos y costumbres, y lo más relevante, sin una compresión cabal de nuestra cultura orejana, que es tan rica y variada.

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20/V/2024


19 mayo 2024

EL FAMOSO SARDINÉ

 


En nuestra cultura peninsular siempre he escuchado el vocablo: sardiné. Pero resulta que en el Diccionario de Americanismos aparece como sardinel y dice que en Venezuela, Perú y Colombia se utiliza para hacer alusión al escalón que forma el borde exterior de la acera. En cambio, si acudimos a la Real Academia Española de La Lengua (RAE), ésta lo define como: “Obra de albañilería hecha con los ladrillos colocados de canto, en posición vertical. Adosados por sus caras”. Añade que procede del catalán sardinell y que significa sardina, por semejanza con las sardinas prensadas.

Algunas otras afirmaciones parecen coincidir, porque en francés se escribe “sardine” y también significa sardina. Lo cierto es que, independiente de dónde procede el término, en nuestra región se le sigue dominando sardiné, terminado en e y con tilde en la vocal final.

De lo anterior se colige que en nuestra región el término sardiné también ha terminado por denominar al escalón de entrada a la casa y aún al portal mismo, aunque se carezca de la clásica figura de las “sardinas prensadas” y que, dicho sea al pasar, en casas más antiguas ha terminado cubierto por el repello.

Yo no sé qué piense usted, pero a mi me parece maravilloso que nuestra gente haya asimilado el vocablo de españoles o franceses y que el mismo término ande todavía por allí tan campante como si fuera ayer que se sumó a nuestro rico acervo lingüístico, un poco adulterado del original, es cierto, pero orgullosamente adherido al habla del orejano.

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18/V/2024


14 mayo 2024

EL CANTO DE LA CIGARRA

 

Al insecto le dan diferentes nombres – en la zona herrerana le llaman totorrón- pero en el fondo sigue siendo la clásica cigarra. La también denominada chicharra es un bicho que en los meses de abril y mayo intensifica su canto. Para estas fechas es mayor su sonido monocorde y son tantos que se escuchan a distancia, porque vive su época de apareamiento y de reproducción de la especie.

Me da la impresión que en los últimos años abundan en mayor número. Porque, por ejemplo, en la ruta Doctor Belisario Porras, al transitar por ella, se escuchan a pesar del viento y el ruido de los motores. Pareciera que algo está pasando con estos insectos, quizás motivados por la tala de árboles en zonas rurales y su migración a sitios urbanos, en donde se incrementan las zonas boscosas y encuentra nuevo cobijo.

Lo afirmo porque en mi patio no era tan común su presencia, como lo he podido constata este año. Pienso que es un fenómeno que debiera ser estudiada por entomólogos, porque alguna razón ha de explicar este inusitado suceso en la región peninsular. Por allí leí que existen ciclos cuando se reproducen en mayor grado, pero esto hay que verificarlo con la lupa de la ciencia.

Lo cierto es que el insecto se ha convertido en un ícono de los campos peninsulares y su canto se integra como parte de la cultura orejana. Al igual que la cancanela o capisucia, el azulejo o la tortolita, entre otros seres alados. Muy llamativo este acontecimiento que pone en evidencia la interacción entre el hombre y el entorno natural, así como la necesidad de preservar los nichos ambientales que compartimos.

Me quedo con el canto de la cigarra en algún recodo del cerebro, adherido a las neuronas, colgando de las dendritas, como suceso producto de la cultura de ser montaraz y complacido de ser, también, parte de la creación.

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14/V/2024

 


08 mayo 2024

SOBRE LA PASADA CAMPAÑA POLÍTICA EN AZUERO

 


El balance de la pasada elección (5/V/2024), en lo que concierne a la península de Azuero, digo las provincias de Herrera y Los Santos, añade poco o casi nada a la historia política de la región. Una que otra figura nueva, pero que no trastoca en lo más mínimo lo que ya sabemos sobre la lucha por el poder en la tierra de Ofelia Hooper Polo y Belisario Porras Barahona.

El meollo de este asunto está contenido en mi investigación “Gamonalismo político en la región de Azuero”, la que puedes leer en www.sociologiadeazuero.net, aporte que recoge lo acontecido desde la década del cuarenta del siglo XIX hasta los tiempos actuales. Y allí queda claro que la región ha sido controlada políticamente por unas cuantas familias, varían los nombres, pero en esencia la hegemonía se mantiene por un miembro familiar o por interpuesta persona. Claro que ocasionalmente asoma su rostro otro personaje, el que siempre sucumbe ante el empuje de gamonales o caciques más conspicuos.

Pareciera que tales familias prestan transitoriamente el puesto, como para hacer válido el rejuego político; y digo el puesto, porque conservan el poder económico que siempre termina imponiéndose. Si me pides un ejemplo, habría que mencionar la familia Varela que mantiene su feudo político desde los años treinta del siglo XX. Y todo es comprensible, porque en esa zona de Herrera la caña de azúcar siempre ha sido algo más que guarapo. En los otros casos, en ausencia del poder crematístico, pesa más el hábito, la costumbre, una pizca de educación y la tradición.

En realidad, la clase política peninsular nunca ha tenido un proyecto de desarrollo colectivo ni mucho menos una ideología que guíe sus pasos. En consecuencia, se ha forjado una cultura de la dependencia política, la venta y compra de votos y todo un conjunto de triquiñuelas pueblerinas. Para el escribiente, no sé si para el lector, el submundo de esa disputa electoral viene a estar representado por la bandera izada en el palo de mango, porque a eso se reduce la contienda política peninsular, a la efímera ilusión de que algo va a cambiar e incluso a riñas populares por un poder que no les pertenece.

De lo dicho se colige que el cambio no será fácil, porque los gamonales intentan que sus vástagos sean los herederos de su legado político. Ellos traspasan esa cohorte de la alienación social a los nuevos amos y señores.

Todo esto es lo que observo desde mi mirador sociológico, lamentando que acá todo pase y nada cambie, porque en el siglo XXI la política es mera forma y poco contenido, otra expresión de lo que ya vivimos en la primera mitad de la vigésima centuria.

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04 mayo 2024

ORIGEN Y TRAGEDIA DE LA POLÍTICA PENINSULAR


Durante muchos años he estudiado las expresiones político-partidistas de quienes participan en la contienda por el poder en Azuero. El último de tales trabajos puedes leerlo bajo el título de “Gamonalismo político en la región de Azuero”. Allí dejo plasmado lo acontecido desde los años treinta del siglo XIX hasta la última elección.

Lo que encuentro es que hemos estado bajo el dominio político de algunas familias, que se han turnado ocupando puestos públicos, en especial, en los atinente a las diputaciones provinciales, aunque no han faltado aquellos que han ocupado el solio presidencial. También advierto, que después de los conflictos ideológicos del siglo XIX y principios del XX, la ideología ha sido un cascarón , un pendón para ondearlo, pero no para ponerlo en práctica. En todo caso no supera la bandera colocada en la cima del palo de mango.

Por su parte, la base social que elige no responde a proyecto alguno, porque la cultura política se basa en prebendas y compadrazgo. Aunque ello no es nuevo, porque se origina en la colonia y el control ejercido desde los principales pueblos -Villa de Los Santos, Parita, Pesé, Ocú y Las Tablas- en donde residen los caciques o gamonales de aldea que mueven los hilos del poder a su antojo, en componenda con el poder real que se asienta en la ciudad de Panamá.

Debo afirmar que, con la independencia, el Grito Santeño y la separación de Colombia, no varió ese mundo de la hegemonía comarcal. Acá las nuevas ideologías que arribaron a la zona de tránsito, en las primeras décadas del siglo XX, no tuvieron gran arraigo, entre otros motivos porque los partidos políticos fueron una mera extensión de los citadinos. Es más, la clase media regional, que luego surge de comercios y de universidades, no tiene autonomía política y es un mero reflejo de la radicada en la ciudad de Panamá.

En el fondo existe una población numéricamente escasa, con relaciones primarias que maniata la independencia política, la que queda sujeta a esa misma relación primaria del candidato que es hermano, primo, ahijado, compadre, etc. Por este motivo no cuentan los proyectos colectivos, ideológicos ni de sentido de partido político.

En una cultura de este jaez es difícil pensar en país, porque tales proyectos nacionales chocan con esta muralla de relaciones sociales campesinas en donde la lucha por el poder político se mueve en otras aguas. Lo que explica el surgimiento de diputados, alcaldes y representantes de corregimientos que no pocas veces carecen de formación y no tienen un perfil político a tono con la era moderna.

Para decirlo de manera concisa, el hombre azuerense, como el interiorano en general, vota en el siglo XXI, pero con criterios de la centuria anterior e incluso de la decimonónica y aún de la colonia. Con razón los llamados contemporáneos a una mayor conciencia, la mayoría de las veces, caen en saco roto y naufragan en elecciones que deberían promover saludables cambios sociales, pero que solo reproducen estructuras viejas y ya superadas.

Sí amigo, así estamos y andamos por esta hermosa península nuestra, la que de tiempo en tiempo pare seres luminosos, pero que políticamente mora en las sombras.

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19 abril 2024

CARA Y SELLO DE LA FERIA INTERNACIONAL DE AZUERO


La feria, la expresión tiene su magia peninsular, porque la palabra evoca diversiones, juegos de niños, mugir de cuadrúpedos astados, pulular de fondas, ventas de automóviles, canes que ladran y exposiciones comerciales. Y la memoria retrotrae al siglo XVI con las referencias hispánicas sobre las ventas indígenas en las llanerías de Natá. Sí, porque luego de aquello no hay pruebas documentales que en la zona demuestren la existencia de mercadillos, aunque seguramente se dieran algunos en ese devenir histórico.

Lo nuestro es asunto del siglo XX, en la primera mitad de la centuria, cuando la iniciativa privada y el Estado organizan las ferias que van a ser el antecedente de la actual, en poblados como Villa de Los Santos, Las Tablas, Chitré, Parita y Ocú, sitios de los que en algún momento he visto referencias bibliográficas.

La feria de Azuero es de las mejores de la república y los azuerenses – santeños y herreranos- la sentimos como propia, superando visiones regionales y comarcales. Porque de alguna manera el evento demuestra lo que somos capaces cuando se aúnan esfuerzos y la cultura común se impone por encima de las divisiones político-administrativas. Bajo este prisma la feria es la concreción de lo que deberíamos ser, de la necesaria e indestructible unidad regional,  un desafío que ojalá haga posible el siglo XXI, cuando mentalidades mucho más ilustradas, comprendan que no es partiendo, dividiendo, como vamos a tener mayor presencia política junto al resto de la nación.

Desde entonces la actividad ha evolucionado junto a la sociedad que le cobija, lo que explica que la ´presencia de la actividad agropecuaria sea cada vez menor. Y no porque exista carencia organizativa, que nunca será suficiente, sino porque la exhibición es el reflejo de lo que acontece en los extramuros feriales, en donde agricultores y ganaderos ven menguar sus respectivos fundos; mientras se adultera y languidece la cultura y el comercio pasa a manos de intereses foráneos.

Sin embargo, la feria está allí, peleando contra molinos de viento, cual Quijote tercamente renaciendo cada año y demostrando la capacidad de resistencia del pueblo azuerense. Toda ella es como una flor de Sarigua, un oasis que anualmente se llena de agua para que las aves trinen y no olviden la naturaleza de que están hechas.

Quien quiera conocer la región, de verdad, ha de venir a la feria; recorrerla bajo el sol calcinante o en la noche poblada de estrellas, con la música que suena en los altoparlantes, disfrutando el  caminar junto a miles de visitantes que esperan este momento, cuando santeños, herreranos y amigos de la zona recorren las instalaciones en la Villa de Los Santos, en esta añeja capital histórica de Azuero, en la que flamea contiguo al río La Villa, el símbolo del santeñismo, la bandera histórica, cívica y libertaria: azul, amarillo y rojo.

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En las faldas de cerro El Barco, Villa de Los Santos, a 19 de abril de 2024.

 


10 marzo 2024

BOSQUES Y ARCADIA PENINSULAR

 


He de afirmar que la región de Azuero es una zona deforestada, aunque ello sea llover sobre mojado, por lo trillado de la frase. Lo que no es tan común son las consecuencias que la tala de bosques conlleva, deforestación que va acompañada por otra, la del desmonte cultural, en sociedades que miran y experimentan la agonía de un ayer relativamente cercano.

En cambio,  lo que aquí interesa es cavilar sobre las repercusiones que tiene la llamada cultura del potrero sobre el hombre que mora en las provincias de Los Santos y Herrera. Porque no es lo mismo residir, como antes,  en una península de extensas sabanas y tímidas sierras, con ríos que en el siglo XVI poseían abundantes árboles en sus veras, que vivir en el siglo XXI con la resequedad que caracteriza el área y con un sol que abrasa la vida que ha quedado atrapada en el cuadrilátero peninsular.

La riqueza que se ha perdido, ambientalmente hablando, algo ha de haber repercutido en las relaciones entre sociedad, cultura, hombre y los seres que en ella viven. Hay, sin duda, un efecto sobre el proceso de socialización; en los vínculos naturales que permitían los nexos del hombre con su entorno, porque la deforestación provocó la ruptura con lazos que eran tan necesarios para el goce de la vida y los placeres del alma.

¿Podríamos hablar de deshumanización del ser? ¿Cómo ha impactado ello en la vida vegetal, animal y humana? Y lo que es más importante, la repercusión en la autoestima colectiva y en la propia visión sobre sí mismo. El haber dado ese salto de destrucción ambiental supone, casi que necesariamente, el encontrar otros reemplazos que llenen los vacíos sociales y ecológicos que fueron destruidos en ese proceder autodestructivo. Debo decir que el hacha no sólo acabó con el arcabuco, como llamaban en la colonia al arbolado, de alguna manera ha representado un duro golpe que apunta a la muerte del sistema socioambiental.

Y si es una verdad axiomática que el ser humano se realiza en y con los demás, así como con el entorno ambiental, entonces tendríamos que interrogarnos si, desde el siglo XIX y XX, que es la etapa cuando se consuma el cambio ambiental y cultural, el habitante peninsular, vale decir, el orejano, ha logrado llenar tal carencia emocional. Porque ante la ausencia de los bosques, los que le permitían sentirse parte de la naturaleza, ¿cómo ha llenado el azuerense ese espacio emocional?

Creo que parte de la respuesta está reflejada en la suerte de la cultura regional, porque esa etapa coincide con la valoración del folklore regional, que también experimenta las mismas trasformaciones. El volcarse hacia la identidad cultural es una forma de llenar tal necesidad psicosocial. Tal vez en este sentido pueda explicarse el intento de retornar a una especie de arcadia, el retorno al tiempo mítico de los abuelos, cuando todo era mejor, abundaba la caza y el agua era pura.

Otro elemento fundamental para esclarecer el tópico que nos ocupa, reside en la música, manifestación que se ha convertido casi en droga, porque el ser peninsular siempre ha sido musical y poético, pero no al extremo que vemos en la era actual cuando se experimenta una borrachera de acordeones y de cantaderas que inundan a la región. Evidentemente estamos ante la comercialización del folklore y la búsqueda de la satisfacción que no rebasa la emoción pasajera, la coyuntura de llenar algo que se desconoce.

Mire usted cómo está todo esto relacionado con otro elemento que no parece responder a tales entresijos estructurales: la congoja. Porque cuando el estudioso se adentra al análisis del área peninsular, descubre la existencia de la congoja. Ese sentimiento de melancolía que impregna el sistema social y que está en la base de algunas expresiones culturales: la décima, la música de violín y los acordeones, sin olvidar la propia cultura de la muerte. En efecto, tales expresiones logran sublimar -aunque sin resolver- una necesidad más fundamental, la de volver a matrimoniar lo social con lo ambiental.

De lo dicho se colige que vivir en estas tierras secas y calcinadas por el sol, puede engañar al visitante desprevenido, sobre todo al que arriba por temporadas breves -procesiones, feria, festivales y carnavales, por ejemplo- porque la imagen exterior es la de un hombre alegre y festivo, que muchas veces no es consciente de lo que acontece, en especial de las causas estructurales, las que no son tan evidentes y coyunturales.

La destrucción del bosque le ha robado al ser peninsular un sentimiento de conexión con lo creado, la armonía existencial y le induce hacia el hedonismo que intenta suplir el goce de los animales en el bosque, la belleza de la floración y hasta los necesarios y saludables suspiros cósmicos.

En este sentido lo natural del bosque, el agua clara del río, la magia de la lluvia, al no existir plenamente, divorcia lo sacro y lo profano de manera brusca y le ha impedido realizar una transición adecuada como ser religioso, no como seguidor de una religión en particular, sino como ente que experimenta religiosidad. Por eso la destrucción del bosque ha sido y sigue siendo un estacazo a su ser, a lo más íntimo de la personalidad que se nutre de la relación con la naturaleza.

Pienso que más allá del estudio de la simple deforestación, de los costos económicos de la misma, del exterminio de la fauna, de la ausencia del bosque en sí, ya deplorable, se impone resarcir los daños infringido a la naturaleza, porque al hacerlo no solo se logra recomponer al ecosistema natural, sino al de tipo social y cultural, que es como decir, devolverle el alma al hombre peninsular.

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10/III/2024.


13 febrero 2024

TEMPLOS, TORRES, CULTURA E HISTORIA

 


Entre las cosas que disfruto al recorrer mi península amada, está la de visitar los coloniales templos católicos, en especial los más añejos, que son los de la Villa de Los Santos y Parita. Hay en ellos todo un mundo por descubrir, con su arte religioso y los tallados en madera del siglo XVIII.

Tengo que mirar esas torres que apuntan al cielo, como indicando – cual índice teológico- allá está el Altísimo.  Sí, los santuarios están plantados sobre la sabana antropógena que forjaron indígenas y conquistadores. Bajo su bóveda camino en las oquedades de los espacios, con gruesas paredes y vanos desde los que se mira el mundo pagano, opuesto al otro, tan sacro que se otea desde el presbiterio y que corona el altar mayor.

Allí, en ese espacio arquitectónico, en el silencio y la soledad del alma, pasan tantas cosas por la mente, memorias que retrotraen a los retazos de historia que conozco de la tierra de Belisario, Ofelia, Manuel, Bibiana, Pedro y tantos otros. Y la verdad, me maravillo de haber nacido aquí, con la fortuna de poder ver y disfrutar esta cultura de la orejanidad.

Y debo, inevitablemente, mirar las paredes para ver empotradas en ellas las lápidas que hablan de viejas prosapias y genealogías de centurias precedentes, con los mismos relatos que recogen y reproducen los archivos parroquiales que he tenido el privilegio de tener en mis manos.

“Aquí yacen los restos…” comienza la esquela de quienes han visto partir a sus familiares, mientras el badajo golpea la campana y el sonido se extiende más allá de los cerros y transmite el llamado a los parroquianos para que acudan a la oración. Y, la verdad, me quedo maravillado de que puedan existir tantas cosas en un espacio tan reducido, en esta arquitectura y microcosmo de lo finito y eterno.

El templo es un ícono de la cultura peninsular; blancos, cual imagen impoluta de los orígenes hispánicos de donde procede, como si emulara las albas y religiosas casitas andaluzas. Le miro y me reconozco como expresión viviente de la cultura occidental, con mi peculiaridad de ser mestizo, de ente de raíces montaraces que lleva quinientos años transitando por estos parajes tan llenos de historia.

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13/II/2024

 


07 febrero 2024

LA CUESTIÓN POLÍTICA EN AZUERO

 

Voy a referirme a la cuestión política en la península de Azuero, aunque los comentarios pue-den ser extrapolados al resto de la nación. Me refiero al tema político partidista que hace tiem-po, desde el siglo XIX, tuvo su expresión en los llamados diputados liberales y conservadores, los clásicos bandos que dividieron la nación entre los partidarios del status quo y los que re-clamaban cambios sociales. En el caso de Azuero quizás los más emblemáticos sean Pedro Goytía Meléndez y Belisario Porras Barahona, en la centuria decimonónica y la vigésima, res-pectivamente. Ambos representativos del liberalismo orejano en pugna con conservadores a-pellidados Goytía, Franco, etc.

La cultura política nace allí, sobre una población mayoritariamente analfabeta, que mira en los hombres de la costa los voceros del oráculo de lo que debía ser. Ese grupo también era heredero de los dones que moraban en torno a la plaza y que geográficamente se asentaban en pueblos añejos como la Villa de Los Santos y la Tacita de oro: la colonial Parita.

La colonia siembra en la mente campesina el asunto del regalo del candidato, tal y como lo hacían los curas doctrineros con los indígenas, para llamarlos al redo de la fe católica, con champas y otros enseres de uso diario. En la nonagésima centuria, los políticos de antaño retoman esa práctica, religiosamente clientelista, y la convierten en modalidad del político partidista.

El siglo XX no hará más que profundizar la costumbre, aunque ya aparezcan las primeras escuelas y el analfabetismo comience a menguar. Y fue así, porque la pequeña burguesía peninsular, asentada en la costa oriental, la desarrolló para su propio provecho, porque ella seguía siendo el poder real y logra perfeccionar estudios en la capital de la república y en universidades extrajeras. El pueblo ha de esperar a la segunda mitad del siglo XX para tener extensiones universitarias y para que surjan centros de enseñanza superior en Chitré y Las Tablas.

En efecto, luego del Grito Santeño de 1821 todo se mantuvo igual, sólo con pequeñas modificaciones de forma, porque el poder político continuó estando en la costa y en manos de las mismas familias de antaño. Luego de la separación de Colombia se añaden algunos nuevos apellidos, pero todos hegemonizados por familias de la ciudad capital y adscritos, los nuestros, a los oligárquicos partidos políticos asentados en la zona de tránsito.

La contienda por el poder se caracterizó por el malsano gamonalismo o caciquismo. Me refiero al candidato que controla una cohorte de campesinos a través del compadrazgo y ofreciendo, al inicio del período eleccionario, una que otra regalía. En este sentido el Representante de Corregimiento vino a exacerbar la alienación política y establecer el control sobre la base social.

He estudiado el período de mediados del siglo XIX al XXI y lo que constato es la existencia de una estructura de poder de sometimiento y alienación política. Porque en general el votante elige una oferta partidista que forma parte de la misma estructura que le subyuga. Es decir, escogen entre los mismos verdugos que los mantienen en la postración social; los que en los tiempos modernos se han quitado su hipócrita careta democrática y muestran su verdadera intención: ordeñar en provecho propio la ubre estatal, alejados de los problemas de la población.

La cultura política nuestra es de compra de votos, ausencia de ideología, carencia de propuestas realistas, ausencia de liderazgo ilustrado, promoción de la fiesta y el licor, abanderados pueblerinos, aguinaldos previos a la elección y, en general, todo aquello que coloque la emoción por encima de la razón.

Hoy día el votante ha llegado a una triste y lamentable conclusión: el poder no es del elector, sino del candidato y, en consecuencia, hay que sacarle algo, todo basado en el adagio que pregona “del lobo, aunque sea un pelo” En este sentido, una de las figuras más representativas la constituye el rol del diputado, quien se pavonea por las zonas saludando paisanos, ejerciendo de padrino y ofreciendo    chucherías o minucias que poco tienen que ver con su rol político. El personaje solo espera la campaña política para comprar el voto, porque ha perfeccionado este mefistofélico y pragmático proceder.

Y llegan las elecciones, y ante el dilema de a quien elegir, toda esta catarata de prácticas que tienen su génesis en la Colonia, el período de la unión a Colombia y la era republicana, caen – sin saberlo- sobre la atribulada testa del votante. Por eso, solicitarle que cambie de la noche a la mañana, cuando es heredero de centurias de lo mismo, es poco más que una ilusión; buenas intenciones que se revientan contra el muro cultural del ayer y del hoy.

Desde los tiempos del camarico pariteño, hasta la sonrisa socarrona del señor diputado, debemos suponer que algo ha cambiado. Pero la verdad es que los políticos azuerenses, al igual que el resto de los interioranos, ocupan posiciones subalternas ante el verdadero poder nacional, que mira estos parajes como zona del folklor, carnavales y procesiones religiosas. Y a lo sumo, como un sitio en donde le ofrecen un sancocho de gallina, adherido a una lisonja para ver lo que cae si el compadre gana la contienda política.

Claro que de vez en cuando surge un Pedro Goytía Meléndez o un Belisario Porras Barahona, pero estos son casos excepcionales, seres que tienen la lucidez del volador en fiesta pueblerina, mientras el resto celebra el esplendor, pero continúa inmerso en el jolgorio popular, ahíto de décimas y acordeones.

De lo dicho se colige que en mayo no habrá sorpresas, como no ha existido en tiempos pasados, porque la oferta existente no reta a la cultura del caciquismo y la compra de voto. Y -cómo negarlo- hemos tenido hasta retrocesos con candidatos que nunca debieron ganar y otros que en mala hora fueron reelectos. Y al mirar el panorama político con visión crítica, sigo preguntándome por quién votar, aunque estoy claro que aquí, en Azuero, al votar hay que botar, deshacerse de tantas inmundicias y alimañas de la política peninsular.

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7/II/2024

 


03 febrero 2024

CENTENARIO DEL NATALICIO DE MOISÉS CHONG MARÍN


 

El 8 de septiembre del año que transcurre -2024- se cumplirá el primer centenario del natalicio del profesor Moisés Chong Marín, nacido en el El Coco de La Chorrera, pero radicado en la ciudad de Chitré a finales de la década del cincuenta del siglo XX, específicamente, desde el 2 de mayo de 1957.

Tuve noticias de él cuando era estudiante del Colegio Manuel María Tejada Roca de la ciudad de Las Tablas y leía con avidez sus libros de filosofía. En aquella época no sabía que el autor residía en la capital herrerana, tan cercana al Guararé de mis mocedades.

Luego, gracias a ser integrante del Teatro Estudiantil Tableño, agrupación que mantenía vínculos con el Colegio José Daniel Crepo, supe que era docente del colegio chitreano. Debo confesar que ello me causó extrañeza, porque para aquellas calendas tenía la impresión que los escritores eran personas que habitaban en mundos distantes al mío, lejanos e ignotos.

Pasó el tiempo, y al laborar en la sede herrerana de la Universidad de Panamá, establecimos una amistad que nació de parecidas inquietudes intelectuales. Algunas veces, al calor de una tasa del arábigo grano en la cafetería universitaria, dialogamos sobre tópicos de interés común. Luego, también fungí como secretario administrativo de la Universidad Popular de Azuero, que entonces regentaba Chong Marín.

La UNIPA, porque tal era el acrónimo de la agencia de la cultura regional, fue el fruto de sus desvelos. Porque al par de su exitoso desempeño como escritor de historia y filosofía, la creación del centro cultural continúa siendo una de sus mayores contribuciones a la península con apellido de colombiano santanderista.

Aunque no se puede negar que, desde antes de su deceso, acaecido el 11 de septiembre de 2010, ya Chong Marín era casi una leyenda en Herrera. Y esa visión sobre su ser nacía de la fortaleza de su cacumen y de la existencia de un profesional que supo dar lustre a su área de estudio. Él era una especie de rara avis en una zona cuyas inquietudes estaban centradas en tópicos menos exigentes y más perecederos.

La verdad es que Moisés Chong Marín era un filósofo que mereció asumir desde sus inicios la cátedra universitaria; aunque tuvo su oportunidad, tardía si se quiere, cuando aparece el Centro Regional Universitario y surge la oportunidad de su desempeño en un nivel de educación superior.

No voy aquí a enumerar los textos que redactó, porque creo que son conocidos. Me basta con señalar, para demostrar su copiosa producción, LA HOJA DEL LUNES, opúsculo que aparecía siempre al inicio de cada semana, escrita en ambas caras, con un tema de su predilección. Hasta donde recuerdo, fueron más de 1000 publicaciones y más de dos mil carillas en las que compendiaba su sapiencia de hombre de letras. Y es que el chorrerano no se detenía, porque escritos de su autoría también aparecieron en revistas nacionales e internacionales.

La mayoría de tales ensayos fueron escritos a máquina, de las de antaño, hasta que al final de sus días evolucionó hacia el uso del ordenador. Por este motivo siempre me he preguntado qué fue de ese conjunto de “hojitas”, las que, aparte de su contenido, ejemplifican lo mucho que se puede hacer con la disciplina de escribir a diario, temas no extensos, pero que con el tiempo forman tomos del conocimiento, como en el caso de Chong Marín.

Además, y lo digo firmemente, pienso que el respeto a la inteligencia ha de ser nuestro norte, al par de la democratización del conocimiento. Y a ello añadamos el reconocimiento a quienes, como el profesor Moisés Chong Marín, hicieron de su profesión un altar, un sitio sacro ante el cual se arrodillan los espíritus iluminados.

Debo añadir que, como parte de su cosmovisión y estilo de vida, Chong Marín tenía el hábito de viajar a Europa y Suramérica, buscando tal vez una renovación cultural, en los meses de vacaciones veraniegas. Se comprende, porque era una manera de lograr una ruptura con la rutina peninsular y acercarse a las fuentes del pensamiento universal. Lo que explica, también,  que Chong Marín haya escrito poco sobre Azuero, si se lo compara con otros temas de su predilección. Y esto, claro está, para nada demerita su aporte, simplemente muestra su predilección por otras temáticas.

A cien años de su natalicio tal vez deberíamos recordarle como se lo merece, conmemorar el centenario justipreciando su valiosa contribución intelectual y asignando su nombre a la Universidad Popular de Azuero, agencia cultural que supo fundar y establecerle los fundamentos institucionales.

Los que moramos en la región hemos sido afortunados al contar con este docente que llegó a nuestras tierras para sembrar en las mentes de las juventudes una manera diferente de ver el mundo. Hacer que perdure su memoria, también es otra forma de retribuirles sus desvelos y colocarle como emblemático personaje que hizo del cultivo del intelecto un estilo de vida.

                                                                                                                                                    
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2/II/2024


 


19 enero 2024

CAVILACIONES SOBRE EL GUARARÉ DE ANTAÑO Y HOGAÑO



Si el lector me interrogase sobre la historia de Guararé -villa santeña que carga sobre sus espaldas parte de la cultura popular en su versión de tradición y folklore- diría que su pasado es similar al resto de los pueblos de la península de Azuero; aunque aún esa historia esté por escribirse y algunas interpretaciones aparezcan pletóricas de nostalgias y leyendas.

En efecto, los relatos están llenos de afirmaciones no siempre bien comprobadas por la ciencia. Esa carencia se explica por el rol secundario del área interiorana en relación con la zona de tránsito, con las consecuencias que ello tiene en la escasez de documentación escrita. En consecuencia, las fuentes documentales no abundan y más bien escasean. Y para palear tales ausencias, hay que recurrir a los archivos parroquiales que en el área datan de la primera mitad del siglo XVIII y desde allí poder inferir algunas tendencias que provienen de la segunda mitad del siglo precedente, es decir, siglo XVII. Y en el caso guarareño, tardíamente, desde 1869.

Hacia el período de inicio de la colonia únicamente aparece la íngrima referencia del conquistador Gaspar de Espinosa, quien envía a Diego de Hurtado a construir canoas en las proximidades del río Guararé. Allí, de paso, hay alusiones al cacique nominado Guararí, de donde aparentemente procede el nombre de la población. Claro que la referencia al tiba o cacique tenemos que asumirla con sumo cuidado, porque los escribanos de la época intentaron llevar al castellano los vocablos indígenas y no siempre eran fieles en la reproducción de los sonidos de un idioma, como el indígena, que les resultaba extraño.

Luego de este primer encuentro con los hispánicos no hay referencias escritas hasta el siglo XVIII y en este aspecto estamos en deuda con la Iglesia Católica, que recoge en los libros de bautismo, matrimonio y defunciones, la existencia de la población, como ya queda dicho. De ello se deduce, como lo he podido comprobar, que hay que acudir a los archivos de Pocrí, Las Tablas y Villa de Los Santos para intentar encontrar la genealogía de los guarareños, ya que en ellos está dispersa la poca información que podamos recabar. Lo cierto es que no estamos claros en lo que aconteció en esos trescientos años que transcurren entre los siglos XVI y XVIII.

Hay que dejar plasmado que la inexistencia de registros no significa que la conquista de las sabanas, tierras, albinas y marismas, que están al sur del río Guararé, no se produjera. Al parecer esa fue una conquista lenta con grupos familiares asentados en las tierras más feraces, como en el caso de ríos y quebradas, lo que explica la vocación agropecuaria del actual distrito de Guararé.

Acontecimientos posteriores vienen a confirmar lo que planteamos. En el siglo XIX se produce la creación municipal (21 de enero de 1880) y se establecce, once años antes, la advocación a Nuestra Señora La Virgen de Las Mercedes, el 31 de julio de 1869, fecha de establecimiento de la parroquia. Tales hitos históricos demuestran la existencia de un grupo social con conciencia de tal, apunta a que esos antepasados guardaban distancia y algunos resquemores sobre los poderes establecidos en la Villa de Los Santos y Las Tablas. Dicho de otra manera, son expresiones históricas de un fenómeno cultural y político: el nacimiento del guarareñismo.

Desde entonces el guarareñismo forma parte integral del santeñismo. La identidad se perfila en un núcleo humano que se siente diferente y que comienza a erigir los íconos que le son propios. Por tal razón es tan vital para Guararé el estudio del siglo XIX, porque en esta centuria se hace posible la estructuración formal de una conciencia que antes era larvaria y que madura en dos instituciones del decimonono: la municipal y la parroquial. Y en ese mismo siglo -década de los ochenta- asoma tímidamente la presencia de centros educativos de primaria, al aparecer las escuelas de niñas y varones que regentan Juana Vernaza y José de La Rosa Poveda, respectivamente.

En esta misma centuria, al final del siglo XIX, nace Manuel Fernando de Las Mercedes Zárate, personaje que simboliza en el plano personal el perfil del guarareño que ha de signar la vigésima centuria. Él encarna la aspiración del hombre lúcido, del orejano ilustrado que es capaz de abrirse camino por la vía de la ilustración.

Y en Guararé ha acontecido lo mismo que en otras latitudes. Allí va constituyendo un núcleo urbano que termina siendo la capital municipal; con su plaza, templo religioso y diseño urbano de tipo hipodámico o de tablero de ajedrez que emula los existentes en la Villa de Los Santos y Parita, los que tienen sus antecedentes en Natá de Los Caballeros y la antigua ciudad de Panamá.

Como en otros lugares, el poder económico, social y religioso estuvo en torno a la plaza, con las solariegas residencias. Una de las más icónicas – y que aún se mantiene- es la casa habitación de la familia Saavedra Espino, la que todavía se preserva próxima al parque establecido en los años veinte del siglo pasado.

Hay que precisar que este asunto de las familias hegemónicas no tiene en Guararé la misma expresión que en la Villa de Los Santos y Parita, en donde el núcleo urbano tiene un carácter rancio y acartonado, de distancia social, que distingue a la tierra de la mítica Rufina Alfaro o la del liberal Pedro Goitía Meléndez.

Sin embargo, la capital distrital cumple el papel de referencia para áreas más rurales. La revisión del Libro de Bautismos, por ejemplo, confirma el arribo dominical de campesinos que proceden de las faldas del Canajagua, lo que confirma que la conquista del cerro también fue producto de familias guarareñas que se tomaron esa zona para la realización de actividades agrícolas y ganaderas.

Al respecto, cuando escribí la historia del templo guarareño, me impresionó los listados de bautismos de párvulos que eran traídos por los familiares para recibir el agua bautismal y comprendí que ello sólo era posible por los nexos de los habitantes de la sierra con los radicados en el poblado, en una especie de complicidad cultural con el lugar de donde se era oriundo.

El siglo XX es otra cosa, es la centuria de la renovación, del cambio social y cultural. En esos años se renueva el templo, Guararé se adhiere - el 10 de noviembre de 1903- a la separación de Panamá de Colombia, la carretera porrista acaricia sus lares, se construye el parque en la plaza, edifican la Escuela Juana Vernaza, créase el Festival Nacional de La Mejorana, aparece la Cooperativa José del Carmen Domínguez, se establece la Unidad Sanitaria, se construye el edificio de la Policía Nacional, así como el Colegio Francisco Castillero Carrión, entre otro múltiples acontecimientos. Sin embargo, no todo es avance porque la apertura económica destruye la existencia de una incipiente industria. Tales los casos de las empresas de Reyes Espino, la jabonería de Ciro Saavedra Espino (que comercializaba el famoso Jabón Toro), así como la confección y calafateo de barcos en la desembocadura del río Guararé.

Durante la vigésima centuria se consolida el municipio y diversas instituciones estatales tienen su presencia burocrática, aparte de que se nominan las calles y el guarareño se hace más universal. Hay carencias, es cierto, pero el distrito adquiere un perfil colectivo, asume una personalidad propia y quedan atrás las dudas sobre la viabilidad municipal que distinguió el siglo XIX.

En el siglo XXI algunos desafíos son producto de la centuria precedente, pero ahora existe un ayuntamiento consolidado, que aún con limitaciones, mira el futuro con optimismo. El avance municipal dependerá del logro de una mayor modernización administrativa; lo que implica ejecución de tecnología, capacitación del personal, adecuada selección del alcalde y representantes de corregimiento, la atención a temas de la cultura y la satisfacción de las necesidades básicas de la población. En síntesis, la planificación del desarrollo distrital.

Como experimentamos época de profundas transformaciones, el tema cultural también debe ser prioritario. Me refiero al fomento del guarareñismo, a ese estilo de vida que ha definido la forma de ser de la colectividad. Deberá emprenderse ese rescate, porque historia e identidad cultural van de la mano, para que el guarareño siga teniendo sentido de pertenencia, ya sea que more en el distrito, o que haya sido parte de los migrantes de décadas pasadas o recientes.

En el siglo XXI y las centurias que han de venir, el lema de su famoso festival ha de estar adherido a las neuronas de las nuevas generaciones. Porque, así como “La Mejorana es para siempre”, también Guararé ha de perdurar en la conciencia y en obras de beneficio colectivo.

 

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19/I/2024