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10 marzo 2024

BOSQUES Y ARCADIA PENINSULAR

 


He de afirmar que la región de Azuero es una zona deforestada, aunque ello sea llover sobre mojado, por lo trillado de la frase. Lo que no es tan común son las consecuencias que la tala de bosques conlleva, deforestación que va acompañada por otra, la del desmonte cultural, en sociedades que miran y experimentan la agonía de un ayer relativamente cercano.

En cambio,  lo que aquí interesa es cavilar sobre las repercusiones que tiene la llamada cultura del potrero sobre el hombre que mora en las provincias de Los Santos y Herrera. Porque no es lo mismo residir, como antes,  en una península de extensas sabanas y tímidas sierras, con ríos que en el siglo XVI poseían abundantes árboles en sus veras, que vivir en el siglo XXI con la resequedad que caracteriza el área y con un sol que abrasa la vida que ha quedado atrapada en el cuadrilátero peninsular.

La riqueza que se ha perdido, ambientalmente hablando, algo ha de haber repercutido en las relaciones entre sociedad, cultura, hombre y los seres que en ella viven. Hay, sin duda, un efecto sobre el proceso de socialización; en los vínculos naturales que permitían los nexos del hombre con su entorno, porque la deforestación provocó la ruptura con lazos que eran tan necesarios para el goce de la vida y los placeres del alma.

¿Podríamos hablar de deshumanización del ser? ¿Cómo ha impactado ello en la vida vegetal, animal y humana? Y lo que es más importante, la repercusión en la autoestima colectiva y en la propia visión sobre sí mismo. El haber dado ese salto de destrucción ambiental supone, casi que necesariamente, el encontrar otros reemplazos que llenen los vacíos sociales y ecológicos que fueron destruidos en ese proceder autodestructivo. Debo decir que el hacha no sólo acabó con el arcabuco, como llamaban en la colonia al arbolado, de alguna manera ha representado un duro golpe que apunta a la muerte del sistema socioambiental.

Y si es una verdad axiomática que el ser humano se realiza en y con los demás, así como con el entorno ambiental, entonces tendríamos que interrogarnos si, desde el siglo XIX y XX, que es la etapa cuando se consuma el cambio ambiental y cultural, el habitante peninsular, vale decir, el orejano, ha logrado llenar tal carencia emocional. Porque ante la ausencia de los bosques, los que le permitían sentirse parte de la naturaleza, ¿cómo ha llenado el azuerense ese espacio emocional?

Creo que parte de la respuesta está reflejada en la suerte de la cultura regional, porque esa etapa coincide con la valoración del folklore regional, que también experimenta las mismas trasformaciones. El volcarse hacia la identidad cultural es una forma de llenar tal necesidad psicosocial. Tal vez en este sentido pueda explicarse el intento de retornar a una especie de arcadia, el retorno al tiempo mítico de los abuelos, cuando todo era mejor, abundaba la caza y el agua era pura.

Otro elemento fundamental para esclarecer el tópico que nos ocupa, reside en la música, manifestación que se ha convertido casi en droga, porque el ser peninsular siempre ha sido musical y poético, pero no al extremo que vemos en la era actual cuando se experimenta una borrachera de acordeones y de cantaderas que inundan a la región. Evidentemente estamos ante la comercialización del folklore y la búsqueda de la satisfacción que no rebasa la emoción pasajera, la coyuntura de llenar algo que se desconoce.

Mire usted cómo está todo esto relacionado con otro elemento que no parece responder a tales entresijos estructurales: la congoja. Porque cuando el estudioso se adentra al análisis del área peninsular, descubre la existencia de la congoja. Ese sentimiento de melancolía que impregna el sistema social y que está en la base de algunas expresiones culturales: la décima, la música de violín y los acordeones, sin olvidar la propia cultura de la muerte. En efecto, tales expresiones logran sublimar -aunque sin resolver- una necesidad más fundamental, la de volver a matrimoniar lo social con lo ambiental.

De lo dicho se colige que vivir en estas tierras secas y calcinadas por el sol, puede engañar al visitante desprevenido, sobre todo al que arriba por temporadas breves -procesiones, feria, festivales y carnavales, por ejemplo- porque la imagen exterior es la de un hombre alegre y festivo, que muchas veces no es consciente de lo que acontece, en especial de las causas estructurales, las que no son tan evidentes y coyunturales.

La destrucción del bosque le ha robado al ser peninsular un sentimiento de conexión con lo creado, la armonía existencial y le induce hacia el hedonismo que intenta suplir el goce de los animales en el bosque, la belleza de la floración y hasta los necesarios y saludables suspiros cósmicos.

En este sentido lo natural del bosque, el agua clara del río, la magia de la lluvia, al no existir plenamente, divorcia lo sacro y lo profano de manera brusca y le ha impedido realizar una transición adecuada como ser religioso, no como seguidor de una religión en particular, sino como ente que experimenta religiosidad. Por eso la destrucción del bosque ha sido y sigue siendo un estacazo a su ser, a lo más íntimo de la personalidad que se nutre de la relación con la naturaleza.

Pienso que más allá del estudio de la simple deforestación, de los costos económicos de la misma, del exterminio de la fauna, de la ausencia del bosque en sí, ya de por sí deplorable, se impone resarcir los daños infringido a la naturaleza, porque al hacerlo no solo se logra recomponer al ecosistema natural, sino al de tipo social y cultural, que es como decir, devolverle el alma al hombre peninsular.

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10/III/2024.


13 febrero 2024

TEMPLOS, TORRES, CULTURA E HISTORIA

 


Entre las cosas que disfruto al recorrer mi península amada, está la de visitar los coloniales templos católicos, en especial los más añejos, que son los de la Villa de Los Santos y Parita. Hay en ellos todo un mundo por descubrir, con su arte religioso y los tallados en madera del siglo XVIII.

Tengo que mirar esas torres que apuntan al cielo, como indicando – cual índice teológico- allá está el Altísimo.  Sí, los santuarios están plantados sobre la sabana antropógena que forjaron indígenas y conquistadores. Bajo su bóveda camino en las oquedades de los espacios, con gruesas paredes y vanos desde los que se mira el mundo pagano, opuesto al otro, tan sacro que se otea desde el presbiterio y que corona el altar mayor.

Allí, en ese espacio arquitectónico, en el silencio y la soledad del alma, pasan tantas cosas por la mente, memorias que retrotraen a los retazos de historia que conozco de la tierra de Belisario, Ofelia, Manuel, Bibiana, Pedro y tantos otros. Y la verdad, me maravillo de haber nacido aquí, con la fortuna de poder ver y disfrutar esta cultura de la orejanidad.

Y debo, inevitablemente, mirar las paredes para ver empotradas en ellas las lápidas que hablan de viejas prosapias y genealogías de centurias precedentes, con los mismos relatos que recogen y reproducen los archivos parroquiales que he tenido el privilegio de tener en mis manos.

“Aquí yacen los restos…” comienza la esquela de quienes han visto partir a sus familiares, mientras el badajo golpea la campana y el sonido se extiende más allá de los cerros y transmite el llamado a los parroquianos para que acudan a la oración. Y, la verdad, me quedo maravillado de que puedan existir tantas cosas en un espacio tan reducido, en esta arquitectura y microcosmo de lo finito y eterno.

El templo es un ícono de la cultura peninsular; blancos, cual imagen impoluta de los orígenes hispánicos de donde procede, como si emulara las albas y religiosas casitas andaluzas. Le miro y me reconozco como expresión viviente de la cultura occidental, con mi peculiaridad de ser mestizo, de ente de raíces montaraces que lleva quinientos años transitando por estos parajes tan llenos de historia.

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13/II/2024

 


07 febrero 2024

LA CUESTIÓN POLÍTICA EN AZUERO

 

Voy a referirme a la cuestión política en la península de Azuero, aunque los comentarios pue-den ser extrapolados al resto de la nación. Me refiero al tema político partidista que hace tiem-po, desde el siglo XIX, tuvo su expresión en los llamados diputados liberales y conservadores, los clásicos bandos que dividieron la nación entre los partidarios del status quo y los que re-clamaban cambios sociales. En el caso de Azuero quizás los más emblemáticos sean Pedro Goytía Meléndez y Belisario Porras Barahona, en la centuria decimonónica y la vigésima, res-pectivamente. Ambos representativos del liberalismo orejano en pugna con conservadores a-pellidados Goytía, Franco, etc.

La cultura política nace allí, sobre una población mayoritariamente analfabeta, que mira en los hombres de la costa los voceros del oráculo de lo que debía ser. Ese grupo también era heredero de los dones que moraban en torno a la plaza y que geográficamente se asentaban en pueblos añejos como la Villa de Los Santos y la Tacita de oro: la colonial Parita.

La colonia siembra en la mente campesina el asunto del regalo del candidato, tal y como lo hacían los curas doctrineros con los indígenas, para llamarlos al redo de la fe católica, con champas y otros enseres de uso diario. En la nonagésima centuria, los políticos de antaño retoman esa práctica, religiosamente clientelista, y la convierten en modalidad del político partidista.

El siglo XX no hará más que profundizar la costumbre, aunque ya aparezcan las primeras escuelas y el analfabetismo comience a menguar. Y fue así, porque la pequeña burguesía peninsular, asentada en la costa oriental, la desarrolló para su propio provecho, porque ella seguía siendo el poder real y logra perfeccionar estudios en la capital de la república y en universidades extrajeras. El pueblo ha de esperar a la segunda mitad del siglo XX para tener extensiones universitarias y para que surjan centros de enseñanza superior en Chitré y Las Tablas.

En efecto, luego del Grito Santeño de 1821 todo se mantuvo igual, sólo con pequeñas modificaciones de forma, porque el poder político continuó estando en la costa y en manos de las mismas familias de antaño. Luego de la separación de Colombia se añaden algunos nuevos apellidos, pero todos hegemonizados por familias de la ciudad capital y adscritos, los nuestros, a los oligárquicos partidos políticos asentados en la zona de tránsito.

La contienda por el poder se caracterizó por el malsano gamonalismo o caciquismo. Me refiero al candidato que controla una cohorte de campesinos a través del compadrazgo y ofreciendo, al inicio del período eleccionario, una que otra regalía. En este sentido el Representante de Corregimiento vino a exacerbar la alienación política y establecer el control sobre la base social.

He estudiado el período de mediados del siglo XIX al XXI y lo que constato es la existencia de una estructura de poder de sometimiento y alienación política. Porque en general el votante elige una oferta partidista que forma parte de la misma estructura que le subyuga. Es decir, escogen entre los mismos verdugos que los mantienen en la postración social; los que en los tiempos modernos se han quitado su hipócrita careta democrática y muestran su verdadera intención: ordeñar en provecho propio la ubre estatal, alejados de los problemas de la población.

La cultura política nuestra es de compra de votos, ausencia de ideología, carencia de propuestas realistas, ausencia de liderazgo ilustrado, promoción de la fiesta y el licor, abanderados pueblerinos, aguinaldos previos a la elección y, en general, todo aquello que coloque la emoción por encima de la razón.

Hoy día el votante ha llegado a una triste y lamentable conclusión: el poder no es del elector, sino del candidato y, en consecuencia, hay que sacarle algo, todo basado en el adagio que pregona “del lobo, aunque sea un pelo” En este sentido, una de las figuras más representativas la constituye el rol del diputado, quien se pavonea por las zonas saludando paisanos, ejerciendo de padrino y ofreciendo    chucherías o minucias que poco tienen que ver con su rol político. El personaje solo espera la campaña política para comprar el voto, porque ha perfeccionado este mefistofélico y pragmático proceder.

Y llegan las elecciones, y ante el dilema de a quien elegir, toda esta catarata de prácticas que tienen su génesis en la Colonia, el período de la unión a Colombia y la era republicana, caen – sin saberlo- sobre la atribulada testa del votante. Por eso, solicitarle que cambie de la noche a la mañana, cuando es heredero de centurias de lo mismo, es poco más que una ilusión; buenas intenciones que se revientan contra el muro cultural del ayer y del hoy.

Desde los tiempos del camarico pariteño, hasta la sonrisa socarrona del señor diputado, debemos suponer que algo ha cambiado. Pero la verdad es que los políticos azuerenses, al igual que el resto de los interioranos, ocupan posiciones subalternas ante el verdadero poder nacional, que mira estos parajes como zona del folklor, carnavales y procesiones religiosas. Y a lo sumo, como un sitio en donde le ofrecen un sancocho de gallina, adherido a una lisonja para ver lo que cae si el compadre gana la contienda política.

Claro que de vez en cuando surge un Pedro Goytía Meléndez o un Belisario Porras Barahona, pero estos son casos excepcionales, seres que tienen la lucidez del volador en fiesta pueblerina, mientras el resto celebra el esplendor, pero continúa inmerso en el jolgorio popular, ahíto de décimas y acordeones.

De lo dicho se colige que en mayo no habrá sorpresas, como no ha existido en tiempos pasados, porque la oferta existente no reta a la cultura del caciquismo y la compra de voto. Y -cómo negarlo- hemos tenido hasta retrocesos con candidatos que nunca debieron ganar y otros que en mala hora fueron reelectos. Y al mirar el panorama político con visión crítica, sigo preguntándome por quién votar, aunque estoy claro que aquí, en Azuero, al votar hay que botar, deshacerse de tantas inmundicias y alimañas de la política peninsular.

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7/II/2024

 


03 febrero 2024

CENTENARIO DEL NATALICIO DE MOISÉS CHONG MARÍN


 

El 8 de septiembre del año que transcurre -2024- se cumplirá el primer centenario del natalicio del profesor Moisés Chong Marín, nacido en el El Coco de La Chorrera, pero radicado en la ciudad de Chitré a finales de la década del cincuenta del siglo XX, específicamente, desde el 2 de mayo de 1957.

Tuve noticias de él cuando era estudiante del Colegio Manuel María Tejada Roca de la ciudad de Las Tablas y leía con avidez sus libros de filosofía. En aquella época no sabía que el autor residía en la capital herrerana, tan cercana al Guararé de mis mocedades.

Luego, gracias a ser integrante del Teatro Estudiantil Tableño, agrupación que mantenía vínculos con el Colegio José Daniel Crepo, supe que era docente del colegio chitreano. Debo confesar que ello me causó extrañeza, porque para aquellas calendas tenía la impresión que los escritores eran personas que habitaban en mundos distantes al mío, lejanos e ignotos.

Pasó el tiempo, y al laborar en la sede herrerana de la Universidad de Panamá, establecimos una amistad que nació de parecidas inquietudes intelectuales. Algunas veces, al calor de una tasa del arábigo grano en la cafetería universitaria, dialogamos sobre tópicos de interés común. Luego, también fungí como secretario administrativo de la Universidad Popular de Azuero, que entonces regentaba Chong Marín.

La UNIPA, porque tal era el acrónimo de la agencia de la cultura regional, fue el fruto de sus desvelos. Porque al par de su exitoso desempeño como escritor de historia y filosofía, la creación del centro cultural continúa siendo una de sus mayores contribuciones a la península con apellido de colombiano santanderista.

Aunque no se puede negar que, desde antes de su deceso, acaecido el 11 de septiembre de 2010, ya Chong Marín era casi una leyenda en Herrera. Y esa visión sobre su ser nacía de la fortaleza de su cacumen y de la existencia de un profesional que supo dar lustre a su área de estudio. Él era una especie de rara avis en una zona cuyas inquietudes estaban centradas en tópicos menos exigentes y más perecederos.

La verdad es que Moisés Chong Marín era un filósofo que mereció asumir desde sus inicios la cátedra universitaria; aunque tuvo su oportunidad, tardía si se quiere, cuando aparece el Centro Regional Universitario y surge la oportunidad de su desempeño en un nivel de educación superior.

No voy aquí a enumerar los textos que redactó, porque creo que son conocidos. Me basta con señalar, para demostrar su copiosa producción, LA HOJA DEL LUNES, opúsculo que aparecía siempre al inicio de cada semana, escrita en ambas caras, con un tema de su predilección. Hasta donde recuerdo, fueron más de 1000 publicaciones y más de dos mil carillas en las que compendiaba su sapiencia de hombre de letras. Y es que el chorrerano no se detenía, porque escritos de su autoría también aparecieron en revistas nacionales e internacionales.

La mayoría de tales ensayos fueron escritos a máquina, de las de antaño, hasta que al final de sus días evolucionó hacia el uso del ordenador. Por este motivo siempre me he preguntado qué fue de ese conjunto de “hojitas”, las que, aparte de su contenido, ejemplifican lo mucho que se puede hacer con la disciplina de escribir a diario, temas no extensos, pero que con el tiempo forman tomos del conocimiento, como en el caso de Chong Marín.

Además, y lo digo firmemente, pienso que el respeto a la inteligencia ha de ser nuestro norte, al par de la democratización del conocimiento. Y a ello añadamos el reconocimiento a quienes, como el profesor Moisés Chong Marín, hicieron de su profesión un altar, un sitio sacro ante el cual se arrodillan los espíritus iluminados.

Debo añadir que, como parte de su cosmovisión y estilo de vida, Chong Marín tenía el hábito de viajar a Europa y Suramérica, buscando tal vez una renovación cultural, en los meses de vacaciones veraniegas. Se comprende, porque era una manera de lograr una ruptura con la rutina peninsular y acercarse a las fuentes del pensamiento universal. Lo que explica, también,  que Chong Marín haya escrito poco sobre Azuero, si se lo compara con otros temas de su predilección. Y esto, claro está, para nada demerita su aporte, simplemente muestra su predilección por otras temáticas.

A cien años de su natalicio tal vez deberíamos recordarle como se lo merece, conmemorar el centenario justipreciando su valiosa contribución intelectual y asignando su nombre a la Universidad Popular de Azuero, agencia cultural que supo fundar y establecerle los fundamentos institucionales.

Los que moramos en la región hemos sido afortunados al contar con este docente que llegó a nuestras tierras para sembrar en las mentes de las juventudes una manera diferente de ver el mundo. Hacer que perdure su memoria, también es otra forma de retribuirles sus desvelos y colocarle como emblemático personaje que hizo del cultivo del intelecto un estilo de vida.

                                                                                                                                                    
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2/II/2024


 


19 enero 2024

CAVILACIONES SOBRE EL GUARARÉ DE ANTAÑO Y HOGAÑO



Si el lector me interrogase sobre la historia de Guararé -villa santeña que carga sobre sus espaldas parte de la cultura popular en su versión de tradición y folklore- diría que su pasado es similar al resto de los pueblos de la península de Azuero; aunque aún esa historia esté por escribirse y algunas interpretaciones aparezcan pletóricas de nostalgias y leyendas.

En efecto, los relatos están llenos de afirmaciones no siempre bien comprobadas por la ciencia. Esa carencia se explica por el rol secundario del área interiorana en relación con la zona de tránsito, con las consecuencias que ello tiene en la escasez de documentación escrita. En consecuencia, las fuentes documentales no abundan y más bien escasean. Y para palear tales ausencias, hay que recurrir a los archivos parroquiales que en el área datan de la primera mitad del siglo XVIII y desde allí poder inferir algunas tendencias que provienen de la segunda mitad del siglo precedente, es decir, siglo XVII. Y en el caso guarareño, tardíamente, desde 1869.

Hacia el período de inicio de la colonia únicamente aparece la íngrima referencia del conquistador Gaspar de Espinosa, quien envía a Diego de Hurtado a construir canoas en las proximidades del río Guararé. Allí, de paso, hay alusiones al cacique nominado Guararí, de donde aparentemente procede el nombre de la población. Claro que la referencia al tiba o cacique tenemos que asumirla con sumo cuidado, porque los escribanos de la época intentaron llevar al castellano los vocablos indígenas y no siempre eran fieles en la reproducción de los sonidos de un idioma, como el indígena, que les resultaba extraño.

Luego de este primer encuentro con los hispánicos no hay referencias escritas hasta el siglo XVIII y en este aspecto estamos en deuda con la Iglesia Católica, que recoge en los libros de bautismo, matrimonio y defunciones, la existencia de la población, como ya queda dicho. De ello se deduce, como lo he podido comprobar, que hay que acudir a los archivos de Pocrí, Las Tablas y Villa de Los Santos para intentar encontrar la genealogía de los guarareños, ya que en ellos está dispersa la poca información que podamos recabar. Lo cierto es que no estamos claros en lo que aconteció en esos trescientos años que transcurren entre los siglos XVI y XVIII.

Hay que dejar plasmado que la inexistencia de registros no significa que la conquista de las sabanas, tierras, albinas y marismas, que están al sur del río Guararé, no se produjera. Al parecer esa fue una conquista lenta con grupos familiares asentados en las tierras más feraces, como en el caso de ríos y quebradas, lo que explica la vocación agropecuaria del actual distrito de Guararé.

Acontecimientos posteriores vienen a confirmar lo que planteamos. En el siglo XIX se produce la creación municipal (21 de enero de 1880) y se establecce, once años antes, la advocación a Nuestra Señora La Virgen de Las Mercedes, el 31 de julio de 1869, fecha de establecimiento de la parroquia. Tales hitos históricos demuestran la existencia de un grupo social con conciencia de tal, apunta a que esos antepasados guardaban distancia y algunos resquemores sobre los poderes establecidos en la Villa de Los Santos y Las Tablas. Dicho de otra manera, son expresiones históricas de un fenómeno cultural y político: el nacimiento del guarareñismo.

Desde entonces el guarareñismo forma parte integral del santeñismo. La identidad se perfila en un núcleo humano que se siente diferente y que comienza a erigir los íconos que le son propios. Por tal razón es tan vital para Guararé el estudio del siglo XIX, porque en esta centuria se hace posible la estructuración formal de una conciencia que antes era larvaria y que madura en dos instituciones del decimonono: la municipal y la parroquial. Y en ese mismo siglo -década de los ochenta- asoma tímidamente la presencia de centros educativos de primaria, al aparecer las escuelas de niñas y varones que regentan Juana Vernaza y José de La Rosa Poveda, respectivamente.

En esta misma centuria, al final del siglo XIX, nace Manuel Fernando de Las Mercedes Zárate, personaje que simboliza en el plano personal el perfil del guarareño que ha de signar la vigésima centuria. Él encarna la aspiración del hombre lúcido, del orejano ilustrado que es capaz de abrirse camino por la vía de la ilustración.

Y en Guararé ha acontecido lo mismo que en otras latitudes. Allí va constituyendo un núcleo urbano que termina siendo la capital municipal; con su plaza, templo religioso y diseño urbano de tipo hipodámico o de tablero de ajedrez que emula los existentes en la Villa de Los Santos y Parita, los que tienen sus antecedentes en Natá de Los Caballeros y la antigua ciudad de Panamá.

Como en otros lugares, el poder económico, social y religioso estuvo en torno a la plaza, con las solariegas residencias. Una de las más icónicas – y que aún se mantiene- es la casa habitación de la familia Saavedra Espino, la que todavía se preserva próxima al parque establecido en los años veinte del siglo pasado.

Hay que precisar que este asunto de las familias hegemónicas no tiene en Guararé la misma expresión que en la Villa de Los Santos y Parita, en donde el núcleo urbano tiene un carácter rancio y acartonado, de distancia social, que distingue a la tierra de la mítica Rufina Alfaro o la del liberal Pedro Goitía Meléndez.

Sin embargo, la capital distrital cumple el papel de referencia para áreas más rurales. La revisión del Libro de Bautismos, por ejemplo, confirma el arribo dominical de campesinos que proceden de las faldas del Canajagua, lo que confirma que la conquista del cerro también fue producto de familias guarareñas que se tomaron esa zona para la realización de actividades agrícolas y ganaderas.

Al respecto, cuando escribí la historia del templo guarareño, me impresionó los listados de bautismos de párvulos que eran traídos por los familiares para recibir el agua bautismal y comprendí que ello sólo era posible por los nexos de los habitantes de la sierra con los radicados en el poblado, en una especie de complicidad cultural con el lugar de donde se era oriundo.

El siglo XX es otra cosa, es la centuria de la renovación, del cambio social y cultural. En esos años se renueva el templo, Guararé se adhiere - el 10 de noviembre de 1903- a la separación de Panamá de Colombia, la carretera porrista acaricia sus lares, se construye el parque en la plaza, edifican la Escuela Juana Vernaza, créase el Festival Nacional de La Mejorana, aparece la Cooperativa José del Carmen Domínguez, se establece la Unidad Sanitaria, se construye el edificio de la Policía Nacional, así como el Colegio Francisco Castillero Carrión, entre otro múltiples acontecimientos. Sin embargo, no todo es avance porque la apertura económica destruye la existencia de una incipiente industria. Tales los casos de las empresas de Reyes Espino, la jabonería de Ciro Saavedra Espino (que comercializaba el famoso Jabón Toro), así como la confección y calafateo de barcos en la desembocadura del río Guararé.

Durante la vigésima centuria se consolida el municipio y diversas instituciones estatales tienen su presencia burocrática, aparte de que se nominan las calles y el guarareño se hace más universal. Hay carencias, es cierto, pero el distrito adquiere un perfil colectivo, asume una personalidad propia y quedan atrás las dudas sobre la viabilidad municipal que distinguió el siglo XIX.

En el siglo XXI algunos desafíos son producto de la centuria precedente, pero ahora existe un ayuntamiento consolidado, que aún con limitaciones, mira el futuro con optimismo. El avance municipal dependerá del logro de una mayor modernización administrativa; lo que implica ejecución de tecnología, capacitación del personal, adecuada selección del alcalde y representantes de corregimiento, la atención a temas de la cultura y la satisfacción de las necesidades básicas de la población. En síntesis, la planificación del desarrollo distrital.

Como experimentamos época de profundas transformaciones, el tema cultural también debe ser prioritario. Me refiero al fomento del guarareñismo, a ese estilo de vida que ha definido la forma de ser de la colectividad. Deberá emprenderse ese rescate, porque historia e identidad cultural van de la mano, para que el guarareño siga teniendo sentido de pertenencia, ya sea que more en el distrito, o que haya sido parte de los migrantes de décadas pasadas o recientes.

En el siglo XXI y las centurias que han de venir, el lema de su famoso festival ha de estar adherido a las neuronas de las nuevas generaciones. Porque, así como “La Mejorana es para siempre”, también Guararé ha de perdurar en la conciencia y en obras de beneficio colectivo.

 

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19/I/2024


12 diciembre 2023

EL CENTENARIO DE ENEIDA CEDEÑO

 

La voz de Eneida Cedeño (1923-2006), la recordada Morenita de Purio, marcó la historia musical de Panamá. Nacida el 13 de diciembre de 1923, vivió sus primeros años en Purio, comunidad de la austral y santeña población de Pedasí. Ella fue otra campesina que tuvo el coraje de asumir como propia una profesión que no era bien valorada por aquellas calendas. Porque al decir de los comprovincianos, no estaba bien que una mujer estuviera cantando en conjuntos musicales por diversos pueblos.

Sin embargo, la visión de Eneida era otra, porque desde siempre sintió el llamado de Euterpe, la diosa de la música que le traía en los vientos alisios los sonidos lejanos de un mundo por explorar. Y el llamado parece que era cuestión de familia, porque en esa misma aldea habitaba un familiar que haría historia: Francisco “Chico Purio” Ramírez.

Las condiciones sociales y culturales estaban dadas para que descollara una personalidad como la de ella. El violín estaba en su mejor época y el acordeón se abría paso con fuerza y terminaría dejando en segundo plano al primero de los instrumentos. Todo haría eclosión en la década del cuarenta, porque por esos años se abren paso figuras como Abraham Vergara, José de La Rosa Cedeño, Clímaco Batista, Artemio Córdoba y otros miembros de la pléyade de ejecutantes del aristocrático violín. Y como si ello fuera poco,  se crea, en el año 1949, el emblemático Festival Nacional de La Mejorana, evento que recogería en su seno la cultura popular.

La amistosa disputa musical se resolverá, como queda dicho, con los decisivos aportes de Rogelio “Gelo” Córdoba y Daniel Dorindo Cárdenas, como figuras cimeras del instrumento de pitos y fuelles. Por eso, Eneida, casi sin proponérselo, pasa de acompañar al violín a cantante del hegemónico instrumento de origen teutónico.

Podríamos decir que la Morenita de Purio supo leer los signos de los tiempos, o al menos no opuso resistencia a ellos, porque la saloma de los campos pasó de la ruralidad a un plano mayor para convertirse en identidad cultural istmeña. Ella realiza en la música lo que ejecuta Ofelia Hooper Polo con las cooperativas, dando el paso de la junta campesina a otra forma institucional y empresarial. En la misma medida que lo que observamos en la literatura con las sagas mitológicos o en los relatos de eso otro paisano suyo, Antonio Moscoso Barrera, con su Buchí del valle del Oria.

El legado musical de Eneida es tan impactante que aún las cantantes de conjuntos que acompañan al acordeón lo hacen al estilo de la pedasieña, olvidando que el estilo de su cantar no obedece a una moda, sino al registro vocal de una soprano. Sí, es tan valioso su aporte que el mismo puede analizarse desde diversos ángulos, no solo desde una perspectiva de género, sino como propio de alguien que de manera temprana promueve rupturas sociales desde el fondo de su garganta, como si se tratará del heraldo de la orejanidad.

La vida de Eneida Cedeño debiera ser conocida y valorada por las nuevas y viejas generaciones. En este centenario de su natalicio debemos recordarla, porque hasta los vientos alisios de la temporada permiten que su memoria renazca, para saludarla y agradecerle el don de haber nacido en la tierra del Canajagua.

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12/XII/2023

 


LA REBELIÓN ISTMEÑA

 


Durante décadas se veía venir la rebelión del pueblo panameño, la misma se había pronosticado al observar el deterioro de la cuestión socioeconómica y política, porque los indicadores parecían confirmarlo. En efecto, a raíz de ello una marea humana ha estado en las calles, algunas veces sin cabeza visible y aguijoneada por una furia incontenible.

El detonante ha sido el contrato minero, la forma antipatriota y cínica con la que se ejecutó, como si los políticos creyeran que esta tierra istmeña es su finca personal, como si los panameños fuéramos siervos de la Edad Media o estuviéramos obligados a pagarles el camarico de la época colonial.

La nuestra ha sido una protesta heterogénea con educadores, obreros, campesinos, trabajadores de la salud y otros sectores sociales. Hay una abigarrada multitud que se mueve al compás de tamboritos, consignas, marchas, discursos, banderas y una dolencia colectiva que no cesa; dolor de patria que se alimenta de redes sociales y del cinismo del presidente, ministros, diputados, dirigentes políticos y el silencio cómplice de quienes están llamados a defender la nación de la angurria minera y de la destrucción de bosques, fuentes de agua, fauna y todo lo que es parte integral de “Panamá la verde”, postal ambiental a la que hiciera alusión el poeta español Vicente Blasco Ibáñez  (1867-1928), en los años veinte de la pasada centuria, y que ha renacido, sin darse cuenta, en los cánticos de la protesta.

Lo que se observa es una profunda crisis institucional, un gobierno debilitado y en total descrédito, así como una población que cuestiona y reta a los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. En ese contexto los partidos políticos son organizaciones que igualmente están desacreditados, porque al decir de la voz popular “Aquí no hay donde colgar una chácara”.

Sin embargo, lo relevante estriba en comprender si la rebelión social logrará mantenerse en el tiempo, si podrá traducirse en un sistema organizado que sea capaz de atacar los problemas de la nación: corrupción, pobreza, es decir, enfrentar las asimetrías del desarrollo del Panamá campesino, indígena, profesional y de distribución inequitativa de la riqueza nacional.

Todas esas incógnitas comenzarán a despejarse en el próximo torneo electoral. Allí veremos realmente si toda esta explosión de descontento ha encontrado el cause que nos permita aseverar que, entre los meses de octubre y noviembre, se ha refundado la nación. Descubriremos si el panameño al fin se ha empoderado y ha decidido dejar de ser pasivo y renegar del poema de Demetrio Herrera Sevillano (“Panameño tú siempre responde sí”). O para decirlo en palabras del habla del panameño: “Esto no es más que llamarada de capullo”.

Pero cualesquiera sea la situación que viviremos, la experiencia gravitará en el inconsciente colectivo, como lo fue en los años sesenta del pasado siglo, la jornada libertaria de los estudiantes de aquellas calendas. Y como aconteció en esos tiempos, no lo olvidemos, el aprendizaje no sólo fue para el hombre llano, sino, también, para el grupo dominante que recompone su  hegemonía.

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23 noviembre 2023

ANA MERCEDES

Para Ana Mercedes en sus quince años.

Con todo el sentimiento de que soy capaz.

…Papín

Mi nieta, Ana Mercedes, lleva el nombre de santa Ana y el de mi madre. Ella simboliza muchas cosas en la familia: esperanza, cohesión social y la semilla que ha de fructificar en suelo abonado.

Nada me llena más que verla, desde aquellos tiempos que iba conmigo a comprar víveres, época cuando invariablemente traía para ella un libro de cuentos. Ese es un instante casi idílico en mi memoria; como verla jugar con Elián, nuestro perro ya difunto, o mirarla arribar corriendo para abrazarnos.

En algún momento, quizás por el influjo de Ana Cristina, su madre- me llamó Papín y desde entonces no hay abuelo sino Papín, siempre Papín, Papín por siempre. Nuestra complicidad nació al calor de los viajes matutinos al Colegio Agustiniano, así como de las conversaciones sobre temas que eran de su interés y que fluían de manera natural al runrún del automóvil o que se silenciaban cuando se quedaba dormida en el asiento trasero del carro.

Ella creció entre la histórica Villa de Los Santos y el embrujo de Guararé. Y a mi eso me enorgullece, porque también soy un poco fusión entre el grito libertario y el sonar de la mejorana. Ojalá como su madre Ana Cristina y su tío Antonio Miguel, sea portadora de esa herencia, porque en sus venas también corren genes de Dallys – su abuela- y la reciedumbre de los Castro reflejado en la efigie de Elieser, su padre.

Me hubiese gustado que fuera siempre párvula, la niña que transformó mi perspectiva del mundo, la que supo despertar la ternura y la sonrisa, así como las terquedades de ser imperfecto. Y ella logró meterme en su bolsillo, porque no conozca a nadie que haya sido tan diplomático como para solicitarme algo que necesita sin sentirme obligado a hacerlo y rendirme ante sus antojos.

Con una personalidad de ese tipo no se puede dejar de amar. Con esos silencios que hablan y con esos ojos que lo dicen todo. Ojalá nunca cambie, porque siempre fue así, con la capacidad innata de conquistar el mundo y de salir victoriosa de los conflictos de la interacción humana.

En este momento vive la encrucijada de los quince años, de ir alejándose de la niña y aproximarse a la adolescente que quiere ser adulta plena. Difícil este tiempo en la búsqueda de su propia personalidad, porque ya lo sabemos por experiencia propia. A veces miro a Ana Mercedes sin que ella se percate, y algo se despierta en mi interior, quizás el ser sobreprotector que quisiera alejarla de desengaños y problemas innecesarios, pero el hombre racional se impone para dejarla ser ella misma, porque errando también se aprende.

Junto a Ana Mercedes disfruto estos instantes de vida y sólo me queda una especie de congoja en el alma, a saber, que el Altísimo no haya permitido que sus bisabuelos, Mercedes y Alejandro, estén presente en este instante tan relevante y lleno de magia. Pero entonces vuelvo atrás y comprendo la inevitabilidad de lo inexorable y agradezco a nuestra patrona la Virgen de Las Mercedes, la dicha de compartir este momento tan especial.

En los quince años de mi nieta, confieso que soy un abuelo complaciente y que, tras la capa de seriedad, Ana Mercedes es la mejor y más brillante estrella de mi galaxia interior.

Bella Vista de Guararé, a 22 de noviembre de 2023.


12 octubre 2023

CARTA PARA PAULA

 

Acudo a usted con el corazón contrito, hoy día de la hispanidad y del encuentro de culturas. Le escribo desde esta península tan suya y a la que amó con cariño verdadero, usted que era tan chitreana, con esa cédula 7 que tenía y con la que hacíamos bromas, para ripostarme siempre: “7 bajo protesta”

Mire que yo quería escribirle de una manera más racional, pero algo interior me grita que ese no es el camino. Podría argumentar que fue pionera de la educación superior regional, pero siento que aquello no lo dice todo, porque en algún momento trabajé a su lado, junto a Néstor González Tello y Luis Carlos Innis Cedeño, para poder implementar la ley universitaria de 1981.

Un poco antes le había conocido en aquel saloncito que en el Colegio José Daniel Crespo cumplía las veces de oficina administrativa. Yo era entonces un muchacho lleno de sueños que aprendía a caminar por los senderos de la península de Pedro Goytía Meléndez y Ofelia Hooper Polo, Belisario Porras Barahona y la mítica Rufina Alfaro. Permanece en mi memoria ese primer día de labores cuando usted tuvo la gentileza de presentarme ante los diversos grupos a los que debía impartir lecciones.

Allí nació esta amistad y admiración, no exenta, a veces, de enfoques que variaban en la forma, más no en el fondo. Le confieso que siempre comprendí su proyecto universitario y viví, como otros, la carga emocional que ello supone. He revisado mis archivos personales y usted siempre aparece en la retina de la memoria, si me disculpa la metafórica expresión.

La recuerdo en los chalecitos contiguos al JDC en donde estuvimos por corto tiempo, antes que nos mudáramos al campus universitario el 6 de julio de 1984. Esos terrenos pelones que su visión y el trabajo colectivo convirtió en sitio lleno de árboles y flores, una especie de edén ambiental en plena capital provincial de Herrera.

Yo no sería justo con usted si no le menciono en esta misiva a Raquel, Diosa y Argelis, las fieles y eficientes administrativas que le acompañaron en sus andares universitarios. Todo ello es historia patria y bien que lo sabe. Sí, doña Paula, hasta esas intensas jaquecas que ocasionalmente padecía en la oficina de la dirección. Allí, con la luz apagada y la voz queda, conversábamos mientras superaba esos episodios ocasionales.

Disculpe que le recuerde estos pasajes que también son universitarios y que no aparecerán en los libros de texto, pero que hablan del amor al trabajo y de una vida dedicada a la luz de la enseñanza.

También quiero que sepa que estoy aquí, en el auditorio que antes fue el edificio de usos múltiples. Estamos rodeados de su gente, de los que conocen de sus avatares y de otros, que más neófitos, intuyen en sus mentes quién fue la mujer herrerana de la educación superior.

Ya escucho su voz diciéndome que no lo diga, que usted no es la mujer que describo. Y me va a perdonar, pero intento ser pregonero de la inteligencia regional, porque me gusta hacer justicia con los orejanos que se lo merecen, a los que como usted, comprenden que la juventud de nuestra zona necesita nuevos íconos, personajes a quienes admirar, gente de carne y hueso que aman y creen en la utopía, que no se cansan de remar contra las olas, porque saben que más adelante en la mar océano, hay un remanso de paz.

Mire, déjeme decirle que muchas cosas hablan de usted. El viejo estarcido en el que escribíamos El Orejano, lo recuerda, el boletín informativo de antaño. Y el rumor de juventud en la biblioteca y tantas otras estampas que se han quedado incrustadas en la secretaría y la cafetería, los salones y la brisa que acaricia los eucaliptos y los mece como en una hamaca invisible.

La universidad no son solo las notas, ni la cátedra bien o mal llevada, en el fondo es un proyecto de redención, la luz que disipa las sombras y la investigación que abre surcos y sabe sembrar en terreno fértil. Pero nada  es posible sin el buen timonel, sin la personalidad adecuada para el momento apropiado; porque en la universidad peninsular, que en entonces se iniciaba  usted llenó ese vacío. Con ese estilo tan suyo de nuclear a la gente en torno a un ideal.

Debo decirle que ahora estamos en una encrucijada, en la bifurcación entre el ayer y los retos contemporáneos. Miro hacia atrás y veo su universidad, la que se hizo de todas maneras y que transpiraba humanidad, calor humano y deseos de capacitar. La que ha de venir depende de las nuevas generaciones que ojalá estén a la altura de las circunstancias.

La miro yerta y por mi mente pasan muchos recuerdos de la educación superior que contribuyó a cimentar. Y en este instante cuando redacto esta misiva, sé que debo terminar y despedirme de Mary, como le llamaban los amigos más íntimos. Por eso me alegra que la hayamos recibido en su casa, en este campus que alguna vez llevará su nombre y en donde su presencia, la espiritual y verdadera, siempre se quedará. En este auditorio que dio cobijo a sus Juntas de Centro y a eventos cargados de emotividad y razón.

Comprenda que se quedará aquí, doña Paula, en este campus en donde ha de volar por siempre la paloma chitreana de nuestros campos, flor de muchos sueños y docente a quien dediqué, habrá treinta años, aquella prosa poesía que llamé “Los robles están floreciendo”, como un homenaje a sus ejecutorias de mujer proba y de docente visionaria.

Sé que en algún lugar ha de leer esta carta y sonreirá para sus adentros y será feliz al comprender el sentimiento que comparto con los docentes, los administrativos y los estudiantes. Reciba nuestro abrazo y la certeza de que su proyecto universitario no morirá, porque las cosas buenas, de gentes buenas, iluminan nuestra campiña con el amarillo intenso del guayacán, la terquedad del río La Villa, los gorjeos de la capisucia y el legado de sus acciones.

Me despido de Usted, Paula Antonia, con la satisfacción de haber compartido un retazo de su vida y, como si fuera poco, de ser testigo de la mujer que abandona su vestido terrenal para convertirse en la inspiración y fuerza motriz de los que han de venir.

 

Hasta siempre, Paula.

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12/X/2023


05 octubre 2023

LA MEJORANA, FESTIVAL PIONERO EN AMÉRICA LATINA

 


En esta reflexión no haré una apología del Festival Nacional de La Mejorana, porque el evento no la necesita, tan enraizado está en la conciencia del istmeño. La fiesta de la tradición creada por Manuel F. Zárate nace a mediados del siglo XX, montada a caballo entre la modernidad y la sociedad campesina que heredó de los siglos precedentes.

1949 es el año en que aparece, justo cuando en América Latina crece la preocupación por la desaparición de las tradiciones y la sociedad se ve sometida a todo tipo de cambios sociales y culturales; época, también, preñada de nostalgias por lo que fue y está dejando de ser.

El festival guarareño es consecuencia de ese conjunto de innovaciones, ubicado en la península de Azuero, zona istmeña que responde al perfil colectivo de la ruralidad, al mismo tiempo que experimenta un intento estatal por incorporarla y se produce la apertura regional a nuevos vientos de renovación cultural.

Desde entonces el festival folklórico es un Quijote que lucha contra los molinos de viento de la alienación. Hoy existen muchas festividades, las que pregonan la defensa del folklore; demasiados diría yo, porque en cualquier esquina se monta un evento que afirma ser tradicional y folklórico. Lo cierto es que La Mejorana fue y sigue siendo la matriz de todos ellos y aún intenta flamear -con la fuerza que las circunstancias le permiten- la bandera de la identidad istmeña.

Lo relevante estriba en comprender que en el poblado santeño se institucionaliza la fiesta folklórica y surge la organización que carga sobre sus espaldas tamaña responsabilidad social. Desde entonces la promesa que se hizo en el parque Bibiana Pérez se ha cumplido a rajatabla. Y tal vez aquellos pioneros, al hacerlo, no se percataron que estaban marcando un hito en los festejos que de este tipo se realizaban en América Latina; porque casi todos ellos datan de los años cincuenta y sesenta de la pasada centuria. Tales los casos, por ejemplo, del Festival del Malambo (1967, Córdoba, Argentina), Festival de La Chacarera (1971, Santiago del Estero, Argentina), Festival Folklórico de Ibagué (1959, Colombia), Festival de la Leyenda Vallenata (1967, Valledupar, Colombia), entre otros.

Existen dos méritos de la fiesta de Manuel y Dora. El primero radica en el empeño por valorar nuestras tradiciones en una época en la que lo campesino era visto con desdén. Por aquellos tiempos era un estigma social el haber nacido en el campo, entre sabanas y bosques, acaso porque desde el siglo XVI, con el arribo de los hispánicos, la cultura europea estaba centraba en lo urbano -la ciudad, el pueblo, la villa- y residir en el monte era símbolo de atraso, propio de seres montaraces u orejanos como se dirá por aquellas calendas.

En Guararé no sólo se conmemora el folklore istmeño, en el fondo el Festival de La Mejorana es un acto de rebeldía política. El pueblo se toma las calles y se libera de la añeja creencia de que tales manifestaciones folklóricas eran la expresión de arcaísmo social, como queda dicho, algo que necesariamente tenía que desaparecer ante una deseada modernidad. En este pueblo santeño lo campesino exorciza los demonios que por siglos le persiguieron y sale a celebrar la maravilla de su cultura mestiza.

Lo otro, lo segundo, es haber contagiado al país de esa visión del Panamá rural que rompe con el centralismo asentado en la zona de tránsito, que pretende imponer al resto de la nación su visión fenicia del mundo. Y no es casual que para la misma época la república sienta la presencia de otros grupos que reclaman los beneficios del desarrollo. Es decir, en Guararé se funden cultura y política, en el más noble sentido de los vocablos.

Como observa el caro lector, el Festival Nacional de La Mejorana, el más relevante de los eventos folklóricos del Istmo, no sólo revaloriza la cultura nacional y se constituye en portaestandarte de las expresiones vernáculas de los panameños, también nos confiere el honor de haber marcado pautas en América Latina, como zapador de las manifestaciones vernáculas de nuestras sociedades.

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4/VII/2023

 

 

 

 

 

 


10 septiembre 2023

EN EL HOMENAJE A DAVID VERGARA GARCÍA

 


David Vergara García es un hombre probo, de los guarareños que han visto en el doctor Manuel Fernando Zárate un personaje a emular. No hace falta hablar mucho sobre Vergara García porque las ejecutorias son su carta de presentación. Nacido en La Enea de Guararé, villorrio marinero ubicado en las proximidades de la ría que hemos dado en llamar puerto de Guararé, siente un profundo amor por su tierra natal, al punto que ya lleva libros y artículos publicados sobre la zona en la que moran las familias Vergara, García, Saavedra, Bustamante y tantos otros apellidos que hablan de orgullo patrio, laboriosidad, emprendimiento y valores arraigados en el cogollo del corazón.

El eneense ha sabido ser orejano, en el pleno sentido de lo que el vocablo porrista significa. Hombre de extracción campesina que en los tiempos actuales se hace profesional sin tirar en saco roto la rica herencia de los antepasados, ni renunciar a las esencias lugareñas que se nutren de vientos cargados de salinidad, así como de los ecos que retumban por la llanería cuando el badajo de la campana del templo a don Bosco llama a la oración o al postrer adiós de un paisano.

Yo pienso, sinceramente, y lo creo con la certeza de conocerle, que La Enea ha de sentirse satisfecha con este personaje suyo, hijo de Ernestina García Cedeño -en su momento cantante de tamboritos- y el padre David Vergara Díaz, agricultor de los de antaño, acostumbrado a enfrentar los desafíos que entraña hacer producir la tierra en esta península tan nuestra.

Ya afirmaba que las ejecutorias son muchas, y en la ruta del camino correcto. El amigo David es un hombre de carácter, pero no de aquellos que piensan que quien más grita es quien mejor piensa. Lo sostengo, porque le he visto defender la cultura santeña, cuando algunos quieren convertir nuestro folklor en un comodín de intereses personales. A lo mejor por ello estudio folklor, luego de su formación en relaciones internacionales, profesión que abrazó en la Universidad de Panamá. Porque de eso se trata, de poder hablar con propiedad, más allá de la opinión emocional y carente de profundidad analítica.

El guarareño siempre ha sido un puntal valioso en el apoyo a la cultura, especialmente en la realización del Festival Nacional de La Mejorana, al punto que su voz en el estrado, durante los días del festival, está asociada al evento, tal y como lo fueron en su momento las de David Iturralde y Doris Saavedra, educadores desaparecidos.

Hay una vocación docente en el santeño que es responsable de una cátedra universitaria en la Casa de Méndez Pereira. Comprende que el conocimiento no tiene sentido cuando se guarda como prenda, o cuando se luce para fomentar distancias sociales y dárselas de “café con leche”, como acertadamente afirma nuestra gente de pueblo. Esto significa que existe un compromiso ético y hasta complicidad con el estrato social del que se proviene.

Davicito, como le llaman sus amigos, también es cooperativista, porque no podría ser de otra manera en una sociedad como la nuestra que ha hecho de la junta, una filosofía e ideal de vida. Ser cooperativista es su orgullo, como el pertenecer a la Cooperativa de Servicios Integrales José del Carmen Domínguez R. L., organización en la que ha sido varias veces directivo.

Todo esto nos va perfilando la personalidad del hombre que mora en las sabanas de la vertiente oriental de la península de Azuero. En esas llanerías que han visto vivir a tantas generaciones de santeños y herreranos. Y Vergara García vive el santeñismo, ese estilo y forma de ser que ha marcado la vida del Istmo y que tantas glorias nos ha hecho sentir. Hablando con él deduzco que vive, en su alma interior, la congoja que distingue a las mentalidades que son capaces de experimentar un mundo que los impele a trascender el sentido común; a aspirar a más, a descubrir recodos ignotos que impregnan el cerebro y empujan hacia realizaciones colectivas, comunales, de sentido social.

Ya lo dijo el filósofo español José Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias”. Y las circunstancias de David Vergara García son las propias de su entorno, la riqueza de su familia, la fortuna de haber nacido en La Enea, la formación intelectual que se ha dado y el compromiso de estar al lado de su gente, con su pueblo y con sus amigos.

Podemos decir con él que estamos contentos de lo que miramos en derredor, porque destinar la vida al bien común es uno de los mayores logros a que puede aspirar el ser peninsular. Ser consecuentes con la herencia de los antepasados es comprender el legado de los que nos antecedieron, aunque atalayando el futuro; es trascender lo efímero y banal de lo carnal para ascender a los estadios de lo espiritual.

De lo dicho se colige que la gente que no traiciona al país y su gente merece el respeto comunitario, la valoración de quienes moramos en esta península digna de mejor suerte. Por eso la comunidad le reconoce los méritos a este santeño, le da una palmada en el hombro y le dice “Bien, David, usted es uno de los nuestros”.

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En las faldas de cerro El Barco, Villa de Los Santos a 4 de septiembre de 2023

 

 

 


01 septiembre 2023

BELLA VISTA Y EL FANTASMA DEL PUENTECITO

 


Antes, cuando la vía que comunicaba a la cabecera de Guararé con el villorrio denominado El Potrero, el mismo que desde los años 30 del siglo XX dio en llamarse Bella Vista, el camino era lodoso en invierno y polvoriento durante el estío peninsular. Y ni qué decir de la vía principal de la aldea, así como de la ausencia de fluido eléctrico en el camino que conducía a La Enea.
Pues bien, en unas condiciones tales se produce el despertar de la población y soplan vientos de renovación, los que se hacen más evidentes en la década del cincuenta, cuando surge la Cooperativa de Ahorros y Créditos José del Carmen Domínguez R.L. y las asociaciones comunales emprenden acciones que transforman el caserío. Justamente por ello, el mecánico y músico Horacio “Lacho” González compone, el 21 de mayo de 1956, aquella pieza que denominó “Bella Vista en adelanto”
Se comprende que en tal coyuntura histórica la población fuera presa de las supersticiones y afirmara que existían fantasmas, duendes, brujas y todo tipo de abusiones. Uno de estos fenómenos, propios del folklore, tuvo lugar cerca del alambique de la familia Campodónico, más precisamente en un puentecito en el ya mencionado camino real entre Bella Vista y Guararé, estructura que aún se encuentra próxima al cerro de Los Chivos, sitio en donde para tales calendas se construyó el tanque del acueducto.
En las noches el camino era una boca de lobo, oscuro y con misteriosos sonidos de animales. Transitar en horas nocturnas era toda una proeza porque se afirmaba que en esa zona aparecía un fantasma. A veces se decía que era una especie de manta blanca, como una nube que perseguía a los transeúntes; en otras ocasiones se aseveraba que tenía figura de hombre dispuesto a atrapar a quienes osaban apersonarse a su tierra.
Los parroquianos afirmaban que vivieron momentos de terror y que ellos habían sido víctimas de ese ser demoníaco. Por ese motivo tales relatos incitaban la imaginación de los niños de aquellos años. Lo cierto es que, hacia los años setenta, el misterioso personaje había desaparecido, al punto que las nuevas generaciones casi nunca han oído hablar del fantasma del puentecito, acaso porque lo mató la luz eléctrica y la educación le obligó a habitar otros parajes, distante del Bella Vista de mi infancia despreocupada y feliz.
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24/VIII/2023


14 agosto 2023

MÁS ALLÁ DE LA MUERTE DE CEFERINO

 

Ceferino es el nombre y Nieto el apellido, aunque la nominación hace referencia al viento, al céfiro y más específicamente al “viento del oeste”. Y tal parece, que en el caso del hombre nacido en Las Flores de Pesé, se cumple la premonición, porque al occidente de la ciudad de Panamá soplaron vientos musicales, del violín y el acordeón.

Lo demás es conocido, porque Ceferino Nieto forma parte de la pléyade de acordeones que exhalan y rugen desde mediados del siglo XX. Allí están Gelo y Dorindo que son la cumbre del instrumento de los pitos y fuelles.

El peseense es importante no solo por su música, sino por la coyuntura histórica en que nace, cuando la cultura orejana -visto como inservible cosa de pueblo- se levanta de su ostracismo cultural y pregona su validez.

Rogelio “Gelo” Córdoba, Daniel Dorindo Cárdenas y Ceferino Nieto De Frías, constituyen la trilogía de los acordeones del Istmo. Los tres suman casi una centuria de caminos musicales del acordeón. Me refiero al instrumento cuando este se institucionaliza y expande.

Tales panameños son los referentes, los músicos con quienes la cultura popular deja de morar en las sombras y asume su resplandeciente rostro de luz. Los tres, sin darse cuenta, son el fruto de las transformaciones de los campos panameños; constituyen clarinadas de los cerros, bosques, ríos y aldeas.

La historia musical de don Ceferino debemos ubicarla en su verdadero contexto, para que los músicos que han venido después comprendan las raíces de donde provienen y no pisoteen, sin quererlo, la cultura musical que están en la obligación de preservar, más allá de la rentabilidad económica del empresario de fiestas.

Lamentar la muerte de Ceferino es la expresión del sentimiento, lo retador estriba en comprender su música como parte de un proyecto musical inconcluso. Esa música que no puede evitar el influjo de otras culturas, pero que debe mantener el sello de lo nuestro, el fortalecimiento de nuestra identidad.

Una flor para Ceferino y un viejo acordeón renovado sobre la tumba del peseense.

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13 agosto 2023

LA PRESENCIA CHINA EN AZUERO


La presencia asiática en las provincias de Herrera y Los Santos, y más específicamente china, es de vieja data. Se remonta a mediados del siglo XIX cuando se construye el ferrocarril transístmico, luego se incrementa con el intento de construcción de canal francés y, más adelante, con el canal interoceánico que hicieron posible los estadounidenses.

Los descendientes de Confucio forman parte del flujo de migrantes que incluyeron, también, a italianos, alemanes, españoles y otras nacionalidades. Sin embargo, vale aclarar que esa presencia nunca fue masiva, y al poco tiempo terminó por ser asimilada a la cultura peninsular.

Desde el punto de vista económico, durante aquellas calendas la actividad comercial china se centraba en la existencia de tiendas de abarrotes. Por este motivo lo “chino” aparecía como algo externo a la cultura nativa, como una rareza, como exotismo propio del antiguo Catay. Y, además, porque en esta primera oleada los asiáticos vestían y eran físicamente diferentes, aparte de tener habla, pronunciación peculiar y escaso dominio del español.

No es casual que a lo largo del siglo XX la literatura regional, particularmente en las novelas, aparezcan relatos sobre chinos. Igual acontece con chistes y dichos populares en los que se recoge el influjo de la indicada cultura; porque hasta en la música interpretada con acordeones hay referencia a personajes del grupo asiático. Por este motivo en los pueblos azuerenses se habla de “la tienda del chino…”, para diferenciarla de las otras, que eran mayoritariamente propias del hombre nacido en la zona.

La historia de la presencia china en la región peninsular puede ser clasificada en dos momentos; el que ya hemos esbozados en breves y salteadas pincelas, que comprende la segunda mitad del siglo XIX y se extiende hasta la vigésima centuria. La segunda oleada es más reciente y prácticamente se inicia con el siglo XXI. Esta es otra modalidad, caracterizada por la presencia masiva de asiáticos en todos los pueblos de la península de Azuero. A diferencia de la anterior, parece responder a una planificación por parte de algún ente foráneo cuyos propósitos rebasan el evento comercial propiamente dicho.

Nos percatamos que, además de ser masiva, cuenta con financiamiento, porque de otra manera no se explica la expansión de centros comerciales, que ya no corresponden solo a la típica tienda de abarrotes, sino que involucra a estaciones de gasolina, restaurantes, ferreterías, venta de repuestos, construcción y hasta actividades agrícolas y ganaderas.

En poco tiempo el influjo comercial chino se está apoderando de la economía de la región, a tal grado que el comerciante nativo no puede competir con el hegemónico control asiático. Sin caer en visiones xenófobas o de índice discriminativo -porque no faltará la mente desprevenida que quiera ver en estas notas tal propósito e intención- la verdad es que el tema necesita ser abordado de manera científica, porque los hechos constatados van más allá del tópico comercial e implican transformaciones en la cuestión social y cultural, así como en la propia composición étnica y estructura de poder del hombre que mora en el Canajagua.

Podría argumentarse que la inversión asiática representa una inyección económica a la maltrecha economía peninsular y hasta plantearse la generación de empleo, pero este no es el punto central del fenómeno, sino el desplazamiento de aquellos paisanos que por medio milenio construyeron la zona y que ahora, ante la ausencia de una política estatal al respecto, han quedado a la merced de la voracidad del capital y miran desde la barrera a otros grupos humanos que se apoderan de la plaza.

En tiempos de globalización tal parece ser la secuela de abrir los mercados bajo el argumento de la competitividad y la atracción de capital foráneo -porque no negamos que tal apertura tiene que darse en la época contemporánea- pero no al extremo de desproteger a la gente que mora más allá del puente de Las Américas.

Lo que estamos viendo en la región de Azuero ha sobrepasado los límites de la tolerancia y se constituye en un abuso por parte del grupo humano al que la región ha abierto los brazos, porque se puede ser hospitalario, pero no al extremo de entregar la casa al visitante, quedar convertido en cliente y renunciar al derecho a ser empresario o a trazar su propio destino.

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14/VIII/2023