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27 septiembre 2024

EL FESTIVAL EN LA ENCRUCIJADA

 

 

La conmemoración del 75 aniversario del Festival Nacional de La Mejorana se constituye en ocasión oportuna para reflexionar sobre los orígenes del evento, así como sobre la validez de la teoría del folklore y las tareas que quedan pendientes en la convulsa época en que vivimos.

Las cuartillas que a continuación desarrollo forman parte de la inquietud que suscita el estado de la cuestión que nos ocupa. Así lo creo, porque luego de tres cuartos de siglo, los tiempos no son iguales ni el llamado hombre folk es el mismo que el existente en 1949, cuando el ingeniero químico Manuel Fernando Zárate y su consorte, la profesora de español Dora Pérez Moreno, se constituyen en los intelectuales que conciben el evento para rescatar y valorar las expresiones vernáculas de la República de Panamá.

Es el deseo del escribiente que lo aquí expuesto contribuya a generar un sano debate sobre la razón de ser del festejo, el hecho folklórico, la teoría en la que se sustenta y la comprensión sobre las tareas aún inconclusas.

a. América Latina, nuevos tiempos, viejas tradiciones

En la época que nos ocupa, en diversos planos de la vida social latinoamericana, se experimenta el renacer de un mundo nuevo y los países no sólo sienten el influjo de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, sino el arribo de nuevas ideologías; más allá de la ideas conservadoras y liberales que fueron producto de la Europa de la Revolución Industrial, así como del coloso de norte que izaba la bandera del sistema democrático y la economía de mercado.

En lo que a este tópico concierne, lo relevante estriba en el impacto de un modelo económico que se expande con fuerza, junto al influjo del idioma inglés y una propuesta cultural exógena que erosionaba las bases de la sociedad.

En efecto, otros gustos musicales, de vestuarios y gastronomía intentan enseñorearse sobre el país y las regiones interioranas, las que ya experimentan las consecuencias del sistema educativo primario, la construcción de carreteras y el mejoramiento relativo del sistema sanitario.

A mediados de la vigésima centuria las naciones han roto las fronteras no sólo geográficas, sino culturales. Los intercambios son cada día mayores y la tradición retrocede en lo vernáculo, aparte de que una nueva generación realiza estudios en

universidades nacionales y extranjeras. Ese encuentro, entre lo viejo y lo nuevo, permite medir lo que tenemos versus el adelanto tecnológico de las principales capitales de Europa e incluso de lo algunos países latinoamericanos. También es el momento de asumir nuevos objetos de estudio, como en el caso de la folklorología, sociología, antropología y etnología, para indicar algunas noveles ciencias sociales.

En síntesis, estamos pariendo una nueva sociedad que anuncia con sus ayes el arribo de transformaciones, en algunos casos provechosas, y, en otras dolorosamente lesionadoras de la cultura nativa.

b. La península en la encrucijada1

En la bifurcación de ese mundo cambian se te desempeña Panamá y dentro de ella la Península de Azuero. Todavía a mediados del siglo XX las provincias de Herrera y Los Santos continúan siendo un mundo agrario con capitales provinciales que lucen un urbanismo incipiente, así como una educación, que en la fecha del festival guarareño, se hace presente a nivel primario y secundario, porque la formación superior sólo fue posible a partir del año 1959, es decir, diez años luego del primer festival nacional.2

Para aquellas calendas aún el Estado intenta forjar el mercado interno, con tímidas instituciones que no logran su verdadero cometido, porque los gobiernos de antaño no han establecido políticas de Estado encaminadas al desarrollo agropecuario.

En el plano organizativo los sistemas creados son más el fruto de iniciativas privadas, como en el caso de la Federación de Sociedades Santeñas, un grupo que demanda mayor atención por parte de los sucesivos gobiernos republicanos que continúan deslumbrados por la obra canalera.

Precisamente, uno de tales líderes nacido en el área, el doctor Francisco Samaniego (1911-1962), resume la tragedia interiorana en certero pensamiento: “Nuestros políticos se han llenado las pupilas con la imponencia de la obra canalera, y no ven el mundo que está más allá. El Canal dejará de ser una fatalidad cuando pueda llegar a sus márgenes un interior debidamente disciplinado”. Para añadir en otro apartado: “Tenemos que despertar una nueva conciencia interiorana”3

Momento trascendente el de mediados del siglo XX, en el que se reemplazan los refrescos naturales por las gaseosas carbonatadas, la casa de quincha por el chalet, los nombres grecolatinos y hebreos por otros menos tradicionales, el telégrafo por la radio, el itálico violín por el acordeón alemán, así como la mejorana por la guitarra española.

En síntesis, nuestros paisanos comienzan a dejar de llamarse Juana y Pedro por los más encantadores de John y Elizabeth, porque como se dirá décadas después, aquello es más pretty y moderno. Tal como se puede constatar en los libros de bautismo que reposan en los archi¡”s parroquiales, en esas páginas que marcan cual reloj histórico los años 30 de la pasada centuria.4

c. Un pueblo llamado Guararé

A mediados del siglo XX Guararé era otro poblado interiorano distante 275 kilómetros al oeste de la ciudad de Panamá. Y al igual que los demás, vivía inmerso en las añejas tradiciones que heredó de la era colonial. Cierto que ya la república era independiente y que algunas novedades se pintaban en el horizonte, las que amenazaban con barrer la cultura orejana que Belisario Porras Barahona describe, en el año 1881, en el famoso opúsculo que publica en el bogotano Papel Periódico Ilustrado de 1882.5

Sin embargo, detrás de la aparente vida bucólica, existían sectores que se abrían a los cambios sociales, económicos y culturales. Entre esa novel muchachada estaba un joven maestro que venía sembrando nuevas ideas. Me refiero a Manuel Fernando de Las Mercedes Zárate, que ya impactaba a la comunidad en los años veinte del siglo vigésimo.6

Aunque debemos precisar que, en Guararé, antes de tales inquietudes, el 10 de noviembre de 1903 el Consejo Municipal se adhiere a la separación de Panamá de Colombia. Es más, mucho antes, en el año 1869, se creó la Parroquia de la Virgen de Las Mercedes y en 1880 Guararé se convierte en distrito parroquial. Igualmente, en la década del veinte, sobre la vieja plaza se construye el parque que luego daría en llamarse Bibiana Pérez.7

La vida social y cultural logra activarse gracias al empuje de los educadores, entre los cuales se encuentra el Padre del Folklore Nacional, como queda dicho, quien estimula el intercambio de maestros en encuentros periódicos entre ellos, además de incursionar como escritor en el semanario chitreano El Eco Herrerano. 8

 

d. La propuesta del Festival

En una localidad como la que he esbozado, los esposos Zárate proponen la creación del festival folklórico. El mismo es un maridaje entre fiesta vernácula, costumbres religiosas y organización popular. Y en ese proyecto hay el deseo de reivindicar al hombre popular e istmeño que por más de cuatrocientos años venía morando a la vera de la zona transitista; porque, aunque no lo admitan los fundadores, el hecho folklórico encarna, en el plano político, la voz del hombre del campo, el mismo al que llamaron orejano, buchí, despectivamente campesino, patirrajao, cholo y demás vocablos de la discriminación social.

Por eso, por más de 75 años el festival ha sido el entarimado de la patria orgullosa y adolorida, el sitio por antonomasia para cantar, bailar, salomar, ser reina vernácula, lugar de la tauromaquia campesina e ícono religioso de la Virgen de Las Mercedes.

En síntesis, el ágora en la que lo sacro y lo profano se mezclan, como si se tratase de una proyección histórica de la cultura grecorromana que en Guararé encuentra puerta abierta para su expresión más excelsa. Por eso he planteado en otro momento, emulando a Federico García Lorca en uno de sus sobresalientes y lúcidos ensayos: “Guararé tiene duende”, a lo mejor porque el hombre mestizo peninsular debe mucho al encanto de lo hispánico.9

Lo bonito del festival en que la propuesta, si bien es concebida por los esposos Zarate en su forma organizativa, en el fondo responde al querer del núcleo campesino que encuentra en el liderazgo de la gente asentada en la zona urbana, en la añeja ágora griega, en la plaza, la convocatoria para que tales saberes encuentren el cauce propicio. En Guararé vuelve a renacer y tomar fuerza la institución democrática del cabildo abierto, la que tiene como fundamento político la consulta popular, que en la Tierra de La Mejorana se hace posible el 24 de julio de 1949, apenas dos meses antes del primer festival folklórico.10

En este sentido hay que comprender que los fundadores asumen el ícono cultural – la mejorana campesina- como emblema de la panameñidad, porque al mismo tiempo que se honra el instrumento, se enaltece la cultura panameña y se pregona a los cuatro vientos el orgullo patrio que se mira mancillado por la presencia de intereses geopolíticos y culturales que erosionan la base social del panameño.

e. La teoría folklórica

La argamasa que une las raizales expresiones de la panameñidad se sustenta en el hecho folklórico, en el intento de teorizar sobre la naturaleza de éste, en permitir y encontrar la razón de ser de la festividad y del país. Por eso lo de Guararé es un hito fundamental para que la folklorología tenga, además de un objeto de estudio in situ, un entarimado para concentrar en un solo lugar lo más distinguido de la cultura popular del Istmo.

Los esposos Zárate, sin estudios formales en la ciencia que fundara el británico William John Thomas (1803-1885), superan con creces esa limitación para aportar al estudio de la novel ciencia. Don Manuel, por ejemplo, recoge tales aportes en un trabajo que denominó BREVIARIO DEL FOKLORE y que publicó en el año 1958. Doña Dora, más longeva que él, publica hasta finales del siglo XX y continúa asesorando al festival hasta antes de fallecer al inicio del siglo XXI.

En este punto conviene tener presente que las contribuciones de algunos que les precedieron y otros que continuaron lo hacen – o así lo pretenden- sustentando sus aportes en una teoría de tiempos que han visto menguado algunos de sus fundamentos. Quiero decir con ello, que parten de una concepción en la que se concibe al hecho folklórico ligado a la existencia de una sociedad rural y tradicional. Porque es evidente que la teoría que surge del británico y Padre del Folklore, y que logra sistematizarse a lo largo de la segunda mitad de la nonagésima centuria, así como en la vigésima, parte de la existencia de la industrialización europea y el impacto que esta nueva expresión socioeconómica produce en las tradiciones y usos colectivos de la vieja Europa, así como del sistema colonial latinoamericano.

Debemos tener presente que la sociedad ligada a los hechos sociales en los que se sustentaron aquellos fundamentos del folklore como ciencia, no se han mantenido incólumes y se han visto sometidos al torbellino, o más bien, al huracán de la era contemporánea. De modo que arribamos al hecho cierto que, por ejemplo, la tradicional concepción del hombre folk no encuentra su revés de la moneda en la sociedad moderna, mundialista y tecnológica de la era contemporánea.

Porque, así como lo campesino y u¡”ano han variado, resulta problemático utilizar un basamento teórico que defina lo folklórico en tiempos de globalización. Y, en consecuencia, lo que se deriva de todo lo planteado, es la necesidad de volver a teorizar lo folklórico para que logre redefinir la contemporánea concepción del folklore.

f. La Mejorana, entre la rumba y el TikTok

Este dilema aún no resuelto es lo que se vive en la calle, la plaza y los entarimados del Festival Nacional de La Mejorana, la fiesta por excelencia del folklore panameño. Y encontramos los que conciben la tradición desde una visión más conservadora, apegados a la teoría tradicional, y aquellos que responden a los aires de renovación, la que en su perspectiva más depredadora se torna fenicia y complaciente.

No cabe duda de que lo que acontece rebasa con creces lo que puedan pensar quienes se agitan en la defensa del hecho folklórico, porque responde a factores de poder que están más allá de los intereses de los amantes de folklore. En el fondo se trata de un problema político, entendiendo el vocablo en el sentido noble al que se refería Aristóteles, es decir, de hombre que mora en sociedad y que por tal motivo se torna gregario, viviendo en la polis y discutiendo en el ágora.

De lo dicho se desprende la necesidad de discutir la naturaleza del folklor contemporáneo, si es que acaso puede llamarse así. Todo ello es urgente, antes de que los aspectos estructurales y culturales de nuestra sociedad nacional terminen siendo un triste remedo y remiendo cultural de otras latitudes.

Mientras tanto, la imagen primigenia de la festividad se ha ido desdibujando en la conciencia del público, el que no pocas veces acude a la Tierra del Chucu Chuco para pasar un buen momento, un poco despreocupadamente alejado de la filosofía que inspiró a los fundadores. Y no se trata sólo de este grupo, sino muchas veces del sector empresarial que lo mira como un evento para promocionar y vender sus productos.

Tales limitaciones no son únicamente un fenómeno social y cultural de Guararé, sino que se extiende por el resto de los países de América Latina que experimentan en carne propia las transformaciones que erosionan la tradicional conciencia e identidad cultural.

Conclusiones

De lo dicho se colige, que un evento cultural como el Festival de La Mejorana en Guararé es un producto proteiforme, que no puede concebirse como algo inamovible, porque ya sabemos que un rasgo definitorio del folklore es el carácter plástico.

Los 75 años pesan en el evento, porque los cambios sociales y culturales no han pasado en vano y en esos tres cuartos de siglo las transformaciones han alcanzado diversas facetas sociales y culturales, entre ellas las atinentes al llamado folklore que vivieron Dora y Manuel Zárate. Lo más relevante y preocupante es percatarse que el sujeto folk de los años cuarenta hasta setenta de la pasada centuria, apenas si existe.

Por ello el Patronato del Festival de La Mejorana, organización que lo hace posible, carece de los mecanismos y el poder político para revertir este fenómeno de la globalización contemporánea; situación que nos conduce a pensar que su rescate y conservación pasa necesariamente por la definición de una política de Estado, la que partiendo de una visión cabal de lo que acaece, redireccione hasta donde sea posible la deformante adulteración de la cultura nacional.

El festival guarareño, que se ha constituido en la fiesta de la tradición istmeña por excelencia, necesita que el Estado asuma la responsabilidad que le corresponde, más allá del aporte financiero, para que, acompañado por un renovado sistema educativo, la identidad cultural panameña ocupe el sitial que le corresponde en el concierto de las naciones civilizadas.

Durante tres cuartos de siglo las organizaciones guarareñas han cargado sobre sus hombros casi todo el peso del festival, y lo han hecho responsablemente, dentro de las condiciones existentes y ya es hora de que ese esfuerzo se vea recompensado. Y la mayor de las recompensas nacionales radica en lograr que La Mejorana continúe siendo la cara vernácula de un país multiétnico como Panamá.

Para decirlo de manera diáfana, sin olvidar la primigenia filosofía del Festival de La Mejorana, los panameños debemos comprender la verdadera y liberadora trascendencia del evento folklórico, la necesidad de reinventarlo y, sobre todo, defender sus esencias, porque dejarlo a la deriva y permitir que desaparezca, sería tanto como infringir una puñalada trapera al corazón de la patria.

 

 

CITAS

 

[1] Para una visión integral sobre la región de Azuero, el lector puede visitar www.sociologiadeazuero.net . Allí encontrará una variedad de tópicos, todos ellos referentes a la zona, que contribuirán a fortalecer la perspectiva que tiene sobre el hombre que mora en esta sección del país.

2 Pinzón Rodríguez, Milcíades. LA INSTRUCCIÓN PÚBLICA EN AZUERO. Chitré: 1992, 84 págs.

3 Pinzón Rodríguez, Milcíades. “Vida e ideario del Dr. Francisco Samaniego”, en ÁGORA DE AZUERO. Año 7 # 181, 15/VI/1998.

4 El tema puede leerse en la siguiente publicación del autor: EL HOMBRE Y LA CULTURA DE AZUERO. Chitré: Imprenta Crisol S.A., 1990, 47 págs. De fecha más reciente puede consultarse: CON LAS CUTARRAS PUESTAS. Panamá: Imprenta Universitaria, 2002, 301 págs.

5 Porras Barahona, Belisario. EL OREJANO. Panamá: Imprenta Universitaria, 2021, 45 págs.

6 Pinzón Rodríguez, Milcíades. “Guararé en la segunda década del siglo XX”, en la página web SOCIOLOGÍADEAZUERO.NET.

7 Pinzón Rodríguez, Milcíades. APUNTES HISTÓRICOS: PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE LAS MERCEDES (GUARARÉ, 1869-2010). Villa de Los Santos: Imprenta Any S.A., 2016, 39 págs.

8 En ocasión de conmemorarse el primer centenario del natalicio del ilustre guarareño, parte relevante del aporte de los esposos Zárate ha sido recogida en la publicación del Círculo de Escritores de Azuero, Ver: REVISTA CULTURAL DEL CÍRCULO DE ESCRITORES DE AZUERO, Chitré: Impresora Crisol, 1999, 139 páginas.

9 Pinzón Rodríguez, Milcíades. “Guararé tiene duende”, en REVISTA LA MEJORANA

10 Pinzón Rodríguez, Milcíades. “El cabildo cultural de Guararé”, en ÁGORA Y TOTUMA, año 24, # 336, 25/VII/2019.

 

 

 

 

23 septiembre 2024

EL DOCUMENTAL DE LA FUNDACIÓN BELISARIO PORRAS

 

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Sobre la fructífera vida del doctor Belisario Porras Barahona Cavero De León se han escrito muchas cosas, algunas muy certeras, otras difamatorias, como corresponde a los grandes estadistas, porque no se puede ser Lucero del Sur sin que a alguien le moleste la luz del astro que desde el firmamento ilumina la noche y resplandece en la madrugada.

Lo cierto es que el muchacho nacido el 27 de noviembre de 1856 vino al mundo para dejar huellas en la nación panameña. Y tenemos que imaginarnos a Las Tablas de aquellas calendas, que no era otra cosa que una pequeña aldea en el escenario de la sabana antropógena que ha descrito Demetrio Porras Juárez y el también tableño Sergio González Ruiz.

Eran tiempos difíciles los de mediados del siglo XIX, cuando ha concluido el Ferrocarril Transístmico, acontece el Incidente de La Tajada de Sandía y los campesinos, junto a Pedro Goytía Meléndez (Padre del Liberalismo Peninsular) se sublevan por la imposición de impuestos, mientras el Dr. Justo Arosemena disuelve la Provincia de Azuero, que apenas tenía 5 años de existencia, ya que había sido creada el 8 de abril de 1850.

La cruda realidad del enfrentamiento entre liberales y conservadores se toma el país y sus aletazos golpean la dormilona existencia de la que será, en el siglo XX, la capital provincial santeña. La mesa está servida para el nieto de Mime (Francisca De León Moscoso), quien va a crecer en ese contexto social y político.

Al pensar en el momento histórico me acude a la mente aquello de: “Yo soy yo y mis circunstancia” como afirmara el filósofo español, don José Ortega y Gasset. Y ese apotegma bien puede ser aplicado a la vida del doctor Belisario Porras Barahona, que vivió a plenitud su época y supo ser fiel a ella, muy por encima del camino trillado de la incomprensión de quienes no valoraban la nueva senda del progreso.
 

-2-

Porras no es el único santeño que ha honrado la tierra en que nació, pero si el más emblemático de todos, el que se erige lumbrera de los campos y arquetipo del hombre de la península en donde nacieron Segundo de Villarreal, Pedro Goytía Meléndez, Manuel Fernando Zárate, Ofelia Hooper Polo, Elida Campodónico Moreno, Zoraida Díaz y Ana María Moreno Del Castillo, entre otros.

Ante un hombre de tal talla intelectual y ejecutorias ciudadanas, es deber del Estado, así como de las diversas organizaciones de la sociedad civil, no permitir que la bruma del olvido empañe la trayectoria del estadista istmeño por antonomasia. Tales acciones deben ser procederes éticos en esta época tan preñada de actos triviales y de desgaste de seres que pudieran ser provechosos, pero que se agotan en la jarana diaria y en el pensar sin pensar.

De lo dicho se colige que razones tiene la Fundación Belisario Porras para ponderar al Káiser Tableño, no sólo por asuntos de genes, sino porque los panameños necesitamos con urgencia fortalecer a los personajes que como Porras deben constituirse, para las nuevas y viejas generaciones, en actores sociales a los que emular.

Hay muchas maneras de lograr ese cometido: promover charlas, foros, congresos, publicar revistas y libros, ya que son variadas las acciones que la Fundación en referencia puede realizar y que de hecho implementa. Una de tales actividades es la de promover documentales sobre el hijo de Juana Gumercinda Barahona y el cartagenero Demetrio Porras Cavero

En el auditorio santeño de la Universidad de Panamá tuvimos la oportunidad de apreciar el legado de Porras a través del documental “BELISARIO PORRAS BARAHONA. Arquitecto de una nación”, filmación que busca presentarlo de una manera distinta, porque el tableño es más conocido por las infraestructuras que construyó, tanto como las leyendas que se han tejido en torno a su personalidad subyugante.

En el documental que dirigió el reconocido cineasta istmeño Alberto Serra, aparece un Belisario poco conocido. Es una visión que nace desde la infancia del párvulo que creció como otro santeño más y que se deja reconocer en los libros de su autoría, así como en el ojo auscultador del Dr. Manuel Octavio Sisnett, BELISARIO PORRAS O LA VOCACIÓN DE LA NACIONALIDAD, al igual que otro de los escritores que también sucumbe a sus hechizos, como en el caso del doctor Alberto Arjona Osorio en BELISARIO PORRAS BARAHONA INFANCIA Y ADOLESCENCIA CON SU ABUELA MIME EN LAS TABLAS.

Estudiar a Porras es aproximarse al mundo del estadista, al paisano con formación colombiana y europea que continúa siendo profundamente orejano, aunque cuelgue doctorados y se vista impecablemente como el dandi que se sabe desempeñar en escenarios del campo y la ciudad.

En efecto, estamos ante otra hermosa cualidad del Caudillo, la de ser un ciudadano de fondo y forma. Porque con lo de dandi quiero decir que viste muy bien Porras, pero piensa mejor el tableño, ya que no se queda en la simple pose estudiada de quien viste almidonada levita. Y este también es uno de los rasgos que el hombre contemporáneo debería emular, porque el éxito no radica en ser pretty, sino en la comprensión y transformación del mundo en el que se mora. Porque de poco sirve ser señorito satisfecho u hombre light, sino existe un proyecto de vida que le permita al hombre trascender.

Por este motivo no me extraña las vivencias que ha experimenta el cineasta en la creación del documental, quien, en una de las caminatas, entre toma y toma de las escenas, me confesaba lo apabullado que se sentía sobre la información que encontraba del tableño, porque sobraba lo que había que decir del nieto de Mime, y su mayor desafío radicaba en ser fiel al retrato de una vida proba, así como destacar los momentos más memorables.

Lograr la filmación en los escenarios de la infancia, también es otro acierto del señor director Alberto Serra, porque el espectador puede sentir la emoción del encuentro con la historia. Aún más, si entre esas locaciones aparece la Escuela Modelo Presidente Porras y su casa de campo: El Pausílipo. La primera, la edificación de estilo neoclásico, que en el año 2024 arriba a su primer siglo de existencia, y que es la expresión del amor de Porras por su patria chica. En cambio, la segunda, representa la casa solariega que construyera Porras en las proximidades de la playa Las Comadres, hacia finales del siglo XIX.

De lo dicho se colige que el documental es más que el reencuentro con la historia y la enhiesta figura del más preclaro estadista istmeño del siglo XX. En ella encuentra el connacional la fuerza motriz para continuar bregando por la nación y alimentando los sueños de una patria grande y soberana. Me refiero al Panamá que le corresponde asumir los desafíos de la globalización, reinventarse como pueblo inspirado en la vida honesta y proba de Belisario Porras Barahona, arquitecto de la nación.

......mpr...

 

 


21 septiembre 2024

EN EL CENTENARIO DE LA ESCUELA MODELO PRESIDENTE PORRAS

 

En esta hora tan relevante para la educación regional, ubiquémonos hacia mediados del siglo XIX, específicamente en el año 1856, cuando nace en Las Tablas el niño a quien nominan Belisario Barahona, el que hacia el inició de la década de los ochenta de la misma centuria, se conocerá como Belisario Porras Barahona; luego de que su cartagenero progenitor, el doctor Demetrio Porras Cavero, realiza los trámites para que lleve su apellido, porque hasta entonces ostentaba el de su madre, Juana Gumersinda Barahona. Tal hecho era común por aquellas calendas, porque la burocracia católica asignaba el apellido de la progenitora a hijos nacidos en parejas no unidas por el sacramento del matrimonio.

Ya sabemos que el párvulo tableño siempre fue inquieto, despierto y soñador, tal y como lo describe Manuel Octavio Sisnett en su libro BELISARIO PORRAS O LA VOCACIÓN DE LA NACIONALIDAD, característica que no hace mucho también ratifica el doctor Alberto Arjona Osorio en su texto BELISARIO PORRAS BARAHONA. INFANCIA Y ADOLESCENCIA CON SU ABUELA MIME EN LAS TABLAS.

En los primeros años y adolescencia se forja la personalidad de Belisario, la que tendrá como eje el amor a la cultura de su tierra, la visión de patria y la fortaleza del estadista deseoso del perfeccionamiento del Estado Nación.

Desde épocas tempranas el tableño parece destinado a implementar grandes obras, las que sueña en la capital de Cundinamarca donde escribe poesías, redacta El Orejano y anota en su libreta de apuntes lo que siente por la tierra del Canajagua y la patria mayor, a las que añora desde la sombría Bogotá, capital republicana a quien denominarán “la capital de Suramérica”.

Pensando en ese mundo que transcurre entre la sabana peninsular nuestra y el altiplano colombiano, me da por revisar la libreta que le regalara a Porras su amigo de estudios, Fernando Gaitán, y allí constato que El Caudillo escribe, tacha y vuelve a redactar sobre su tierra. El texto poético está fechado el 22 de agosto y en una de las partes reza así: “Llevado en alas de mi imaginación, embebido en mil pensamientos, volaba yo de otero en otero y de monte en monte…

Deseaba alcanzar un ideal físico, quería estar como en otras ocasiones en las playas del majestuoso Magdalena, arrojarme en su corriente y confundido con las olas volver al Océano…De allí a mi patria era un paso y con mi patria el placer y la dicha serían mis compañeras…El caliente hogar de mi familia envolvería mi existencia”. Y lo fecha, como queda dicho, el 22 de agosto de 1881, cuando a los 25 años se doctora en Derecho y Ciencias Políticas. Se refiere, además, a lo que sueña para Panamá y hace alusión al camino carretero a Mensabé. Y se refiere a El Quemao, actual San José, y a Peña Blanca, así como al valor de la educación.

Desde aquellas épocas tan precoces Porras Barahona cree en la redención de la ideología liberal y en el papel transformador de la educación. Lo siente porque él ha vivido en carne propia la carencia de instructores, ya que es producto, en su etapa de formación primaria, de los esfuerzos de educadores empíricos como Nemesio Medina, Isauro Borrero e Isabel Ventosa de Borrero.

De lo dicho se colige que la construcción del edificio que da cobijo a la Escuela Mixta de Las Tablas, institución educativa que pasó a llamarse Escuela Modelo Presidente Porras, no es mera quimera, ni un acto coyuntural nacido de la emoción. Y el suceso no es casual, ni tampoco el sueño quijotesco de Belisario Porras que sólo quiere honrar a su pueblo natal. Sin duda hay mucho de ello, del homenaje al poblado, pero el proceder tenemos que mirarlo más allá de la complacencia que tal hecho provoca, porque forma parte del proyecto de nación de Porras, el estadista istmeño por antonomasia.

Además, tomemos en consideración lo siguiente. Durante aquellas calendas pocos han pensado en la península y en las provincias interioranas como lo hizo el tableño, ni concebido al país integral que la novel república se merece. Lo demuestra el hecho de que, en 1881, haya escrito El Orejano, luego liderado la Guerra de los Mil Días, dejado testimonio fotográfico de nuestros pueblos y, dos años antes de la Escuela Modelo, emprendido el ambicioso proyecto de la carretera nacional. Sin olvidar la inauguración del parque tableño el 10 de septiembre de 1915 y la apertura del Hospital Santo Tomás el 1 de septiembre de 1924. Así como la extraordinaria visón de habilitar el Puerto de Mensabé.

Hace un par de años, cuando reconstruí lo que aconteció en Las Tablas el 24 de septiembre de 1924, me refiero a los festejos y discursos de aquellas calendas, se agolpaba en mi pecho un conjunto de sentimientos encontrados, porque reflexionaba sobre las generaciones de nuestros antepasados que durante siglos nunca supieron del uso del lápiz y el tintero. Y entonces admiré más a Porras, el campesino ilustrado de las faldas del Canajagua, al muchacho que sollozaba al tener que separarse de su amado pueblo para emprender estudios en Bogotá.

Así lo confieso, porque sentía que no se puede amar más a nuestra gente, con ese noble sentimiento que no se queda en el cuenco del corazón, sino que se deja llevar por la cartesiana razón. Lo observamos en los intercambios epistolares entre él y el maestro Manuel María Tejada Roca, quien informa al presidente que existen unas hermanas tableñas dispuestas a vender al Estado el estratégico lugar para la escuela (me refiero a Rosa, Isabel y Cristina Velásquez Espino); confirma, reitero, que en el trámite había un interés personal por establecer una escuela que sirviera de modelo a la nación orejana.

Todavía hoy, el vetusto edificio centenario, impresiona al visitante con su estilo neoclásico, empotrado sobre la colina que antaño llamaron El Perú. Y la edificación mira hacia el parque en donde en la inmediaciones nació el tableño, al que también debemos su perspectiva futurista, como si quisiera rendir pleitesía a La Moñona que le observa desde el templo, serena y amorosa. Todo ello es como para cavilar, porque la escuela primaria y la casa de campo en Las Tablas Abajo, El Pausílipo, ambas miran, ¡qué casualidad! al Canajagua, en una suerte de mensaje oculto, como si sugirieran que en el santeñismo ilustrado está la redención y que volver al campo es una necesidad imperiosa de la nación. Hermoso recado para un país que aún hoy invierte miles de millones en la construcción de puentes sobre el canal que inauguró Porras, pero que en las provincias interioranas erige vados sobre nuestros ríos y quebradas con caudales cada vez más irrisorios.

Creo que este edificio no es sólo amalgama de ladrillos, cementos y varillas. Todo el monumento escolar es un poema y canto nacionalista, la sede del templo de la inteligencia y una manera de pregonar, como buen liberal, que en la educación está la redención nacional.

Debemos comprender que Porras rompe con el elitismo de la educación campestre, aquella que desde la colonia estaba determinada por el retintín de las monedas y la clase social. En cambio, la Escuela Modelo Presidente Porras surge para servir a todos, es el centro educativo y democrático para liberar a campesinos que podrán convivir en modernas aulas de clases con hijos de familias mejor ubicadas en la pirámide social, porque los niños estarán aquí codo con codo y página con página. Y lo implementa don Belisario, que vivió al costado de la plaza, en la residencia de los Barahona De León, junto a su abuela Mime (Francisca De León Moscoso).

El diseño del arquitecto peruano Leonardo Villanueva Meyer, asentado en la capital provincial santeña, fue un acto revolucionario en una región en la que se impartían clases en casas de quincha y en la que existían escuelas para niñas y para varones, estando los educandos separados por sexo, fenómeno que tira por tierra la coeducación de 1919.

Visto lo anterior, pecaríamos de candorosos si pensáramos que se trata de conmemorar únicamente el primer centenario del edificio. La Escuela Modelo Presidente Porras abrió las puertas a los nuevos tiempos; es el Partenón Tableño de la educación regional, el ícono por antonomasia de la instrucción pública peninsular. Porque nada volverá a ser igual luego de la inauguración. Allí están para atestiguarlo los edificios escolares que se construyen con posterioridad: la chitreana Escuela Tomás Herrera (1934) y la Escuela Juana Vernaza en Guararé (1936) edificados 10 y 16 años, respectivamente, luego de la inauguración tableña.

El niño, acudiendo a la Escuela Modelo, mirándose diminuto en semejante santuario, aprendió a respetar la educación, a valorar a los educadores y, lo más relevante, a tomar conciencia de que no puede existir exclusión social y que sus orígenes, por muy pobres que fueran, no eran pesadas cadenas para oprimir su personalidad y mediatizar su futuro. En síntesis, la Escuela Modelo Presidente Porras no es un edificio, es un ideal pedagógico y social, y Porras lo sabía.

Durante cien años por esta casa de estudios primarios han pasado varias generaciones y su labor no se ha agotado en la enseñanza formal, porque ha dado abrigo a diversas organizaciones comunitarias que han encontrado en ella el refugio para sus actividades. Me viene a la mente, como ejemplo nada más, la estadía de la extensión de la Universidad Tecnológica en Las Tablas.

Y esta colmena de la inteligencia no hubiese sido posible sin la presencia de educadores, estudiantes, administrativos y padres de familia, en una suerte de relevo generacional que aún no termina y que sin duda se prolongará en el tiempo, para gloria y prez del santeñismo que desde la antigua colina de El Perú desafía los siglos. Ama tu tierra parece pregonar el inmueble, se como yo, fuerte y duradero, aquí inamovible, como el viejo árbol de corotú, fuerte como el macano y esplendoroso como el guayacán montañero.

Mirando el edificio y en la conmemoración de su primer centenario, se comprende a plenitud la magnitud de la visión porrista. Porque no puede haber patria grande sin una educación de calidad, como la que soñaron liberales de su talla y hombría de bien. La escuela tiene que ser templo sacro y laico a la vez, como la siembra de escuela que realizó Porras por los campos istmeños, o como en el caso tableño, demostrando que la sede de la educación tiene que ser digna, porque aquí ofician los sacerdotes de la enseñanza y acuden los parroquianos sedientos de saber.

Al final de esta disertación debo decir que intenté concentrarme en la edificación, en el centenario de este inmueble, para descubrir, sobre la marcha, que la obra no se puede definir por ella misma. Que la misma es un retazo de patria, un constructo social que está lleno de mensajes ocultos. De ellos, los más relevante son los que encarnan la construcción de la casa solariega de Porras (El Pausílipo), el actual Parque Porras, la carretera nacional y el edificio de la Escuela Modelo, como queda dicho.

Los hechos hablan de los nuevos tiempos. Una casa de campo que irrumpe con una propuesta arquitectónica distinta a la casa de quincha, el parque que establece un sitio de encuentros que facilita la socialización ciudadana y deja atrás la plaza colonial, la carretera que supera le época de los veleros y motoveleros, así como la Escuela Modelo que corona el proyecto de modernización peninsular.

Don Belisario construyó la escuela, pero algunos gobiernos posteriores no han sido fieles al legado porrista ni han sabido valorar la magnitud de su proyecto de patria. Ya es hora de que esta edificación sea restaurada, respetando la esencia del inmueble original, dotada de las modernas herramientas de la educación contemporánea, para que continúe brillando junto a los demás íconos del santeñismo peninsular. A saber, el propio Porras, el majestuoso Canajagua, la música de Gelo, la pétrea belleza de la Escuela Juana Vernaza, los poemas de Zoraida, la pluma de Sergio, el rescate cultural de Dora y Zárate, lo esplendoroso del Festival de La Pollera, la cadencia contagiosa del carnaval, así como el aporte de tantos otros que aquí amaron y sintieron el agridulce sentimiento de la cabanga, la explosión luminosa del violín y el acordeón bohemio.

Ojalá que el amasijo de emociones que en este día flotan en el aire y se experimentan en el cogollo del corazón, sirvan de acicate para los nuevos tiempos, para darle continuidad al más excelso y luminoso de los proyectos educativos santeños. La Escuela Modelo Presidente Porras se lo merece, porque se lo ha ganado y seguirá siendo, como dijera el doctor Octavio Méndez Pereira, atalaya de luz, un proyecto liberador para los orejanos. Y más que un edificio, la saloma de Belisario que aún resuena en la sabana y entre los cerros, porque no sólo nacimos para ser libres y felices, sino para lograr el cultivo de nuestra mente y espíritu. Que así sea, paisanos y amigos.

 

Milcíades Pinzón Rodríguez

Disertación el 20 de septiembre de 2024 en el aula máxima de la Escuela Modelo Presidente Porras, con motivo del primer centenario de la construcción del icónico edificio escolar.


17 agosto 2024

LA DOCTORA DINA MABEL

 

 

La doctora Dina Mabel goza de grandes simpatías en nuestra región peninsular y en la Universidad de Panamá. En estos casos, cuando se pretende ponderar la personalidad ciudadana, se acostumbra a hablar de don de gente. Sin embargo, no por ser la expresión tan común, voy a privarme de mencionar la agradable personalidad de nuestra amiga; tan amplia, comprensiva y tolerante. Porque ella es un ser que sabe preservar amigos; alejada del rumor, la envidia y ese mundo oscuro en el que gustan de vivir algunos parroquianos.

Es probable que mucho de ello lo deba a su genealogía de los Solís, Villalaz y Lao. El suscrito siempre ha pensado que la doctora Dina resume en su vida, la personalidad que uno aspira para el hombre que mora en la península. Un ser que antes que herrerano o santeño sea peninsular, con una visión que supere el panorama que se aprecia desde la torre del templo.

La socióloga es una orejana nuestra, hija del campo y la ciudad, pero con una formación académica que se extiende más allá del simple diploma colgado en la pared de la sala de la casa. En este sentido es muy Porras, Zárate y Crespo; pero también heredera y cómplice de la feminidad de Ofelia Hooper Polo, Elida Campodónico Moreno y Zoraida Díaz.

Yo le conocí en la Universidad, como colega docente. Allí le vi calmada y hasta sonreída. Sí, porque en los avatares de la política universitaria ella mantuvo siempre una posición de equilibrio, colocada en el justo medio, como decía Aristóteles o pensaba su maestro y amigo, el profesor Moisés Chong Marín.

La doctora dedicó gran parte de su vida a la cuestión de la docencia y la academia, en esta península tan nuestra, tan festiva, conservadora y liberal. Y he aquí otro rasgo que admiro de ella, porque con su pensum pudo estar en otros escenarios y decidió continuar con sus raíces, tan chitreana como el tanque del acueducto.

Ahora se retira de su bregar académico, luego de un importante legado docente. Yo no sé cuántos miles de estudiantes habrán pasado por sus aulas, en una incesante procesión de admiradores de su dedicación de maestra de la sociología. Lo que sí confirmo es el orgullo de los estudiantes al manifestarme que habían dado clases con la doctora Dina. Y es que ella no se quedaba en la referencia acartonada a los fundadores de la ciencia de Comte, Marx y Weber.

Así es la doctora Dina, la que comprendió temprano que era necesario el debate de ideas en el claustro universitario y el adentrar al educando en la visión científica de los problemas que aquejan a la sociedad panameña y peninsular. Por eso he pensado que ha sido un privilegio el compartir con ella más de cuatro décadas en esta tolda de la sociología istmeña y peninsular.

La doctora Dina es zapadora de la sociología que se hace en la región, la que parte de la junta de embarra, valora la extraordinaria belleza de las puestas de sol y se regocija con la relevancia del 10 de noviembre de 1821 o grita a todo pulmón “¡Ay, Juan, ay Juan!”. Ella sabe que no puede existir educación de calidad sin que se sienta en el cogollo del corazón lo que se dice y pregona. De allí que la doctora Dina valore su chitreanidad al mismo tiempo que su santeñismo. Y me refiero a las raíces de la Villa de Los Santos, a ese Villalaz que también corre por sus venas y que encuentra su mayor expresión religiosa en la Sierva de Dios, Ana María Moreno Del Castillo.

En esta hora tan importante de su vida, le saludo, colega. Ahora que comienza una nueva etapa existencial, porque no me cabe la menor duda que ella sabrá sacarle el provecho necesario al disponer de mayor tiempo; libre de las exigencias, a veces abrumadoras, de la burocracia de la Universidad de Panamá.

Que la extrañaremos en los claustros universitarios, no lo dudo; que hará falta, no está en discusión; que la sociología regional no será igual sin ella, es indudable. Solo digo que el rumor del viento continue hablando con la socióloga orejana, que las nubes peninsulares le hagan feliz y que la mejor de la flores de la orejanidad le acompañe.

Disfrútalo, Dina, porque te lo mereces y ya cumpliste con la región y el país.

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En las faldas de cerro El Barco, Villa de Los Santos, a 16 de agosto de 2024.

 

 


25 julio 2024

GUARARÉ Y EL CABILDO ABIERTO DE 1949

Nada es fruto del azar y los mejores proyectos colectivos no se improvisan. En esto pienso mientras medito en la trascendencia del Festival Nacional de La Mejorana; la fiesta de la tradición istmeña por antonomasia, la cita anual con el alma de la patria, la misma festividad que en 2024 arriba a 75 años de existencia. Y a propósito del evento, los siguientes son algunos de los interrogantes que me formulo en esta coyuntura histórica: ¿Por qué tuvo que ser Guararé la sede de la actividad? ¿Qué tiene esta comunidad santeña como para que en ella se establezca el festival pionero de la cultura vernácula latinoamericana? Y otra no menos relevante, ¿hacia dónde va el festival?

En la búsqueda de tales respuestas cavilo, porque debe llamarnos la atención que el 24 de julio de 1949 las fuerzas vivas del poblado se congregaron para acometer un proyecto social de tal envergadura y, aún más, que fuera convocado en el Parque Bibiana Pérez, abierto al escrutinio comunitario, en el punto de encuentro en donde se dan cita los guarareños, tanto para interactuar socialmente, como para conmemorar fiestas de tipo paganas y religiosas.

El parque queda justo al frente del templo a la Virgen de Las Mercedes. Estamos ante la misma plaza que en los años veinte de la pasada centuria terminó evolucionando al actual Parque Bibiana Pérez, honrando el nombre y el legado de la matrona guarareña. De modo que la plaza y el parque terminan emulando al ágora griega, el famoso trazado hipodámico, damero o tablero de ajedrez, a partir del cual lo urbano se diferencia de lo rural; marcando un contraste entre la ciudad y el campo, entre el campesino propiamente tal y el que reside en el pueblo.

Que la suerte del festival se decida en un sitio así, no deja de ser sugestivo, porque para tal época ya la Escuela Juana Vernaza, no sólo se había construido, sino que poseía aposentos más acogedores para la realización de la reunión. Visto en la distancia de tres cuartos de siglo, la decisión parece certera, ya que el lugar le imprime a la cita un rostro popular y a tono con el hombre vernáculo, con el ser folk, quien es el objeto y sujeto de la festividad.

También debemos destacar en el lugar escogido, su carácter democrático, de organización abierta. Y esta faceta del surgimiento del festival, a mi juicio, planteó desde sus orígenes la idea de que la celebración es de todos y no exclusivamente de un grupo de dirigentes, los que deben ser la expresión o el conducto del querer comunitario. Hermosa metáfora que hunde sus raíces en la práctica del cabildo abierto, el viejo sistema colonial que es el antecedente democrático del poder popular.

Creo que en ello radica otro de los factores del éxito del festival, el que comienza pariendo un comité directivo y evolucionando hacia la existencia del patronato. Sí, porque el 24 de julio de 1949 no es otra fecha más del calendario, no sólo señala el arranque del Festival de La Mejorana, se constituye en hito nacional, en el momento cuando los campesinos u orejanos trascienden al hombre meramente rural, el que por siglos ha ocultado su estilo de vida, para pregonarlo y hacerlo patente al resto del país, para que la panameñidad deje de avergonzarse y se convierta en lo que debe ser, la nación istmeña, orgullosa y soberana.

Porque si en 1903 la nación se expresa políticamente, en Guararé el 24 de julio de 1949 se erige y flamea con fuerza la bandera de la cultura istmeña. Es como si en esa encrucijada histórica, de manera organizada, los panameños decidiéramos completar, en el plano cultural, lo que se realiza en lo político. Ya que, si bien en la primera mitad del siglo XX se producen movimientos políticos para recobrar la zona del país usurpada, el Panamá rural que estaba siendo integrado en lo económico, comienza a rescatar y a sentir orgullo de su propia idiosincrasia.

La cultura interiorana encuentra en Guararé el sitio para pregonar la identidad cultural que sabe a guarapo, chicha de junta, chanfaina y aromático café de la sierra del Canajagua o, también,  de la otrora fértil zona del Oria, región en donde antaño se cultivaba, además del café, el aromático tabaco oriano.

Hay que decir que la tierra de Benita Pérez y Costa Polo está hecha a la medida de lo que se quiere. Aquí el catolicismo ha afincado raíces, las albinas están cuajando la blanca sal, tiene la zona un ser que danza, canta y se arrulla al son de la mejorana, mientras a la vera del río florecen los maizales, la vaca produce la alba leche y, la mujer, heroína del campo y la ciudad, forja en valores sociales a la prole que se educa desde los tiempos de José de La Rosa Poveda y Juana Vernaza, los educadores que siembran alfabeto y cosechan liberación.

Al mismo tiempo, en la tantas veces mencionada población santeña, hay un grupo humano que ha forjado su forma de ser y mora en la sabana antropógena, la que no dista mucho de la costa peninsular. Sin embargo, en los años cuarenta muchas cosas han madurado: el violín y el novel acordeón, la mejorana de siglos, los vestidos tradicionales y un deseo de justipreciar lo nativo y abrirse a nuevos aires de renovación.

A finales del siglo XIX y principios del XX una nueva camada de guarareños se abre paso. Muchos de ellos están instruidos y creen en la organización como vía para la solución de los problemas comunitarios. Algunos son educadores e insuflan en los pechos de la juventud el deseo de realizaciones.

Entre ellos se encuentra un ciudadano que ha impartido clases en el poblado y que hace poco regresa de la vieja Europa. En la partida de nacimiento se afirma que se llama Manuel Fernando de Las Mercedes Zárate, cuyo natalicio conmemoramos el 22 de junio de 1899.

En la segunda década del siglo XX ya Zárate era un líder de su tiempo, presidía organizaciones comunitarias y su figura irradiaba luz propia; era admirado por sus colegas docentes y escribía en El Eco Herrerano, semanario chitreano de grata recordación.

De lo dicho se colige que Guararé cultivaba tradiciones vernáculas y encuentra en Manuel la existencia del intelectual que regresa de París, titulado de ingeniero, y era, además, catedrático de química de la Universidad de Panamá. Quiero decir con ello, que quien convoca a la reunión del 24 de julio no era un ser improvisado, hombre que ya tenía terreno abonado desde los tiempos de sus labores como maestro rural, ejecutorias como asistente del alcalde Darío Angulo y dirigente comunitario de los años veinte.

De allí que haya confianza en quienes emplazan a la población, porque además de Zárate, están otras prestantes figuras del foro guarareño. En la convocatoria del ágora municipal está otro grupo, el de raigambre campesino, el que carga sobre sus hombros las presentaciones propias de la fiesta, el mismo a quienes los folclorólogos han definido como hombre folk -como queda dicho-, sujeto nacido en el vientre de la sociedad peninsular y heredero de la cultura mestiza. Por ese motivo no debe extrañarnos que los primeros festivales reflejen mayormente la cultura tradicional peninsular, para evolucionar con el tiempo hacia otra perspectiva más nacional y multiétnica.

Desde aquel 24 de julio de 1949 han pasado tres cuartos de siglo y nunca debiéramos olvidar los humildes orígenes de la fiesta guarareña, la que contemporáneamente se percibe como piel, carne y hueso de la nación istmeña. Por eso, siendo fiel al ideario nacional, no deberíamos apartarnos de la filosofía social que estuvo en la mente de Dora, Manuel y tantos otros. Esa perspectiva cultural ha sido definida por el Patronato del Festival de La Mejorana, como la visión zaratista.

En efecto, de lo que se trata es de recoger en dicha expresión el valor de lo popular tradicional, la concepción de que la fiesta vernácula tiene que ser colectiva, evento que suma a ella un rasgo definitorio de nuestra sociedad: el catolicismo como argamasa, como aglutinante del ser nacional. Y en Guararé la efigie e ícono religioso corresponde a la Virgen de Las Mercedes.

En los orígenes la fiesta es una hechura de pueblo, aunque con posterioridad haya recibido el influjo de lo mercantil. Este es un aspecto central que aún está por debatirse, porque los años no han pasado en vano, ni los hombres son los mismos. Sin embargo, conviene siempre regresar al 24 de julio, porque allí está la propuesta prístina, transparente, como la corriente del río Guararé de aquellos tiempos; está lo medular de la visión zaratista, la teoría que permite medir en lo que hemos sido exitosos, pero también avizorar aquello de lo cual nos hemos apartado, para repensarlo y corregir el rumbo.

Ese es el mensaje profundo que nos congrega,  el que nos permite aplaudir a los que nos antecedieron y lograron construir un festival para Panamá. En tiempos de globalización urge mirarlo desde esta perspectiva, porque más que ayer, el cabildo abierto de Guararé recobra un renovado y creciente sentido. Así ha de ser, para que, en otro momento, quizás dentro de 25 años, aquellos que asuman el relevo generacional, estén, otra vez, en el Parque Bibiana Pérez repensando el Festival Nacional de La Mejorana, cuando se conmemore, por aquellas calendas, el primer centenario del más relevante cónclave de la cultura popular y vernácula del hombre panameño.

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18/VII/2024


21 julio 2024

LA VILLA, LA CALLE JOSÉ VALLARINO Y LA SEGUNDO DE VILLARREAL

 

La Villa de Los Santos es un pueblo añejo y lleno de historias, algunas racionales y otras pensadas con el corazón. Lo que no se le puede regatear a la Heroica Ciudad, es su rol en el acontecer peninsular y nacional, porque con sólo mencionar el 10 de noviembre de 1821, ya es como para reverenciarla.

Y la verdad es que cuando se acometen actos que, consciente o inconscientemente, representan una afrenta a su papel comunitario, los mismos se tornan incómodos y molestos para aquellos que valoran el aporte de la Capital histórica de Azuero.

Así me acontece desde que hace un par de años me percaté que a alguien se le ocurrió reordenar el sentido del tránsito vehicular en esta antigua población que, en el presente año (2024), conmemorará 455 años de existencia.

Lo anterior viene al caso, al tomar conciencia que desde hace siglos la vía de acceso a La Villa de Los Santos siempre fue por la calle José Vallarino, es decir, la que pasa frente al templo a San Atanasio. Sí, porque la vía que corre paralela a ella es la llamada Segundo de Villarreal, la misma que atraviesa la parte trasera del templo santeño

Pues bien, resulta que la Dirección de Tránsito y Transporte Terrestre, con la intención de dejar espacio para más estacionamientos -lo cual es positivo-, cambió el sentido de las calles y ahora, para ingresar a La Villa, los transportes tienen que hacerlo por la calle Segundo de Villarreal, desconociendo la relevancia de la José Vallarino. Y más recientemente, el semáforo que está en la entrada no permite arribar a la población por la vía histórica. Es decir, a La Villa de Los Santos se entra por la cocina.

Estos comentarios tienen el sano propósito de enmendar tal entuerto y hacer justicia a la histórica ciudad. Y ojalá que las nuevas autoridades, que parecen tener buenas intenciones, permitan a coterráneos y turistas, ingresar por donde corresponde, por la calle José Vallarino, para desde allí apreciar los edificios coloniales, los de inicio de la era republicana, así como de las casas habitaciones producto de la iniciativa privada.

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20/VII/2024

 

 

 


02 junio 2024

“O QUIZÁS SIMPLEMENTE…”

 

Cumplo años y me abraza la nostalgia, y no estoy triste, sino con el pecho abierto a las vibraciones del mundo, que es diferente, porque la cabanga siempre tiene un sabor agridulce, aunque no sea un postre, sino un sentimiento. Y, en verdad, me tomó desprevenido el que alguien me remitiera la canción de Leonardo Favio: “O quizás simplemente le regale una rosa”. Esa melodía que es todo sentimiento humano del amor en pareja, de la ternura cuando ella viene envuelta en la fragancia de juventud, la época en la que nos enamoramos no de otro, sino del amor.

Miro hacia atrás y puedo decir con Neruda: “Dónde estará la Guillermina”. Porque siempre hay algo en el pasado que brota como rosa del rosal, como chorro del manantial de los recuerdos. Muy humano todo ello, sin duda, porque la vida no es perfecta ni el amor se goza a plenitud, tan escurridizo como el éxito de alguien a quien la experiencia ha marcado surcos.

Confieso, igual que el vate chileno, que he vivido y también he sido afortunado. En el balance de mi biografía terrenal hay pocos sinsabores, acaso porque he admirado las piñuelas y me he apartado de las punzantes espinas. Aprendí a ver el piñolar y a centrarme en los conejos que dormitan en él o a saborear los brotes, los tiernos e inofensivos retoños que no son culpables de que en su adultez le crezcan aguijones.

Yo nací en una aldea marinera, muy cerca del mar, con ese Pacífico que incita a soñar, mientras se camina por la arena con la vista puesta en el horizonte y con la certeza de que más allá hay algo, que es necesario explorar el mundo para vivir, así como para apreciar las almejas y los nerviosos cangrejos que corren presurosos a ocultarse en sus madrigueras marinas, cuando la ola amenaza con borrarlos de la arena.

Por eso soy mar y tierra. Tengo alma de campesino que ha visto florecer el maizal, que disfruta el canto de los pájaros y el olor a marismas, a cosa marina, a destajo con blanca sal. En mi infancia vi los corrales de piedras que construyeron los indígenas para capturar peces. Y al deambular sobre la arena iba pensando en ellos, mientras me distraían los pescadores bellavisteños y eneeños, que con sus cercas alambradas perseguían el mismo propósito del hombre precolombino.

Yo no me quejo, no está en mi forma de vida el ser quejumbroso. Comprendo que nací, como montado a caballo, en una época cuando moría la sociedad tradicional y se asomaba la modernidad, con su olor a gasolina y las gaseosas que reemplazan las chichas por otros contenidos calóricos.

Me agrada sentirme ciudadano de la cultura occidental, así como estoy satisfecho con mi mestizaje. Disfruto el ser soñador y admirar a Porras y Zárate, Ofelia y Bibiana. Nada perturba mi espíritu e impide que justiprecie la cultura en donde nací. Sin ser regionalista, siento vibrar la zona desde la cumbre del Canajagua, así como la tierra peninsular y nuestras tradiciones de antaño. Nada disfruto tanto como el Festival de La Mejorana, esa cita con lo que somos, mientras la Virgen de Las Mercedes bendice al gentío que se arremolina en el ágora del pueblo guarareño, la antigua plaza en la que se posa el Parque Bibiana Pérez.

Pasó el tiempo y miro hacia atrás, hacia esa época que ahora me parece mítica, de donde emergen las figuras de Mercedes y Alejando, en la vieja tienda de Bella Vista. Y están allí Chía y Tite, Rosario y Ezequiel que conversan sentados en las bancas del local comercial sobre tópicos de la vida. Junto a ellos, y más tarde, un muchacho osará viajar a la tierra de Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Antonio y Manuel Machado, para descubrir, al retornar,  que nada será igual.

Mire usted lo que provoca mi cumpleaños, lo que despierta en el alma dormida la añeja canción de mis tiempos juveniles. Y digo para mis adentros, emulando al cantante argentino: “O quizás simplemente me regale una rosa”.

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9/V/2024

 

 

 

 

 

 

 

 


30 mayo 2024

EL ÁRBOL, FLOR DE VIDA

 


Siempre me ha parecido que quien tala un árbol tiene algo de cobarde, de pusilánime. Sí, porque de alguna manera agrede a alguien que no se puede defender, ya que el árbol está allí, clavado en la tierra sin posibilidad de devolverle el golpe. En esto se parece al minero que socava el vientre de la Tierra en busca de minerales, como si de ello dependiera su propia vida. Matricida de la Casa Común, sin duda.

Y hay más, luego de que el ser leñoso cae cuan largo es, acude a partirlo en pedacitos, para que no quede nada del que jamás le hizo daño. Sin embargo, el deshuesado le vence retoñando, volviendo a reconstruir lo que un día fue ramas, tronco y frutos. Hermosa lección de quien defiende la cultura de la vida ante la cultura de la muerte.

La arboleda es cama de aves, restaurante de animales, mirador de la bóveda celeste y raíces que se adhieren a la tierra, mientras la clorofila mancha de verde esmeralda el traje que luce. Allí está el árbol, impertérrito, hablando con el viento y jugando con las estrellas. Ese que jamás pensó en el hacha o la motosierra.

Es una lástima, porque caen por montones a lo largo del planeta, como si fueran los culpables de las secuelas del desarrollo.  Como si producir el oxígeno que el leñador aspira,  y que le permite la vida, formara parte de los pecados capitales del más depredador de los animales que pueblan la Tierra: el hombre.

El bípedo peludo, que en esto de las hipocresías tiene un doctorado, le conmemora una vez al año, mientras en los demás soles restantes le convierte en aserrín. Pero el amigo lector dirá, el escritor está chiflado, porque los necesitamos para nuestras construcciones, y a ello el escribiente contestará, “el culantro es bueno, pero no tanto”, porque no se necesitan tantas derribas y quemas para poder morar en el planeta.

En Azuero, por ejemplo, el árbol se está convirtiendo en una rareza, porque la ganadería extensiva hace de las suyas, con apenas 6% de verdor, siendo lo demás potreros, pastos para el ganado. Y retroceden los animales, y las aves no tienen en donde anidar, porque el ser leñoso cada vez es menor en número y calidad.

Mira que el homo sapiens está cada vez más sofocado por el clima tórrido, que ahora también estresa al propio árbol que no logra crear el microclima que alegra la vida, a él y a las demás especies que moran en la Tierra.

Yo creo que, a usted, caro lector, también le ha de doler todo ello. Porque hay que tener un alma de piedra, o un bolsillo muy grande, para no sentirlo en el cogollo del corazón. Basta con estar debajo de la fronda del árbol para comprenderlo y para añorar la brisa que reconforta el espíritu y lo hace a uno más humano.

Pareciera que no hemos terminado de comprender que el árbol es flor de vida, tanto de él como de nosotros. Que estamos en la obligación de respetarlo y defenderlo, porque es nuestro aliado y compañero en el tránsito vital. Que a lo mejor por allí ha de tener un lenguaje que no hemos terminado de descifrar y que tarde o temprano sabrá enrostrárnoslo, al reprochar nuestro indigno proceder.

Por eso, antes que llegue ese instante, estamos en la obligación moral de mirarlo de otra manera; como esas aves que tejen sus nidos en las ramas o que penden de ellas. No ha de darnos vergüenza amar al árbol, quererlo como a un viejo amigo o como al hijo que necesita crecer y tener sus frutos.

¡Ah, el árbol, el viejo amigo!

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21 mayo 2024

MEDITACIÓN CRÍTICA SOBRE LA PRESENCIA NEGRA EN AZUERO

 

Voy a esbozar algunas ideas sobre la presencia del negro en la cultura peninsular. Lo primero que tenemos que diferenciar es el negro colonial del afroantillano. El primero es el que nos atañe como grupo humano, porque el segundo fue el que arribó a Panamá durante el siglo XIX y principalmente al inicio de la vigésima centuria.

Mire usted que el negro de Azuero data del siglo XVI, por lo que podríamos decir que tiene cinco centurias de estar en la zona. Dicho de otra manera, cuando llega el negro afroantillano a la zona de tránsito ya el de la región tenía 300 años de estar aquí. Este dato es importante porque, debido a las actividades agropecuarias y al roce con los habitantes de los principales pueblos, así como al papel de la Iglesia Católica, termina integrándose a la cultura occidental y vistiendo como hombre del campo.

En términos de vestidos el negro azuerense adopta el que traen los españoles, aunque su influjo persiste en algunos platillos gastronómicos, así como en la música y algunos instrumentos de este tipo. Por este motivo no deja de ser un verdadero contrasentido que en Los Santos y Herrera se conmemore la negritud vistiendo ropaje del negro afroantillano, al que sólo le une un lejano parentesco africano. Y dicho sea al pasar, cuando el afroantillano viene a Panamá ya tenía tres siglos morando en la zona del Caribe, por lo que es improbable que sus vestidos hayan permanecido inalterables.

En efecto, lo que uno encuentra en la historia del hombre es la existencia del mestizaje, lo que demuestra que en realidad las razas no existen. Otra cosa es la eterna búsqueda de la identidad cultural que nos induce a intentar construir una personalidad colectiva. En este sentido el hombre peninsular es mestizo, con la presencia genética del español, el indio y el negro colonial.

De lo dicho se colige que en Azuero lo afroantillano no existe. Es decir, en realidad, de verdad, la conmemoración en la península solo tiene sentido como un gesto solidario con otro grupo humano y nada más, en especial en un país multiétnico como Panamá. Y tales eventos también deberían abarcar a otras presencias culturales que han tenido su influjo sobre la península, como en el caso de la china, mudéjar, italiana, etc.

Luego, lo que de verdad corresponde en nuestra área es continuar siendo solidarios con otros grupos humanos, pero teniendo presente el conocimiento y valoración de nuestra propia idiosincrasia. Así debería ser, porque la escuela en Azuero enfatiza en la fiesta, en vestir a los niños sin conocer de dónde proceden esos hábitos y costumbres, y lo más relevante, sin una compresión cabal de nuestra cultura orejana, que es tan rica y variada.

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20/V/2024


19 mayo 2024

EL FAMOSO SARDINÉ

 


En nuestra cultura peninsular siempre he escuchado el vocablo: sardiné. Pero resulta que en el Diccionario de Americanismos aparece como sardinel y dice que en Venezuela, Perú y Colombia se utiliza para hacer alusión al escalón que forma el borde exterior de la acera. En cambio, si acudimos a la Real Academia Española de La Lengua (RAE), ésta lo define como: “Obra de albañilería hecha con los ladrillos colocados de canto, en posición vertical. Adosados por sus caras”. Añade que procede del catalán sardinell y que significa sardina, por semejanza con las sardinas prensadas.

Algunas otras afirmaciones parecen coincidir, porque en francés se escribe “sardine” y también significa sardina. Lo cierto es que, independiente de dónde procede el término, en nuestra región se le sigue dominando sardiné, terminado en e y con tilde en la vocal final.

De lo anterior se colige que en nuestra región el término sardiné también ha terminado por denominar al escalón de entrada a la casa y aún al portal mismo, aunque se carezca de la clásica figura de las “sardinas prensadas” y que, dicho sea al pasar, en casas más antiguas ha terminado cubierto por el repello.

Yo no sé qué piense usted, pero a mi me parece maravilloso que nuestra gente haya asimilado el vocablo de españoles o franceses y que el mismo término ande todavía por allí tan campante como si fuera ayer que se sumó a nuestro rico acervo lingüístico, un poco adulterado del original, es cierto, pero orgullosamente adherido al habla del orejano.

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18/V/2024