Este es el problema real de la zona, la causa
principal de las dificultades ambientales de la península de Azuero: el modelo
de desarrollo. Lo cual significa, que, si el mismo no se modifica, continuará promoviendo
los quebraderos de cabeza en el que vivimos.
El estudio de la zona demuestra que la
península es un potrero, una estructura agraria que se ha venido forjando en
los últimos quinientos años, es decir, desde el arribo de los españoles hasta
los tiempos actuales.
El crecimiento poblacional, económico y
cultural, ha forjado un estilo depredador que tiene como actores principales a
la agricultura de desmonte, la anárquica ganadería extensiva y, desde el siglo
XX, el incremento de los monocultivos de caña de azúcar, el maíz y el arroz;
sumado a la actividad porcina y el uso de los ríos como depositarios de aguas
no tratadas.
Ríos, animales y bosques son las víctimas de
la cultura de la depredación, y, de rebote, la que lesiona al mismo hombre que
mora en las provincias de Herrera y Los Santos. Dicho de manera clara, el
modelo se agotó y debe ser reemplazado, pero muchas veces el remedio estatal,
no pocas veces inexistentes, apenas representa una curita para el cuerpo social
enfermo.
Hay que cambiar con urgencia la cultura
ambiental peninsular. Sin embargo, la labor a largo plazo corresponde al sector
educativo y tomará décadas. Mientras esto acontece, hay que tomar acciones que
a corto plazo detengan la destrucción de ríos, tierras, manglares, bosques y
fauna silvestre. Labor que demanda la puesta en vigor de un monitoreo y
vigilancia permanente.
La solución radica en una planificación que
logre rediseñar el modelo, aunado a sanciones ejemplares para quienes insistan
con las prácticas contaminantes. Claro que las sanciones no son suficientes,
como acontece con el río La Villa, porque pretender que las direcciones
provinciales, la mayoría de ellas desprovistas de recursos, van a solucionar la
problemática, es una propuesta quimérica.
El estilo de desarrollo que comentamos no es
la creación de una mente satánica, ni nada que se le parezca, surge por el
abandono de siglos y por la existencia de actores sociales azuerenses que
hicieron lo que pudieron, sin la presencia del Estado que los dejó a su mejor
suerte.
En el país carecemos de la decisión política
de cambiar este estado de cosas. Urge una política que empuje en tal dirección,
no sólo por el caso de Azuero, sino porque el resto de las provincias viven una
situación similar y no tardan en sumirnos en una crisis ambiental de
proporciones inimaginables.
Aún no es tarde para actuar, pero el tiempo
se agota. El tema es prioritario por encima de otros tópicos nacionales, porque
estamos colocando en riesgo nuestra propia vida.
.......mpr...
29/VI/2025
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