A finales de la década del setenta o principios de
los ochenta del Siglo XX, me encontré por vez primera con el vocablo. El
Caudillo Tableño lo utilizó en el sentido de hombre del campo; porque para
aquellas calendas se usaba para designar, peyorativamente, al interiorano.
Equivale al actual "pati rajao", "buchí, "manuto",
"del otro lado del puente", etc.
Es
ejemplarizante que el hijo de Las Tablas -orejano puro-, rescatara y publicara
su ensayo (El Orejano) en el Papel Periódico Ilustrado de Bogotá, en el año
1881. Al contrario de lo que uno mira por allí, gente que se avergüenza de sus
orígenes y pretende ser francés, alemán, estadounidense o inglés, aunque crezca
comiendo ciruelas corraleras. El doctor Belisario Porras Barahona lo rescata
como emblema de identidad cultural, al mismo tiempo que se constituye en el
primer defensor de la personalidad colectiva de su gente, labor que proseguirá
en el Siglo XX el doctor Manuel de Las Mercedes Zárate, otro interiorano de
tuerca y tornillo.
El
término no sólo es propio de nuestra región, ya que con igual o similar
significado lo usan en otras latitudes. Así, por ejemplo, lo vemos en
Argentina. Allí, Pablo; un miembro de un grupo de internautas, a solicitud de
mi parte escribió:
“En la Argentina, la palabra orejano
pertenece al modo de hablar campestre, de "tierra adentro", al argot
de los gauchos y la gente "del interior". Se utiliza para designar a
una persona de carácter arisco, independiente, poco afecto a la autoridad o en
todo caso, que no es sumiso. Y creo que con frecuencia -algún coterráneo me
corregirá- se aplica a los caballos que tienen estas características en su
comportamiento.
Como
en tantos términos, la carga de intención depende del contexto, pero por lo
general no es negativa, sino, incluso, hasta puede ser esgrimido por el aducido
como un rasgo de personalidad. Para ilustrarlo, aquí van los versos de una
canción folklórica escrita por alguien que parece estar muy orgulloso de
su condición de orejano (desde ya advierto que veo infinidad de términos que
resultarán incomprensibles en otros países, porque están escritas en un
castellano muy deformado, pero creo que el sentido se comprende).
De allí deriva, entonces, la
teoría de la orejanidad como fundamento del santeñismo. Una visión que no
pretende fomentar regionalismos estrechos, sino generar la valoración de la
nación orejana, cultura mestiza que lleva quinientos años de existencia. Por
eso, los íconos que nos representan (Canajagua, Porras, Zárate, casa de
quincha, bandera santeña, polleras, etc.) han de constituirse en
portaestandartes de nuestro pueblo.
Siendo Panamá un país
multiétnico, el santeñismo y su orejanidad contribuyen a la cohesión de eso que
llamamos la panameñidad. Ni más, ni menos, y muy lejos de fomentar aires
independentistas, federalistas o de otra naturaleza. A quienes así piensan, la
invitación cordial para que se empapen de lo que somos y así, desde la cima del
Canajagua, puedan otear las razones que nos animan. Urge hacerlo, antes de que
terminemos convertidos en “hombre ligth” o “señoritos satisfechos”. Es decir,
en un ser desarraigado, sin brújula y proyecto de nación. …….mpr…
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