El Diccionario de la Real Academia Española de Lengua define al viento como “una corriente de aire producida en la atmósfera por causas naturales”, pero todos sabemos que la definición se queda corta. Por ejemplo, en este mes de diciembre los panameños experimentamos la llegada de los vientos alisios, una corriente de aire que trae algo más que la calidez del trópico. Junto a ese soplo de final de año, canta la vida con toda la fuerza de que es capaz durante el tiempo que los panameños llamamos el verano o “estación seca”. El fenómeno atmosférico, y más precisamente climatológico, se casa por estas calendas con la cultura que ha construido el hombre, con todo lo que representa en tradiciones, valores y creencias populares. ¡Hermosa mezcla de relaciones sociales, etnografía y Natura!, que vive nuestra gente de diferentes maneras.
Muy ligado a este fenómeno climatológico, antaño se celebraba en Herrera y Los Santos el 25 de Noviembre (festividad de Santa Catalina de Alejandría), con un rito sacro-profano de lo más tradicional. En la fecha los habitantes de la sección oriental de la Península se trasladaban a la costa para esperar la llegada del viento y recibirlo con cantos y bailes. En lo más profundo de su esencia, aquél era un ritual de muerte y renovación de la vida. Nada nuevo, porque ya los griegos, romanos y nuestros indígenas americanos hicieron del cambio de las estaciones un momento propicio para expresar los sentimientos de alegría ante la maravilla de la existencia, así como de temores a la vida de ultratumba.
Hablando de la región aludida, así como de la riqueza de la cultura popular, los vientos alisios tienen la virtud de convocar una simbiosis de todo lo dicho, porque en la fecha coinciden otros acontecimientos. Además de terminar el invierno, la Navidad está a la vuelta de la esquina, concluye el período escolar, finaliza otro año y la naturaleza se viste con nuevos atuendos. Los madroños parecen novias cubiertas de azahares y por las carreteras, adheridas a las cercas, florecen las “campanillas veraneras”; que en la época aparecen ataviadas de un lila celestial, emulando el manto del Nazareno que habrá de nacer el 25.
Alguna vez leí por allí, que en lengua árabe el vocablo alisios hace alusión al comercio, aseveración que no he podido corroborar. Lo cierto es que los vientos del Este, como también se les denomina, desempeñaban un papel importante en la navegación de la época colonial, ya que facilitaban la movilización de los galeones. Importante la última acotación, porque algo de ello todavía representan los alisios en nuestro país. Tales soplos de la naturaleza traen augurios de una época de productividad agropecuaria, despiertan en nuestro hombre del campo la certeza de que el estío peninsular promoverá mayor productividad e incrementará la fuerza laboral. En consecuencia, anímicamente, el alma orejana se predispone hacia un goce que trasciende la mera cuestión crematística, aunque el salinero se piense pegado a sus destajos y las fiestas, que han de pulular, aún dormiten en los fuelles del acordeón.
En nuestra cultura el Céfiro istmeño suscita reacciones y sentimientos encontrados. Para algunos el cambio climatológico es portador de congojas y, para otros, de entusiasmo colegial. Conste que no estoy planteando aquí un trasnochado determinismo decimonónico, sino constatando un hecho social que he experimentado a lo largo de mi vida de hombre de campo. Importa sí, dejar constancia de un suceso que demuestra, con la fuerza de los hechos, la integración del hombre a su entorno y la cultura que profesa. Por eso, desde el patio de mi casa, dejo que los alisios atrapen mi humanidad y renueven mis utopías. En la fecha sólo me queda sonreír y decir para mis adentros: “¡Qué bueno!, otra vez están aquí los alisios”.
Muy ligado a este fenómeno climatológico, antaño se celebraba en Herrera y Los Santos el 25 de Noviembre (festividad de Santa Catalina de Alejandría), con un rito sacro-profano de lo más tradicional. En la fecha los habitantes de la sección oriental de la Península se trasladaban a la costa para esperar la llegada del viento y recibirlo con cantos y bailes. En lo más profundo de su esencia, aquél era un ritual de muerte y renovación de la vida. Nada nuevo, porque ya los griegos, romanos y nuestros indígenas americanos hicieron del cambio de las estaciones un momento propicio para expresar los sentimientos de alegría ante la maravilla de la existencia, así como de temores a la vida de ultratumba.
Hablando de la región aludida, así como de la riqueza de la cultura popular, los vientos alisios tienen la virtud de convocar una simbiosis de todo lo dicho, porque en la fecha coinciden otros acontecimientos. Además de terminar el invierno, la Navidad está a la vuelta de la esquina, concluye el período escolar, finaliza otro año y la naturaleza se viste con nuevos atuendos. Los madroños parecen novias cubiertas de azahares y por las carreteras, adheridas a las cercas, florecen las “campanillas veraneras”; que en la época aparecen ataviadas de un lila celestial, emulando el manto del Nazareno que habrá de nacer el 25.
Alguna vez leí por allí, que en lengua árabe el vocablo alisios hace alusión al comercio, aseveración que no he podido corroborar. Lo cierto es que los vientos del Este, como también se les denomina, desempeñaban un papel importante en la navegación de la época colonial, ya que facilitaban la movilización de los galeones. Importante la última acotación, porque algo de ello todavía representan los alisios en nuestro país. Tales soplos de la naturaleza traen augurios de una época de productividad agropecuaria, despiertan en nuestro hombre del campo la certeza de que el estío peninsular promoverá mayor productividad e incrementará la fuerza laboral. En consecuencia, anímicamente, el alma orejana se predispone hacia un goce que trasciende la mera cuestión crematística, aunque el salinero se piense pegado a sus destajos y las fiestas, que han de pulular, aún dormiten en los fuelles del acordeón.
En nuestra cultura el Céfiro istmeño suscita reacciones y sentimientos encontrados. Para algunos el cambio climatológico es portador de congojas y, para otros, de entusiasmo colegial. Conste que no estoy planteando aquí un trasnochado determinismo decimonónico, sino constatando un hecho social que he experimentado a lo largo de mi vida de hombre de campo. Importa sí, dejar constancia de un suceso que demuestra, con la fuerza de los hechos, la integración del hombre a su entorno y la cultura que profesa. Por eso, desde el patio de mi casa, dejo que los alisios atrapen mi humanidad y renueven mis utopías. En la fecha sólo me queda sonreír y decir para mis adentros: “¡Qué bueno!, otra vez están aquí los alisios”.
Asi es la vida en Panama - http://pepegrillo.com/2008/11/28/panama-un-balance-en-torno-a-los-conflictos-de-caracter-ecologico/
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