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11 febrero 2009

EL MOGOLLÓN DEL CANAJAGUA

Foto cortesía de Alcibíades Cortés
El vocablo que encabeza este escrito trae evocaciones de la música de acordeones. En efecto, Mogollón es el nombre de la más conocida interpretación de Rogelio “Gelo” Córdoba, el zapador nacional del instrumento de los pitos y fuelles. Al parecer esa denominación pretendía rendir tributo a la tierra natal del acordeonista, ya que también da nombre al pequeño poblado enclavado en las estribaciones del Canajagua.
Lo anterior quizás ya se conoce, pero el objetivo de este escrito no se centra en hacer alusión a la pieza que se ha constituido en el himno de los acordeones nacionales; lo que persigo es interrogarme sobre la génesis de esta locución tan cara a la gente de la Península de Cubitá. Sobre este tópico podría plantear algunas respuestas. Por ejemplo, durante el período colonial se le denominaba “mogollón” al negro cimarrón que había sido pacificado. En informes de obispos, gobernadores y otros miembros de la Audiencia de Panamá, los funcionarios eclesiásticos y civiles se refieren con alguna frecuencia a la existencia de grupos de “mogollones” en el Istmo.
En cambio, si nos apegamos a lo planteado por la Real Academia Española de la Lengua, encontramos que la voz idiomática posee raíces italianas y árabes. El diccionario de la institución que “Limpia, fija y da esplendor” habla de moccobello, que significa propina, término que a su vez proviene del árabe muqābil que hace referencia a la existencia de una compensación por algo. Como afirma el escritor español Antonio Avia, en artículo aparecido en el Centro Virtual Cervantes (http://cvc.cervantes.es), el mogollón viene de antiguo. Dice que durante el Siglo XVII (1611), el lexicógrafo español D. Sebastián de Covarrubias (capellán del Rey Felipe II) lo señalaba como «término antiguo y muy usado y poco entendido [...] que vale tanto como comer sin escotar, comer de mogollón. [...] significa bullicioso y entremetido [...] y tal es el que se sienta a la mesa ajena sin que le conviden». Como vemos, se presta para mucho nuestro mogollón istmeño, incluso para ser apellido y andar por allí de “paracaída”.
El vocablo mogollón no es tan común en tierras santeñas, pero recuerdo haberlo escuchado para referirse a alguien que vive de “gorra”, es decir, a costa ajena. No falta aún quien diga que llegó de “mogolla”, es decir, sin ser invitado. La RAE precisa el término y señala que también significa holgazán, lío, jaleo. Este último concepto le recuerda a quien ha bailado El Mogollón que la pieza es un tremendo jaleo, una bulliciosa interpretación musical.
Me inclino por pensar que, de los múltiples significados que tiene el término, lo más cercano a la realidad del Mogollón de Canajagua, acaso se pueda explicar por razones históricas. Hasta donde he podido investigar, en Los Santos nunca hubo un cimarronaje al estilo de la zona de tránsito, pero en las crónicas de segunda mitad del Siglo XVI y de los siglos XVII y XVIII encontramos múltiples referencias a indios, negros y blancos depauperados que vivían dispersos por la campiña. Obispos y demás funcionarios los estigmatizan como personas flojas y holgazanas, como mogollones, por el simple hecho de vivir en los campos. Por eso, si alguien vivía metido en los montes, alejado de poblados como Parita y Villa de Los Santos, recibía eso enojoso mote, tal y como aconteció en el Siglo XIX con el “orejano” del Dr. Porras Barahona. De modo que tenemos en el Ilustre Caudillo y en Rogelio “Gelo” Córdoba a dos santeños que rescatan del habla popular (al orejano y al mogollón) para darle un sentido de patria y de identidad nacional. He aquí una connotación muy distinta a la que anteriormente les era consustancial.
¡Qué bueno!, porque ahora en pleno siglo XXI, sin complejos, los istmeños muestran su orejanidad y se tiran al ruedo para bailar El Mogollón de Gelo. Como dice Cely Carvajal, una apreciada amiga de La Villa: “¡Qué bueno todo”

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