El 20 de mayo de 1522 los conquistadores hispánicos fundan Natá de Los Caballeros, lo hacen tres años después de establecer, el 15 de agosto de 1519, Nuestra Señora de La Asunción de Panamá. Tres décadas mas adelante, hacia 1558, se registra la existencia de los reductos indígenas de Parita y Cubitá o Cubita, ambas en las márgenes de los respectivos ríos; En ese andar fundacional la Villa de Los Santos asoma su rostro casi medio siglo desde la fundación de Natá, suceso acaecido el 1 de noviembre de 1569. Es decir, 47 años luego de establecida la población que duerme a la vera del río Chico y 50 de creada Panamá La Vieja.
Natá forma parte de una visión hispánica que primero
establece Portobelo y Nombre de Dios en el Atlántico y luego la ciudad de
Panamá en el Pacífico, porque hay que conectar el océano Pacífico con el
Atlántico y a este con los puertos de España. En este proyecto hispánico la
ciudad coclesana no surge al azar y desempeña su rol de avituallamiento de la
ciudad de Panamá y de punto de lanza de la conquista del oeste del Istmo. Las
nuestras son tierras de sabanas fértiles que habitaron los indígenas, los que fueron
diezmados para establecer una nueva organización de los espacios geográficos
basado en el diseño de la ciudad europeo; con el famoso damero, tablero de
ajedrez o hipodámico. Allí la plaza, el templo, la alcaldía y las diversas
familias que ocupan el resto de los solares según su relevancia social, racial
y económica.
La región que se ubica en la sección suroeste
de Nata, es decir, los actuales asentamientos peninsulares deben mucho a Natá.
Ese nexo está en los orígenes y conquista de la región, aunque Gonzalo de
Badajoz y Gaspar de Espinosa estuvieran antes recorriendo Herrera y Los Santos
sin fundar ciudades. Los españoles radicados en Natá descubren nuestras sabanas
y en ese proceder radica el origen del minifundio y, en general, toda la
estructura agraria peninsular. También es cierto que la Villa de Los Santos
desplaza a Nata, tan temprano como finales del siglo XVI y transcurso del XVII
y se convierte en la sede del poder político, económico, social y religioso.
Sin embargo, Natá seguirá siendo relevante. El
propio Grito Santeño (10 de noviembre de 1821) demuestra que esos nexos se
mantuvieron, porque ambas poblaciones forman parte del eje agrario (Natá-Villa
de Los Santos) que se antepone al transitismo (Nombre de Dios-Portobelo-Panamá),
para reclamar en 1821 la cuota de poder económico y político a que tenían
derecho.
La Villa y Nata son poblaciones coloniales que
terminaron desplazadas por el mercantilismo de la zona de tránsito. Hoy, eso
tienen en común, rememorar los lauros de antaño; situadas próximas a la costa,
con ríos que han visto pasar el tiempo, acosadas por piratas de antaño y hogaño,
burócratas y políticos con piel de lagarto. Están íngrimas, escuchando el golpe
del badajo, que en la torre del templo llama a la oración mientras su eco sonoro
se disipa en la llanería que alguna vez hollaron indígenas, españoles y negros
coloniales. Quiero creer que habrán de redescubrir su fuerza, su mancomunidad
histórica, aunque en 2022 ya hayan pasado 500 años de la fundación de Natá y
453 de la capital histórica de Azuero.
Medio milenio después, un campesino peninsular
piensa en Natá, en el pueblo pletórico de historia. Y al hacerlo se siente
parte de los natariegos, de sus alegrías al conmemorar la fundación de la villa
en donde vivió Francisco Gómez Miró, ciudad añeja que tantos panameños ilustres
ha aportado a la nación. Sí, Natá es nuestra hermana de lazos históricos,
genealógicos, económicos, culturales y políticos; así ha de ser, porque
mientras llegan tiempos de redención, comprendo que en el cumpleaños de un
familiar siempre hay que estar presente.
…….mpr…
19/V/2022
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