Lo que podríamos
denominar el guarareñismo es la expresión de un grupo humano que se ha forjado
a través de los tiempos y representa el esfuerzo colectivo de quienes habitaron
estas tierras desde el siglo XVII, porque las huellas del hombre hispánico
datan de las primeras décadas del siglo XVI.
El guarareño ha vivido durante
centurias en la costa oriental de la península de Azuero, un poco adheridos al
río Guararé y próximos a la serranía del Canajagua; habitamos el espacio del
que tenemos la certeza que era ocupado por hombres y mujeres que fueron
forjando una cultura sabanera, con el desenfado propio de los que están
acostumbrados a morar en zonas en donde la vista no encuentra mayores
obstáculos para otear la raya del horizonte.
Estos factores
geográficos no son determinantes, pero si tienen su influjo en el carácter
colectivo y hasta en cierto gusto por la música que se aleja de los sonidos de
las quenas de Suramérica, porque nosotros no tenemos la presencia majestuosa de
los Andes, sino el embrujo de la pradera, de la sabana que nos envuelve y cautiva,
así como del Canajagua que se yergue en la distancia.
De lo dicho se colige que
necesitamos más investigaciones serias sobre la región, y dentro de ella realizar
lo propio para Guararé. Lo distintivo del guarareñismo es un ejercicio
centenario en el que hemos sorteado problemas, cometidos errores y añadido no
pocos aciertos. Y esto no es nada nuevo, ni algo que sea propio de nosotros, ya
que de tal manera se forjan los pueblos y van dejando huellas que las nuevas
generaciones transitarán para aprender de ellas y superarlas, si fuera el caso.
Así es, porque en Guararé
el formato de pueblo no aparece hasta el siglo XVIII, cuando comienzan a darse
sucesos de lo más relevante. Pienso en
la aparición de la cuadrícula urbana, la que no se concretiza hasta mediados de
la indicada centuria, así como de los acontecimientos que marcaron el siglo XIX,
porque tales fechas son relevantes para los guarareños, ya que para aquellas
calendas maduran las organizaciones religiosas y políticas.
En el plano religioso, el
31 de julio de 1869 se crea la Parroquia a la Virgen de Las Mercedes; hecho que
sugiere la existencia de grupos con algún grado de poder político y económico,
porque de otro modo ese hecho histórico no sería posible. Mientras tanto, el 21
de enero de 1880, luego de varios intentos, surge el Distrito de Guararé,
municipio que desde entonces guía los designios de quienes residen en las
proximidades del río que recuerda la presencia indígena, en estas tierras
sabaneras, planas y próximas a las riberas del océano Pacífico.
Luego del interregno de
la Guerra de los Mil Días, a partir del siglo XX, los guarareños recobramos la
marcha del desarrollo que había truncado la contienda bélica entre liberales y
conservadores.
El siglo XX siembra
esperanzas, abre nuevos horizontes y consolida la autodeterminación popular.
Porque si bien la centuria anterior no fue una época de anarquía, la que nos
ocupa es determinante en el fortalecimiento de la autoestima municipal y en el
anhelo de mejores días.
Y comenzamos bien, sin
duda, porque fuimos fieles a los nuevos tiempos cuando la nueva república daba
sus primeros pasos y se atrevía a convertirse en una nación que se expresaba
políticamente, separándose de la unión a la que se había sumado
voluntariamente. Quiero decir con ello que el 3 de noviembre de 1903 marca ese
hito histórico, el que se suma a los conatos de independencia del siglo XIX que
ya presagiaban la existencia de una nación y el deseo de ser libres y
soberanos.
Yo no voy a caer aquí en
la diatriba sobre la presencia estadounidense en los actos separatistas, hecho
por demás comprensible en una época de disputas entre imperios, porque incluso
el proceso de independencia latinoamericano también contó con el influjo y la
presencia económica y militar de los intereses ingleses.
Lo que importa en estos
momentos y en esta época, es constatar la anuencia de los pueblos del Istmo a
la separación de Colombia. Tal y como queda comprobado en las llamadas
adhesiones a lo acaecido en la ciudad de Panamá.
En una época cuando las
comunicaciones con la capital nacional se realizaban por la vía marina, porque
Belisario Porras no construye la carretero hasta los años veinte, resulta
llamativo que las adhesiones peninsulares se concreticen en la Villa de Los
Santos y Chitré, el 9 de noviembre, y Guararé lo haga el 10 de noviembre de
1903, es decir, siete días luego de los sucesos capitalinos.
En la fecha los
guarareños apenas teníamos un poco más de dos décadas de ser distrito y aún se continuaba
perfeccionando la burocracia municipal. Tales consideraciones hay que tenerlas
presente para calibrar en su justa medida la postura del pueblo y los munícipes
que se adhieren a la separación de Colombia. Un acto que también tiene una
fuerte carga emocional, porque no olvidemos que todos los firmantes pueden
considerarse colombianos y, en efecto, así lo eran, al margen que Bogotá
resultara un sitio lejano y desconocido.
Muchas cosas pueden
decirse sobre el momento histórico y lo acontecido en Guararé. Sin embargo,
para mi es llamativo la formalidad que se deriva del acuerdo municipal del día
décimo del mes de noviembre, porque este es un documento de gran valor
sociológico, además de histórico.
Por la naturaleza del acuerdo
el lector se percata que lo realizado no fue otra cosa que la ejecución de un
cabildo abierto, en la misma tónica que lo sucedido en la Villa de Los Santos,
también un 10 de noviembre, pero del año 1821, aunque ochenta y dos años antes.
Las dos poblaciones están ejecutando el mismo sistema democrático de consulta
ciudadana que nos legó España y que tiene antecedentes tan antiguos como los
debates en el ágora griega.
Y qué gran tino y
responsabilidad de aquellos ediles de 1903, el de remitir al nuevo gobierno republicano
copia de lo actuado; como si, en efecto, comprendieran la trascendencia
histórica de lo actuado y quisieran prolongar en el tiempo la dignidad de un
pueblo soberano.
Debo confesar que al leer
el acta no dejo de emocionarme al ver plasmado en el papel tantos mensajes
presentes y ocultos entre las líneas de lo redactado. Así debe ser, porque lo
escrito demuestra la existencia de grupos humanos, como el nuestro, que moraban
en áreas rurales, alejados de los principales centros urbanos, pero que tenían
la formación y la visión que se extendía más allá de la sabana que habitaban.
Otra faceta de este
memorable documento es la de registrar los nombres de las personas que asistieron
al evento, sin duda para dejar constancia escrita de que aquello no era un
capricho de los ediles, sino la expresión de una voluntad popular. Del mismo escrito
también se deduce, por los nombres y apellidos, que al acto asistieron
guarareños de diversos poblados. Y ese listado también es una muestra de las
familias que poblaban Guararé en esos años de inicio de la República de Panamá.
En el fondo es como si estuviéramos revisando los archivos parroquiales del
templo a la Virgen de Las Mercedes, en donde igualmente se registran los
nombres y apellidos desde el año 1869.
Luego de más de cien años
el mensaje de los ediles guarareños sigue vigente, continúan llamando nuestra
atención sobre los problemas del desarrollo de la comuna guarareña, desafían
nuestra conducta ciudadana y nos retan a asumir nuevos emprendimientos. De la
misma manera dejan en claro que la base del cambio social es el coraje, el
atreverse a soñar con un nuevo amanecer, porque el 10 de noviembre de 1903 es
un llamado a amar nuestro pueblo y asumir los desafíos de los nuevos tiempos.
En síntesis, hacer posible y rendir tributo al guarareñismo como forma de vida
y acción ciudadana.
Milcíades Pinzón Rodríguez
En Guararé, a 27 de noviembre de 2024.
No hay comentarios:
Publicar un comentario