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24 julio 2008

LA MUJER AZUERENSE


Ofelia Hooper Polo 


Han pasado más de ochenta años desde que la chiricana Clara Gon­zález escribiera, en el año 1922, su tesis titulada La Mujer ante el derecho panameño; trabajo que sustentó en lo que por aquellas calendas se conoció como la Escuela Nacional de Derecho. Por este y otros motivos, que hablan de su inquebran­table voluntad de lucha en pro de la mujer panameña, a la Sra. González se le con­sidera como zapadora del movimiento feminista panameño.
En la actualidad muchas de las luchas de mujeres como la que indicamos, apenas si son conocidas. Es más, las raíces de las discriminación contra la mujer panameña sólo han variado de forma; cierto que se ha avanzado, pero no lo suficiente como para que los obstáculos estructurales hayan sido superados.
Poco conocemos, porque poco se ha escrito sobre la contribución de la mujer panameña al desarrollo nacional. Sin duda ese silencio no se compagina con el no despreciable legado del sexo femenino en nuestro país. Sólo de pensar en el trabajo hogareño de la mujer campesina, ya es como para sacar a muchos de las visiones en la que viven sumidos.
Al escribir estas líneas pienso en la mujer azuerense -como podría decir chiricana o darienita-, porque en verdad lo que ella ha hecho apenas se conoce. De la mujer indígena que habitó nuestra región todo está por explorar y pocas cosas podemos avizorar a través de las crónicas de la Conquista. Constatamos que en nuestra flora regional ha sobrevivido uno de los términos empleados por los indígenas para referirse a una dama de alcur­nia: espavé. Vocablo que hoy designa a uno de nuestros más hermosos árboles nacionales. La espavé era la esposa de un cabra (guerrero destacado) o de un tiba (cacique prin­cipal).
Aún hoy, quinientos años después, la contribución indígena sobrevive mezclada con los rasgos culturales de la negra y de la mujer blanca. Y no se trata sólo de la cuestión culinaria (tamal, bollo, sancocho, etc.); sino de las transmisión de formas de pensar, modismos en el habla, estilos de bailes, aprendizaje del afecto y una larga lista de eventos que implican la socialización, enten­dida ésta como la transmisión de la cultura. Una tarea de tamaña envergadura, realizada con amor y abnegación, debió disponer de un mayor apoyo de tipo institucional.
Me refiero a que durante largos siglos la mujer azuerense asumió estas actividades como algo que le era consustancial a ella, como un producto de lo que la sociedad le enseñaba como sus "deberes de esposa". Deberes que muchas veces se entendían como el ser sumisa, como el no pensar y convertirse en una sombra de su consorte.
Acaso lo acontecido con la instrucción en Azuero sea una ventana que nos permita vislumbrar el papel que dicha sociedad rural -de estrechos y fuertes vínculos familiares-, tenía asig­nado al sexo femenino y, de paso, nos ayude a adentrarnos en ese mundo de los siglos pasados. Al respecto, tal vez lo más llamativo que hemos en­contrado sea el siguiente testimonio de Antonio Baraya, gobernador de la extinta provincia de Azuero, fechado el 15 de septiembre de 1852. Cito:
"También debeis hacer los mayores esfuerzos por establecer un colegio o escuela provincial de niñas. La mujer, esta preciosa mitad del género humano, destinada por la naturaleza a influir en el destino del hombre, i en la suerte de la naciones, segun su mayor o menor intelijencia, crece en estos pueblos como la planta silvestre, sin mas educación que la que le legara a su madre o abuela el siglo XVI, i sin otro porvenir que el de ser máquina humana de reproduc­ción".
En efecto, en el área es vieja la tendencia a creer que la educación más esmerada la deben tener los hijos varones. Tanto, que todavía en las primeras décadas del Siglo XX existían escuelas para niñas y escuelas para varones. Sin duda, en este punto la mujer azuerense no escapa a la misma suerte de sus colegas en el resto de la república. Estado en el cual la coeducación no se implantó hasta el año 1919. Una rápida mirada a los con­tenidos de las asignaturas que recibían las niñas corro­bora la vigencia de la vieja concepción de que nos hablara el gobernador azuerense del decimonono panameño.
No cabe duda que en Azuero, como en el resto del país, la revolución educativa de principios de siglo representó un significativo avance en la búsqueda de mejores días para la mujer de la península. Esto sin desconocer lo polémico que podría significar, en lo atinente al papel de la mujer moderna, la discusión de los contenidos programáticos de los centros escolares.
Actualmente esa misma mujer supuestamente dispone de numerosas escuelas primarias, colegios secundarios y centros univer­sitarios. Pero, en honor a la verdad, ello no es suficiente. Nuestra mujer necesita y tiene el derecho de acceder, en igualdad de condiciones, a las diferen­tes instancias del poder.
Según el último Censo de Población la mujer azuerense representa el 49.28% de la población de la provincia de Herrera y el 48.91% en la provincia de Los Santos. Esto significa que ella constituye algo así como el 50% de la población. Un contingente poblacional de tal naturaleza bien podría mul­tiplicar su contribución al desarrollo nacional, si no se le subestima y se erradican las estructuras económicas y políticas que le permitieron a un Antonio Baraya en 1852 hablar de "un porvenir de máquina humana de reproducción".

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