El perfil de la política y los políticos orejanos no es difícil de establecer, porque a grandes rasgos se corresponde con el prototipo nacional. Ambos dejan mucho qué desear, pero sus rasgos salen a flote con mucha facilidad, de manera tan natural como el sol matutino cuando ilumina la testa del Canajagua.
Los antecedentes de tales personajes se remontan al Siglo XIX, pero su génesis temprana comienza durante el Siglo XVI y guarda estrecha relación con la particular estructura agraria regional, así como con los sistemas de poderes centrados en la posesión de la tierra, las vacas e incluso la hegemonía de la Iglesia Católica. A la anterior trilogía del poder, debemos añadirle el aparato burocrático, organización que siempre fue el espacio político en disputa. Muy por debajo de este andamiaje se encuentra la base campesina que pulula por los campos y que se constituye en el medio para el logro de los fines político-partidista del gamonal de aldea.
Se sabe que hasta mediados del Siglo XX el campesinado se caracterizó por su escasa formación intelectual. Desde inicio de tal centuria ha mejorado substancialmente la instrucción pública, pero el interiorano aún carece de una adecuada comprensión de los procesos político-partidistas. Lo curioso es que no pocos de los descendientes de los antiguos campesinos cuelgan títulos universitarios en sus residencias, pero han copiado del gamonal de antaño las mismas prácticas de manipulación social. Todo esto en un contexto en donde el eje de poder que antiguamente sólo encontrábamos en las capitales de distritos, desde los años setenta del Siglo XX el torrijismo lo trasladó al corregimiento. En pocas palabras, se cerró y perfeccionó el círculo de dominación.
Luego de un siglo de elecciones, podemos afirmar que la telaraña de control político (en contra de lo popular) no ha mejorado para el hombre del campo; muy por el contrario, generalmente el representante de corregimiento actúa como agente de las principales figuras provinciales del partido político. Como si se tratara de un corral vacuno, es de lo más común escuchar frases de este calibre: “Yo controlo 90 votos”. Y con ese “capital” cautivo el “repre” negocia su cuota de poder, a espaldas de la gente que lo elige.
La comprensión de la política orejana pasa necesariamente por el papel relevante de los “clanes familiares”. Como en la contienda no existe un debate ideológico y mucho menos una selección basada en el perfil de los candidatos, el voto responde a los nexos familiares, al amiguismo político y al compadrazgo. En consecuencia, el candidato puede ser un don nadie y, sin embargo, resultar electo.
En las áreas interioranas casi nada ha cambiado desde la segunda mitad del Siglo XIX y durante el Siglo XX. La política ha variado de forma, más no de contenido. Ni tan siquiera el discurso de los candidatos tiene el nivel que podría esperarse. Al contrario, antes se regalaban machetes y cutarras, ahora se obsequian becas y se prometen “casitas” pagadas por el erario público. La trapisonda, la zancadilla y las promesas huecas pululan como los insectos que acuden al poste de la luz, después que caen los primeros aguaceros de mayo.
En este mundo político no sólo el votante campesino está preso dentro de la antedicha estructura de dominación rural, también la experimentan los partidos políticos que se mueven atrapados dentro de sus propias contradicciones internas, enredados con la cultura política que ellos contribuyeron a forjar. Por ejemplo, están de moda las elecciones primarias, pero al final la cultura política de la alienación termina por sofocar el ejercicio democrático, al imponerse el dedo, los “clanes familiares” y la famosa “línea” de las cúpulas en el poder.
¿Y cuándo cambiará todo ello? Seguramente cuando la gente más lúcida deje de llorar sobre la leche derramada. El día cuando los letrados hijos de campesinos dejen de tener mentalidad de gamonal y renuncien a las mismas prácticas políticas que los mantuvieron a ellos sumidos en siglos de dominación. Hay un triste espectáculo en toda esta situación que describimos, porque no falta quien, apertrechado de títulos, acepte ser suplente de la estupidez y la estulticia, cuando no del apellido y el compadrazgo.
Se sabe que hasta mediados del Siglo XX el campesinado se caracterizó por su escasa formación intelectual. Desde inicio de tal centuria ha mejorado substancialmente la instrucción pública, pero el interiorano aún carece de una adecuada comprensión de los procesos político-partidistas. Lo curioso es que no pocos de los descendientes de los antiguos campesinos cuelgan títulos universitarios en sus residencias, pero han copiado del gamonal de antaño las mismas prácticas de manipulación social. Todo esto en un contexto en donde el eje de poder que antiguamente sólo encontrábamos en las capitales de distritos, desde los años setenta del Siglo XX el torrijismo lo trasladó al corregimiento. En pocas palabras, se cerró y perfeccionó el círculo de dominación.
Luego de un siglo de elecciones, podemos afirmar que la telaraña de control político (en contra de lo popular) no ha mejorado para el hombre del campo; muy por el contrario, generalmente el representante de corregimiento actúa como agente de las principales figuras provinciales del partido político. Como si se tratara de un corral vacuno, es de lo más común escuchar frases de este calibre: “Yo controlo 90 votos”. Y con ese “capital” cautivo el “repre” negocia su cuota de poder, a espaldas de la gente que lo elige.
La comprensión de la política orejana pasa necesariamente por el papel relevante de los “clanes familiares”. Como en la contienda no existe un debate ideológico y mucho menos una selección basada en el perfil de los candidatos, el voto responde a los nexos familiares, al amiguismo político y al compadrazgo. En consecuencia, el candidato puede ser un don nadie y, sin embargo, resultar electo.
En las áreas interioranas casi nada ha cambiado desde la segunda mitad del Siglo XIX y durante el Siglo XX. La política ha variado de forma, más no de contenido. Ni tan siquiera el discurso de los candidatos tiene el nivel que podría esperarse. Al contrario, antes se regalaban machetes y cutarras, ahora se obsequian becas y se prometen “casitas” pagadas por el erario público. La trapisonda, la zancadilla y las promesas huecas pululan como los insectos que acuden al poste de la luz, después que caen los primeros aguaceros de mayo.
En este mundo político no sólo el votante campesino está preso dentro de la antedicha estructura de dominación rural, también la experimentan los partidos políticos que se mueven atrapados dentro de sus propias contradicciones internas, enredados con la cultura política que ellos contribuyeron a forjar. Por ejemplo, están de moda las elecciones primarias, pero al final la cultura política de la alienación termina por sofocar el ejercicio democrático, al imponerse el dedo, los “clanes familiares” y la famosa “línea” de las cúpulas en el poder.
¿Y cuándo cambiará todo ello? Seguramente cuando la gente más lúcida deje de llorar sobre la leche derramada. El día cuando los letrados hijos de campesinos dejen de tener mentalidad de gamonal y renuncien a las mismas prácticas políticas que los mantuvieron a ellos sumidos en siglos de dominación. Hay un triste espectáculo en toda esta situación que describimos, porque no falta quien, apertrechado de títulos, acepte ser suplente de la estupidez y la estulticia, cuando no del apellido y el compadrazgo.
En pleno Siglo XXI es casi inconcebible que la política interiorana aún transite por los viejos y trillados senderos de los dos últimos siglos. Razón tuvo el Dr. Francisco Samaniego (1911 – 1962), prominente galeno representativo de la Federación de Sociedades Santeñas, al afirmar, a mediados de la vigésima centuria: “Tenemos que despertar una nueva conciencia interiorana”.
Fuente: ÁGORA Y TOTUMA # 247, 17/VII/2008
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