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23 julio 2008

MITOS ECOLÓGICOS...o al perro más flaco se le pegan las pulgas


En la acepción que nos interesa, un mito es visto como una representa­ción y explicación del mundo. Explicación que, indepen­dientemente de su certeza, es asumida como válida; constituyén­dose en una verdad que termina por ser aceptada por el sentido común y asumida como un modelo de conducta social. Por su parte, la ecología ha sido definida como una ciencia preocu­pa­da por la interacción de los seres vivos con la naturale­za.

Siendo así, podemos hablar de la existencia de una mitología ecológica, es decir, un conjunto de creencias que se dan como ciertas y que pretenden dilucidar lo que acontece en nuestro medio, como producto de la interac­ción entre el hombre y la naturaleza. Señalemos algunas de ellas y procedamos a su desmiti­ficación.

I mito: El campesino carece de conciencia conser­vacio­nista.

Según esta versión nuestro hombre de campo es un arboricida. Transita por esos caminos de Dios con un hacha al hombro y una cajetilla de fósforos en el bolsillo de su "cotona". Los males que adolece nuestro entorno ecológico se los debemos a las satánicas actividades del hombre interiorano y, en especial, a los santeños, herreranos y chiricanos. Al parecer nuestros orejanos padecen de una extraña enfermedad que únicamente puede ser calmada con el zumbido del hacha y el deleite piroma­niático de la candela en el rastrojo.

II mito: La escasez de lluvia es un castigo de Dios.

Los dioses son seres iracundos. Están hechos para castigar al hombre por sus pecados terrenales. A este último -pobre e infeliz mortal-, sólo le queda conformarse con lo que tiene en este "valle de lágrimas". Si escasean las lluvias, es porque algo maléfico han realizado los descendientes de Adán y Eva. En consecuencia, se imponen los "rogativas" y las procesiones a San Isidro.

III mito: Los ganaderos son los culpables de la defo­restación.

Junto a los campesinos los ganaderos han sido catalogados como el segundo estrato social que depreda los bosques. Quienes así piensan, parecie­ran aceptar que las vacas y sus propietarios provienen de alguna extraña constela­ción ubicada más allá de Alfa Centauri. Viven los cuadrúpedos en el limbo y sin vínculos económicos con los grupos hegemónicos. Aunque es de creer que quien dice res, vaca o cuadrúpedo está pensando exclusivamente en los rumian­tes que tienen por dueños a campesinos pequeño-propietarios, los que para subsistir tienen que alternar sus actividades agrícolas con las ganade­ras.

IV mito ecológico: En Panamá tenemos la mejor agua del mundo

¡Hombre!,no hay que preocuparse, siempre tendremos agua en abundancia. Si hoy, en el Interior como en la capital de la república nos quedamos sin el apreciado líquido, la culpa la tiene el IDAAN. Nosotros seguiremos saltando en los culecos, enjabonándo­nos mientras dejamos el grifo abierto. Total, decimos, no es mi problema y...no tengo medidor.

V mito ecológico: El asfixiante calor que sentimos antecede a los terremo­tos

Esta es una vieja creencia. El problema no es la destrucción de nuestro hábitat natural. En la sabiduría popular, el problema del cada vez más sofocan­tes calor que todos experimentamos, apenas si se vincula con la defores­tación de alrededor de 100,000 hectáreas anuales. Que existan pueblos sin bosques y ciudades con parques de concreto, poco tiene que ver con las altas temperatu­ras. Y ni qué decir sobre las baladíes consecuencias de la destruc­ción de la capa de ozono.

Aproximación a una desmitificación

No es cierto que el problema ecológico sea exclusivamente un asunto de falta de conciencia y de la necesidad de sembrar uno que otro arbolito. Las semanas ecológicas, como las del libro y el idioma, pasan como tantas otras y hasta nos acostumbramos a celebrarlas... y nada más.

Siendo así, se impone para la correcta comprensión de la problemática indicada, superar las visiones románticas y las explicaciones alegres; compe­netrarnos de las esen­cias y no de las apariencias. Me sumo a los que conside­ran que es imperio­so destacar las causas estructu­rales. Una de ellas, a mi juicio la más importan­te, radica en comprender que moramos dentro de un sistema socioeconó­mico que posee una racionalidad centrada en las utilidades económicas y no en el bienestar del hombre. ¿Qué importa talar un bosque más si al final crecerá mi cuenta bancaria ? ¿A quién le importan los cocodri­los, si las carteras del reptil anfibio están bien cotizadas en París y Washington? Si la existen­cia de las titibúas de Santa Ana de Los Santos tienen su vida sujeta a los caprichos de los Caballerors de la Orden de Malta, entonces, ¿en dónde está la justicia?

Bien dice el adagio popular que "al perro más flaco se le pegan las pulgas". En una sociedad con el sistema de estratificación característico de nuestro ístmico país, un problema tan complejo como el ecológico pretenden reducirlo a la falta de conciencia de nuestros agricultores y pequeños ganaderos. Se les recomienda a éstos no talar, no deforestar, no quemar y proteger la fauna. Mientras, los grandes consorcios madereros continúan haciendo de las suyas y pueblos como el de Santa María son fumigados con agroquímicos.

Con un modelo de desarrollo como el nuestro (plutocrático y excluyente), casi que resulta un insulto a la inteligencia el pedirle a nuestra gente que abandone un estilo de vida de cinco centurias a cambio de...nada. Si en verdad nos interesa resolver el problema ecológico, debemos superar el romanticismo y encaminar nuestros pasos en la búsqueda de acciones que apunten a modifi­car un modelo tan depredador como el que tenemos y en el que las áreas interiora­nas son solamen­te un ente folklórico.

Los mitos ecológicos sólo serán verdaderamente erradicados cuando al mismo tiempo que se implementa un modelo de desarrollo centrado en el hombre y la naturaleza, las instituciones de socialización acompañan a este mismo modelo indicándole a todos los sectores sociales qué hacer para conservar su hábitat.


Tomado de ÁGORA Y TOTUMA # 35, Mayo de 1999.

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