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28 noviembre 2024

EL GUARAREÑISMO Y EL 10 DE NOVIEMBRE DE 1903

 


Lo que podríamos denominar el guarareñismo es la expresión de un grupo humano que se ha forjado a través de los tiempos y representa el esfuerzo colectivo de quienes habitaron estas tierras desde el siglo XVII, porque las huellas del hombre hispánico datan de las primeras décadas del siglo XVI.

El guarareño ha vivido durante centurias en la costa oriental de la península de Azuero, un poco adheridos al río Guararé y próximos a la serranía del Canajagua; habitamos el espacio del que tenemos la certeza que era ocupado por hombres y mujeres que fueron forjando una cultura sabanera, con el desenfado propio de los que están acostumbrados a morar en zonas en donde la vista no encuentra mayores obstáculos para otear la raya del horizonte.

Estos factores geográficos no son determinantes, pero si tienen su influjo en el carácter colectivo y hasta en cierto gusto por la música que se aleja de los sonidos de las quenas de Suramérica, porque nosotros no tenemos la presencia majestuosa de los Andes, sino el embrujo de la pradera, de la sabana que nos envuelve y cautiva, así como del Canajagua que se yergue en la distancia.

De lo dicho se colige que necesitamos más investigaciones serias sobre la región, y dentro de ella realizar lo propio para Guararé. Lo distintivo del guarareñismo es un ejercicio centenario en el que hemos sorteado problemas, cometidos errores y añadido no pocos aciertos. Y esto no es nada nuevo, ni algo que sea propio de nosotros, ya que de tal manera se forjan los pueblos y van dejando huellas que las nuevas generaciones transitarán para aprender de ellas y superarlas, si fuera el caso.

Así es, porque en Guararé el formato de pueblo no aparece hasta el siglo XVIII, cuando comienzan a darse sucesos de lo más relevante.  Pienso en la aparición de la cuadrícula urbana, la que no se concretiza hasta mediados de la indicada centuria, así como de los acontecimientos que marcaron el siglo XIX, porque tales fechas son relevantes para los guarareños, ya que para aquellas calendas maduran las organizaciones religiosas y políticas.

En el plano religioso, el 31 de julio de 1869 se crea la Parroquia a la Virgen de Las Mercedes; hecho que sugiere la existencia de grupos con algún grado de poder político y económico, porque de otro modo ese hecho histórico no sería posible. Mientras tanto, el 21 de enero de 1880, luego de varios intentos, surge el Distrito de Guararé, municipio que desde entonces guía los designios de quienes residen en las proximidades del río que recuerda la presencia indígena, en estas tierras sabaneras, planas y próximas a las riberas del océano Pacífico.

Luego del interregno de la Guerra de los Mil Días, a partir del siglo XX, los guarareños recobramos la marcha del desarrollo que había truncado la contienda bélica entre liberales y conservadores.

El siglo XX siembra esperanzas, abre nuevos horizontes y consolida la autodeterminación popular. Porque si bien la centuria anterior no fue una época de anarquía, la que nos ocupa es determinante en el fortalecimiento de la autoestima municipal y en el anhelo de mejores días.

Y comenzamos bien, sin duda, porque fuimos fieles a los nuevos tiempos cuando la nueva república daba sus primeros pasos y se atrevía a convertirse en una nación que se expresaba políticamente, separándose de la unión a la que se había sumado voluntariamente. Quiero decir con ello que el 3 de noviembre de 1903 marca ese hito histórico, el que se suma a los conatos de independencia del siglo XIX que ya presagiaban la existencia de una nación y el deseo de ser libres y soberanos.

Yo no voy a caer aquí en la diatriba sobre la presencia estadounidense en los actos separatistas, hecho por demás comprensible en una época de disputas entre imperios, porque incluso el proceso de independencia latinoamericano también contó con el influjo y la presencia económica y militar de los intereses ingleses.

Lo que importa en estos momentos y en esta época, es constatar la anuencia de los pueblos del Istmo a la separación de Colombia. Tal y como queda comprobado en las llamadas adhesiones a lo acaecido en la ciudad de Panamá.

En una época cuando las comunicaciones con la capital nacional se realizaban por la vía marina, porque Belisario Porras no construye la carretero hasta los años veinte, resulta llamativo que las adhesiones peninsulares se concreticen en la Villa de Los Santos y Chitré, el 9 de noviembre, y Guararé lo haga el 10 de noviembre de 1903, es decir, siete días luego de los sucesos capitalinos.

En la fecha los guarareños apenas teníamos un poco más de dos décadas de ser distrito y aún se continuaba perfeccionando la burocracia municipal. Tales consideraciones hay que tenerlas presente para calibrar en su justa medida la postura del pueblo y los munícipes que se adhieren a la separación de Colombia. Un acto que también tiene una fuerte carga emocional, porque no olvidemos que todos los firmantes pueden considerarse colombianos y, en efecto, así lo eran, al margen que Bogotá resultara un sitio lejano y desconocido.

Muchas cosas pueden decirse sobre el momento histórico y lo acontecido en Guararé. Sin embargo, para mi es llamativo la formalidad que se deriva del acuerdo municipal del día décimo del mes de noviembre, porque este es un documento de gran valor sociológico, además de histórico.

Por la naturaleza del acuerdo el lector se percata que lo realizado no fue otra cosa que la ejecución de un cabildo abierto, en la misma tónica que lo sucedido en la Villa de Los Santos, también un 10 de noviembre, pero del año 1821, aunque ochenta y dos años antes. Las dos poblaciones están ejecutando el mismo sistema democrático de consulta ciudadana que nos legó España y que tiene antecedentes tan antiguos como los debates en el ágora griega.

Y qué gran tino y responsabilidad de aquellos ediles de 1903, el de remitir al nuevo gobierno republicano copia de lo actuado; como si, en efecto, comprendieran la trascendencia histórica de lo actuado y quisieran prolongar en el tiempo la dignidad de un pueblo soberano.

Debo confesar que al leer el acta no dejo de emocionarme al ver plasmado en el papel tantos mensajes presentes y ocultos entre las líneas de lo redactado. Así debe ser, porque lo escrito demuestra la existencia de grupos humanos, como el nuestro, que moraban en áreas rurales, alejados de los principales centros urbanos, pero que tenían la formación y la visión que se extendía más allá de la sabana que habitaban.

Otra faceta de este memorable documento es la de registrar los nombres de las personas que asistieron al evento, sin duda para dejar constancia escrita de que aquello no era un capricho de los ediles, sino la expresión de una voluntad popular. Del mismo escrito también se deduce, por los nombres y apellidos, que al acto asistieron guarareños de diversos poblados. Y ese listado también es una muestra de las familias que poblaban Guararé en esos años de inicio de la República de Panamá. En el fondo es como si estuviéramos revisando los archivos parroquiales del templo a la Virgen de Las Mercedes, en donde igualmente se registran los nombres y apellidos desde el año 1869.

Luego de más de cien años el mensaje de los ediles guarareños sigue vigente, continúan llamando nuestra atención sobre los problemas del desarrollo de la comuna guarareña, desafían nuestra conducta ciudadana y nos retan a asumir nuevos emprendimientos. De la misma manera dejan en claro que la base del cambio social es el coraje, el atreverse a soñar con un nuevo amanecer, porque el 10 de noviembre de 1903 es un llamado a amar nuestro pueblo y asumir los desafíos de los nuevos tiempos. En síntesis, hacer posible y rendir tributo al guarareñismo como forma de vida y acción ciudadana.

Milcíades Pinzón Rodríguez

En Guararé, a 27 de noviembre de 2024.


23 noviembre 2024

IR A BUSCAR EL VIENTO

 

El mes de noviembre es importante no sólo por su connotación patriótica, sino porque al final del período se produce la transición entre la estación invernal y el ansiado verano. Y tal como acontece en casi todas las culturas del orbe, el hombre da rienda suelta a su fructífera imaginación. En efecto, en sociedades menos desarrolladas y aún en otras no tan antiguas, el ser percibe ese instante como una etapa de transición entre la vida y el mundo de la Parca o, en otras ocasiones, el momento se hace propicio para ritos de fertilidad. Quiero decir, que en tales períodos arma ceremonias mágico-religiosas con los que intenta saludar a deidades que estima reales o ficticias.

Lo mismo acontece en el sentido contrario, de verano a invierno. Solo tenemos que recordar la celebración de la cruz de mayo, cuando antaño se presentaban ofrendas a los dioses para el logro de una buena cosecha. En cambio, en noviembre se combinan otros factores que inciden en el estado anímico del hombre que mora en nuestra región peninsular.

Uno de ellos está representado por los llamados vientos alisios, los que soplan e inciden desde el área de la costa hacia la montaña. Todo un acontecimiento al que se suma la terminación del ciclo escolar, la celebración de la Navidad y la culminación del año, lo que implica conmemorar el Año Nuevo.

Pues bien, en ese entorno de cosas, se hacen presente las mencionadas brisas, las que ya se dibujan hacia final del décimo primer mes del año, hecho que concuerda con la celebración de Santa Catalina de Alejandría, que según el santoral católico se celebra el 25 de noviembre.

Lo anterior es lo que explica que en tiempo de Santa Catalina se acostumbraba a celebrar el rito que era conocido como “la búsqueda del viento”. Como es de suponer, la actividad se celebrada en la costa oriental de Azuero, como queda dicho, en la zona en donde mayor se experimentan estos soplos de Eolo, tal como llamaban los griegos al dios del viento.

El rito que comentamos consistía en organizar peregrinaciones -en carretas, caballos o a pie- para viajar a la orilla del mar a buscar el viento, el elusivo céfiro que había que traerlo para que se iniciase el verano. De allí que las romerías también fuesen amenizadas con cantos y bailes, mientras la procesión atravesaba los caminos y callejones para llegar a la ribera del mar, sitio en donde se pernoctaba y luego se regresaba con el mismo entusiasmo de la ida.

El hermoso rito ya ha desaparecido, porque la instrucción y la ciencia han contribuido a desmitificar la actividad, destruyendo el encanto mágico con que antiguamente nuestra gente enfrentaba los desafíos de la naturaleza y, simultáneamente, se hacía parte de ella,  en hermosa comunión con la Casa Común.

Yo no voy a plantear aquí una defensa a ultranza del rito de “ir a buscar el viento”, pero no cabe duda de que, al hombre contemporáneo, más instruido, pero no siempre educado, le hace falta mucho de aquella empatía campesina. Porque el viento no sólo es aire en movimiento y se vincula con las estaciones de invierno y verano, no es únicamente una manifestación atmosférica, sino la masa de aire con la que también sazonamos la cultura y elaboramos la conexión con la pródiga naturaleza.

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23/XI/2024


02 noviembre 2024

EL SANTEÑISMO DE MANUEL MORENO AROSEMENA

 

Si alguien, preocupado por el acontecer nacional, se interrogara sobre cuál es el principal problema que aqueja a los panameños, tal vez tendría que responder que la ausencia de mística ciudadana. Y con tal expresión me refiero a la existencia de la fuerza que impulsa al ser humano a emprender una labor sin pensar en los premios materiales que se derivan de ella,  quiero decir, que siente que aquello es su deber moral y que debe asumirlo sin esperar recompensa de ninguna naturaleza.

Tal vez algo parecido le acontece al escritor istmeño, porque para nadie es desconocido que quien se dedica a tales menesteres no espera volverse rico ni gozar del aplauso de las grandes mayorías. Así de real es la cosa.

Ya sabemos que escribir es una labor solitaria, de introspección y de maduración de las ideas en algún sitio del cacumen, en rincones neuronales en donde madura el pensamiento, reflexiones que luego pugnan por salir y hacerse presente en la inmaculada página en blanco o en el desafío de la pantalla del ordenador electrónico.

Sí, hay que amar esto de auscultar el hoy y el ayer, ya que vivimos inmersos en un conjunto de relaciones sociales, las que dificultan el alejarse de ellas para tener una perspectiva objetiva. Piense usted en escribir sobre sucesos de antaño, en contextos sociales que a veces resultan tan diferentes y alejados de la cultura contemporánea. Sin olvidar las leyendas que se han creado por ausencia de explicaciones científicas, consejas que se aferran al pensamiento y parecen verdades inamovibles.

Sume a este cóctel de dificultades la ausencia de fuentes documentales a las que se debe acudir para descifrar el ayer oculto, porque al no hacerle se corre el riesgo de no ser fiel e incurrir en errores imperdonables y terminar por deformar lo que aconteció. Así, por ejemplo, medite sobre lo acaecido, porgamos por caso, en la fundación de la Villa de Los Santos el 1 de noviembre de 1569, el Grito Santeño de 1821, el rol del pariteño Pedro Goytía Meléndez al introducir ideas liberales en la región, la adhesión de la Villa de Los Santos a la separación de Panamá de Colombia el 9 de noviembre de 1903 o la mítica y escurridiza figura de Rufina Alfaro, leyenda o realidad histórica.

Como podemos apreciar, son variados los desafíos que debe enfrentars el escritor en una cultura como la nuestra, generalmente carente de mecenas que alivien el peso de dedicarse a labores como las indicadas y a las que hemos de añadir cierto desdén nacional por la cosas de la inteligencia, no exenta de algún rasgo de bibliofobia. Lamentable, porque en Panamá quien escribe tiene que encontrar las fuentes,  redactar el texto, hacer de corrector e incluso vender y colocar el producto en el mercado.

Y a qué vienen todas estas cogitaciones, sencillamente a que justiprecio en su justa dimensión a quienes dedican parte de su vida a devolver a la comunidad la historia que les pertenece y que está oculta en las brumas del tiempo. Y afortunadamente en nuestra provincia, nunca han faltado los literatos, ensayistas y poetas con la suficiente mística como para reconstruir lo que somos y deberíamos ser.

Podría señalar a muchos de ellos, pero me concentraré en don Manuel Moreno Arosemena. El santeño que funge como director del Museo de la Nacionalidad de la Villa de Los Santos y que ha sabido seguir los pasos de la doctora Reina Torres de Arauz, del profesor Raúl González Guzmán y de figuras como Alberto Arjona Osorio, Oscar Velarde Batista y Alberto Osorio Osorio.

El historiador Manuel forma parte de esa camada de la intelectualidad cuyos vínculos tienen que ver con el conocimiento y respeto al patrimonio histórico. Como ellos vive y saborea la investigación y ha sido durante décadas un verdadero santeñólogo; si me permiten este neologismo, con el que quiero designar a quienes siempre se han interesado por la cultura santeña. Porque debo añadir, a renglón seguido, que no se trata de una postura regionalista del que no mira más allá de la torre del templo del poblado, al contrario, en don Manuel es la toma de conciencia de que aquello que no se escribe termina por desaparecer o, en el mejor de los casos, deformarse en sus esencias.

Entre las temáticas del santeño que nos ocupa está su preocupación por conocer en profundidad la historia de la Villa de Los Santos, los entretelones del 10 de noviembre de 1821, destacar personajes notables de la tierra que le vio nacer, así como establecer los perfiles biográficos de los próceres del Grito Santeño de inicios del siglo XIX.

Todos los tópicos que aborda tienen un denominador común, el sentimiento patrio de quien se siente obligado a destacar la grandeza de un pueblo como la Villa de Los Santos. Y es que debo decirlo y subrayarlo, don Manuel ama a su pueblo y siente por la Capital Histórica de Azuero un arrebato no excento de cierta dosis de misticismo. Sin embargo, a la hora de la redacción sabe guardar en su pecho el amor al terruño para que los ensayos no se conviertan en mera alabanza, sino en la historia que sabe alejarse de la subjetividad y mostrarse tal cual es.

De lo dicho se colige que no extraña que el profesor Manuel Moreno Arosemena presente a la comunidad un trabajo como el referente a los próceres de los sucesos políticos de noviembre de 1821, cuando nuestros antepasados supieron romper con los vínculos que los ataban a la monarquía española.

Creo que su aporte, “Breves reseñas biográficas de los próceres del 10 de noviembre de 1821”, es una incursión en los perfiles biográficos de los santeños que desempañaron un rol notable en el proceso de la independencia de Panamá de España. Si, porque con el auxilio de los archivos parroquiales del templo a San Atanasio, va reconstruyendo los nexos familiares que existen entre ellos y que no habían merecido el interés de quienes entran a comprender el Grito Santeño. Aquello es otra manera del mirar el acontecimiento histórico, porque arroja luces sobre los nexos matrimoniales del grupo dominante que propicia el alzamiento independentista, devela la endogamia existente y abre una importante ventana para conocer los sucesos más allá del romanticismo con el que a veces lo miramos.

En efecto, el ensayo que nos ocupa es importante y relevante, porque sobre el 10 de noviembre de 1821 se han escrito muchas cosas, algunas de ellas certeras, así como otras que responden a la emoción. Bien intencionadas, sin duda, pero carente del sustento documental que compruebe la certeza de lo planteado.  

Manuel Moreno Arosemena comprende que una fecha tan trascendental ha de ser analizada en el contexto histórico en el que surgió, así como lo referente a los grupos humanos que la hicieron posible. De allí el interés por el análisis de los firmantes del acta de independencia, por descifrar los nexos parentales entre ellos y, si fuera el caso, la relación entre el poder económico y el político, tanto regional como nacional.

El Grito Santeño se lo merece porque el mismo no puede continuar viéndose solamente como el producto de un grupo de exaltados poblanos que salieron a la calle gritando “libertad, libertad, libertad”, mientras la mítica Rufina Alfaro había complotado en el cuartel de los españoles. Tal es la imagen literaria que santeños como Miguel Moreno reprodujeron en su novela “Fugitiva de la gloria” y que recogió de boca del pueblo el historiador Ernesto Castillero Reyes.

Todo esto ha contribuido a darle gloria a nuestro proceso de independencia, porque las leyendas continuarán en la mente de nuestro pueblo, pero ha llegado el momento de dar un paso al frente e ir desentrañando lo que de verdad aconteció para aquellas fechas. Por eso el ejemplo que nos trae Manuel Moreno Arosemena se inscribe en la dirección correcta y coloca en su justa dimensión a ciudadanos como Julián Chávez, el coronel Segundo de Villarreal, al cura José María Correoso y el resto de la camada de luchadores por la independencia istmeña.

Pienso que existe otra dimensión que se camufla en la publicación, y es la atinente a su aporte al santeñismo. Es decir, a la forma de ser, estilo de vida y cultura material e inmaterial que forjaron nuestros antepasados. Porque urge que los jóvenes y otros que no lo son tanto, puedan leer sobre lo que fueron, son y serán. Nuestro futuro pende de un hilo, del estudio de lo que hemos sido, que es en realidad la argamasa para darle sentido a la vida en una época donde el influjo de la modernidad y la globalización logran zarandear los valores y amenazan con convertir nuestra cultura en una mala copia de otras.

En épocas tan convulsas como las que vivimos, ensayos como el aludido resultan un bálsamo refrescante para el espíritu y la conciencia del ser nacional, demuestran que en la tierra de Rufina y Belisario aún hay espacio para la inteligencia; porque tal es el sendero correcto, el trillo desde el que reafirmamos la autoestima colectiva y el orgullo patrio.

Don Manuel Moreno Arosemena tiene ese mérito, el de ser fiel testigo del santeñismo, el de poner la pluma a favor de los suyos, así como el hacer de la Villa de Los Santos el objeto de estudio y recipiente de sus querencias.  Bienvenida sea esta publicación a la bibliografía sobre la región y el país. La recibimos con el reconocimiento al esfuerzo del autor y la seguridad de contribuirá a comprender la magna fecha del 10 de noviembre de 1821.

 

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En las falda de cerro El Barco, Villa de Los Santos, a 1 de noviembre de 2024..


01 noviembre 2024

A PROPÓSITO DE UN RECONOCIMIENTO EN LA VILLA SANTEÑA

Debo comenzar señalando que aquellos que han escogido el 1 de noviembre como la fecha para honrar la trayectoria de vida de quienes han nacido o residen en el distrito de Los Santos y, en consecuencia, también en la Villa, no han podido ser más oportunos y certeros. Porque el 1 de noviembre de 1569 y el 10 de noviembre de 1821 son las fechas por antonomasia de la cultura santeña. Tales hitos históricos ejemplifican los valores que se acrisolan en el pecho de los ciudadanos que viven y sienten lo que hemos dado en llamar el santeñismo y que no es otra cosa que el sano orgullo de haber nacido en esta tierra; porque ser santeño no es sólo la expresión de un gentilicio o de un sentimiento, sino un compromiso de patria que trasciende los límites provinciales y que cohesiona al grupo humano que se asienta en la península azuerense. Al final el santeñismo es un carácter colectivo, un estilo de vida con sello propio.

Todo está contemplado aquí, en esta ágora griega de la nacionalidad, en la cuna del coronel don Segundo de Villarreal y Rivera. Pienso en La Villa de Los Santos y acude a mi mente la mítica presencia de Rufina Alfaro, el grito y los próceres de 1821, las correrías en el siglo XIX del general Pedro Goytía Meléndez, el incansable transcurrir de la corriente del río Cubitá, De Los Maizales o La Villa, sin olvidar la adhesión del distrito a la separación de Panamá de Colombia, el 9 de noviembre de 1903. Son muchos hechos y personajes memorables, tanto como las obras pías de la Sierva de Dios, Ana María Moreno Del Castillo, los pinceles de Sebastián, Juan Manuel y Raúl.

La Villa es el asiento del poder político, económico, religioso y cultural que se derrama sobre el resto de la península con apellido de colombiano santanderista. Son las castañuelas, diablicos y polleras, la efigie majestuosa del templo a San Atanasio y la bandera bolivariana que flamea a la entrada de la provincia indicando el orgullo de estar aquí. Enseña que muestra que entramos a tierra de héroes, a una sociedad que se ha constituido en muralla de contención a los modismos que quieren convertirnos en copia de otras culturas, en peleles del titiritero.

Yo arribé aquí hace más de cuatro décadas para plantar mi hogar en la Capital Histórica de Azuero y procrear a mis hijos y ver crecer a mi nieta. Lo hice construyendo mi casa a la vera de cerro El Barco, próximo a la emblemática Feria Internacional de Azuero y en el camino que conduce a Llano Largo.

Debo admitir que con anterioridad ya conocía a La Villa, la había reconocido en los libros, mapas y otros documentos históricos. Muchas veces pasé de largo, sin detenerme, pero mirando en la distancia la torre de templo católico. Por eso morar aquí fue la consumación de la razón y el sentimiento patrio. La premonición del mundo que alguna vez avizoré.

Entonces intuía y estaba convencido, porque así lo proclamaba la historia, que algo especial había acontecido en esta ciudad que se yergue y extiende paralelamente al río Cubitá, con un trazado urbano que trae reminiscencias de Grecia, Roma y hasta de la antigua Persia, cultura del iranio que florece en el artesonado del templo santeño. Sí, aún admiro el trazado urbano, el diseño de tablero de ajedrez, también llamado hipodámico; así como las casas que hablan de otros tiempos, históricos y gloriosos.

Con esa visión de patria me establecí, y debo decir que con el beneplácito de los grupos organizados que en La Villa supieron darme el espaldarazo, la acogida a un santeño que procedía de la vecina Guararé y que arribaba con ganas de hacer cosas, de contribuir de alguna manera al quehacer cultural de la tierra del recordado padre Mingo, don Domingo Moreno Del Castillo, un santeño que amó su tierra.

Yo no sé si tendré algún mérito como para que el municipio me honre en este día, solo comprendo que ese proceder me compromete a continuar bogando en pro del santeñismo, sin poses regionalistas y alegría de tunante, pero con la conciencia clara que vivir en la Villa de Los Santos es ya el mayor galardón ciudadano.

Milcíades Pinzón Rodríguez

En las faldas de cerro El Barco, Villa de Los Santos, a 1 de noviembre de 2024.

 

 

 


23 octubre 2024

EN EL CENTENARIO DE LOS CORREGIMIENTOS DE GUARARÉ ARRIBA Y LAS TRANCAS

 




En la ruta que conecta a los pueblos de la costa con la zona del Canajagua, y en general sobre la serranía, hay mucho tema que comentar o al menos no faltan los que estamos deseosos de que así sea, porque gran parte de la historia de nuestras comuniddes aún está por dilucidar. Al respecto, ganas no faltan, reitero, aunque las fuentes documentales sean escasas y cueste poner en claro lo que sucedió en las últimas centurias.

Otro tanto acontece con la genealogía, la historia científica de las familias que poblaron la costa oriental, vale decir, aquellas que se establecen en Santa María de Escoria, Parita, Villa de Los Santos, Guararé, Las Tablas, Pocrí y Pedasí.

Sobre el tópico aún existe un mundo desconocido, con biografías y aportes anónimos en la construcción de los pueblos que se forjaron en la península de Azuero. Estamos ante antepasados, hombres y mujeres, que se enfrentaron al retador entorno, los que domeñaron el monte, procrearon hijos y sentaron las bases de las comunidades de Los Santos y Herrera.

Pienso en ello al tratar de avanzar algunas ideas básicas en el centenario de los corregimientos de Guararé Arriba y Las Trancas, aquellos sobre los que, desde el 23 de octubre de 1924, se establecieron los límites administrativas, uno de los cuales antaño se llamó Guararé de Los Espino. Fecha que también es significativa para el corregimiento de Las Trancas, creado en la misma época que el de Guararé Arriba.

No deja de ser casual que tanto Guararé Arriba como Las Trancas estén ubicados en la ruta que antaño permitía tener acceso a los montes y tierras del Canajagua, la elevación que ha inspirado a tantos santeños. El mismo sector, en el que habría que incluir a Sabana Grande, El Hato y Llano Abajo, los que formaban parte de la conquista del cerro que sirviera de inspiración al doctor Sergio González Ruiz en el poema “Mi coloquio con el Canajagua”, el que está, igualmente, en la base literaria de Alma de Azuero, la inolvidable novela del guarareño José del C. Saavedra Espino. Sin desconocer, claro está, la relevancia dela historia novelada de ¿ESPINO? MENSABÉ ANTES DE AZUERO, del también guarareño Leonidas Saavedra Espino

Todos estos lugares son herederos de la mentalidad conquistadora de los españoles que fundan la Villa de Los Santos el 1 de noviembre de 1569, poblado de donde procede el gentilicio de santeño, cuya pronunciación tanto orgullo despierta a los que nacen en la sabana peninsular. Porque no es casual que, en el camino que conduce a Guararé Arriba, se encuentre el visitante con el progresista poblado de Sabana Grande. Como tampoco es fortuito que ya casi en las estribaciones del Canajagua surja una aldea que se denominó Mogollón, sonoro nombre que se refiere a los negros coloniales que se escapaban de la esclavitud de los hacendados de la costa y buscaban refugio en la selva, a esos negros los españoles le llamaban mogollones.

Interesado por estas temáticas he tenido la posibilidad de apreciar, en los archivos parroquiales del templo guarareño, los apellidos que aún hoy marcan la historia lugareña. Se repiten porque forman parte de los agricultores y ganaderos que avanzaban con sus haciendas de la costa hacia la serranía. Ese grupo humano construyó lo que somos y forjó la cultura cuya expresión es el folklore santeño.

El avance de la costa hacia la montaña no sólo creó hatos ganaderos, como ha quedado ejemplificado con el nombre de un poblado, El Hato, sino que permitió que surgieran villas, como en los casos de Guararé Arriba y Las Trancas. Esta última con una denominación que demuestra la existencia de obstáculos y propiedades para poder avanzar, tal y como se deprende del vocablo trancas. Porque trancas eran también los barrotes protectores que se colocaban detrás de las puertas en las casas de quincha, así como en el portón que daba acceso al potrero.

Dicho lo anterior, queda claro que, si el 23 de octubre de 1924, hace un siglo, se crean estos dos corregimientos, se debe a que ya existía un grupo humano que se estaba reproduciendo y tenía construido un espacio económico, geográfico, cultural y poblacional.

Así tuvo que ser, porque los corregimientos no surgen de la noche a la mañana, ni son el capricho de una persona o familia. Estos casos en particular sugieren la maduración social desde el siglo XIX. En efecto, todo ello toma tiempo, porque, si pensamos, al menos en cien años atrás, podríamos indicar la existencia de pobladores desde 1824. Anterior a ese año sería arriesgado afirmar que en el siglo XVIII se estaba poblando la zona. Claro que podría ser, pero carecemos del apoyo documental para afirmarlo de manera categórica. Además, el mismo Guararé cabecera no tiene formato de pueblo hasta el siglo XVIII, lo que no niega que ya existían familias dispersas, quizás desde la segunda mitad del siglo XVII.

Hasta ahora lo que tenemos en firme es lo afirmado para el siglo XIX, de lo que también se deduce que por estos lares existían familias con algún grado de poder económico e influencia política como para hacer posible la creación de tales corregimientos, eso es indudable y tuvo que ser así. Sin embargo, no olvidemos que estos hechos son producto de fuerzas sociales, del empuje de la colectividad que es la que marca los derroteros finales y la que está detrás del surgimiento y evolución de Guararé Arriba y Las Trancas.

También debemos valorar que los corregimientos surgen en tiempo de la administración del doctor Belisario Porras Barahona. Luego de que el tableño construyera, en 1915, el parque de la ciudad de Las Tablas, la carretera en 1922, inaugurara el primer edificio escolar de su pueblo natal el 20 de septiembre de 1924, posterior a la puesta en valor, en la ciudad de Panamá, del Hospital Santo Tomás, hecho acaecido el 1 de septiembre de 1924.

Aquellos son tiempos de cambios sociales, del surgimiento de escuelas primarias, arribo de enfermeras y médicos, entre otros profesionales. Para la misma época el maestro Manuel Fernando de Las Mercedes Zárate imparte clases en Guararé y su colega Virgilio Angulo también escribe en el semanario El Eco Herrerano, diario que circuló desde la ciudad de Chitré.

Lo afirmado queda claro en el documento de creación de los corregimientos, pliego histórico que se constituye en puerta abierta a ese pasado centenario. En efecto, en la Gaceta Oficial, Año 221 y #4526 del 1 de diciembre de 1924, se deja constancia de la creación de los corregimientos de Guararé Arriba y Las Trancas, la que paso a transcribir literalmente.

El texto reza así: 

PROVINCIA DE LOS SANTOS

         DISTRITO DE GUARARÉ         

ACUERDO I° DE 1924

De 16 DE OCTUBRE

Por el cual se reforma el Acuerdo número 7

de 6 de noviembre de 1909 y se crea nuevos Corregimientos.

El Consejo Municipal del Distrito de Guararé

en uso de las facultades que le confiere la Ley, y

CONSIDERANDO:

Que para la mejor administración pública del Distrito se hace indispensable dividirlo en nuevos corregimientos y establecer claramente las Regidurías que corresponden al Corregimiento de Llano Abajo, según situación topográfica,

ACUERDA:

Artículo 1° El Corregimiento de Llano abajo lo comprenden

El caserío de Llano Abajo, que será su cabecera y Regidurías de Los Cerritos, El Bijao, Horquetilla, Los Pilones, El Potrero, Peña Rodada, El Zapo, Llano de La Palma, El Rodeo y Las Quebraditas.

Artículo 2° Créase los Corregimientos de Las Trancas y Guararé Arriba.

Artículo 3° El Corregimiento de Las Trancas, lo componen:

El caserío de Las Trancas, que será su cabecera y las Regidurías de El Gallo, El Codicioso, Tranquitas, Cañafístulo, Girón, Chumajal, Nalú, Cucula, Pavito, Macano, Calabacito, Bajo de Santana, Buena Vista, La Guinea, Los Toretos y Canajagua.

Artículo 4° El Corregimiento de Guararé Arriba comprende:

El caserío de Guararé Arriba que será su cabecera, y las Regidurías de El Hato y Quebrada Grande.

Artículo 5° La cabecera del Distrito comprende:

Las Regidurías de El Pueblo, Enea, Guaca, Jobo, Montero, Pacera, Perales, Albina Grande, Cuernitos, Espinal, Lagartillo, Lomas, Chumical, Galapaguero, Ciénaga Larga, Lagunitas y Pacheca, Tierras Blancas y Quebrada de Pablo.

Queda en esta forma reformado el Acuerdo número 7 del 23 de 6 de noviembre de 1909.

Dado en el salón de sesiones del Consejo Municipal de Guararé, el día 23 de octubre de mil novecientos veinticuatro.

El Presidente,                 

Guillermo Díaz.

El Secretario,              

M. Terrientes Alemán.

Alcaldía Municipal – Guararé, Octubre 24 de 1924

Aprobado

Désele la tramitación correspondiente y publíquese para los efectos consiguientes.

El Alcalde,

            José del C. Domínguez.

El Secretario,        

                   Estílito Escobar.

Del acuerdo que crea los corregimientos de Guararé y Las Trancas se derivan muchas enseñanzas. La primera confirma que en el año 1924 la localidad de Guararé de Los Espino ya se denomina Guararé Arriba, al menos el documento formaliza la nueva denominación, salvo que exista otra disposición jurídica previa. También destaca la profusión de pequeñas aldeas establecidas desde el Canajagua hasta la costa. Muchos de esos nombres son pintorescos y aún se mantienen como muestra de la fortaleza del santeñismo.

Los vínculos con Guararé cabecera parecen fuertes, si observamos los firmantes del acuerdo municipal. Allí aparecen Guillermo Espino (presidente del Consejo Municipal, político del liberalismo de la época), José del C. Domínguez (el alcalde, cuyo nombre será asignado a una reconocida cooperativa guarareña), así como Estílito Escobar (secretario municipal), hijo de Bibiana Pérez, la matrona que, junto al diputado Maximino Villalaz, crean el distrito de Guararé el 21 de enero de 1880.

Como hemos podido apreciar en esta aproximación histórica, los actuales corregimientos son el fruto de la constancia y el tesón de los habitantes de Guararé Arriba y Las Trancas. Se crean 55 años después del establecimiento de la parroquia dedicada a la virgen María, bajo la advocación a la Virgen de Las Mercedes (29 de julio de 1869), 44 años después del surgimiento del distrito (21 de enero de 1880), 21 años luego de la adhesión guarareña a la separación de Colombia (10 de noviembre de 1903) y 25 años antes que surgiera el Festival Nacional de La Mejorana.

De lo dicho se deriva que hay mucho que celebrar y recordar en el centenario de la creación de los corregimientos de Las Trancas y Guararé Arriba. Sin duda los habitantes tienen sobradas razones para estar orgullosos de lo que son, del esfuerzo de los antepasados, así como han de estar compenetrados de las tareas que están pendientes.

Que la brisa del Canajagua y el rumor de la corriente del río Guararé les dé la inspiración y la fuerza para ir perfeccionando la calidad de vida a la que tienen derecho. Que así sea.

 

Milcíades Pinzón Rodríguez

Disertación en Guararé Arriba con motivo del primer centenario de la creación de ese corregimiento y el de Las Trancas. Fechado en la Villa de Los Santos, en las faldas de cerro El Barco, a 23 de octubre de 2024.


27 septiembre 2024

EL FESTIVAL EN LA ENCRUCIJADA

 

 

La conmemoración del 75 aniversario del Festival Nacional de La Mejorana se constituye en ocasión oportuna para reflexionar sobre los orígenes del evento, así como sobre la validez de la teoría del folklore y las tareas que quedan pendientes en la convulsa época en que vivimos.

Las cuartillas que a continuación desarrollo forman parte de la inquietud que suscita el estado de la cuestión que nos ocupa. Así lo creo, porque luego de tres cuartos de siglo, los tiempos no son iguales ni el llamado hombre folk es el mismo que el existente en 1949, cuando el ingeniero químico Manuel Fernando Zárate y su consorte, la profesora de español Dora Pérez Moreno, se constituyen en los intelectuales que conciben el evento para rescatar y valorar las expresiones vernáculas de la República de Panamá.

Es el deseo del escribiente que lo aquí expuesto contribuya a generar un sano debate sobre la razón de ser del festejo, el hecho folklórico, la teoría en la que se sustenta y la comprensión sobre las tareas aún inconclusas.

a. América Latina, nuevos tiempos, viejas tradiciones

En la época que nos ocupa, en diversos planos de la vida social latinoamericana, se experimenta el renacer de un mundo nuevo y los países no sólo sienten el influjo de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, sino el arribo de nuevas ideologías; más allá de la ideas conservadoras y liberales que fueron producto de la Europa de la Revolución Industrial, así como del coloso de norte que izaba la bandera del sistema democrático y la economía de mercado.

En lo que a este tópico concierne, lo relevante estriba en el impacto de un modelo económico que se expande con fuerza, junto al influjo del idioma inglés y una propuesta cultural exógena que erosionaba las bases de la sociedad.

En efecto, otros gustos musicales, de vestuarios y gastronomía intentan enseñorearse sobre el país y las regiones interioranas, las que ya experimentan las consecuencias del sistema educativo primario, la construcción de carreteras y el mejoramiento relativo del sistema sanitario.

A mediados de la vigésima centuria las naciones han roto las fronteras no sólo geográficas, sino culturales. Los intercambios son cada día mayores y la tradición retrocede en lo vernáculo, aparte de que una nueva generación realiza estudios en

universidades nacionales y extranjeras. Ese encuentro, entre lo viejo y lo nuevo, permite medir lo que tenemos versus el adelanto tecnológico de las principales capitales de Europa e incluso de lo algunos países latinoamericanos. También es el momento de asumir nuevos objetos de estudio, como en el caso de la folklorología, sociología, antropología y etnología, para indicar algunas noveles ciencias sociales.

En síntesis, estamos pariendo una nueva sociedad que anuncia con sus ayes el arribo de transformaciones, en algunos casos provechosas, y, en otras dolorosamente lesionadoras de la cultura nativa.

b. La península en la encrucijada1

En la bifurcación de ese mundo cambian se te desempeña Panamá y dentro de ella la Península de Azuero. Todavía a mediados del siglo XX las provincias de Herrera y Los Santos continúan siendo un mundo agrario con capitales provinciales que lucen un urbanismo incipiente, así como una educación, que en la fecha del festival guarareño, se hace presente a nivel primario y secundario, porque la formación superior sólo fue posible a partir del año 1959, es decir, diez años luego del primer festival nacional.2

Para aquellas calendas aún el Estado intenta forjar el mercado interno, con tímidas instituciones que no logran su verdadero cometido, porque los gobiernos de antaño no han establecido políticas de Estado encaminadas al desarrollo agropecuario.

En el plano organizativo los sistemas creados son más el fruto de iniciativas privadas, como en el caso de la Federación de Sociedades Santeñas, un grupo que demanda mayor atención por parte de los sucesivos gobiernos republicanos que continúan deslumbrados por la obra canalera.

Precisamente, uno de tales líderes nacido en el área, el doctor Francisco Samaniego (1911-1962), resume la tragedia interiorana en certero pensamiento: “Nuestros políticos se han llenado las pupilas con la imponencia de la obra canalera, y no ven el mundo que está más allá. El Canal dejará de ser una fatalidad cuando pueda llegar a sus márgenes un interior debidamente disciplinado”. Para añadir en otro apartado: “Tenemos que despertar una nueva conciencia interiorana”3

Momento trascendente el de mediados del siglo XX, en el que se reemplazan los refrescos naturales por las gaseosas carbonatadas, la casa de quincha por el chalet, los nombres grecolatinos y hebreos por otros menos tradicionales, el telégrafo por la radio, el itálico violín por el acordeón alemán, así como la mejorana por la guitarra española.

En síntesis, nuestros paisanos comienzan a dejar de llamarse Juana y Pedro por los más encantadores de John y Elizabeth, porque como se dirá décadas después, aquello es más pretty y moderno. Tal como se puede constatar en los libros de bautismo que reposan en los archi¡”s parroquiales, en esas páginas que marcan cual reloj histórico los años 30 de la pasada centuria.4

c. Un pueblo llamado Guararé

A mediados del siglo XX Guararé era otro poblado interiorano distante 275 kilómetros al oeste de la ciudad de Panamá. Y al igual que los demás, vivía inmerso en las añejas tradiciones que heredó de la era colonial. Cierto que ya la república era independiente y que algunas novedades se pintaban en el horizonte, las que amenazaban con barrer la cultura orejana que Belisario Porras Barahona describe, en el año 1881, en el famoso opúsculo que publica en el bogotano Papel Periódico Ilustrado de 1882.5

Sin embargo, detrás de la aparente vida bucólica, existían sectores que se abrían a los cambios sociales, económicos y culturales. Entre esa novel muchachada estaba un joven maestro que venía sembrando nuevas ideas. Me refiero a Manuel Fernando de Las Mercedes Zárate, que ya impactaba a la comunidad en los años veinte del siglo vigésimo.6

Aunque debemos precisar que, en Guararé, antes de tales inquietudes, el 10 de noviembre de 1903 el Consejo Municipal se adhiere a la separación de Panamá de Colombia. Es más, mucho antes, en el año 1869, se creó la Parroquia de la Virgen de Las Mercedes y en 1880 Guararé se convierte en distrito parroquial. Igualmente, en la década del veinte, sobre la vieja plaza se construye el parque que luego daría en llamarse Bibiana Pérez.7

La vida social y cultural logra activarse gracias al empuje de los educadores, entre los cuales se encuentra el Padre del Folklore Nacional, como queda dicho, quien estimula el intercambio de maestros en encuentros periódicos entre ellos, además de incursionar como escritor en el semanario chitreano El Eco Herrerano. 8

 

d. La propuesta del Festival

En una localidad como la que he esbozado, los esposos Zárate proponen la creación del festival folklórico. El mismo es un maridaje entre fiesta vernácula, costumbres religiosas y organización popular. Y en ese proyecto hay el deseo de reivindicar al hombre popular e istmeño que por más de cuatrocientos años venía morando a la vera de la zona transitista; porque, aunque no lo admitan los fundadores, el hecho folklórico encarna, en el plano político, la voz del hombre del campo, el mismo al que llamaron orejano, buchí, despectivamente campesino, patirrajao, cholo y demás vocablos de la discriminación social.

Por eso, por más de 75 años el festival ha sido el entarimado de la patria orgullosa y adolorida, el sitio por antonomasia para cantar, bailar, salomar, ser reina vernácula, lugar de la tauromaquia campesina e ícono religioso de la Virgen de Las Mercedes.

En síntesis, el ágora en la que lo sacro y lo profano se mezclan, como si se tratase de una proyección histórica de la cultura grecorromana que en Guararé encuentra puerta abierta para su expresión más excelsa. Por eso he planteado en otro momento, emulando a Federico García Lorca en uno de sus sobresalientes y lúcidos ensayos: “Guararé tiene duende”, a lo mejor porque el hombre mestizo peninsular debe mucho al encanto de lo hispánico.9

Lo bonito del festival en que la propuesta, si bien es concebida por los esposos Zarate en su forma organizativa, en el fondo responde al querer del núcleo campesino que encuentra en el liderazgo de la gente asentada en la zona urbana, en la añeja ágora griega, en la plaza, la convocatoria para que tales saberes encuentren el cauce propicio. En Guararé vuelve a renacer y tomar fuerza la institución democrática del cabildo abierto, la que tiene como fundamento político la consulta popular, que en la Tierra de La Mejorana se hace posible el 24 de julio de 1949, apenas dos meses antes del primer festival folklórico.10

En este sentido hay que comprender que los fundadores asumen el ícono cultural – la mejorana campesina- como emblema de la panameñidad, porque al mismo tiempo que se honra el instrumento, se enaltece la cultura panameña y se pregona a los cuatro vientos el orgullo patrio que se mira mancillado por la presencia de intereses geopolíticos y culturales que erosionan la base social del panameño.

e. La teoría folklórica

La argamasa que une las raizales expresiones de la panameñidad se sustenta en el hecho folklórico, en el intento de teorizar sobre la naturaleza de éste, en permitir y encontrar la razón de ser de la festividad y del país. Por eso lo de Guararé es un hito fundamental para que la folklorología tenga, además de un objeto de estudio in situ, un entarimado para concentrar en un solo lugar lo más distinguido de la cultura popular del Istmo.

Los esposos Zárate, sin estudios formales en la ciencia que fundara el británico William John Thomas (1803-1885), superan con creces esa limitación para aportar al estudio de la novel ciencia. Don Manuel, por ejemplo, recoge tales aportes en un trabajo que denominó BREVIARIO DEL FOKLORE y que publicó en el año 1958. Doña Dora, más longeva que él, publica hasta finales del siglo XX y continúa asesorando al festival hasta antes de fallecer al inicio del siglo XXI.

En este punto conviene tener presente que las contribuciones de algunos que les precedieron y otros que continuaron lo hacen – o así lo pretenden- sustentando sus aportes en una teoría de tiempos que han visto menguado algunos de sus fundamentos. Quiero decir con ello, que parten de una concepción en la que se concibe al hecho folklórico ligado a la existencia de una sociedad rural y tradicional. Porque es evidente que la teoría que surge del británico y Padre del Folklore, y que logra sistematizarse a lo largo de la segunda mitad de la nonagésima centuria, así como en la vigésima, parte de la existencia de la industrialización europea y el impacto que esta nueva expresión socioeconómica produce en las tradiciones y usos colectivos de la vieja Europa, así como del sistema colonial latinoamericano.

Debemos tener presente que la sociedad ligada a los hechos sociales en los que se sustentaron aquellos fundamentos del folklore como ciencia, no se han mantenido incólumes y se han visto sometidos al torbellino, o más bien, al huracán de la era contemporánea. De modo que arribamos al hecho cierto que, por ejemplo, la tradicional concepción del hombre folk no encuentra su revés de la moneda en la sociedad moderna, mundialista y tecnológica de la era contemporánea.

Porque, así como lo campesino y u¡”ano han variado, resulta problemático utilizar un basamento teórico que defina lo folklórico en tiempos de globalización. Y, en consecuencia, lo que se deriva de todo lo planteado, es la necesidad de volver a teorizar lo folklórico para que logre redefinir la contemporánea concepción del folklore.

f. La Mejorana, entre la rumba y el TikTok

Este dilema aún no resuelto es lo que se vive en la calle, la plaza y los entarimados del Festival Nacional de La Mejorana, la fiesta por excelencia del folklore panameño. Y encontramos los que conciben la tradición desde una visión más conservadora, apegados a la teoría tradicional, y aquellos que responden a los aires de renovación, la que en su perspectiva más depredadora se torna fenicia y complaciente.

No cabe duda de que lo que acontece rebasa con creces lo que puedan pensar quienes se agitan en la defensa del hecho folklórico, porque responde a factores de poder que están más allá de los intereses de los amantes de folklore. En el fondo se trata de un problema político, entendiendo el vocablo en el sentido noble al que se refería Aristóteles, es decir, de hombre que mora en sociedad y que por tal motivo se torna gregario, viviendo en la polis y discutiendo en el ágora.

De lo dicho se desprende la necesidad de discutir la naturaleza del folklor contemporáneo, si es que acaso puede llamarse así. Todo ello es urgente, antes de que los aspectos estructurales y culturales de nuestra sociedad nacional terminen siendo un triste remedo y remiendo cultural de otras latitudes.

Mientras tanto, la imagen primigenia de la festividad se ha ido desdibujando en la conciencia del público, el que no pocas veces acude a la Tierra del Chucu Chuco para pasar un buen momento, un poco despreocupadamente alejado de la filosofía que inspiró a los fundadores. Y no se trata sólo de este grupo, sino muchas veces del sector empresarial que lo mira como un evento para promocionar y vender sus productos.

Tales limitaciones no son únicamente un fenómeno social y cultural de Guararé, sino que se extiende por el resto de los países de América Latina que experimentan en carne propia las transformaciones que erosionan la tradicional conciencia e identidad cultural.

Conclusiones

De lo dicho se colige, que un evento cultural como el Festival de La Mejorana en Guararé es un producto proteiforme, que no puede concebirse como algo inamovible, porque ya sabemos que un rasgo definitorio del folklore es el carácter plástico.

Los 75 años pesan en el evento, porque los cambios sociales y culturales no han pasado en vano y en esos tres cuartos de siglo las transformaciones han alcanzado diversas facetas sociales y culturales, entre ellas las atinentes al llamado folklore que vivieron Dora y Manuel Zárate. Lo más relevante y preocupante es percatarse que el sujeto folk de los años cuarenta hasta setenta de la pasada centuria, apenas si existe.

Por ello el Patronato del Festival de La Mejorana, organización que lo hace posible, carece de los mecanismos y el poder político para revertir este fenómeno de la globalización contemporánea; situación que nos conduce a pensar que su rescate y conservación pasa necesariamente por la definición de una política de Estado, la que partiendo de una visión cabal de lo que acaece, redireccione hasta donde sea posible la deformante adulteración de la cultura nacional.

El festival guarareño, que se ha constituido en la fiesta de la tradición istmeña por excelencia, necesita que el Estado asuma la responsabilidad que le corresponde, más allá del aporte financiero, para que, acompañado por un renovado sistema educativo, la identidad cultural panameña ocupe el sitial que le corresponde en el concierto de las naciones civilizadas.

Durante tres cuartos de siglo las organizaciones guarareñas han cargado sobre sus hombros casi todo el peso del festival, y lo han hecho responsablemente, dentro de las condiciones existentes y ya es hora de que ese esfuerzo se vea recompensado. Y la mayor de las recompensas nacionales radica en lograr que La Mejorana continúe siendo la cara vernácula de un país multiétnico como Panamá.

Para decirlo de manera diáfana, sin olvidar la primigenia filosofía del Festival de La Mejorana, los panameños debemos comprender la verdadera y liberadora trascendencia del evento folklórico, la necesidad de reinventarlo y, sobre todo, defender sus esencias, porque dejarlo a la deriva y permitir que desaparezca, sería tanto como infringir una puñalada trapera al corazón de la patria.

 

 

CITAS

 

[1] Para una visión integral sobre la región de Azuero, el lector puede visitar www.sociologiadeazuero.net . Allí encontrará una variedad de tópicos, todos ellos referentes a la zona, que contribuirán a fortalecer la perspectiva que tiene sobre el hombre que mora en esta sección del país.

2 Pinzón Rodríguez, Milcíades. LA INSTRUCCIÓN PÚBLICA EN AZUERO. Chitré: 1992, 84 págs.

3 Pinzón Rodríguez, Milcíades. “Vida e ideario del Dr. Francisco Samaniego”, en ÁGORA DE AZUERO. Año 7 # 181, 15/VI/1998.

4 El tema puede leerse en la siguiente publicación del autor: EL HOMBRE Y LA CULTURA DE AZUERO. Chitré: Imprenta Crisol S.A., 1990, 47 págs. De fecha más reciente puede consultarse: CON LAS CUTARRAS PUESTAS. Panamá: Imprenta Universitaria, 2002, 301 págs.

5 Porras Barahona, Belisario. EL OREJANO. Panamá: Imprenta Universitaria, 2021, 45 págs.

6 Pinzón Rodríguez, Milcíades. “Guararé en la segunda década del siglo XX”, en la página web SOCIOLOGÍADEAZUERO.NET.

7 Pinzón Rodríguez, Milcíades. APUNTES HISTÓRICOS: PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE LAS MERCEDES (GUARARÉ, 1869-2010). Villa de Los Santos: Imprenta Any S.A., 2016, 39 págs.

8 En ocasión de conmemorarse el primer centenario del natalicio del ilustre guarareño, parte relevante del aporte de los esposos Zárate ha sido recogida en la publicación del Círculo de Escritores de Azuero, Ver: REVISTA CULTURAL DEL CÍRCULO DE ESCRITORES DE AZUERO, Chitré: Impresora Crisol, 1999, 139 páginas.

9 Pinzón Rodríguez, Milcíades. “Guararé tiene duende”, en REVISTA LA MEJORANA

10 Pinzón Rodríguez, Milcíades. “El cabildo cultural de Guararé”, en ÁGORA Y TOTUMA, año 24, # 336, 25/VII/2019.

 

 

 

 

23 septiembre 2024

EL DOCUMENTAL DE LA FUNDACIÓN BELISARIO PORRAS

 

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Sobre la fructífera vida del doctor Belisario Porras Barahona Cavero De León se han escrito muchas cosas, algunas muy certeras, otras difamatorias, como corresponde a los grandes estadistas, porque no se puede ser Lucero del Sur sin que a alguien le moleste la luz del astro que desde el firmamento ilumina la noche y resplandece en la madrugada.

Lo cierto es que el muchacho nacido el 27 de noviembre de 1856 vino al mundo para dejar huellas en la nación panameña. Y tenemos que imaginarnos a Las Tablas de aquellas calendas, que no era otra cosa que una pequeña aldea en el escenario de la sabana antropógena que ha descrito Demetrio Porras Juárez y el también tableño Sergio González Ruiz.

Eran tiempos difíciles los de mediados del siglo XIX, cuando ha concluido el Ferrocarril Transístmico, acontece el Incidente de La Tajada de Sandía y los campesinos, junto a Pedro Goytía Meléndez (Padre del Liberalismo Peninsular) se sublevan por la imposición de impuestos, mientras el Dr. Justo Arosemena disuelve la Provincia de Azuero, que apenas tenía 5 años de existencia, ya que había sido creada el 8 de abril de 1850.

La cruda realidad del enfrentamiento entre liberales y conservadores se toma el país y sus aletazos golpean la dormilona existencia de la que será, en el siglo XX, la capital provincial santeña. La mesa está servida para el nieto de Mime (Francisca De León Moscoso), quien va a crecer en ese contexto social y político.

Al pensar en el momento histórico me acude a la mente aquello de: “Yo soy yo y mis circunstancia” como afirmara el filósofo español, don José Ortega y Gasset. Y ese apotegma bien puede ser aplicado a la vida del doctor Belisario Porras Barahona, que vivió a plenitud su época y supo ser fiel a ella, muy por encima del camino trillado de la incomprensión de quienes no valoraban la nueva senda del progreso.
 

-2-

Porras no es el único santeño que ha honrado la tierra en que nació, pero si el más emblemático de todos, el que se erige lumbrera de los campos y arquetipo del hombre de la península en donde nacieron Segundo de Villarreal, Pedro Goytía Meléndez, Manuel Fernando Zárate, Ofelia Hooper Polo, Elida Campodónico Moreno, Zoraida Díaz y Ana María Moreno Del Castillo, entre otros.

Ante un hombre de tal talla intelectual y ejecutorias ciudadanas, es deber del Estado, así como de las diversas organizaciones de la sociedad civil, no permitir que la bruma del olvido empañe la trayectoria del estadista istmeño por antonomasia. Tales acciones deben ser procederes éticos en esta época tan preñada de actos triviales y de desgaste de seres que pudieran ser provechosos, pero que se agotan en la jarana diaria y en el pensar sin pensar.

De lo dicho se colige que razones tiene la Fundación Belisario Porras para ponderar al Káiser Tableño, no sólo por asuntos de genes, sino porque los panameños necesitamos con urgencia fortalecer a los personajes que como Porras deben constituirse, para las nuevas y viejas generaciones, en actores sociales a los que emular.

Hay muchas maneras de lograr ese cometido: promover charlas, foros, congresos, publicar revistas y libros, ya que son variadas las acciones que la Fundación en referencia puede realizar y que de hecho implementa. Una de tales actividades es la de promover documentales sobre el hijo de Juana Gumercinda Barahona y el cartagenero Demetrio Porras Cavero

En el auditorio santeño de la Universidad de Panamá tuvimos la oportunidad de apreciar el legado de Porras a través del documental “BELISARIO PORRAS BARAHONA. Arquitecto de una nación”, filmación que busca presentarlo de una manera distinta, porque el tableño es más conocido por las infraestructuras que construyó, tanto como las leyendas que se han tejido en torno a su personalidad subyugante.

En el documental que dirigió el reconocido cineasta istmeño Alberto Serra, aparece un Belisario poco conocido. Es una visión que nace desde la infancia del párvulo que creció como otro santeño más y que se deja reconocer en los libros de su autoría, así como en el ojo auscultador del Dr. Manuel Octavio Sisnett, BELISARIO PORRAS O LA VOCACIÓN DE LA NACIONALIDAD, al igual que otro de los escritores que también sucumbe a sus hechizos, como en el caso del doctor Alberto Arjona Osorio en BELISARIO PORRAS BARAHONA INFANCIA Y ADOLESCENCIA CON SU ABUELA MIME EN LAS TABLAS.

Estudiar a Porras es aproximarse al mundo del estadista, al paisano con formación colombiana y europea que continúa siendo profundamente orejano, aunque cuelgue doctorados y se vista impecablemente como el dandi que se sabe desempeñar en escenarios del campo y la ciudad.

En efecto, estamos ante otra hermosa cualidad del Caudillo, la de ser un ciudadano de fondo y forma. Porque con lo de dandi quiero decir que viste muy bien Porras, pero piensa mejor el tableño, ya que no se queda en la simple pose estudiada de quien viste almidonada levita. Y este también es uno de los rasgos que el hombre contemporáneo debería emular, porque el éxito no radica en ser pretty, sino en la comprensión y transformación del mundo en el que se mora. Porque de poco sirve ser señorito satisfecho u hombre light, sino existe un proyecto de vida que le permita al hombre trascender.

Por este motivo no me extraña las vivencias que ha experimenta el cineasta en la creación del documental, quien, en una de las caminatas, entre toma y toma de las escenas, me confesaba lo apabullado que se sentía sobre la información que encontraba del tableño, porque sobraba lo que había que decir del nieto de Mime, y su mayor desafío radicaba en ser fiel al retrato de una vida proba, así como destacar los momentos más memorables.

Lograr la filmación en los escenarios de la infancia, también es otro acierto del señor director Alberto Serra, porque el espectador puede sentir la emoción del encuentro con la historia. Aún más, si entre esas locaciones aparece la Escuela Modelo Presidente Porras y su casa de campo: El Pausílipo. La primera, la edificación de estilo neoclásico, que en el año 2024 arriba a su primer siglo de existencia, y que es la expresión del amor de Porras por su patria chica. En cambio, la segunda, representa la casa solariega que construyera Porras en las proximidades de la playa Las Comadres, hacia finales del siglo XIX.

De lo dicho se colige que el documental es más que el reencuentro con la historia y la enhiesta figura del más preclaro estadista istmeño del siglo XX. En ella encuentra el connacional la fuerza motriz para continuar bregando por la nación y alimentando los sueños de una patria grande y soberana. Me refiero al Panamá que le corresponde asumir los desafíos de la globalización, reinventarse como pueblo inspirado en la vida honesta y proba de Belisario Porras Barahona, arquitecto de la nación.

......mpr...

 

 


21 septiembre 2024

EN EL CENTENARIO DE LA ESCUELA MODELO PRESIDENTE PORRAS

 

En esta hora tan relevante para la educación regional, ubiquémonos hacia mediados del siglo XIX, específicamente en el año 1856, cuando nace en Las Tablas el niño a quien nominan Belisario Barahona, el que hacia el inició de la década de los ochenta de la misma centuria, se conocerá como Belisario Porras Barahona; luego de que su cartagenero progenitor, el doctor Demetrio Porras Cavero, realiza los trámites para que lleve su apellido, porque hasta entonces ostentaba el de su madre, Juana Gumersinda Barahona. Tal hecho era común por aquellas calendas, porque la burocracia católica asignaba el apellido de la progenitora a hijos nacidos en parejas no unidas por el sacramento del matrimonio.

Ya sabemos que el párvulo tableño siempre fue inquieto, despierto y soñador, tal y como lo describe Manuel Octavio Sisnett en su libro BELISARIO PORRAS O LA VOCACIÓN DE LA NACIONALIDAD, característica que no hace mucho también ratifica el doctor Alberto Arjona Osorio en su texto BELISARIO PORRAS BARAHONA. INFANCIA Y ADOLESCENCIA CON SU ABUELA MIME EN LAS TABLAS.

En los primeros años y adolescencia se forja la personalidad de Belisario, la que tendrá como eje el amor a la cultura de su tierra, la visión de patria y la fortaleza del estadista deseoso del perfeccionamiento del Estado Nación.

Desde épocas tempranas el tableño parece destinado a implementar grandes obras, las que sueña en la capital de Cundinamarca donde escribe poesías, redacta El Orejano y anota en su libreta de apuntes lo que siente por la tierra del Canajagua y la patria mayor, a las que añora desde la sombría Bogotá, capital republicana a quien denominarán “la capital de Suramérica”.

Pensando en ese mundo que transcurre entre la sabana peninsular nuestra y el altiplano colombiano, me da por revisar la libreta que le regalara a Porras su amigo de estudios, Fernando Gaitán, y allí constato que El Caudillo escribe, tacha y vuelve a redactar sobre su tierra. El texto poético está fechado el 22 de agosto y en una de las partes reza así: “Llevado en alas de mi imaginación, embebido en mil pensamientos, volaba yo de otero en otero y de monte en monte…

Deseaba alcanzar un ideal físico, quería estar como en otras ocasiones en las playas del majestuoso Magdalena, arrojarme en su corriente y confundido con las olas volver al Océano…De allí a mi patria era un paso y con mi patria el placer y la dicha serían mis compañeras…El caliente hogar de mi familia envolvería mi existencia”. Y lo fecha, como queda dicho, el 22 de agosto de 1881, cuando a los 25 años se doctora en Derecho y Ciencias Políticas. Se refiere, además, a lo que sueña para Panamá y hace alusión al camino carretero a Mensabé. Y se refiere a El Quemao, actual San José, y a Peña Blanca, así como al valor de la educación.

Desde aquellas épocas tan precoces Porras Barahona cree en la redención de la ideología liberal y en el papel transformador de la educación. Lo siente porque él ha vivido en carne propia la carencia de instructores, ya que es producto, en su etapa de formación primaria, de los esfuerzos de educadores empíricos como Nemesio Medina, Isauro Borrero e Isabel Ventosa de Borrero.

De lo dicho se colige que la construcción del edificio que da cobijo a la Escuela Mixta de Las Tablas, institución educativa que pasó a llamarse Escuela Modelo Presidente Porras, no es mera quimera, ni un acto coyuntural nacido de la emoción. Y el suceso no es casual, ni tampoco el sueño quijotesco de Belisario Porras que sólo quiere honrar a su pueblo natal. Sin duda hay mucho de ello, del homenaje al poblado, pero el proceder tenemos que mirarlo más allá de la complacencia que tal hecho provoca, porque forma parte del proyecto de nación de Porras, el estadista istmeño por antonomasia.

Además, tomemos en consideración lo siguiente. Durante aquellas calendas pocos han pensado en la península y en las provincias interioranas como lo hizo el tableño, ni concebido al país integral que la novel república se merece. Lo demuestra el hecho de que, en 1881, haya escrito El Orejano, luego liderado la Guerra de los Mil Días, dejado testimonio fotográfico de nuestros pueblos y, dos años antes de la Escuela Modelo, emprendido el ambicioso proyecto de la carretera nacional. Sin olvidar la inauguración del parque tableño el 10 de septiembre de 1915 y la apertura del Hospital Santo Tomás el 1 de septiembre de 1924. Así como la extraordinaria visón de habilitar el Puerto de Mensabé.

Hace un par de años, cuando reconstruí lo que aconteció en Las Tablas el 24 de septiembre de 1924, me refiero a los festejos y discursos de aquellas calendas, se agolpaba en mi pecho un conjunto de sentimientos encontrados, porque reflexionaba sobre las generaciones de nuestros antepasados que durante siglos nunca supieron del uso del lápiz y el tintero. Y entonces admiré más a Porras, el campesino ilustrado de las faldas del Canajagua, al muchacho que sollozaba al tener que separarse de su amado pueblo para emprender estudios en Bogotá.

Así lo confieso, porque sentía que no se puede amar más a nuestra gente, con ese noble sentimiento que no se queda en el cuenco del corazón, sino que se deja llevar por la cartesiana razón. Lo observamos en los intercambios epistolares entre él y el maestro Manuel María Tejada Roca, quien informa al presidente que existen unas hermanas tableñas dispuestas a vender al Estado el estratégico lugar para la escuela (me refiero a Rosa, Isabel y Cristina Velásquez Espino); confirma, reitero, que en el trámite había un interés personal por establecer una escuela que sirviera de modelo a la nación orejana.

Todavía hoy, el vetusto edificio centenario, impresiona al visitante con su estilo neoclásico, empotrado sobre la colina que antaño llamaron El Perú. Y la edificación mira hacia el parque en donde en la inmediaciones nació el tableño, al que también debemos su perspectiva futurista, como si quisiera rendir pleitesía a La Moñona que le observa desde el templo, serena y amorosa. Todo ello es como para cavilar, porque la escuela primaria y la casa de campo en Las Tablas Abajo, El Pausílipo, ambas miran, ¡qué casualidad! al Canajagua, en una suerte de mensaje oculto, como si sugirieran que en el santeñismo ilustrado está la redención y que volver al campo es una necesidad imperiosa de la nación. Hermoso recado para un país que aún hoy invierte miles de millones en la construcción de puentes sobre el canal que inauguró Porras, pero que en las provincias interioranas erige vados sobre nuestros ríos y quebradas con caudales cada vez más irrisorios.

Creo que este edificio no es sólo amalgama de ladrillos, cementos y varillas. Todo el monumento escolar es un poema y canto nacionalista, la sede del templo de la inteligencia y una manera de pregonar, como buen liberal, que en la educación está la redención nacional.

Debemos comprender que Porras rompe con el elitismo de la educación campestre, aquella que desde la colonia estaba determinada por el retintín de las monedas y la clase social. En cambio, la Escuela Modelo Presidente Porras surge para servir a todos, es el centro educativo y democrático para liberar a campesinos que podrán convivir en modernas aulas de clases con hijos de familias mejor ubicadas en la pirámide social, porque los niños estarán aquí codo con codo y página con página. Y lo implementa don Belisario, que vivió al costado de la plaza, en la residencia de los Barahona De León, junto a su abuela Mime (Francisca De León Moscoso).

El diseño del arquitecto peruano Leonardo Villanueva Meyer, asentado en la capital provincial santeña, fue un acto revolucionario en una región en la que se impartían clases en casas de quincha y en la que existían escuelas para niñas y para varones, estando los educandos separados por sexo, fenómeno que tira por tierra la coeducación de 1919.

Visto lo anterior, pecaríamos de candorosos si pensáramos que se trata de conmemorar únicamente el primer centenario del edificio. La Escuela Modelo Presidente Porras abrió las puertas a los nuevos tiempos; es el Partenón Tableño de la educación regional, el ícono por antonomasia de la instrucción pública peninsular. Porque nada volverá a ser igual luego de la inauguración. Allí están para atestiguarlo los edificios escolares que se construyen con posterioridad: la chitreana Escuela Tomás Herrera (1934) y la Escuela Juana Vernaza en Guararé (1936) edificados 10 y 16 años, respectivamente, luego de la inauguración tableña.

El niño, acudiendo a la Escuela Modelo, mirándose diminuto en semejante santuario, aprendió a respetar la educación, a valorar a los educadores y, lo más relevante, a tomar conciencia de que no puede existir exclusión social y que sus orígenes, por muy pobres que fueran, no eran pesadas cadenas para oprimir su personalidad y mediatizar su futuro. En síntesis, la Escuela Modelo Presidente Porras no es un edificio, es un ideal pedagógico y social, y Porras lo sabía.

Durante cien años por esta casa de estudios primarios han pasado varias generaciones y su labor no se ha agotado en la enseñanza formal, porque ha dado abrigo a diversas organizaciones comunitarias que han encontrado en ella el refugio para sus actividades. Me viene a la mente, como ejemplo nada más, la estadía de la extensión de la Universidad Tecnológica en Las Tablas.

Y esta colmena de la inteligencia no hubiese sido posible sin la presencia de educadores, estudiantes, administrativos y padres de familia, en una suerte de relevo generacional que aún no termina y que sin duda se prolongará en el tiempo, para gloria y prez del santeñismo que desde la antigua colina de El Perú desafía los siglos. Ama tu tierra parece pregonar el inmueble, se como yo, fuerte y duradero, aquí inamovible, como el viejo árbol de corotú, fuerte como el macano y esplendoroso como el guayacán montañero.

Mirando el edificio y en la conmemoración de su primer centenario, se comprende a plenitud la magnitud de la visión porrista. Porque no puede haber patria grande sin una educación de calidad, como la que soñaron liberales de su talla y hombría de bien. La escuela tiene que ser templo sacro y laico a la vez, como la siembra de escuela que realizó Porras por los campos istmeños, o como en el caso tableño, demostrando que la sede de la educación tiene que ser digna, porque aquí ofician los sacerdotes de la enseñanza y acuden los parroquianos sedientos de saber.

Al final de esta disertación debo decir que intenté concentrarme en la edificación, en el centenario de este inmueble, para descubrir, sobre la marcha, que la obra no se puede definir por ella misma. Que la misma es un retazo de patria, un constructo social que está lleno de mensajes ocultos. De ellos, los más relevante son los que encarnan la construcción de la casa solariega de Porras (El Pausílipo), el actual Parque Porras, la carretera nacional y el edificio de la Escuela Modelo, como queda dicho.

Los hechos hablan de los nuevos tiempos. Una casa de campo que irrumpe con una propuesta arquitectónica distinta a la casa de quincha, el parque que establece un sitio de encuentros que facilita la socialización ciudadana y deja atrás la plaza colonial, la carretera que supera le época de los veleros y motoveleros, así como la Escuela Modelo que corona el proyecto de modernización peninsular.

Don Belisario construyó la escuela, pero algunos gobiernos posteriores no han sido fieles al legado porrista ni han sabido valorar la magnitud de su proyecto de patria. Ya es hora de que esta edificación sea restaurada, respetando la esencia del inmueble original, dotada de las modernas herramientas de la educación contemporánea, para que continúe brillando junto a los demás íconos del santeñismo peninsular. A saber, el propio Porras, el majestuoso Canajagua, la música de Gelo, la pétrea belleza de la Escuela Juana Vernaza, los poemas de Zoraida, la pluma de Sergio, el rescate cultural de Dora y Zárate, lo esplendoroso del Festival de La Pollera, la cadencia contagiosa del carnaval, así como el aporte de tantos otros que aquí amaron y sintieron el agridulce sentimiento de la cabanga, la explosión luminosa del violín y el acordeón bohemio.

Ojalá que el amasijo de emociones que en este día flotan en el aire y se experimentan en el cogollo del corazón, sirvan de acicate para los nuevos tiempos, para darle continuidad al más excelso y luminoso de los proyectos educativos santeños. La Escuela Modelo Presidente Porras se lo merece, porque se lo ha ganado y seguirá siendo, como dijera el doctor Octavio Méndez Pereira, atalaya de luz, un proyecto liberador para los orejanos. Y más que un edificio, la saloma de Belisario que aún resuena en la sabana y entre los cerros, porque no sólo nacimos para ser libres y felices, sino para lograr el cultivo de nuestra mente y espíritu. Que así sea, paisanos y amigos.

 

Milcíades Pinzón Rodríguez

Disertación el 20 de septiembre de 2024 en el aula máxima de la Escuela Modelo Presidente Porras, con motivo del primer centenario de la construcción del icónico edificio escolar.