Nada es fruto del azar y los mejores proyectos colectivos no se
improvisan. En esto pienso mientras medito en la trascendencia del Festival
Nacional de La Mejorana; la fiesta de la tradición istmeña por antonomasia, la
cita anual con el alma de la patria, la misma festividad que en 2024 arriba a
75 años de existencia. Y a propósito del evento, los siguientes son algunos de los
interrogantes que me formulo en esta coyuntura histórica: ¿Por qué tuvo que ser
Guararé la sede de la actividad? ¿Qué tiene esta comunidad santeña como para
que en ella se establezca el festival pionero de la cultura vernácula
latinoamericana? Y otra no menos relevante, ¿hacia dónde va el festival?
En la búsqueda de tales respuestas cavilo, porque debe llamarnos la
atención que el 24 de julio de 1949 las fuerzas vivas del poblado se congregaron
para acometer un proyecto social de tal envergadura y, aún más, que fuera convocado
en el Parque Bibiana Pérez, abierto al escrutinio comunitario, en el punto de
encuentro en donde se dan cita los guarareños, tanto para interactuar
socialmente, como para conmemorar fiestas de tipo paganas y religiosas.
El parque queda justo al frente del templo a la Virgen de Las Mercedes.
Estamos ante la misma plaza que en los años veinte de la pasada centuria terminó
evolucionando al actual Parque Bibiana Pérez, honrando el nombre y el legado de
la matrona guarareña. De modo que la plaza y el parque terminan emulando al
ágora griega, el famoso trazado hipodámico, damero o tablero de ajedrez, a
partir del cual lo urbano se diferencia de lo rural; marcando un contraste
entre la ciudad y el campo, entre el campesino propiamente tal y el que reside
en el pueblo.
Que la suerte del festival se decida en un sitio así, no deja de ser sugestivo,
porque para tal época ya la Escuela Juana Vernaza, no sólo se había construido,
sino que poseía aposentos más acogedores para la realización de la reunión.
Visto en la distancia de tres cuartos de siglo, la decisión parece certera, ya
que el lugar le imprime a la cita un rostro popular y a tono con el hombre
vernáculo, con el ser folk, quien es el objeto y sujeto de la festividad.
También debemos destacar en el lugar escogido, su carácter democrático,
de organización abierta. Y esta faceta del surgimiento del festival, a mi
juicio, planteó desde sus orígenes la idea de que la celebración es de todos y
no exclusivamente de un grupo de dirigentes, los que deben ser la expresión o
el conducto del querer comunitario. Hermosa metáfora que hunde sus raíces en la
práctica del cabildo abierto, el viejo sistema colonial que es el antecedente
democrático del poder popular.
Creo que en ello radica otro de los factores del éxito del festival, el
que comienza pariendo un comité directivo y evolucionando hacia la existencia
del patronato. Sí, porque el 24 de julio de 1949 no es otra fecha más del
calendario, no sólo señala el arranque del Festival de La Mejorana, se
constituye en hito nacional, en el momento cuando los campesinos u orejanos
trascienden al hombre meramente rural, el que por siglos ha ocultado su estilo
de vida, para pregonarlo y hacerlo patente al resto del país, para que la
panameñidad deje de avergonzarse y se convierta en lo que debe ser, la nación
istmeña, orgullosa y soberana.
Porque si en 1903 la nación se expresa políticamente, en Guararé el 24
de julio de 1949 se erige y flamea con fuerza la bandera de la cultura istmeña.
Es como si en esa encrucijada histórica, de manera organizada, los panameños decidiéramos
completar, en el plano cultural, lo que se realiza en lo político. Ya que, si
bien en la primera mitad del siglo XX se producen movimientos políticos para recobrar
la zona del país usurpada, el Panamá rural que estaba siendo integrado en lo
económico, comienza a rescatar y a sentir orgullo de su propia idiosincrasia.
La cultura interiorana encuentra en Guararé el sitio para pregonar la identidad
cultural que sabe a guarapo, chicha de junta, chanfaina y aromático café de la
sierra del Canajagua o, también, de la
otrora fértil zona del Oria, región en donde antaño se cultivaba, además del
café, el aromático tabaco oriano.
Hay que decir que la tierra de Benita Pérez y Costa Polo está hecha a
la medida de lo que se quiere. Aquí el catolicismo ha afincado raíces, las
albinas están cuajando la blanca sal, tiene la zona un ser que danza, canta y
se arrulla al son de la mejorana, mientras a la vera del río florecen los
maizales, la vaca produce la alba leche y, la mujer, heroína del campo y la
ciudad, forja en valores sociales a la prole que se educa desde los tiempos de
José de La Rosa Poveda y Juana Vernaza, los educadores que siembran alfabeto y
cosechan liberación.
Al mismo tiempo, en la tantas veces mencionada población santeña, hay
un grupo humano que ha forjado su forma de ser y mora en la sabana antropógena,
la que no dista mucho de la costa peninsular. Sin embargo, en los años cuarenta
muchas cosas han madurado: el violín y el novel acordeón, la mejorana de
siglos, los vestidos tradicionales y un deseo de justipreciar lo nativo y
abrirse a nuevos aires de renovación.
A finales del siglo XIX y principios del XX una nueva camada de
guarareños se abre paso. Muchos de ellos están instruidos y creen en la
organización como vía para la solución de los problemas comunitarios. Algunos
son educadores e insuflan en los pechos de la juventud el deseo de realizaciones.
Entre ellos se encuentra un ciudadano que ha impartido clases en el
poblado y que hace poco regresa de la vieja Europa. En la partida de nacimiento
se afirma que se llama Manuel Fernando de Las Mercedes Zárate, cuyo natalicio
conmemoramos el 22 de junio de 1899.
En la segunda década del siglo XX ya Zárate era un líder de su tiempo,
presidía organizaciones comunitarias y su figura irradiaba luz propia; era
admirado por sus colegas docentes y escribía en El Eco Herrerano, semanario chitreano
de grata recordación.
De lo dicho se colige que Guararé cultivaba tradiciones vernáculas y encuentra
en Manuel la existencia del intelectual que regresa de París, titulado de
ingeniero, y era, además, catedrático de química de la Universidad de Panamá.
Quiero decir con ello, que quien convoca a la reunión del 24 de julio no era un
ser improvisado, hombre que ya tenía terreno abonado desde los tiempos de sus
labores como maestro rural, ejecutorias como asistente del alcalde Darío Angulo
y dirigente comunitario de los años veinte.
De allí que haya confianza en quienes emplazan a la población, porque
además de Zárate, están otras prestantes figuras del foro guarareño. En la
convocatoria del ágora municipal está otro grupo, el de raigambre campesino, el
que carga sobre sus hombros las presentaciones propias de la fiesta, el mismo a
quienes los folclorólogos han definido como hombre folk -como queda dicho-,
sujeto nacido en el vientre de la sociedad peninsular y heredero de la cultura
mestiza. Por ese motivo no debe extrañarnos que los primeros festivales reflejen
mayormente la cultura tradicional peninsular, para evolucionar con el tiempo
hacia otra perspectiva más nacional y multiétnica.
Desde aquel 24 de julio de 1949 han pasado tres cuartos de siglo y
nunca debiéramos olvidar los humildes orígenes de la fiesta guarareña, la que contemporáneamente
se percibe como piel, carne y hueso de la nación istmeña. Por eso, siendo fiel
al ideario nacional, no deberíamos apartarnos de la filosofía social que estuvo
en la mente de Dora, Manuel y tantos otros. Esa perspectiva cultural ha sido
definida por el Patronato del Festival de La Mejorana, como la visión
zaratista.
En efecto, de lo que se trata es de recoger en dicha expresión el valor
de lo popular tradicional, la concepción de que la fiesta vernácula tiene que
ser colectiva, evento que suma a ella un rasgo definitorio de nuestra sociedad:
el catolicismo como argamasa, como aglutinante del ser nacional. Y en Guararé
la efigie e ícono religioso corresponde a la Virgen de Las Mercedes.
En los orígenes la fiesta es una hechura de pueblo, aunque con
posterioridad haya recibido el influjo de lo mercantil. Este es un aspecto
central que aún está por debatirse, porque los años no han pasado en vano, ni
los hombres son los mismos. Sin embargo, conviene siempre regresar al 24 de
julio, porque allí está la propuesta prístina, transparente, como la corriente
del río Guararé de aquellos tiempos; está lo medular de la visión zaratista, la
teoría que permite medir en lo que hemos sido exitosos, pero también avizorar
aquello de lo cual nos hemos apartado, para repensarlo y corregir el rumbo.
Ese es el mensaje profundo que nos congrega, el que nos permite aplaudir a los que nos
antecedieron y lograron construir un festival para Panamá. En tiempos de
globalización urge mirarlo desde esta perspectiva, porque más que ayer, el
cabildo abierto de Guararé recobra un renovado y creciente sentido. Así ha de
ser, para que, en otro momento, quizás dentro de 25 años, aquellos que asuman el
relevo generacional, estén, otra vez, en el Parque Bibiana Pérez repensando el
Festival Nacional de La Mejorana, cuando se conmemore, por aquellas calendas,
el primer centenario del más relevante cónclave de la cultura popular y vernácula
del hombre panameño.
…….mpr…
18/VII/2024