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15 diciembre 2025

LA CASA DE QUINCHA, ENTRE TELARAÑAS Y AUGURIOS

 


Luego de siglos le llegó a la casa de quincha su minuto de gloria, al reconocerle Unesco su aporte al desarrollo nacional. Porque ella siempre formó parte del paisaje del campo y las zonas urbanas El reconocimiento le llega un poco tarde, cuando está próxima a agonizar, porque la modernidad -esa señora que no respeta edades ni condición social-ha socavado la vivienda vernácula al punto de arrinconarla y convertirla en objeto de estudio folklórico.

La importancia de ella va más allá de la jaula de varas repelladas que conforman ese micro mundo entre paredes que presta abrigo a la familia y que resume una visión cósmica cargada de religiosidad, con todo el conjunto de ritos que antaño implicaba la confección y puesta en valor.

En las áreas interioranas la casa de quincha no sólo es una propuesta arquitectónica, sino sociocultural, porque ella es tan mestiza como los residentes que la habitan. Hay que mirarla con otros ojos para comprender que es reflejo de los grupos humanos y de la estratificación social de su época. Con rostro indígena, sin duda, pero también hechura de la herencia hispánica y del negro colonial, quizás.

Bastaba con recorrer los campos de antaño para percatarse cómo la casa de quincha refleja las clases sociales que conforman la sociedad que se estructuró desde la colonia. Ella siempre fue numerosa, tanto en el campo como en las áreas de los poblados. Encontramos las que tienen dos puertas al frente, a diferencia de esas otras que contaban con cuatro y seis vanos frontales, espacios que eran ocupados por las puertas que lucían en su parte superior la belleza de tragaluces de reminiscencias mudéjar.

La casa campesina de dos puertas era la del pueblo, mientras que las de cuatro y seis puertas, eran las residencias de quienes contaban con mayor abolengo, real o ficticio. Por eso en Azuero, cuando en el siglo XIX aparecen otras viviendas, diferentes a las de quincha, ya la vernácula era una realidad arquitectónica.

En lo sucesivo la residencia popular se desvaloriza y se concibe como morada de estratos sociales menos plutocráticos. Eso es lo que acontece en el siglo XX, cuando desde mediados de esa centuria, no está bien visto morar en casa de quincha. Y la gente se apresura a construir con otros materiales, para poder lucir su chalé.

Los primeros atisbos de reflexión sobre el papel de la vivienda en comento aparecen alrededor de los años cincuenta, pero casi todos quedan relegados a investigadores que así lo registran en los intramuros universitarios, junto al renacer de la ciencia del folklore nacional que vive en carne propia la destrucción de la cultura orejana.

La renovación arquitectónica que vive el país releva al olvido a la casa de quincha, que será destinada a un papel menos protagónico, mientras espera en las sombras, quizás en vano, que algo acontezca para que pueda renacer y lucir sus glorias pretéritas.

Por eso, viéndolo bien, la luz que enciende la Unesco es una velita en la oscuridad, una clarinada de Diana que no sabemos si se convertirá en día pleno o anuncio fúnebre de la vivienda vernácula. Sea como fuere, lo cierto es que ese amanecer hay que alumbrarlo entre todos, para que no termine en el canto agorero del mochuelo o la gloria efímera del volador en fiesta pueblerina.

.......mpr@...

10/XII/2025


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