Luego de siglos
le llegó a la casa de quincha su minuto de gloria, al reconocerle Unesco su
aporte al desarrollo nacional. Porque ella siempre formó parte del paisaje del
campo y las zonas urbanas El reconocimiento le llega un poco tarde, cuando está
próxima a agonizar, porque la modernidad -esa señora que no respeta edades ni
condición social-ha socavado la vivienda vernácula al punto de arrinconarla y
convertirla en objeto de estudio folklórico.
La importancia de
ella va más allá de la jaula de varas repelladas que conforman ese micro mundo
entre paredes que presta abrigo a la familia y que resume una visión cósmica
cargada de religiosidad, con todo el conjunto de ritos que antaño implicaba la
confección y puesta en valor.
En las áreas
interioranas la casa de quincha no sólo es una propuesta arquitectónica, sino
sociocultural, porque ella es tan mestiza como los residentes que la habitan.
Hay que mirarla con otros ojos para comprender que es reflejo de los grupos
humanos y de la estratificación social de su época. Con rostro indígena, sin
duda, pero también hechura de la herencia hispánica y del negro colonial,
quizás.
Bastaba con
recorrer los campos de antaño para percatarse cómo la casa de quincha refleja
las clases sociales que conforman la sociedad que se estructuró desde la colonia.
Ella siempre fue numerosa, tanto en el campo como en las áreas de los poblados.
Encontramos las que tienen dos puertas al frente, a diferencia de esas otras
que contaban con cuatro y seis vanos frontales, espacios que eran ocupados por
las puertas que lucían en su parte superior la belleza de tragaluces de
reminiscencias mudéjar.
La casa
campesina de dos puertas era la del pueblo, mientras que las de cuatro y seis
puertas, eran las residencias de quienes contaban con mayor abolengo, real o
ficticio. Por eso en Azuero, cuando en el siglo XIX aparecen otras viviendas,
diferentes a las de quincha, ya la vernácula era una realidad arquitectónica.
En lo sucesivo
la residencia popular se desvaloriza y se concibe como morada de estratos
sociales menos plutocráticos. Eso es lo que acontece en el siglo XX, cuando
desde mediados de esa centuria, no está bien visto morar en casa de quincha. Y
la gente se apresura a construir con otros materiales, para poder lucir su chalé.
Los primeros
atisbos de reflexión sobre el papel de la vivienda en comento aparecen
alrededor de los años cincuenta, pero casi todos quedan relegados a
investigadores que así lo registran en los intramuros universitarios, junto al
renacer de la ciencia del folklore nacional que vive en carne propia la
destrucción de la cultura orejana.
La renovación
arquitectónica que vive el país releva al olvido a la casa de quincha, que será
destinada a un papel menos protagónico, mientras espera en las sombras, quizás
en vano, que algo acontezca para que pueda renacer y lucir sus glorias
pretéritas.
Por eso,
viéndolo bien, la luz que enciende la Unesco es una velita en la oscuridad, una
clarinada de Diana que no sabemos si se convertirá en día pleno o anuncio
fúnebre de la vivienda vernácula. Sea como fuere, lo cierto es que ese amanecer
hay que alumbrarlo entre todos, para que no termine en el canto agorero del
mochuelo o la gloria efímera del volador en fiesta pueblerina.
.......mpr@...
10/XII/2025
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