En la dormilona tarde interiorana hemos escuchado el sonido del acordeón. En la distancia se hace melancólico, por momentos alegre y por ratos triste. Todo depende de nuestro estado anímico. El acordeón vino de Europa para quedarse. Acá se hizo poeta y nos acompañó. Vistió ropaje popular y como juglar instrumental cantó junto a los orejanos sus tristezas, amarguras, decepciones y triunfos.
Por estas razones, conviene dilucidar ese rostro sociológico del acordeón interiorano. En la historia del instrumento y su uso, es probable que existan dos fases. La primera de ellas podría comprender un largo período que se extiende hasta la Segunda Guerra Mundial. Antes de la segunda postguerra el acordeón debió estar por allí, un poco menos notorio y hegemónico, pero de alguna manera presente. Con anterioridad, si tomamos como ejemplo el caso de nuestra peninsular región de Azuero, el pleno dominio musical lo ejercieron la mejoranera y los violines. Al parecer, la mejoranera siempre estuvo ligada al hombre de cutarra; los violines, un poco menos y, en cambio, el acordeón era asunto de cantina y de mujeres de vida alegre. No fue fácil esa transición de instrumento musical de bares interioranos a sectores sociales menos populares.
En las primeras décadas del Siglo XX, el hombre aún bailaba música de violines en las solariegas casas de quincha; con tarjeta, y junto a lo que el pueblo bautizó eufemísticamente como "la crem". Tiempo aquellos de pasillos, mazurcas y valses. Conducta musical de una embrionaria clase media y de una tímida burguesía interiorana que tenía gustos poco caros y una visión de mundo que difícilmente superaba el horizonte que se vislumbraba desde el campanario de su parroquia pueblerina.
¿Cuándo y por qué el acordeón se hace dominante en el gusto de nuestra gente?. Hasta ahora el interrogante que no ha sido contestado. En lo personal pienso que está ligado al segundo momento histórico que arriba he planteado. Es decir, a las décadas del cuarenta, cincuenta y sesenta. Tiempos aquellos de cambio social y cultural en el Interior panameño; cuando se amplia la red vial, arriba la radiodifusión, mejora la sanidad y en los campos el hombre ensancha su frontera cultural.
Todos estos cambios a los que aludos son percibidos por el interiorano como una amenaza a sus valores culturales más raizales. En consecuencia -reacción muy natural-, tiende a fortalecer su cultura nativa. En ese marco surgen los festivales folklóricos, como el guarareño Festival de la Mejorana y el siempre ocueño Festival del Manito; eventos folklóricos en donde la gente compendia su quehacer cultural de siglos. El acordeón que estuvo siempre agazapado, esperando su oportunidad, la aprovecha. Salta al ruedo del brazo de hombres como Gelo Córdoba ("Me voy pa' la loma Azul... en busca de quien me quiera ") y Dorindo Cárdenas ("Oye mi amorcito que te llevaré, al XV Festival en Guararé).
Desde entonces suena el acordeón de forma persistente. Se apropia de los festivales folklóricos, la radio y la televi¬sión. Nuestro hombre comienza a reconocerse en los aires folklóricos que ahora adquieren una dimensión no sospechada en acordeonista como Fito Espino, José Vergara, Pepo Barría, Yin Carrizo, Alfredo Escudero, Osvaldo Ayala, Ulpiano Vergara y Victorio Vergara, entre otros. Son acordeones que inicialmente surgen con olor a albahaca y yerbabuena, pero que con posterioridad se embriagan con los transitistas olores de la perfumería francesa; al par que asumen una inusitada adoración por los aires musicales de la tierra del bambuco.
Inicialmente el acordeón representó una impremeditada respuesta contrahegemónica de nuestro pueblo a la alienante presencia de música y modismos culturales no orejanos. Tanto así, que los grupos dominantes de la zona de tránsito han terminado por ceder a sus presiones y admitirlo como una expresión de música típica que se pasea en los más encopetados y exclusivos salones de baile.
Sin embargo, en ese transitar de los reductos populares a estratos sociales más plutocráticos, la racionalidad del sistema redujo el acordeón a fines estrictamente mercuriales. Al retornar de sus relaciones con el "sistema", el acordeón perdió parte de su fuerza originaria y optó por convertirse en mercancía. Tal es la cara y el sello de nuestro acordeón interiorano. Acordeón que ayer supo rescatar la fuerza de nuestra cultura orejana y al que vemos hoy erigido en un vehículo de alienación; instrumento que subyuga y vende a su misma gente un pálido reflejo de su antigua fuerza popular.
Por estas razones, conviene dilucidar ese rostro sociológico del acordeón interiorano. En la historia del instrumento y su uso, es probable que existan dos fases. La primera de ellas podría comprender un largo período que se extiende hasta la Segunda Guerra Mundial. Antes de la segunda postguerra el acordeón debió estar por allí, un poco menos notorio y hegemónico, pero de alguna manera presente. Con anterioridad, si tomamos como ejemplo el caso de nuestra peninsular región de Azuero, el pleno dominio musical lo ejercieron la mejoranera y los violines. Al parecer, la mejoranera siempre estuvo ligada al hombre de cutarra; los violines, un poco menos y, en cambio, el acordeón era asunto de cantina y de mujeres de vida alegre. No fue fácil esa transición de instrumento musical de bares interioranos a sectores sociales menos populares.
En las primeras décadas del Siglo XX, el hombre aún bailaba música de violines en las solariegas casas de quincha; con tarjeta, y junto a lo que el pueblo bautizó eufemísticamente como "la crem". Tiempo aquellos de pasillos, mazurcas y valses. Conducta musical de una embrionaria clase media y de una tímida burguesía interiorana que tenía gustos poco caros y una visión de mundo que difícilmente superaba el horizonte que se vislumbraba desde el campanario de su parroquia pueblerina.
¿Cuándo y por qué el acordeón se hace dominante en el gusto de nuestra gente?. Hasta ahora el interrogante que no ha sido contestado. En lo personal pienso que está ligado al segundo momento histórico que arriba he planteado. Es decir, a las décadas del cuarenta, cincuenta y sesenta. Tiempos aquellos de cambio social y cultural en el Interior panameño; cuando se amplia la red vial, arriba la radiodifusión, mejora la sanidad y en los campos el hombre ensancha su frontera cultural.
Todos estos cambios a los que aludos son percibidos por el interiorano como una amenaza a sus valores culturales más raizales. En consecuencia -reacción muy natural-, tiende a fortalecer su cultura nativa. En ese marco surgen los festivales folklóricos, como el guarareño Festival de la Mejorana y el siempre ocueño Festival del Manito; eventos folklóricos en donde la gente compendia su quehacer cultural de siglos. El acordeón que estuvo siempre agazapado, esperando su oportunidad, la aprovecha. Salta al ruedo del brazo de hombres como Gelo Córdoba ("Me voy pa' la loma Azul... en busca de quien me quiera ") y Dorindo Cárdenas ("Oye mi amorcito que te llevaré, al XV Festival en Guararé).
Desde entonces suena el acordeón de forma persistente. Se apropia de los festivales folklóricos, la radio y la televi¬sión. Nuestro hombre comienza a reconocerse en los aires folklóricos que ahora adquieren una dimensión no sospechada en acordeonista como Fito Espino, José Vergara, Pepo Barría, Yin Carrizo, Alfredo Escudero, Osvaldo Ayala, Ulpiano Vergara y Victorio Vergara, entre otros. Son acordeones que inicialmente surgen con olor a albahaca y yerbabuena, pero que con posterioridad se embriagan con los transitistas olores de la perfumería francesa; al par que asumen una inusitada adoración por los aires musicales de la tierra del bambuco.
Inicialmente el acordeón representó una impremeditada respuesta contrahegemónica de nuestro pueblo a la alienante presencia de música y modismos culturales no orejanos. Tanto así, que los grupos dominantes de la zona de tránsito han terminado por ceder a sus presiones y admitirlo como una expresión de música típica que se pasea en los más encopetados y exclusivos salones de baile.
Sin embargo, en ese transitar de los reductos populares a estratos sociales más plutocráticos, la racionalidad del sistema redujo el acordeón a fines estrictamente mercuriales. Al retornar de sus relaciones con el "sistema", el acordeón perdió parte de su fuerza originaria y optó por convertirse en mercancía. Tal es la cara y el sello de nuestro acordeón interiorano. Acordeón que ayer supo rescatar la fuerza de nuestra cultura orejana y al que vemos hoy erigido en un vehículo de alienación; instrumento que subyuga y vende a su misma gente un pálido reflejo de su antigua fuerza popular.
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