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01 noviembre 2012

MEDITACIÓN SOBRE LA PATRIA


Se ha repetido hasta el cansancio que noviembre es el mes de la patria. Que sea noviembre importa poco, porque pudo ser enero, septiembre o cualesquiera otro de los meses del año. El punto es que al expresarlo añadimos el sustantivo femenino que le da sentido a lo novembrino. En efecto, lo patrio se refiere al lugar en que se nació y no por mera casualidad se asocia con lo paterno, con la cuna en la que se meció nuestra infancia. La patria es el clan, la familia; si hemos de creerle a la raíz latina de la que proviene el vocablo.
En nuestro país los poetas de cutarra y birrete le han cantado a la patria. Desde el poema clásico de Ricardo Miró, hasta el ensayo que sobre el tema redactara el peninsular filósofo Moisés Chong Marín, sin olvidar la décima que se escribió en la soledad del campo. Y es que una miríada de cosas se pueden decir sobre la patria. Llamamos así a la grande, a América Latina, y decimos la patria chica para hablar sobre las querencias que surgen al calor de la región en que nacemos. Sobre nuestro Istmo afirmamos que lo amamos porque es nuestra patria y a veces el término se aproxima más a una entelequia que a una realidad, a un mundo virtual, que a un ser de carne y hueso
Los tiempos cambian, afirman algunos istmeños para justificar las transformaciones de la era moderna, y en ese andar, casi sin darnos cuenta, hemos terminado por forjar un concepto ligth de la patria. De allí que para muchos sea un sentimiento, la  postura firme cuando se canta el himno o se iza la bandera nacional. Tal vez la conducta sea una actitud cómoda para rehuir nuestras responsabilidades y reducirla a la banderita que flamea adherida al soporte del parabrisas del auto. Por eso se impone  q repensar lo que antaño fue la patria y la forma como contemporáneamente la asumimos.
Lo primero que acude al cavilar sobre el tópico se refiere a la semilla sobre la que se construye la nación. Me refiero a los niños y jóvenes que necesitan algo más que acordeones y seco en la cantina. A esos muchachos que crecen carentes de un proyecto de vida y terminan hechizados por los correos electrónicos; como si la vida se redujera al Facebook y el Twitter, artilugios tecnológicos de indudable utilidad, pero no al extremo de obligar a que el portador camine con la cabeza agachada. Curioso, porque en la patria de antaño, el campesino analfabeta miraba a las estrellas y su palabra era norma  no  escrita, mucho antes que el derecho consuetudinario se transformara en derecho positivo.
Y digo bien, porque la patria verdadera tiene un proyecto de nación, no camina al garete mientras sus hijos consumen la vida sentados en el sillón, pendientes de quién gana el concurso televisivo o qué pasará en la cantadera mediática, sazonada con mensajes ayunos de contenido trascendente. Así no puede haber patria que valga, nación que se valorice, juventud con futuro, ni república que se respete.
Los forjadores de la república, los que se mencionan asociados al 10 y 28 de noviembre de 1821, así como al 3 de noviembre de 1903, hablaron claro: la patria, el país, la nación y la república han de ser libres para poder construir una sociedad para todos. A tales prohombres podríamos reprocharles algunos errores, pero tales yerros no empañan el propósito final. Además, la construcción del país no es un proyecto acabado; los antepasados trazaron el norte de nuestro destino, pero somos nosotros los responsables del mundo que vivimos y del que ha de venir.
Hemos avanzado luego de más de una centuria de vida republicana,  pero a veces me pregunto en qué momento perdimos parte del rumbo, en qué instante decidimos que teníamos que crecer, antes que desarrollarnos; porque el crecimiento económico no es sinónimo  de desarrollo, de la misma manera que el auto último modelo dice poco del conductor que le porta. Por esta razón los aspectos culturales y sociales son tan trascendentes al hablar de la patria de Justo Arosemena y Buenaventura Correoso, Belisario Porras Barahona y Manuel F. Zárate, Ofelia Hooper Polo y Clara González de Behringer, Zoraida Díaz y Bibiana Pérez. Ellos demostraron que la democracia  ha de ser política, pero también económica y confirmaron que la inteligencia siempre vence a la estulticia.
Don José Martí, ese extraordinario poeta, patriota y ensayista escribió en una ocasión que “la mejor manera de decir es hacer”. Sí, la patria es un sentimiento, una congoja por lo nuestro, una emoción de gozo por las raíces históricas y culturales que dan sentido a la vida, pero antes que ello es comida, trabajo, desarrollo, cultura y paz. La patria vive en la memoria de nuestros antepasados, desde el dirigente e intelectual, hasta los que calzan cutarras y tienden polleras sobre la vieja soga de alambre, mientras la brisa veraniega zarandea el tasajo que hemos de engullir junto al arroz que se cultivó en la huerta.
Permítanme ahora compartir unas meditaciones sobre la patria chica, sobre esta península con apellido santanderista que también se ha hecho patria. Hablo de ese cuadrilátero peninsular en el que conviven doscientos millares de personas. De la región que tiene al Canajagua como centauro de la cultura, como toro bravío de la orejanidad. Esa es nuestra patria chica, única en indivisible, por más que la partamos y le llamemos Los Santos y Herrera, Azuero o Cubitá. Y es que se nos olvida que somos una nación, un conglomerado humano con territorio, lengua, tradiciones, sentido de pertenencia y una visión de futuro. Note que digo nación y no república, porque en el archipiélago multiétnico del Istmo nosotros hemos forjado la nación orejana. La tierra que existió como isla, hace sesenta millones de años, cuando aún el istmo centroamericano no había emergido del piélago marino.
En los últimos quinientos años creamos una sociedad y una cultura sobre los despojos de lo indígena, la sazón de lo negroide y la hidalguía española. Y cuánto sudor y lágrimas, alegrías y congojas, trabajo y diversión, cantos y danzas tuvieran que darse para que recibiéramos el legado de los abuelos: la identidad cultural que se ha hecho pollera y camisilla, tambor y mejorana, changa y chicha de junta.
Me resisto a creer que nuestra cultura peninsular, la patria de los orejanos, tenga que ser pasto de una modernidad ligth, juguete de intereses aviesos, conejillo de indias de la minería, laboratorio de maíz transgénico, tierra que se vende al mejor postor,  folclor de la alienación social. Algo no anda bien cuando el Dr. Belisario Porras Barahona no es el héroe de nuestros muchachos, cuando una bandera santeña  parece emular los colores de la “noche de brujas” (Hallowen), cuando una niña afirma que su mayor ilusión es ser reina o cuando la casa de quincha es mirada como un adefesio del ayer. Andamos mal cuando la fonda es cosa de manutos y los pueblos se dan golpes de pecho porque tienen su “mall”, porque ya ni tan siguiere le llamamos centro comercial. Se nos olvida que la patria es el idioma, que uno recibe correos electrónicos y no “email”, que las cosas están hermosas y no “pretty”.
Y ha de quedar claro que no se trata de oponerse a lo moderno, sino de reivindicar lo antiguo, la patria chica que heredamos, cuidándola, porque ella fue la que nos dio identidad cultural y sin su influencia bienhechora a lo más que podemos aspirar es a ser la fiel fotocopia de otro grupo humano. De Divisa a Punta Mala, de Santa María a Mariato y de Pedasí a Restingue hay una patria que llora por nosotros. Una zona que ha hecho de su ruralidad sufrida el folclor de la patria istmeña.
En esta hora aciaga de las transformaciones, yo me pregunto qué ha de ser de nosotros, los orejanos de Porras, los patirrajaos del otro lado del puente, aquellos que llenaron la ciudad transitista de acordeones, murgas, violines y emigrantes a tutiplén. Hacia dónde va mi patria chica buscando un proyecto nacional que no existe, borracha de folclor y temerosa por la suerte de su sector agropecuario.
Y en la soledad de mi cavilar he creído encontrar la salvación en el rescate de la cultura, de la historia y del ambiente. Hay que despertar me he repetido, porque medio millar de años no pueden ser tirados por la borda. Esa nueva península ha de ser política, pero no politiquera; divertida sin dejar de ser trabajadora; orgullosa de su estirpe pero no al extremo de que su regionalismo le asfixie; moderna pero sin renunciar a sus raíces, respetuosa de su ambiente y profundamente ética. Debemos comprender, como el campesino de antaño, que no hay futuro sin trabajo, que la educación nos hará libre y que la justicia es el fiel de la balanza.
Vendrán otros noviembres, pero la patria siempre estará allí, impertérrita, en los arreboles de oro, en la brisa de los vientos alisios, en el guayacán vestido de amarillo y en la fonda con la lechona en el plato y la chicha de nance que pasa por el gaznate. La patria es la gente, la cultura y el desarrollo. Estemos atentos, porque además de la visión romántica de la patria, ella también sale blandir el sable, levantar el puño y pedirnos cuentas de nuestro proceder.

* Disertación en el Ministerio Público de la Provincia de Los Santos. Las Tablas, a 1 de noviembre de 2012.   

 

 

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