Dr. Sergio González Ruiz |
A mediados del siglo pasado, el Dr. Sergio
González Ruiz publicó un libro que intituló MOMENTOS LÍRICOS. En este texto aparece un poema que llamó
“Cabanga” y en el que define a ésta como “Íntima
música rara, melodía de llanto y pena”. Y traigo el tópico a colación
porque no es la primera referencia al término que encuentro en la producción de
los intelectuales santeños, sean éstos de cutarra o birrete.
Al parecer hay varias acepciones del vocablo,
porque la cabanga también es la melancolía por el amor perdido. Nuestra gente
dice que fulano está “comiendo cabanga”,
para indicar que atraviesa por algún tipo de pena emocional. Muy llamativo,
porque cabanga también es un dulce que parece replicar, en ese sabor tan suyo, el
sentimiento que contraría el ánimo. Al final la cabanga viene a ser como una
congoja del alma, un dolor que sin ser destructor nos arrincona en un pasado
que se vuelve cuasi mítico y al que quisiéramos regresar, pero sin lograrlo.
Hace poco tiempo he vuelto a ver el vocablo
en la novela del guarareño Leónidas Saavedra Espino (ESPINO…MENSABÉ ANTES DE
AZUERO), quien concluye su aporte
bibliográfico en el marco de una narración que podríamos denominar “cabanga santeña”. Y creo que el tópico
es relevante, más allá de una curiosidad cultural y folclórica, porque nos
habla de un rasgo de la personalidad colectiva de un notable habitante del
Istmo, el santeño y su santeñismo. Siendo así, conviene desentrañar tales secretos
y arcanos, aunque parezca una tarea insulsa en una época pragmática, consumista
y hedonista. En este punto se impone recordar la historia peninsular, con su sociedad y cultura, porque la cabanga ha de tener alguna génesis en la
noche de los tiempos de la región de Cubitá.
Note que lo distintivo del vocablo es la búsqueda de una especie de Arcadia,
afán por un ayer que se torna mítico y apetecible, como si en ese tiempo el
hombre estuviera más próximo al paraíso y añorara tal época pasada. Así me
parece, porque en el caso que nos ocupa hay que tomar en consideración la
destrucción temprana de la cultura indígena, sobre la que se impone otra
hispánica y afro colonial. Y si esto es correcto, el desarraigo de los tres
grupos humanos (indígenas, españoles y negros) tuvo que generar un conjunto de emociones
sobre la cultura destruida (indígena y negroide) a la que se antepone un
español depauperado que se muestra nostálgico de la otra península, la Ibérica.
Hay razones antropológicas, sociológicas,
psicológicas e históricas para pensar que esta modalidad de cabanga tiene su
fuerza motriz en esos primeros siglos (XVI al XVIII) cuando se estructura la
región y se forma la personalidad colectiva del santeño. El mismo sujeto que
para aquellas calendas también habita la actual Provincia de Herrera y que ha
sido el caldo de cultivo para forjar una nación, la nación orejana. Esto
significa que la cabanga contemporánea (Siglo XIX, XX y XXI) ha sido más el
fruto de la aculturación, de una socialización que ha terminado por ser parte y
rasgo constitutivo del orejano que mora en la región del Canajagua y Tijeras.
En este punto cabe la pregunta; ¿qué ha
hecho que la cabanga perdure e incluso se transmute? Pienso que al antiguo y
añejo sentimiento se le han sumado otros “ingredientes” sociales. Como causa
estructural añadiría la destrucción de la sociedad tradicional que perduró casi
incólume hasta finales del Siglo XIX, aunque su declive arranca desde mediados
de la centuria decimonónica y logra su mayor paroxismo luego de la separación de
Colombia.
En efecto, durante la primera mitad del Siglo
XX la cultura y economía experimentan un
cambio radical, ocasionado que la forma de vida y cosmovisión campesina se
aleje del mundo agrario. En consecuencia, esa época de los abuelos se idealiza
y se transforma en una literatura que ha sido definida como “ruralista”;
fenómeno que se acentúa aún más con los flujos migratorios hacia otras
latitudes nacionales. De allí que la cabanga – expresión emocional de una
autarquía agraria- se sublime en música,
danza, décimas, acordeón y otros elementos que integran el arsenal folclórico
del santeñismo.
Durante la vigésima centuria resulta relevante
el rol de la migración del hombre del Canajagua en la nueva expresión de un
hombre acabangado. La distancia de la
tierra produce nostalgia en el emigrante, así como en los familiares que
residen en los pueblos de la península azuerense. Pareciera que durante el
pasado siglo -en otro contexto y tiempo- el santeño vive la misma angustia
existencial que experimentaron los hombres y mujeres de la Colonia. Por eso la neocabanga
santeña es otra expresión cultural de la vida, la economía y el sentimiento, en
una modalidad que recuerda la morriña gallega o la saudade portuguesa. Y esto
sin mencionar aún la vivencia del hombre afro colonial cuyo desarraigo logra su
mayor expresión en la saloma melodiosa y melancólica de Eneida Cedeño. De la
misma manera que la cabanga alcanza su concreción en los arpegios del acordeón,
el torrente o la décima.
Al respecto, siempre he tenido la impresión
que nuestras melodías vernáculas y típicas (música orejana), en una proporción
no despreciable, en el fondo se funden en un abrazo entre sacro y lo profano. Expresan
un dolor profundo por los enigmas de la existencia. En este sentido encontramos
en todo ello una especie de panteísmo, religiosidad, lágrimas y suspiros
cósmicos. Por eso la cabanga es un sentimiento tan relevante para comprender la
personalidad colectiva del santeño; un hombre de aparente espíritu festivo,
pero que camufla en sus fiestas las verdaderas e indescriptibles fibras de su
alma.
La lección que se deriva de esta búsqueda en
las interioridades de un panameño raizal, resulta relevante en estos tiempos de
deshumanización, destrucción ambiental y mercantilismo enfermizo, ya que la
incorporación del santeño a la era moderna ha implicado la destrucción no sólo
de su economía tradicional, así como de los usos sociales que le distinguieron,
sino de su mundo espiritual, de la congoja que él había convertido en cultura
campesina
Mire Usted que el declive y destrucción de
la cabanga, de la cultura campesina para construir sobre ella a un campesino ligth, no ha sido valorada.
Ese cuenco vacío ha de ser llenado con algo, y ante la carencia de un proyecto
colectivo de vida, el actuar del santeño corre el peligro de pendular entre la
destrucción del ser o la saturación del hedonismo, entre acordeones y rezos,
carimañolas y hamburguesas.
Y toda esta agonía regional acaso sea una
muestra del dilema en que se encuentra el resto de la nación istmeña; una
sociedad que renuncia al ayer, desestructura el presente, juega entre lo sacro
y lo profano, se vanagloria de guarismos económicos, pero carece de un proyecto
de nación.
Al parecer Panamá es un país acabangado, (come de su propia cabanga y
de la ajena) de allí que le duelan interiormente su cultura y su gente. Y el
mayor peligro radica en pretender llenar nuestro vacío existencial con eventos
epidérmicos, o en el peor de los casos, terminar borrachos de populismo y
arrastrados al abismo social por líderes mesiánicos. ……mpr…
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