Ya he perdido la cuenta de los años que tengo de hacer vida docente en
los Centros Universitarios. He visto pasar desde profesionales realmente
eméritos, hasta otros que nunca debieron ocupar los claustros universitarios.
Sé del sueño de un visionario aguadulceño, pero también de las tropelías de
aquellos cuyo único crédito ha sido prostituir la Casa de Méndez Pereira,
esquilmarla y convertirla en caja registradora de viáticos y lugar por
excelencia para la práctica de la politiquería, el clientelismo y el nepotismo.
Esos depredadores y trepadores de pirámide lograron que la Universidad de
Panamá (UP) dejara de ser antorcha para convertirla en trémula guaricha.
Que hemos avanzado, a lo mejor, pero no lo necesario ni lo suficiente.
Por ejemplo, en el caso de la sede herrerana de la UP, ya superamos el medio
siglo de existencia arrastrando no pocas carencias. Sin embargo, aquí como en otros lados, cuando
se aborda el tema surgen las media verdades, aparecen defensores del status
quo, asoman comerciantes de la academia, traficantes de quimeras y expertos en
el doble discurso. Como aquella perorata que pregona que ya somos Universidad
del primer mundo, cuando apenas superamos los habitáculos de la novela de Dante
Alighieri; para no decir que vivimos la Arcadia o, talvez, el Mundo Feliz de
Aldous Huxley. Es decir, cuasi la tierra del realismo mágico, con Macondo y don
Melquiades vendiendo hielo.
La universidad provinciana
tiene que dar paso a la academia, la investigación y la extensión cultural.
Pregonar mentiras seductoras es fácil, porque la tarea
la
acometen charlatanes y falsos profetas. Sin embargo, la verdad ha de salir a
relucir, aunque produzca escozor y genere miradas que matan. En efecto, ha sido muy dañino que en nuestras
unidades académicas los directores de turno insistan en volver a serlo, como si
la UP no pudiera existir sin la excelsa presencia de tales políticos. Voy más allá, gran
parte de nuestras deficiencias nacen de implantar, del extramuros universitario,
elecciones en las que no siempre cuenta la trayectoria académica del postulado
y se vota por simpatía, nexos familiares u otras minucias electorales. Muy
ilusionados en el torbellino de la democracia embrionaria, hemos olvidado que
la Universidad es academia y no partido político, presencia transformadora y
nunca conservadurismo aldeano.
En los últimos años hemos vivido bajo el manto del gamonalismo, esa
lacra social que se enseñoreó de los campos para forjar la cultura política de
la alienación. Sí, algunos se han creído señores feudales de la educación
superior. Hecho lamentable, porque para mantener el reinado han mandado de
vacaciones a la academia, o más bien ésta ha servido de base para el
clientelismo, repartir cátedras a cambio del voto, al tiempo que se reclama la
genuflexión y el “Ave César…”. Y el resultado de esa chata visión: la
universidad silenciosa, embozada y con maltrecho clima organizacional.
Estamos deficitarios en
investigación y extensión cultural. Por décadas hemos carecido de fondo para
tales fines, aunque algunos heroicos catedráticos echan mano del erario
familiar para publicar en pequeños tirajes, porque el presupuesto no se lo
permite. Igual acontece con la extensión cultural, función que sacrifican para atender
minucias, cubrir apariencias, asumir gastos innecesarios, promover degustaciones gastronómicas o
caprichos de contertulios.
Tenemos problemas
estructurales que deben ser analizados. Por ejemplo, nunca hemos atendido de
manera seria el modelo que dio origen a la presencia universitaria en las áreas
interioranas. Somos una especie de híbrido administrativo en el que se
entrecruzan las veleidades de organismos del Campus Central, al punto que algunos
decanos quieren tener injerencia en estructuras administrativas que les doblen en matrícula,
infraestructura y personal.
El centralismo a lo bogotano ha sido una práctica que ahoga la
creatividad, amodorra la administración y convierte a la institución
interiorana en una estructura que está pendiente de la colina transitista. Del
Olimpo bajan las decisiones y hacia el Olimpo citadino acuden todos, hasta para
la revisión de créditos de quienes estudian en la periferia.
El hombre de las provincias interioranas lleva más de ochenta años en
ese ir y venir hacia la sede de la toma de decisiones. Si esa conducta no
cambia, al final se producirá el desmembramiento de la universidad estatal,
porque nadie está dispuesto a soportar por más tiempo tales penurias. Así, con toda razón, quienes habitan las áreas
interioranas tendrán todo el
derecho de erigir
universidades autónomas que respondan a sus necesidades y propuestas de
desarrollo.
Con el cambio de administración, hecho acaecido en 2016, se respiran
pequeñas bocanadas de renovación. El país necesita, y las áreas interioranas
dentro de él, que esos soplos de cambio, se conviertan en tornado de transformaciones,
porque no se trata de permuta de autoridades, sino de modelo de universidad.
Lo que queda de Universidad light
tiene que desaparecer, porque sería imperdonable que continuemos privando a las
juventudes de la educación superior que se merecen.
……mpr…
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