La región de Azuero posee adecuada dotación de agua, pero irónicamente
la población tiene más de veinte años enfrentado problemas de abastecimiento
del vital líquido. Y al mirar el grifo sin goteras, necesariamente hemos de
recordar los pozos que se construían en la roca, a la orilla de las quebradas.
Agua limpia -dígase lo que se diga- la que era transportada en churucas, latas
y otros recipientes para abastecer a la familia que esperaba en la casa
habitación.
Así fue por mucho tiempo, hasta que llegaron los pozos brocales,
aquellos que eran labrados en tierra y luego revestidos hasta la superficie,
formando el borde externo del que deriva su nombre, añadido al uso de algún
tipo de broca para elaborar el hueco circular. Ya en los inicios del siglo XX,
en las primeras décadas de éste, aparecieron los pozos con maniguetas -pozos de
manigueta, decía nuestra gente-, pero que en realidad se denominaban
artesianos, por aquello de la región de Artois, ubicada al norte de Francia, en
donde fueron inventados.
El punto es que los pozos artesianos, que fueron desplazando a los
brocales, terminaron siendo víctimas de los acueductos rurales y urbanos,
aunque por mucho tiempo lograron coexistir, hasta que, en un arranque de
confianza extrema, los eliminaron por las llamadas plantas potabilizadoras. Esa
actitud confianzuda la estamos pagando caro, porque ellos eran el plan B que debíamos
tener en caso del fallo de las potabilizadoras, como en efecto acontece.
El abastecimiento del agua es ahora un problema fundamental de la
región peninsular en la que moramos. Hay sí, muchas promesas de solución, como
los reservorios de agua que nunca llegan y permanecen en permanente estudio,
tanto como los olvidades regadíos, algunos de cuyos despojos se ven a la vera
del camino.
Lo cierto es que hay mucha cosa que decir sobre el agua; la que ha
estado presente en nuestras vidas, la cultura, el folklore, el habla y tantas
otras cosas. Por eso no deja de golpear nuestro espíritu el observar la ruina
visual del pozo artesiano; el que desaparecerá como las antiguas trojas y la
añeja cultura campesina que no desperdiciaba nada y realizaba la cosecha de
agua utilizando la inclinación del caidicio de la centenaria casa de quincha.
Sí, hasta la niña encantada del salto del Pilón, ya no es niña, ni está
encantada y mucho menos posee la poza de agua para cautivar a desprevenidos
españoles u otros paisanos que moran o visitan tales parajes. El agua, el
líquido de la vida, así como la tala de bosques, destrucción de nuestras
tradiciones y tantos otros temas, son el fruto de nuestro propio andar y falta
de previsión de un Estado cuyas instituciones gubernamentales duermen a la vera
del canal interoceánico; mientras nosotros nos contentamos con ser reservorio
de tradiciones, más no de agua.
........mpr...
14./IV/2023
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