En diversos medios de comunicación se ha reflexionado sobre la génesis
de la conducta colectiva del hombre peninsular ante la pandemia,
particularmente en el caso de la sociedad santeña. Los comentarios enfatizan en
la existencia de un mayor grado de conciencia del hombre que mora en la tierra
del Canajagua y El Tijera. Y seguramente hay algo de ello, pero la explicación
no satisface plenamente los requerimientos de un enfoque más analítico.
Sobre el tópico podemos indicar que las causas reales son más
estructurales que coyunturales y están relacionadas con la conformación
histórica de la zona. En efecto, en la región tiene un peso significativo la
existencia de la estructura agraria caracterizada por el minifundismo, una
profunda ética que se nutre de los valores del catolicismo, la existencia de
una cultura homogénea y una conducta
colectiva que fluctúa entre el individualismo y eventos de integración
colectiva – como la junta, por ejemplo-, factores que en conjunto dan
existencia al santeñismo, entendido éste como estilo de vida, cosmovisión y
forma de ser que rebasa los límites político-administrativos de la región
ubicada al sudeste de la península.
Lo que los personeros de las políticas sanitarias llaman “distancia
social” -erróneamente porque a lo que se refieren es a la distancia física- es,
en la práctica regional, un hecho histórico de larga data. La zona siempre se
caracterizó por la dispersión rural, con una población “desparramada por los
campos”, como indican los cronistas coloniales. Lo que argumento, y a lo que
quiero arribar, es que aún hoy muchos paisanos viven dispersos en pequeñas
haciendas, en viviendas con cómodas separaciones entre ellas y en el seno de un
tímido crecimiento poblacional. Las estimaciones para el año 2016 sugieren una
cifra que ronda los 213 mil habitantes, lo que confirma, todavía hoy, los
guarismos a los que aludimos.
Desde el punto de vista histórico, geográfico y sociocultural era de
esperarse una reacción colectiva como la que llama la atención nacional. En
especial, para un grupo humano con mayor grado de cohesión social y capaz de
reaccionar con espíritu de cuerpo ante una amenaza como la del virus de marras.
En la zona los valores sociales todavía no son letra muerta y sobrevive, aunque
maltrecha, la solidaridad con el prójimo.
De lo dicho se colige que hay razones estructurales y de tipo
coyuntural que explican el fenómeno peninsular. Entre las últimas está la
postura de algunas autoridades que supieron reaccionar a tiempo y asumir un
liderazgo oportuno. Claro que se han dado problemas como en otras latitudes,
(los cegatos e irresponsable nunca faltan), pero a mi juicio, se ha impuesto la
histórica conformación de una región que supo responder como colectivo a los peligros
que amenazan su integración como grupo. Y esa postura es un esperanzador
indicador de que el cuerpo social aún sigue vivo y transpirando orejanidad.
.......mpr...
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