Hasta el siglo XVIII casi no hay nombres de mujeres
prominentes, como no sea para categorizarlas como campesinas o féminas que habitaban en
la costa oriental en los pueblos de conformación más urbana, como en
la Villa de Los Santos y Parita, por ejemplo. Ellas son registradas en los
archivos parroquiales según su jerarquía social y prestancia familiar, ya sea por
su nacimiento, matrimonio o defunción.
Las cosas comienzan a cambiar lentamente a
partir del siglo XIX con el arribo de la escuela, institución apenas
desarrollada y dirigida a los varones. Desde entonces habrá centros educativos
para varones y escuela de niñas, incluso hasta el año 1919, cuando se
implementa la coeducación y los niños de ambos sexos pueden estar en el mismo
salón de clases.
Tal y como afirmó Antonio Baraya, gobernador de
la extinta Provincia de Azuero, en el año 1852 la mujer esa una simple “máquina
humana de reproducción”. Sin embargo, comienzan a aparecer nombres al inicio
del decimonono. La figura de Rufina Alfaro, mito o realidad, por eso es tan
trascendental. Habla de un rol que no existía o no quedó registrado; ella es,
después de las espavé, el más sonoro ejemplo de feminismo, del papel de la
mujer más allá del hogar. Otro caso luminoso es el de Bibiana Pérez Gutiérrez
(1848-1940), la guarareña que crea un distrito santeño en el año 1880.
En esa misma década nace Zoraida Días Chamizo
(1880-1948), la tableña que publica por vez primera un libro de poemas, Nieblas
del Alma, cuyas ejecutorias como poetisa y educadora corresponden al siglo
XX. A partir de allí hay una cohorte de mujeres que encuentran su desarrollo
como maestras. Tales los casos de Ofelia Hooper Polo (nacida en Las Minas), Benilda
Céspedes Alemán (tableña), Elida Luisa Campodónico Moreno (1894-1960) y una larga lista de instructoras que se extiende
hasta los tiempos actuales. Sin olvidar a las que se desempeñaron en otros órdenes
de la vida, como Eneida Cedeño (1923-2006), Lucy Jaén Córdoba (1928-2011), Ana
María Moreno Del Castillo (1887-1977), María Moreno Peralta (de las primeras enfermeras tituladas), entre otras.
La mujer también incursiona en la política, desde
los tiempos de Coralia Correa Maltez hasta Mireya Moscoso Rodríguez (1946),
presidenta de la república. En la segunda mitad del siglo XX la mujer se hace
profesional y universitaria, abriéndose para ella un abanico de posibilidades,
aunque siguen existiendo escollos que ha de superar.
Debo decir, en honor a la verdad, que, si bien
tales personajes femeninos son de valorar, en realidad el peso de la cuestión
social lo ha llevado la mujer anónima, esa que no escribe ensayos, poemas o
libros, ni se autoproclama feminista. Me refiero a las agricultoras, amas de
casa, fonderas, artesanas, planchadoras, aseadoras, cantineras, comadronas,
lavanderas, chanceras, etc. Ellas son responsables de la administración
familiar y de la socialización de la prole; fomentan la autoestima personal y
colectiva. Gran parte de la transmisión de la identidad cultural es de su hechura.
Los desafíos no son pocos, pero los avances
sociales, con todas las limitaciones, hablan de un futuro mejor para la mujer
peninsular. La trocha está trazada y los próximos pasos dependerán del cultivo
del intelecto, así como de la democratización del sistema social y del empeño
que la sociedad le imprima a los cambios que reclamaba un gobernador del siglo
XIX.
Milcíades Pinzón Rodríguez
En las faldas
de cerro El Barco, Villa de Los Santos, a 7 de marzo de 2022.
Profesor Pinzón, es un gusto es leer sus notas, tan atiborradas de verdad como de pulcritud. Atentamente, su estudiante Fabian Urcia.
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