Río La Villa |
El más importante río peninsular nace en las proximidades
del cerro Cacarañado, en Las Minas, provincia de Herrera. Desde allí se
extiende a lo largo de 117 kilómetros hasta desembocar en el golfo de Parita. A
su paso atraviesa los distritos de Las Minas, Los Pozos, Macaracas, Pesé, Los
Santos y Chitré. Nace como débil quebrada y su cuenca termina generando un
caudal no menor a 900 millones de galones anuales de agua. El hombre peninsular
apenas utiliza 90 millones, el 10%. El resto pasa a formar parte del océano
Pacífico. El llamado río Cubitá, De los Maizales o La Villa baja desde las
alturas de los 953 metros hasta la Villa de Los Santos con 30 metros sobre el
nivel del mar.
Le miro, le estudio y trato de leer el mensaje oculto de su
acuosa vida. El río tiene para el hombre peninsular lecciones que éste debe
asumir como propias.
La primera de ellas confirma que la península es una sola y que los regionalismos exacerbados promueven visiones microscópicas de la región. Pregona que lo nuestro es un sistema integrado de tierra, agua, gente, flora, fauna, cultura y sociedad. Aleccionador recorre ambas provincias azuereñas, de la “montaña” a la costa, desde las mitologías de la silampa hasta los intentos costaneros por atrapar el mundo en las redes de la ciencia y la modernidad.
La primera de ellas confirma que la península es una sola y que los regionalismos exacerbados promueven visiones microscópicas de la región. Pregona que lo nuestro es un sistema integrado de tierra, agua, gente, flora, fauna, cultura y sociedad. Aleccionador recorre ambas provincias azuereñas, de la “montaña” a la costa, desde las mitologías de la silampa hasta los intentos costaneros por atrapar el mundo en las redes de la ciencia y la modernidad.
El río sabe que no hay grandeza sin pequeñez, porque el
todo es más que la suma de las partes; comprende que desde su origen en la
pequeña quebrada de El Montuoso, termina siendo el río más importante de la
región de Azuero. Debemos aprender con él que no hay río sin agua y sin entorno
que le delimite y condicione. Flora y fauna forman parte de su haber, así como
la sociedad y cultura con la que interactúa y condiciona. El desarrollo
peninsular debiera emularle, porque no hay que deslumbrarse con propuestas alejadas
de nuestra evolución o que no hayan pasado por el tamiz de viabilidad socioambiental.
Las gotitas del río La Villa y sus afluentes terminan
forjando la grandeza de la corriente acuosa. Agua limpia de los manantiales que
canta entre los guijarros la alegría de vivir y sonríe a las nubes que desde
las alturas le bañan e incrementan el caudal que se desliza por el cauce. Y no es
que desconozca la tala ribereña, la pestilencia de las aguas negras, el veneno
de agroquímicos, las excretas de las piaras o la irracionalidad del mosto. La
grandeza del torrente es tal que aún perdona la angurria, codicia y torpeza de
quienes le miran como estercolero o tinaja de su avidez financiera.
En la ruptura de su equilibrio, de la homeostasis milenaria,
estriba su crisis y reuma contemporáneo. Y en ese estado escucha el parlar de aquellos
que confunden consecuencias con causas, de los que proyectan en el río sus
miserias sociales y miran reflejada, como en un espejo, la imagen de sus propios
desaciertos. El Cubitá no es el problema, sino el modelo depredador que le acosa,
destruye y se contenta con sembrarle arbolitos que el estío convertirá en leña
e improductivo rastrojo. En cambio, el río de Los Maizales no se inmuta,
permanece imperturbable con la certeza de que los bípedos y cuadrúpedos pasarán
a la historia mientras su corriente aspira aromas de eternidad. Y en ello
estriba su mayor lección, en el silencio de la inteligencia, en ser útil,
aunque no le comprendan, en la santidad del sacrificio, como el otro Cordero
pegado al madero, inmolado por el amor a su propia gente.
.......mpr...
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