En esta hora tan
relevante para la educación regional, ubiquémonos hacia mediados del siglo XIX,
específicamente en el año 1856, cuando nace en Las Tablas el niño a quien nominan
Belisario Barahona, el que hacia el inició de la década de los ochenta de la
misma centuria, se conocerá como Belisario Porras Barahona; luego de que su cartagenero
progenitor, el doctor Demetrio Porras Cavero, realiza los trámites para que
lleve su apellido, porque hasta entonces ostentaba el de su madre, Juana Gumersinda
Barahona. Tal hecho era común por aquellas calendas, porque la burocracia
católica asignaba el apellido de la progenitora a hijos nacidos en parejas no
unidas por el sacramento del matrimonio.
Ya sabemos que el párvulo
tableño siempre fue inquieto, despierto y soñador, tal y como lo describe
Manuel Octavio Sisnett en su libro BELISARIO PORRAS O LA VOCACIÓN DE LA
NACIONALIDAD, característica que no hace mucho también ratifica el doctor
Alberto Arjona Osorio en su texto BELISARIO PORRAS BARAHONA. INFANCIA Y
ADOLESCENCIA CON SU ABUELA MIME EN LAS TABLAS.
En los primeros años y
adolescencia se forja la personalidad de Belisario, la que tendrá como eje el
amor a la cultura de su tierra, la visión de patria y la fortaleza del
estadista deseoso del perfeccionamiento del Estado Nación.
Desde épocas tempranas el
tableño parece destinado a implementar grandes obras, las que sueña en la
capital de Cundinamarca donde escribe poesías, redacta El Orejano y anota en su
libreta de apuntes lo que siente por la tierra del Canajagua y la patria mayor,
a las que añora desde la sombría Bogotá, capital republicana a quien denominarán
“la capital de Suramérica”.
Pensando en ese mundo que
transcurre entre la sabana peninsular nuestra y el altiplano colombiano, me da
por revisar la libreta que le regalara a Porras su amigo de estudios, Fernando
Gaitán, y allí constato que El Caudillo escribe, tacha y vuelve a redactar sobre
su tierra. El texto poético está fechado el 22 de agosto y en una de las partes
reza así: “Llevado en alas de mi imaginación, embebido en mil pensamientos,
volaba yo de otero en otero y de monte en monte…
Deseaba alcanzar un ideal
físico, quería estar como en otras ocasiones en las playas del majestuoso
Magdalena, arrojarme en su corriente y confundido con las olas volver al
Océano…De allí a mi patria era un paso y con mi patria el placer y la dicha
serían mis compañeras…El caliente hogar de mi familia envolvería mi
existencia”. Y lo fecha, como queda dicho, el 22 de agosto de 1881, cuando a
los 25 años se doctora en Derecho y Ciencias Políticas. Se refiere, además, a
lo que sueña para Panamá y hace alusión al camino carretero a Mensabé. Y se
refiere a El Quemao, actual San José, y a Peña Blanca, así como al valor de la
educación.
Desde aquellas épocas tan
precoces Porras Barahona cree en la redención de la ideología liberal y en el papel
transformador de la educación. Lo siente porque él ha vivido en carne propia la
carencia de instructores, ya que es producto, en su etapa de formación primaria,
de los esfuerzos de educadores empíricos como Nemesio Medina, Isauro Borrero e
Isabel Ventosa de Borrero.
De lo dicho se colige que
la construcción del edificio que da cobijo a la Escuela Mixta de Las Tablas, institución
educativa que pasó a llamarse Escuela Modelo Presidente Porras, no es mera quimera,
ni un acto coyuntural nacido de la emoción. Y el suceso no es casual, ni tampoco
el sueño quijotesco de Belisario Porras que sólo quiere honrar a su pueblo
natal. Sin duda hay mucho de ello, del homenaje al poblado, pero el proceder tenemos
que mirarlo más allá de la complacencia que tal hecho provoca, porque forma
parte del proyecto de nación de Porras, el estadista istmeño por antonomasia.
Además, tomemos en
consideración lo siguiente. Durante aquellas calendas pocos han pensado en la
península y en las provincias interioranas como lo hizo el tableño, ni
concebido al país integral que la novel república se merece. Lo demuestra el
hecho de que, en 1881, haya escrito El Orejano, luego liderado la Guerra de los
Mil Días, dejado testimonio fotográfico de nuestros pueblos y, dos años antes
de la Escuela Modelo, emprendido el ambicioso proyecto de la carretera
nacional. Sin olvidar la inauguración del parque tableño el 10 de septiembre de
1915 y la apertura del Hospital Santo Tomás el 1 de septiembre de 1924. Así
como la extraordinaria visón de habilitar el Puerto de Mensabé.
Hace un par de años,
cuando reconstruí lo que aconteció en Las Tablas el 24 de septiembre de 1924,
me refiero a los festejos y discursos de aquellas calendas, se agolpaba en mi
pecho un conjunto de sentimientos encontrados, porque reflexionaba sobre las
generaciones de nuestros antepasados que durante siglos nunca supieron del uso
del lápiz y el tintero. Y entonces admiré más a Porras, el campesino ilustrado
de las faldas del Canajagua, al muchacho que sollozaba al tener que separarse
de su amado pueblo para emprender estudios en Bogotá.
Así lo confieso, porque
sentía que no se puede amar más a nuestra gente, con ese noble sentimiento que
no se queda en el cuenco del corazón, sino que se deja llevar por la cartesiana
razón. Lo observamos en los intercambios epistolares entre él y el maestro
Manuel María Tejada Roca, quien informa al presidente que existen unas hermanas
tableñas dispuestas a vender al Estado el estratégico lugar para la escuela (me
refiero a Rosa, Isabel y Cristina Velásquez Espino); confirma, reitero, que en
el trámite había un interés personal por establecer una escuela que sirviera de
modelo a la nación orejana.
Todavía hoy, el vetusto
edificio centenario, impresiona al visitante con su estilo neoclásico, empotrado
sobre la colina que antaño llamaron El Perú. Y la edificación mira hacia el
parque en donde en la inmediaciones nació el tableño, al que también debemos su
perspectiva futurista, como si quisiera rendir pleitesía a La Moñona que le
observa desde el templo, serena y amorosa. Todo ello es como para cavilar,
porque la escuela primaria y la casa de campo en Las Tablas Abajo, El Pausílipo,
ambas miran, ¡qué casualidad! al Canajagua, en una suerte de mensaje oculto,
como si sugirieran que en el santeñismo ilustrado está la redención y que
volver al campo es una necesidad imperiosa de la nación. Hermoso recado para un
país que aún hoy invierte miles de millones en la construcción de puentes sobre
el canal que inauguró Porras, pero que en las provincias interioranas erige vados
sobre nuestros ríos y quebradas con caudales cada vez más irrisorios.
Creo que este edificio no
es sólo amalgama de ladrillos, cementos y varillas. Todo el monumento escolar
es un poema y canto nacionalista, la sede del templo de la inteligencia y una
manera de pregonar, como buen liberal, que en la educación está la redención
nacional.
Debemos comprender que Porras
rompe con el elitismo de la educación campestre, aquella que desde la colonia
estaba determinada por el retintín de las monedas y la clase social. En cambio,
la Escuela Modelo Presidente Porras surge para servir a todos, es el centro
educativo y democrático para liberar a campesinos que podrán convivir en
modernas aulas de clases con hijos de familias mejor ubicadas en la pirámide
social, porque los niños estarán aquí codo con codo y página con página. Y lo implementa
don Belisario, que vivió al costado de la plaza, en la residencia de los
Barahona De León, junto a su abuela Mime (Francisca De León Moscoso).
El diseño del arquitecto peruano
Leonardo Villanueva Meyer, asentado en la capital provincial santeña, fue un
acto revolucionario en una región en la que se impartían clases en casas de
quincha y en la que existían escuelas para niñas y para varones, estando los educandos
separados por sexo, fenómeno que tira por tierra la coeducación de 1919.
Visto lo anterior, pecaríamos
de candorosos si pensáramos que se trata de conmemorar únicamente el primer
centenario del edificio. La Escuela Modelo Presidente Porras abrió las puertas
a los nuevos tiempos; es el Partenón Tableño de la educación regional, el ícono
por antonomasia de la instrucción pública peninsular. Porque nada volverá a ser
igual luego de la inauguración. Allí están para atestiguarlo los edificios
escolares que se construyen con posterioridad: la chitreana Escuela Tomás
Herrera (1934) y la Escuela Juana Vernaza en Guararé (1936) edificados 10 y 16
años, respectivamente, luego de la inauguración tableña.
El niño, acudiendo a la
Escuela Modelo, mirándose diminuto en semejante santuario, aprendió a respetar
la educación, a valorar a los educadores y, lo más relevante, a tomar
conciencia de que no puede existir exclusión social y que sus orígenes, por muy
pobres que fueran, no eran pesadas cadenas para oprimir su personalidad y mediatizar
su futuro. En síntesis, la Escuela Modelo Presidente Porras no es un edificio,
es un ideal pedagógico y social, y Porras lo sabía.
Durante cien años por
esta casa de estudios primarios han pasado varias generaciones y su labor no se
ha agotado en la enseñanza formal, porque ha dado abrigo a diversas
organizaciones comunitarias que han encontrado en ella el refugio para sus
actividades. Me viene a la mente, como ejemplo nada más, la estadía de la extensión
de la Universidad Tecnológica en Las Tablas.
Y esta colmena de la
inteligencia no hubiese sido posible sin la presencia de educadores,
estudiantes, administrativos y padres de familia, en una suerte de relevo
generacional que aún no termina y que sin duda se prolongará en el tiempo, para
gloria y prez del santeñismo que desde la antigua colina de El Perú desafía los
siglos. Ama tu tierra parece pregonar el inmueble, se como yo, fuerte y
duradero, aquí inamovible, como el viejo árbol de corotú, fuerte como el macano
y esplendoroso como el guayacán montañero.
Mirando el edificio y en
la conmemoración de su primer centenario, se comprende a plenitud la magnitud
de la visión porrista. Porque no puede haber patria grande sin una educación de
calidad, como la que soñaron liberales de su talla y hombría de bien. La
escuela tiene que ser templo sacro y laico a la vez, como la siembra de escuela
que realizó Porras por los campos istmeños, o como en el caso tableño, demostrando
que la sede de la educación tiene que ser digna, porque aquí ofician los
sacerdotes de la enseñanza y acuden los parroquianos sedientos de saber.
Al final de esta
disertación debo decir que intenté concentrarme en la edificación, en el
centenario de este inmueble, para descubrir, sobre la marcha, que la obra no se
puede definir por ella misma. Que la misma es un retazo de patria, un constructo
social que está lleno de mensajes ocultos. De ellos, los más relevante son los
que encarnan la construcción de la casa solariega de Porras (El Pausílipo), el
actual Parque Porras, la carretera nacional y el edificio de la Escuela Modelo,
como queda dicho.
Los hechos hablan de los
nuevos tiempos. Una casa de campo que irrumpe con una propuesta arquitectónica distinta
a la casa de quincha, el parque que establece un sitio de encuentros que
facilita la socialización ciudadana y deja atrás la plaza colonial, la
carretera que supera le época de los veleros y motoveleros, así como la Escuela
Modelo que corona el proyecto de modernización peninsular.
Don Belisario construyó
la escuela, pero algunos gobiernos posteriores no han sido fieles al legado
porrista ni han sabido valorar la magnitud de su proyecto de patria. Ya es hora
de que esta edificación sea restaurada, respetando la esencia del inmueble original,
dotada de las modernas herramientas de la educación contemporánea, para que
continúe brillando junto a los demás íconos del santeñismo peninsular. A saber,
el propio Porras, el majestuoso Canajagua, la música de Gelo, la pétrea belleza
de la Escuela Juana Vernaza, los poemas de Zoraida, la pluma de Sergio, el
rescate cultural de Dora y Zárate, lo esplendoroso del Festival de La Pollera,
la cadencia contagiosa del carnaval, así como el aporte de tantos otros que
aquí amaron y sintieron el agridulce sentimiento de la cabanga, la explosión
luminosa del violín y el acordeón bohemio.
Ojalá que el amasijo de emociones
que en este día flotan en el aire y se experimentan en el cogollo del corazón,
sirvan de acicate para los nuevos tiempos, para darle continuidad al más excelso
y luminoso de los proyectos educativos santeños. La Escuela Modelo Presidente
Porras se lo merece, porque se lo ha ganado y seguirá siendo, como dijera el doctor
Octavio Méndez Pereira, atalaya de luz, un proyecto liberador para los orejanos.
Y más que un edificio, la saloma de Belisario que aún resuena en la sabana y entre
los cerros, porque no sólo nacimos para ser libres y felices, sino para lograr
el cultivo de nuestra mente y espíritu. Que así sea, paisanos y amigos.
Milcíades
Pinzón Rodríguez
Disertación el 20 de
septiembre de 2024 en el aula máxima de la Escuela Modelo Presidente Porras,
con motivo del primer centenario de la construcción del icónico edificio
escolar.
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