Desde mis tiempos de infancia siempre me subyugó el herrerano vocablo de Ocú. Y es que el término trae a la mente evocaciones indígenas y un halo como de misterio se cierne sobre la zona que tiene al Tijeras como emblemático símbolo de su cultura campesina. Disfruto del Festival del Manito y cuando la ocasión lo permite acudo a la Feria de San Sebastián. Como soy santeño, y guarareño para más señales, tengo con Ocú una complicidad forjada al son de la mejorana y los duelos del Tamarindo.
Pienso que este sentirse bien con Ocú tiene su génesis en dos vertientes que comparten ambas poblaciones de la Región de Cubitá. Al ocueño, como al guarareño, le apasionan sus raíces culturales, y no sólo se ha quedado en aquellas reminiscencias de antaño, en una visión nostálgica del ayer, sino que ha proyectado su mundo comarcal en eventos de proyección nacional.
Diría que cobijan no sólo tales eventos, sino toda una teoría sobre la nacionalidad que han sabido compartir con el resto de los panameños. En este sentido siguen siendo magnánimos y se han volcado, desde su introversión cultural, hacia un país que de otra manera hubiese sucumbido a los cantos de sirena de la modernidad. Al baile del manito y a la mejorana se añade un grupo de intelectuales que no reniega de sus raíces y que ha levantado la bandera de la dignidad istmeña. Guayaba y tortilla, ensayo y teoría.
Yo he leído a Manuel F. Zárate y a los hermanos Saavedra Espino (José del C. y Leonidas), pero también he sentido la emoción de panameño en las páginas de La comarca de los manitos (Rodrigo Núñez Quintero) y en los Cuentos de Ayer…y de Mañana (José María Núñez Quintero). En todos ellos late un sano orgullo, una especie de zapateo intelectual que se suma a la mirada cómplice de la mujer de Los Llanos o, quizás, a la zagala que mora en Peñas Chatas y Señiles.
Más allá de los cuentos, leyendas, ensayos y novelas se entreteje el ethos de nuestro pueblo, asoma su faz campesina el ente cultural que fue muralla de contención ante los espejismos con que nos distrajo el Siglo XX y que aún pregona la vigésima primera centuria, ocultándolos tras vocablos como globalización, mundialización, calidad total y reingeniería.
Admiro la visión premonitoria de ocueños y guarareños, porque ya a mediados del anterior siglo percibían los problemas de la aculturación y se anticipaban a la destrucción de nuestros sistemas sociales. Lo relevante, en todo caso, es haber realizado esa proeza desde pueblos pequeños, sacando fuerza de sus querencias, como aquellas comunidades helénicas que al ser conquistadas por la fuerza se impusieron al invasor anteponiendo su cultura raizal. Sí, Panamá es una sociedad multiétnica, pero debe mucho al empuje de Guararé y Ocú; porque no pocos retazos de la identidad ístmica han sido producto de la resistencia campesina y el orgullo orejano.
Hermoso y complejo el fenómeno de índole sociológico sobre el que cavilo, pero lo resumo diciendo que la música lo recoge inmejorablemente en sus cadencias. Poca cosa hay que añadir luego de escuchar: “ …y una noche en Ocú yo le di el corazón…”. O este otro archifamoso: “Vamos mi amorcito que te llevaré al décimo quinto…”.
Hay mucho de patria en el zapateo de los manitos que se lucen en el Festival de La Mejorana o en los mejoraneros que rasguean sus instrumentos en las plazas que custodian, respectivamente, la Virgen de Las Mercedes y San Sebastián. La complicidad comunitaria se extiende más allá de lo imaginable, porque Ernesto J. Castillero iluminó como docente las noches guarareñas de 1917 y rescató para siempre el texto de La Montezuma Española, la danza que a inicios de la vigésima centuria recorría las calles de la tierra de Bibiana Pérez. ¡Y qué no auscultaron Zárate y Dora!, en sus charlas con sus amigos ocueños del llano y la montaña.
Nadie lo duda, Guararé y Ocú son dos gemas de la panameñidad. Martí podría decir que son del pájaro las dos alas. ¡Qué hermosa cultura campesina la nuestra!, la que no reniega de sus esencias, con ese orgullo de pueblos chicos que se saben portadores de la dignidad de la nación. Mientras Ocú y Guararé sean la mancuerna ístmica de la identidad nacional, la orejanidad no morirá y los panameños podremos mirar al mundo desde nuestro particular y vernacular nicho cultural.
Pienso que este sentirse bien con Ocú tiene su génesis en dos vertientes que comparten ambas poblaciones de la Región de Cubitá. Al ocueño, como al guarareño, le apasionan sus raíces culturales, y no sólo se ha quedado en aquellas reminiscencias de antaño, en una visión nostálgica del ayer, sino que ha proyectado su mundo comarcal en eventos de proyección nacional.
Diría que cobijan no sólo tales eventos, sino toda una teoría sobre la nacionalidad que han sabido compartir con el resto de los panameños. En este sentido siguen siendo magnánimos y se han volcado, desde su introversión cultural, hacia un país que de otra manera hubiese sucumbido a los cantos de sirena de la modernidad. Al baile del manito y a la mejorana se añade un grupo de intelectuales que no reniega de sus raíces y que ha levantado la bandera de la dignidad istmeña. Guayaba y tortilla, ensayo y teoría.
Yo he leído a Manuel F. Zárate y a los hermanos Saavedra Espino (José del C. y Leonidas), pero también he sentido la emoción de panameño en las páginas de La comarca de los manitos (Rodrigo Núñez Quintero) y en los Cuentos de Ayer…y de Mañana (José María Núñez Quintero). En todos ellos late un sano orgullo, una especie de zapateo intelectual que se suma a la mirada cómplice de la mujer de Los Llanos o, quizás, a la zagala que mora en Peñas Chatas y Señiles.
Más allá de los cuentos, leyendas, ensayos y novelas se entreteje el ethos de nuestro pueblo, asoma su faz campesina el ente cultural que fue muralla de contención ante los espejismos con que nos distrajo el Siglo XX y que aún pregona la vigésima primera centuria, ocultándolos tras vocablos como globalización, mundialización, calidad total y reingeniería.
Admiro la visión premonitoria de ocueños y guarareños, porque ya a mediados del anterior siglo percibían los problemas de la aculturación y se anticipaban a la destrucción de nuestros sistemas sociales. Lo relevante, en todo caso, es haber realizado esa proeza desde pueblos pequeños, sacando fuerza de sus querencias, como aquellas comunidades helénicas que al ser conquistadas por la fuerza se impusieron al invasor anteponiendo su cultura raizal. Sí, Panamá es una sociedad multiétnica, pero debe mucho al empuje de Guararé y Ocú; porque no pocos retazos de la identidad ístmica han sido producto de la resistencia campesina y el orgullo orejano.
Hermoso y complejo el fenómeno de índole sociológico sobre el que cavilo, pero lo resumo diciendo que la música lo recoge inmejorablemente en sus cadencias. Poca cosa hay que añadir luego de escuchar: “ …y una noche en Ocú yo le di el corazón…”. O este otro archifamoso: “Vamos mi amorcito que te llevaré al décimo quinto…”.
Hay mucho de patria en el zapateo de los manitos que se lucen en el Festival de La Mejorana o en los mejoraneros que rasguean sus instrumentos en las plazas que custodian, respectivamente, la Virgen de Las Mercedes y San Sebastián. La complicidad comunitaria se extiende más allá de lo imaginable, porque Ernesto J. Castillero iluminó como docente las noches guarareñas de 1917 y rescató para siempre el texto de La Montezuma Española, la danza que a inicios de la vigésima centuria recorría las calles de la tierra de Bibiana Pérez. ¡Y qué no auscultaron Zárate y Dora!, en sus charlas con sus amigos ocueños del llano y la montaña.
Nadie lo duda, Guararé y Ocú son dos gemas de la panameñidad. Martí podría decir que son del pájaro las dos alas. ¡Qué hermosa cultura campesina la nuestra!, la que no reniega de sus esencias, con ese orgullo de pueblos chicos que se saben portadores de la dignidad de la nación. Mientras Ocú y Guararé sean la mancuerna ístmica de la identidad nacional, la orejanidad no morirá y los panameños podremos mirar al mundo desde nuestro particular y vernacular nicho cultural.
Vagando por la Internet, he encontrado estas cabilaciones, Muy lindo. Grandes pueblos los de Ocú y Guararé. Estandartes de lo que es y significa ser Panameño. Yo me voy pa' Ocú. Y de paso, visitaré el 15º Festival de al Mejorarna en Guararé.
ResponderEliminarBuenos días por aquí leyendo ese escrito y de verdad me siento muy orgulloso como guarareño que compartamos toda esta diversidad cultural con Ocú, ambas son tierras que conservan las tradiciones de antaño y la proyectan mediante estos dos grandes festivales: El Fesribal Nacional del Manito y el Festival Nacional de la Mejorana, lo felicito profesor Pinzón por sus escritos.
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