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04 agosto 2008

RITA QUINTERO Y SU LIBRERÍA

COMO SI FUESE UNA INTRODUCCIÓN.
¿Qué es un libro?, podríamos preguntarnos en ocasión ta
n especial. Y para salir del apuro, echemos mano del Diccionario de la Real Academia Española de La Lengua. Así lo define: “Conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen”. Definición insuficiente, sin duda, aún acudiendo a los sinónimos del término: volumen, texto, obra, tratado, etc.

Entiendo la problemática de los académicos al pretender precisar el concepto, porque acontece que toda aproximación semántica deja de lado la carga emocional que evoca el vocablo. Porque hay hojas, letras e imágenes impresas que trascienden a su autor y se incrustan en el cacumen del otro; para que al final el conocimiento sea un saber que se comparte y termine por fundir a ambos en un abrazo intelectual. Es más, al leer, se escucha al otro hablándole a uno, con la voz del propio lector. Hermoso, ¿no?.

Del libro nació la biblioteca y de la necesidad de promocionarlo, la librería. Por eso, tanto ayer como hoy, la calidad de una sociedad no se mide sólo en la gente que la constituye, sino en el legado que nos regala. El libro es la vitrina de la cultura, el receptáculo que la continúa y la prolonga en el tiempo. Destruir un libro es un acto de barbarie, como promocionarlo y respetarlo, un regalo que se hace desde la inteligencia. Con pesar, debo admitirlo, no faltan Torquemadas contemporáneos, inquisidores y piromaniáticos de la cultura.

REGIÓN Y LIBRO. El libro de nuestros indígenas fue la piedra y, a falta de hoja, la superficie fría y seca del barro. Después fueron las letras castellanas sobre la sabana, aunque por mucho tiempo pudieron más los rumiantes que los maestros. Los sacerdotes, letrados de la Colonia, nos dejaron los archivos parroquiales sazonados con comentarios de obispos en visitas pastorales. Hubo libros durante los siglos XVI al XIX, quién lo duda, pero al iniciar el Siglo XX todavía teníamos una población con el 95% de analfabetismo. Señal inequívoca de que el “texto” no era el dueño y señor de la Península. La verdadera promoción de este artilugio de las letras se la debemos a la vigésima centuria. Algunas bibliotecas surgen en la segunda mitad del pasado siglo.

Las librerías siempre fueron escasas. Recuerdo a una de ellas en Las Tablas (La Provincia, así se llamaba) y dos en Chitré (Librería El Progreso y Librería El Buen Consejo). Más recientemente, Librería Yonell (en la Villa de Los Santos) y “El hombre de la mancha”, otra vez en Chitré. La mayoría de ellas modestas y centradas en textos para colegios secundarios. Así termina esta historia de quinientos años en la Península de Cubitá. Breve y concisa, porque no hay para más.

LA LIBRERÍA DE RITA. Yo recuerdo en la Universidad de Panamá a una muchacha inquieta. A Rita Quintero le brillaban los ojos y sus destellos luminosos me decían que aquélla no era una estudiante común. Por aquellas calendas (años noventa) armó un periódico universitario y hasta disfruté de su compañía como panelista en un programa de televisión. Después supe que estaba en Panamá y que había regresado. Y le perdí la pista.

Lo que nunca imaginé fue encontrármela en una calle de Chitré y que me espetara a boca de jarro: “Estoy inaugurando una librería y me gustaría que Usted dijera unas palabras.” Heme aquí, pues, cumpliendo con la amiga y deseoso de que su proyecto tenga el respaldo que se merece. Abro la tarjeta de invitación y leo: “FAITH BOOKSTORE”. Traducido al inglés orejano sería algo así como: Librería de Fe o Librería de Confianza.

Pienso que a Rita hay que respaldarla, no sólo por ella, sino por la región. Fe y confianza, porque su librería es un embrión de la inteligencia que habla alto y claro de su visión de mundo. La herrerana se ha quedado aquí, a pelear con los molinos de viento, porque tiene fe en nuestro nicho geográfico y entiende que no basta con las improductivas lamentaciones. Al frente de su local está el Hospital Cecilio Castillero, para curarse de los males somáticos. En cambio, con su librería la orejana apuesta por el cultivo del intelecto, como antídoto a los males del alma.

Ya sé que en el país estamos hartos de escuchar que el panameño no lee. Y esa muletilla hace mucho daño, porque se queda con la “enfermedad” y no hace nada para curarla. Ya es hora que confiemos en nuestra inteligencia, que robustezcamos nuestra autoestima y veamos el futuro con nuevos ojos.

La región y su gente se merecen esta nueva librería. Ahora tenemos otro sito de encuentro, un lugar que pregona que somos más que acordeón y carnavales. Comprendamos que nuestra amiga ya hizo lo suyo, a nosotros corresponde regar esta matita del jardín de Cubitá.

Suerte Rita, y larga vida a este proyecto de la inteligencia.

Cerro El Barco, Villa de Los Santos, 2 de agosto de 2008.

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