Por más que la muerte se constituya en una temática que algunos tratan de eludir, siempre ha estado presente en la cultura orejana. Por eso importa saber cómo enfrenta el hombre que mora en la península de Azuero un tema tan universal. Estamos ante un hecho social que no deja de inquietarnos en una disciplina científica como la sociología. Tópicos similares siempre estuvieron presentes en la sociología clásica. Basta mencionar a sociólogos como Max Weber, Emilio Durkheim y Augusto Comte para percatarnos que despertó el más vivo interés en los zapadores de la disciplina.
Todos estos preclaros fundadores de la sociología comprendieron que el fenómeno aludido está condicionado por la cultura en la cual se nace. Cómo una sociedad enfrenta el enigma de la Parca, la Guadaña, o simplemente La Muerte, depende de los recursos propios del núcleo social, así como de las influencias que promueve el contacto con otras sociedades.
En el caso de la sociedad azuerense, la percepción que tiene el hombre sobre la muerte ha recibido la influencia de los grupos indígenas, negros e hispánicos. Por ejemplo, sabemos que los indios tenían complejos ceremoniales mediante los cuales se preparaba al difunto para la "otra vida". Los estudios arqueológicos evidencian que existía una creencia en la vida de ultratumba. El cuerpo del finado era preparado según su rango social (tiba, espavé, cabra) con un ajuar funerario que facilitara su transición hacia el otro mundo. Cuando se trataba de alguien de prestancia social, como era el caso de los tibas o caciques, éstos eran acompañados en su viaje al otro mundo por concubinas, artesanos e hijos; previo sacrificio de los mismos.
Aún hoy, producto de aquellos hábitos funerarios, en la mitología popular del área, subsisten algunos personajes folklóricos que expresan rasgos culturales de aquellas concepciones de los aborígenes (La Tepesa, por ejemplo).
Con la llegada de los grupos hispánicos y africanos, se propició en Herrera y Los Santos un amasijo cultural de lo más original. Los hispánicos introdujeron sus concepciones del luto y, mediante la religión católica, hábitos propios de la cultura greco-romana, sin olvidar la influencia hebrea. Igual cosa hicieron los negros, de quienes quizás deriven algunas creencias en seres de ultratumba con poder suficiente como para incidir en la vida del hombre (¿El familiar?).
El tiempo, los recursos de la sabana, la geografía del área y la propia iniciativa del hombre hicieron lo demás. Así surgió el universo religioso orejano y dentro de él la reacciones, concepciones y costumbres ligadas a la muerte.
Desde entonces, no dejan de ser llamativos los cambios que frente a la muerte se han experimentado en el área. Al parecer, antes del siglo de la informática, el hombre enfrentaba la muerta con mucha naturalidad y poco temor. Así, por ejemplo, hasta hace unas décadas la familia se congregaba en torno a la cama para asistir como testigo a la agonía del pariente. Ocasión propicia para que el cuasi difunto diera sus últimos consejos a sus seres queridos. Por aquellas calendas la gente preparaba sus ajuares mortuorios con la certeza de que antes de la transición al otro mundo, era necesario dejar sus cosas ordenadas en éste. Familias hubo en donde la persona dejó todos sus enseres preparados para emprender el largo viaje, incluso hasta no faltó quien se dispuso a comprar por anticipado el féretro.
En el estudio de la muerte los testamentos son valiosos recursos que nos permiten auscultar e introducirnos en ese mundo de rezos, candelabros y adiós postrero. Gracias a esas investigaciones conocemos que desde el siglo XVI al XX el testar fue la modalidad que asumieron los grupos hegemónicos en el área. Lo dicho nos hace pensar en las observaciones que para el caso francés nos expone Philippe Ariès (La Muerte en Occidente). Dice el estudioso galo que la muerte, que antes era tan natural, hoy se ha convertido en un hecho "vergonzoso" y, diríamos nosotros, "privatizado". Nada más observar nuestras iglesias coloniales (Parita, La Villa, Las Tablas) y podemos constatar cómo la muertos "ilustres" fueron sacados de las iglesias y llevados a los panteones. Porque en la medida que la población se hizo más numerosa se convirtió en un problema de sanidad el qué hacer con los cuerpos putrefactos. Otra cosas fueron los sectores populares que siempre fueron enterrados de "limosna" y cuando más con "cruz chica". Una medida de lo indicado nos la brinda la Villa de Los Santos, población en donde existió un rústico cajón para muerto que la gente bautizó como "El Toro"; ataúd de uso colectivo que siempre estuvo disponible para aquellos que carecían de los recursos económicos como para adquirir uno de uso personal. Y es que desde hace muchos siglos el entierro con "cruz alta" no siempre estuvo al alcance de algunos bolsillos.
En esta incursión sobre la temática de la muerte, no cabe duda que el investigador tiene que reconocer que el panteón es uno de los lugares que refleja más fielmente el tejido social de la muerte. El cementerio, tal y como nosotros lo conocemos, es un hecho social relativamente reciente. Allí hay de todo: tumbas de mármol para los ricos, modestas bóvedas de bloque y cemento para la clase media, así como la tradicional fosa en tierra viva. Así se cumple a plenitud el viejo apotegma bíblico: "polvo eres y en polvo te convertirás". En estos cementerios, hasta el más desprevenido se percata que hasta hace poco todas las tumbas eran blancas, de un blanco casi inmaculado; luego se han ido tornando cremas e incluso las hay hasta con revestimiento de azulejos, como si se tratase de alguna solitaria cocina del más allá. En este sentido, el panteón es un vivo reflejo del sistema de estratificación social del área y un valioso auxiliar en el estudio de las minorías étnicas en la zona.
Otras facetas que reviste el hecho sociológico de la muerte en el área, y que esperan el análisis son: las plañideras (mujeres que eran contratadas para llorar en los velorios), el entierro de angelitos, ritos asociados a sepultar a señoritas, supersticiones en los cementerios, personajes mitológicos asociados a la muerte, naturaleza del velorio, estudio de los altares, características de los rezos para el difunto, humor macabro y chistes de velorio, etc.
Sin embargo, para nosotros lo central no lo es tanto el aspecto folklórico de la muerte, como el analizar la evolución que ha experimentado el tópico en asocio con los problemas del cambio social y cultural de la zona. En este sentido los hábitos culturales asociados a la muerte han ido variando. Por ejemplo, del luto riguroso de nuestras abuelas a la relativa indiferencia de las nuevas generaciones; porque la modernización ha hecho que los fantasmas desaparezcan de los cementerios. "El padre sin cabeza" es sólo una leyenda que disfrutan los niños y el rostro macabro de la muerte se nos muestra en un inofensivo personaje popular del Corpus Christi.
En nuestra época es un hecho innegable que los orejanos empiezan a desmitificar la muerte; aunque dicha transición es lenta y no exenta de temores. Porque con todo el "avance" que hemos experimentado, quien estas notas escribe ha dado muchas vueltas antes de sentarse frente al monitor a corregir estos breves apuntes sobre la muerte.
....mpr...
08/VIII/09
Todos estos preclaros fundadores de la sociología comprendieron que el fenómeno aludido está condicionado por la cultura en la cual se nace. Cómo una sociedad enfrenta el enigma de la Parca, la Guadaña, o simplemente La Muerte, depende de los recursos propios del núcleo social, así como de las influencias que promueve el contacto con otras sociedades.
En el caso de la sociedad azuerense, la percepción que tiene el hombre sobre la muerte ha recibido la influencia de los grupos indígenas, negros e hispánicos. Por ejemplo, sabemos que los indios tenían complejos ceremoniales mediante los cuales se preparaba al difunto para la "otra vida". Los estudios arqueológicos evidencian que existía una creencia en la vida de ultratumba. El cuerpo del finado era preparado según su rango social (tiba, espavé, cabra) con un ajuar funerario que facilitara su transición hacia el otro mundo. Cuando se trataba de alguien de prestancia social, como era el caso de los tibas o caciques, éstos eran acompañados en su viaje al otro mundo por concubinas, artesanos e hijos; previo sacrificio de los mismos.
Aún hoy, producto de aquellos hábitos funerarios, en la mitología popular del área, subsisten algunos personajes folklóricos que expresan rasgos culturales de aquellas concepciones de los aborígenes (La Tepesa, por ejemplo).
Con la llegada de los grupos hispánicos y africanos, se propició en Herrera y Los Santos un amasijo cultural de lo más original. Los hispánicos introdujeron sus concepciones del luto y, mediante la religión católica, hábitos propios de la cultura greco-romana, sin olvidar la influencia hebrea. Igual cosa hicieron los negros, de quienes quizás deriven algunas creencias en seres de ultratumba con poder suficiente como para incidir en la vida del hombre (¿El familiar?).
El tiempo, los recursos de la sabana, la geografía del área y la propia iniciativa del hombre hicieron lo demás. Así surgió el universo religioso orejano y dentro de él la reacciones, concepciones y costumbres ligadas a la muerte.
Desde entonces, no dejan de ser llamativos los cambios que frente a la muerte se han experimentado en el área. Al parecer, antes del siglo de la informática, el hombre enfrentaba la muerta con mucha naturalidad y poco temor. Así, por ejemplo, hasta hace unas décadas la familia se congregaba en torno a la cama para asistir como testigo a la agonía del pariente. Ocasión propicia para que el cuasi difunto diera sus últimos consejos a sus seres queridos. Por aquellas calendas la gente preparaba sus ajuares mortuorios con la certeza de que antes de la transición al otro mundo, era necesario dejar sus cosas ordenadas en éste. Familias hubo en donde la persona dejó todos sus enseres preparados para emprender el largo viaje, incluso hasta no faltó quien se dispuso a comprar por anticipado el féretro.
En el estudio de la muerte los testamentos son valiosos recursos que nos permiten auscultar e introducirnos en ese mundo de rezos, candelabros y adiós postrero. Gracias a esas investigaciones conocemos que desde el siglo XVI al XX el testar fue la modalidad que asumieron los grupos hegemónicos en el área. Lo dicho nos hace pensar en las observaciones que para el caso francés nos expone Philippe Ariès (La Muerte en Occidente). Dice el estudioso galo que la muerte, que antes era tan natural, hoy se ha convertido en un hecho "vergonzoso" y, diríamos nosotros, "privatizado". Nada más observar nuestras iglesias coloniales (Parita, La Villa, Las Tablas) y podemos constatar cómo la muertos "ilustres" fueron sacados de las iglesias y llevados a los panteones. Porque en la medida que la población se hizo más numerosa se convirtió en un problema de sanidad el qué hacer con los cuerpos putrefactos. Otra cosas fueron los sectores populares que siempre fueron enterrados de "limosna" y cuando más con "cruz chica". Una medida de lo indicado nos la brinda la Villa de Los Santos, población en donde existió un rústico cajón para muerto que la gente bautizó como "El Toro"; ataúd de uso colectivo que siempre estuvo disponible para aquellos que carecían de los recursos económicos como para adquirir uno de uso personal. Y es que desde hace muchos siglos el entierro con "cruz alta" no siempre estuvo al alcance de algunos bolsillos.
En esta incursión sobre la temática de la muerte, no cabe duda que el investigador tiene que reconocer que el panteón es uno de los lugares que refleja más fielmente el tejido social de la muerte. El cementerio, tal y como nosotros lo conocemos, es un hecho social relativamente reciente. Allí hay de todo: tumbas de mármol para los ricos, modestas bóvedas de bloque y cemento para la clase media, así como la tradicional fosa en tierra viva. Así se cumple a plenitud el viejo apotegma bíblico: "polvo eres y en polvo te convertirás". En estos cementerios, hasta el más desprevenido se percata que hasta hace poco todas las tumbas eran blancas, de un blanco casi inmaculado; luego se han ido tornando cremas e incluso las hay hasta con revestimiento de azulejos, como si se tratase de alguna solitaria cocina del más allá. En este sentido, el panteón es un vivo reflejo del sistema de estratificación social del área y un valioso auxiliar en el estudio de las minorías étnicas en la zona.
Otras facetas que reviste el hecho sociológico de la muerte en el área, y que esperan el análisis son: las plañideras (mujeres que eran contratadas para llorar en los velorios), el entierro de angelitos, ritos asociados a sepultar a señoritas, supersticiones en los cementerios, personajes mitológicos asociados a la muerte, naturaleza del velorio, estudio de los altares, características de los rezos para el difunto, humor macabro y chistes de velorio, etc.
Sin embargo, para nosotros lo central no lo es tanto el aspecto folklórico de la muerte, como el analizar la evolución que ha experimentado el tópico en asocio con los problemas del cambio social y cultural de la zona. En este sentido los hábitos culturales asociados a la muerte han ido variando. Por ejemplo, del luto riguroso de nuestras abuelas a la relativa indiferencia de las nuevas generaciones; porque la modernización ha hecho que los fantasmas desaparezcan de los cementerios. "El padre sin cabeza" es sólo una leyenda que disfrutan los niños y el rostro macabro de la muerte se nos muestra en un inofensivo personaje popular del Corpus Christi.
En nuestra época es un hecho innegable que los orejanos empiezan a desmitificar la muerte; aunque dicha transición es lenta y no exenta de temores. Porque con todo el "avance" que hemos experimentado, quien estas notas escribe ha dado muchas vueltas antes de sentarse frente al monitor a corregir estos breves apuntes sobre la muerte.
....mpr...
08/VIII/09
me ha encantado tu blog, y lo seguire con interes.
ResponderEliminarsaludos
lucia
Este tema siempre me ha dejado sin palabras. Lo que hace nuestra gente tiene que ir cambiando, del llanto escandaloso y negro cerrado; porque sicológicamente no queremos encerrarnos en la tristeza, sino saber aceptar las cosas y recordar lo positivo de quienes han sido llamados por la Parca y tener un astado anímico normal. Si vemos lo que es el luto, la ropa nueva para la misa o lo que se dice tengo que mandar a hacer ropa negra, mas que luto es un lujo. Antes era el listado y hoy de nada sirve el granito o el mausoleo que se construye, porque la materia se transforma; lo que sí es cierto es que sirve más el cuerpo en la tierra que en el cemento. garoli
ResponderEliminarmuy interesante el blog,la muerte es un tema importante que debatir y mas en la region de azuero. esto es mas q un edigma.
ResponderEliminarEs interesante cómo se muestra hasta en la muerte la estratificación social, el hecho de la evolución de conocimiento en este tema, de mitos, lamentos y llantos desmedidos, a aceptar las cosas y dejar ir a aquellos que se nos han adelantado. Es importante que recordemos que somos un simple soplo de vida y que en cualquier momento nos tocará también, del estrato social que sea, todos tendremos el mismo final, la muerte. Y debemos entenderla desde su concepción en nuestra región y a través de la historia para entender en cierta medida a qué nos enfrentamos y quiénes seremos ante este fenómeno natural.
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