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24 octubre 2017

EL LEGADO DE JUSTO AROSEMENA QUESADA Y FRANCISCO CÉSPEDES ALEMÁN



Don Justo Arosemena Quesada

Don Francisco Céspedes Alemán

1. La actual coyuntura histórica es propicia para hacer alusión a dos grandes hombres nacidos en la República de Panamá; ahora que vemos cómo se diluye, entre la intrascendente y banal política criolla, la suerte de la nación. Todo acontece en el mismo istmo que partió la masa oceánica en dos y ha sido joya codiciada por potencias económicas y políticas de antaño y hogaño. Es decir, en la importante zona canalera del comercio y las comunicaciones del mundo globalizado. Porque el nuestro siempre ha sido un país tempranamente mundializado, cuyo aparente destino transitista no pocas veces le impide mirar hacia adentro, auscultar las oquedades, apreciar el mundo interno que constituya la nación y valorar los prohombres que con su quehacer han dado vida a la panameñidad.
Debo afirmar que a lo largo de nuestra historia nunca han faltado panameños luminosos, seres que cargan en sus motetes existenciales algún proyecto de vida, el que no solo es individual, sino colectivo. Personajes que dejan huella y su legado trasciende la desaparición física, porque la desbordan en misión y visión. Tales los casos de don Justo Arosemena Quesada y Francisco Céspedes Alemán, de cuyas vidas me ocuparé en las reflexiones que recojo en estas cuartillas.
Hay que recordar que en el presente año se cumple el bicentenario del natalicio de don Justo, teórico de la nacionalidad istmeña, así como veinte años de la desaparición física de don Francisco; pedagogo tableño cuyo legado ha de ser justipreciado por los defensores del Panamá que huele a marismas canaleras, pero también por el país que mora en las cordilleras y las calcinadas sabanas antropógenas.

2. Don Justo Arosemena Quesada (1817-1896)

El hijo de Mariano Arosemena y Dolores de Quesada nació en la ciudad de Panamá el 9 de agosto de 1817. Doctor en Derecho por la Universidad de Magdalena y del Istmo, ocupó relevantes cargos del Panamá decimonónico, desde diputado ante la Cámara Provincial de Panamá (1850-1851) hasta Gobernador del Estado de Panamá (1855), presidente de la Convención Nacional de Río Negro (1863), Senador al Congreso de Colombia (1865), diplomático en Gran Bretaña, Estados Unidos de Norteamérica y Francia, así como abogado consultor de la Compañía del Ferrocarril de Panamá (1880). Fallece el ilustre patricio en la ciudad de Colón el 23 de febrero de 1896.
El doctor Arosemena Quesada es un atípico istmeño del siglo XIX, porque, en verdad, durante tales calendas no abundan connacionales que escalen tan altas cumbres del pensamiento. Incluso en el seno de su propia clase social, se mora hasta cierto punto aislado de los grandes debates teóricos que se cuecen en Europa y en la capital que se asienta en las riberas del Potomac. En cambio, la ciudad de Panamá es aún rural, hasta cierto punto pedestre, y subsiste todavía bajo el pesado fardo de la herencia colonial.
La producción bibliográfica de don Justo rebasa con creces las expectativas intelectuales de su entorno. A la edad de 23 años publica Apuntamientos para la introducción a las ciencias morales y políticas” (1840). A partir de allí vemos aparecer otros títulos, tales como: Examen sobre la franca comunicación entre los océanos (1846), Principios de moral política (1849), El Estado Federal de Panamá (1855), Código de moral fundada en la naturaleza del hombre (1860), Estudio sobre una idea de una liga americana (1864), Constituciones políticas de América Meridional (1870) y La institución del matrimonio en Reino Unido (1879). Conocemos, también, de la existencia de extraviado tomo dedicado a la sociología, disciplina de la que es zapador y exponente del positivismo americano.
El pensamiento de don Justo forma parte de lo más representativo de la inteligencia americana, baste decir que José Martí, el apóstol de la independencia cubana y autor de Ismaelillo  (texto rebosante de ternura, que no sé por qué me recuerda a Juan Ramón Jiménez en Platero y yo). De forma categórica afirmó el escritor cubano: “Hay que leer a Hostos y Arosemena”. Martí hacía alusión al panameño, pero también a Eugenio María de Hostos (1839-1903), filósofo, sociólogo y educador puertorriqueño.
A propósito del caribeño, Arosemena también es teórico de Nuestra América. De ideas liberales, aunque de un liberalismo lúcido y punzante que atalaya desde nuestras tierras las intenciones de imperios europeos y de la naciente hegemonía estadounidense. Ya sabía el panameño que el águila norteña aspiraba a someter a los inexpertos cóndores al sur del río Bravo. En este sentido el pensamiento de Arosemena se torna tempranamente antiimperialista, así como heredero del bolivarismo, del que mucho se habla y poco se emula. Y ya sabemos que los temores de Arosemena Quesada se convirtieron en cruda realidad.
El hombre que es arquetipo del abogado nacional va forjando, a través de sus escritos, una teoría de la nacionalidad que plantea autonomía ístmica y federalismo. Leer El Estado federal de Panamá es la concreción de esa visión, porque en el fondo constituye apología istmeña, conciencia de un mundo distinto al colombiano. La perspectiva histórica, geográfica, política y sociológica de don Justo se anticipa en casi media centuria a los sucesos de 1903.
Arosemena es un típico hombre del siglo XIX, época de influjo político de la Revolución Francesa, desarrollo científico, industrialización y fe ciega en el progreso como destino del hombre. Muy a tono con las corrientes del utilitarismo de Jeremías Bentham (1748-1832) y el positivismo de Augusto Comte (1798-1857), encontramos a un panameño cogitando desde las faldas del cerro Ancón y sito en la zona del intramuros citadino. Sí, habla bien alto de don Justo que éste postulara desde el Istmo la misma tesis filosófica de Augusto Comte, es decir, del positivismo, sin haber leído, quizás, al genio francés.
Multifacético es el trajinar intelectual del panameño que además de experto en derecho, ciencia política y diplomacia, también se desempaña como periodista y aún saca tiempo para realizar labores docentes y opinar sobre la educación de su tiempo. Fue periodista en Perú, en la tierra que vio nacer al Amauta (José Carlos Mariátegui), nación en la que quedaron plasmadas sus reflexiones en periódicos como El Tiempo y El Peruano.
Talvez  uno de las facetas menos comentados de don Justo sea su labor educativa. Fue catedrático en el Colegio del Istmo, considerada de las primeras instituciones educativas del istmeño siglo XIX. La labor docente la ejerce hasta el año 1842 cuando se ve precisado a abandonar Panamá y refugiarse en Perú, como ya hemos indicado.
A propósito de la educación, en su época reivindicaba y daba prioridad a las escuelas primarias, antes que a las llamadas escuelas dominicales para adultos; porque, decía, que en aquéllas están las generaciones constituidas “por el tierno vástago que puede cultivarse a nuestro placer y en que puede y debe fundarse la esperanza de la patria”.  Y en ese mismo texto de la década del cuarenta del siglo XIX, denominado “Escuelas primarias: verdadero germen de la instrucción de las masas”, lanza una frase lapidaria sobre la influencia del carácter del panameño en la educación andragógica. Le cito: “Entre nosotros la causa de la ignorancia es la desidia, y ésta no se cura con escuelas. Así el hombre que a nadie tiene que dar cuenta de su conducta, prefiere pasear o embriagarse el día festivo, a sujetarse a unas lecciones que deben serle muy penosas”.
Si bien el doctor Arosemena no es un pedagogo, en el sentido actual del vocablo, no cabe duda de que su vida estuvo signada por su vocación de enseñanza, porque no otra cosa son sus textos, las herramientas a través de las cuales plasma su visión de mundo. En efecto, él imparte clases y de la mejor manera, permitiendo que el lector revise el texto las veces que estime conveniente, dejando para la posteridad el retrato escrito del mundo que lo tocó vivir. Ese mundo istmeño en el que impulsa el rol de las bibliotecas públicas, una de las cuales contribuye a fundar.
El doctor Justo Arosemena Quesada ha legado no solo el ejemplo de vida, la muestra palpable del amor a la tierra que le vio nacer, sino una copiosa producción que refleja la existencia de un cerebro cultivado y comprometido con su época y su gente.

3. Francisco Céspedes Alemán (1906-1997)

El santeño nace en la ciudad de Las Tablas el 2 de enero de 1906, una década después del fallecimiento de don Justo Arosemena Quesada. Crece en el ambiente propio de la época, en un poblado con muchas carencias, pero grandes valores. En este sentido Céspedes es un típico campesino santeño que desde su infancia se asoma a un mundo lleno de ruralidad, con algunos ecos de la apartada ciudad a la que llaman Panamá; pequeña urbe istmeña que para la mayoría de los paisanos parecía distante, urbana e inalcanzable.
El hijo de doña Estefana Alemán Espino y Daniel Céspedes García realiza los estudios primarios en su pueblo natal. En el año 1924 se titula de maestro en el Instituto Nacional. Tuvo sus primeras experiencias docentes en los poblados de Guararé y Las Tablas, para emprender luego una labor docente que perfecciona en la Universidad de Columbia, Estados Unidos de Norteamérica.
En el ramo de la instrucción el tableño inicia desde la base del sistema educativo, para pasar a ocupar posiciones en colegios secundarios e impartir cátedra en la Universidad de Panamá. Baste indicar que fue fundador de la Escuela de Educación de la Casa de Méndez Pereira, así como director de la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena, asesor del Ministerio de Educación y presidente de la Comisión Coordinadora de la Educación Nacional.
Con una experiencia como la indicada, don Francisco Céspedes Alemán García Espino está preparado para ocupar otros cargos administrativos. Desde esta perspectiva se comprende que el tableño pase a formar parte de organismos internaciones. Propósito que concretiza al inicio de la década del cuarenta del siglo XX. En efecto, comienza a formar parte de la Organización de Estados Americanos (O.E.A) en temas propios de su especialidad, pero ahora en un marco más amplio y universal. Allí se forma y escribe sobre la educación en América y participa en múltiples eventos académicos.
Céspedes Alemán posee múltiples escritos, pero me referiré a uno en particular, el tomo 4 de la Biblioteca de la Cultura Panameña que ve la luz bajo el título de La Educación en Panamá (Panorama Histórico y Antología). En 470 páginas el lector puede recorrer la historia educativa del Istmo, desde las propias reflexiones del doctor Céspedes, hasta la maravillosa antología que aparece como anexo. Es más, pareciera que el pedagogo tableño sentía que el volumen era una deuda para con el país que le vio nacer y el texto viene a concretizar el anhelo de un hombre de quehaceres más universales.
El doctor Francisco Céspedes fallece en la ciudad de Washington el 19 de octubre de 1997 dejándonos no solo el ejemplo de vida proba, sino el legado de un maestro que supo ser santeño, panameño y americanista.

4. Aporte de dos panameños sobresalientes

Para valorar el legado de los prohombres en mención, debemos comprender que estamos ante dos momentos históricos y un mismo propósito, el de empujar desde el Istmo la redención de la patria. Ninguno de ellos es un político en el sentido tradicional del vocablo, ambos son hombres de letras y con mentes que han degustado lo mejor del pensamiento que les tocó vivir. Ellos no son fogosos oradores que en la tribuna intentan convencer a nadie, al estilo de la contemporaneidad istmeña; al contrario, su púlpito es el libro, la disciplina del pensamiento, la sacralidad de las ideas que pueden ser desmitificadas y vueltas a su transitoria sacralidad.
Los dos pertenecen a lo mejor de sus respectivas generaciones, el primero como teórico de la nacionalidad y, el segundo, como pedagogo que está convencido que las transformaciones sociales vendrán por la redención del alfabeto. En este sentido ambos son típicos liberales de la centuria que transcurre entre 1850 y 1950, herencia de España y Colombia a la que se enfrentó la nueva república canalera.
Desde un punto de vista sociológico, Arosemena es un istmeño del intramuros capitalino y pertenece a la clase social heredera del poder que se asienta en San Felipe. Podemos decir que es un patricio. Por su parte, Céspedes es nativo del Panamá profundo, un hombre de la minúscula ciudad santeña que en la infancia del biografiado apenas si posee caracteres urbanos. Uno es la hechura del transitismo, mientras que el otro encarna al interiorano raizal que con luces propias intuye la existencia de otro mundo por conocer. Mientras Céspedes tiene la fuerza interior del Canajagua, Arosemena otea el mundo desde el cerro Ancón. Desde miradores diferentes tales istmeños empujan la panameñidad y se congratulan de vivir en la tierra que los vio nacer.
Sin coexistir físicamente, porque cuando nace Céspedes ya Arosemena había fallecido, amos son la síntesis de dos mundos diferentes, aunque vinculados, y sin querer nos brindan una lección de convivencia. El único vínculo real de Arosemena con la tierra del tableño aparece cuando suprime la antigua provincia de Azuero, hacia el año 1855, y surge El Estado Federal de Panamá. Es más, son los liberales los que crean la provincia en 1850, en honor al doctor Vicente Azuero y Plata.
Importante resulta comprender, en la evolución del pensamiento de los istmeños en mención, lo que podríamos llamar la quiebra epistemológica del enclaustramiento de sus respetivas clases sociales. En efecto, ellos promueven la ruptura con el tradicionalismo del intramuros y la ruralidad santeña haciendo que el pensamiento adquiera un vuelo hacia temas más ecuménicos; hacia un americanismo liberador que don Justo concibe desde su ética política y ciudadana y que el tableño defiende desde teorías pedagógicas que superan la visión comarcal.
Pensar la nación al estilo de Céspedes y Arosemena, nunca ha sido fácil. Y esa dificultad no estriba en la capacidad intelectual de quien medita, sino en la existencia de una socialización istmeña que fomenta la cultura del zángano, además de cierto fatalismo nacional que nos impulsa a la derrota, sin haber intentado pellizcar lo imposible.
Comencemos por hacerles justicia, recordándoles, pero también emulándolos. En este sentido el doctor Arosemena ha sido más reconocido, porque no pocas instituciones nacionales llevan su nombre.  Creo, al respecto, que es un acto de justicia ponderar también al doctor Céspedes, porque si la provincia santeña ha tenido a Porras, Zárate y González Ruiz, también necesita valorar a Céspedes. Y ha de hacerlo, porque tal reivindicación es un imperativo ético, un deber para con la inteligencia y las generaciones presentes y futuras. Sé que hace un tiempo se sugirió que el campus provincial de la Universidad de Panamá llevase el nombre del egregio personaje, idea luminosa que daría lustre a la Casa de Méndez Pereira y que en algún momento habrá que retomar. Sin embargo, ya sea que sea ese lugar u otro, el sitio debe tener la prestancia suficiente como para llevar el nombre del meritorio hijo de Las Tablas.
En muchos aspectos Panamá es aún un país por conquistar. Arosemena y Céspedes lo piensan en grande, superan enclaustramientos parroquiales y por eso brillan con luz propia. Ellos saben ser ágora, pero también totuma. A lo mejor se les pueden endilgar algunas críticas, malas o bien fundadas, pero nadie mira un cocuyo en una noche estrellada. Por eso y otros motivos, desde este auditorio tableño, saludamos la trayectoria de vida de don Justo Arosemena Quesada y Francisco Céspedes Alemán.

Milcíades Pinzón Rodríguez
19 de octubre de 2017.
Desde las faldas de cerro El Barco, sito en la Villa de Los Santos



16 octubre 2017

ACTA DE ADHESIÓN DE GUARARÉ A LA SEPARACIÓN DE PANAMÁ DE COLOMBIA



A las 8 y media de la mañana del día 10 de noviembre de mil novecientos tres, en el lugar de costumbre se reunió el Concejo Municipal del Distrito Municipal de Guararé, con asistencia de los Vocales Principales Pío Espino, José M. Saavedra, Cleotildo Estónil, Remigio Córdoba y Venancio Córdoba L. Asistieron al acto el Señor Alcalde Municipal, el señor Juez Municipal, el señor Personero Municipal, el  Venerable Cura Párroco de la Parroquia, el señor Cura Párroco de Las Tablas, el  Presbítero Coadjutor de la Parroquia de Las Tablas, los suplentes del Concejo, Señores Francisco Espino, Eustorgio Monteza y Juan Falconetti, y gran concurrencia de vecinos de este Distrito y de Las Tablas, con el objeto de considerar el acta de independencia del Istmo de Panamá, con que se desliga de la entidad política de la que hasta ahora ha formado parte integrante, llamada República de Colombia. Leída que fue dicha acta y estudiada detenidamente, el Concejo Municipal de este Distrito, de acuerdo con todos los que han concurrido á esta sesión solemne, aprobó por unanimidad de votos esta proposición del señor Alcalde Municipal:
“El Concejo Municipal de Distrito de Guararé
  Se adhiere al movimiento separatista con que se desmembra el Istmo del Panamá del resto de la República de Colombia, movimiento iniciado por el Honorable concejo Municipal de la ciudad de Panamá, lo acepta y lo sostiene en un todo.”
  Aceptada como queda dicha disposición por el Honorable Concejo Municipal de este Distrito, y calurosamente aplaudida por todos los presentes, se procedió á redactar del modo siguiente:

“El Concejo Municipal del Distrito de Guararé,
  Teniendo conocimiento del movimiento habido en Panamá y secundado hasta ahora por varios pueblos del Istmo, por el cual se independiza en absoluto el Istmo de Panamá del Gobierno colombiano,
RESUELVE
  Adherirse al movimiento separatista con que se desmembra el Istmo de Panamá del resto de la República de Colombia, movimiento iniciado por el Honorable Concejo Municipal de la ciudad de Panamá, aceptarlo y sostenerlo con todo.”
  Habiéndose leído esta acta para la mayor inteligencia de ella y no habiendo otro asunto de qué tratar, se aprobó y firmó por todos los concurrentes.
El Presidente, Pío Espino; el Vicepresidente José M. Saavedra; el Vocal Cleotilde Estonil; el Vocal, Remigio Córdoba L.; el Alcalde Simón Arjona L.; el  Juez Pedro D. Medina; el Personero Municipal, Herminio Samaniego; Presbítero Cura Párroco, José Antonio Agreda; Presbítero, Luis Laborde; Presbítero Ubaldino Córdoba L.; L.S. Castillero, Eustorgio Monteza, Francisco Espino, Manuel Falconeti, Laureano García, V., Manuel María Angulo, Roldán Alverola, Ramón Urriola,  Justo P. Espino, José del C. Saavedra,, Luis Durán, Baldomero Castillo, T I Barrero, Reyes Saavedra E., Francisco Castillero, Timoteo Bravo, Ángel Terrientes, Salomé Saavedra, , Diego Anchica, José María Díaz C., Fernando Castillo, Manuel de J. Espino,  Gertrudiz Reluz, Severino Espino, Juan I. Pinzón, José T. Díaz, Eustaquio Iturrado, Prudencio Cárdenas, Remigio Saavedra, José María Saavedra, José María Alvarado, Cecilio García, Lisandro Castillo, Dionisio González, Evaristo Vargas, Simón Vega, Francisco Vega, Matías Antonio Díaz, Santos Vergara, Tomás Díaz, Francisco Díaz, Maximino Espino, Pedro Vargas, Ignacio Aguilar, José M. Vega, Carmen Pérez M., Pedro Vargas, Guillermo Espino, Darío Angulo, Alejandro Castillo, José María Pérez, Damián Vergara, José Antonio Córdoba, Luis Castillo, Félix Vega, Espiritusanto Ovalle, Eduardo Ureña, Manuel Espino, Fermín Espino, Matías Espino, Benito Vergara, Marcos Vergara, Agustín Vergara, Juan Iturrado G., Juan Iturrado H., Julián Córdoba, Andrés Espino, José Simón Espino, Jacinto Espino, José María Soriano,  José Bravo, Ezequiel Espino, Maximino Espino, Margarito Cedeño, Clemente Espino, Francisco Pérez, José del Carmen Pérez, Dámaso Pérez, José E. Saavedra, Daniel Vásquez, Anastasio Castillo, José del C. Pérez, Gerardo Domínguez, Damián García, Lucas Pérez, Leonor B. Beltrán, Damián Iturrado, Concepción Soriano, José María Iturrado, Rito Rodríguez, Pablo Domínguez, Esteban Domínguez, Catalino García, Manuel de León, Eduviges de Lemo, Raimundo de León, Agustín de León, Nieves García, Fidel Vega, Eulalo Espino, Pedro Espino, Agustín Díaz, Francisco Batista, Juan Espino, Bonifacio Vigil, Gerardino Barrio, Manuel Pérez, , Aurelio Espino, Severo Mayorga, Antonio García, Francisco Vergara, Juan Córdoba, Santiago Zarzavilla, Pablo Díaz, Patrocinio Vergara, Lorenzo Vergara, Calixto Saavedra, Cornelio Espino, Juan Antonio Córdoba, Pedro Juárez, José Garrido, Juan Garrido, Dámaso Pérez, Pablo Bustamante, Domingo Pérez, Antigua Cedeño, Santos Bravo, Dolores Espino, Dámaso Espino, Juan Vergara, Jeremías Martínez, Agustín Saavedra, Francisco Bustamante, Tadeo González, Mercedes González, Antonio González, Bernardino González, Casimiro Pérez, José R, Vergara, Antonio Pérez U., José Castillo, Espiritusanto Torres, Lorenzo Ramírez, Esteban Domínguez, Ignacio Domínguez, Francisco González, Gregorio González, Sebastián Salazar, Rosa Salazar, Juan Salazar, Antonio Bravo, Martín Mudarra, Gregorio González, Matilde Torres, Pedro Torres, Sotero Domínguez, Modesto  Domínguez, Gerardino Domínguez, Domingo Díaz, Leonardo Díaz, Pio Quinto Díaz, Isidro Díaz, Lorenzo Garrido, Francisco Garrido, Dámaso Bravo, Pedro García, Simón Bravo, Alejo Díaz, Fernando García, Santos Díaz, Gaspar García, Nicolás García, Candelario García, José de la, a R. Samaniego, Martín Castillero, Leonardo Castillero, Gumersindo Osorio, Encarnación Pedroza, Emilio Saavedra, Silvestre Cedeño, Eulogio Castillero, Lino Castillero, Cecilio Castillero, Emeterio Barahona, Casiano Barahona, Feliciano Castillero, Higinio Barahona, José Barrio, José Pablo Moreno, José Isaac Barahona, Manuel Barahona, Félix Cedeño, Toribio Castillo, Buenaventura Castillero, Cayetano Castillero, Martín Acevedo,  Francisco Acevedo, José de Frías, Bruno Osorio, Justiniano Salazar,  Gerónimo Salazar, Santiago Barrio, Ramón Rodríguez, Antonio González, José María González, Raimundo Córdoba, Pablo Vargas, Juan Vargas, Evaristo Vargas, Lorenzo Domínguez, Nicolás Suárez, Benedicto Ortega, Manuel Reyes, Juan B. Muñoz, Manuel Muñoz, Antonio Arava, Nicomedes Iturrado, José de la J. Ortiz, Clemente Iturrado, Nieves Ortiz, León Ortiz, Ciprián de León, Mateo Díaz Francisco Díaz, Isidro de León, Marcelino de León, Jacinto de León, Juan de León, Mercedes Melo, Matías Barrías, Benigno Castillo, Antonio Domínguez, Pedro Sagasti, Celedonio Velasco, Luis Alonso, Gerónimo Castro, Catalino Castillo, Julián Sáez, Jacinto Muñoz, Benigno Garrido, Ceferino Jaén, Ezequiel Batista, José Vigil, Candelario Falconeti, Manuel Falconeti, Modesto Falconeti, David Iturrado, Dionisio Vega, Manuel Peralta, Casiano Barrio, Bernardo Barrio, Isabel Solís, Jacinto Solís, Emilio Solís, Lino Solís, González, José Mendieta, Nicolás Cárdenas, Santos Cárdenas, Carlos Mudarra, Manuel Sáez, Inocencio Castro, Manuel García,, Alonso Vigil, Marcos Castillo, Gregorio Pimentel, Manuel de J. Sáez, Manuel Acevedo, Narciso Espino, Agapito Espino, José Espino, Isabel Barría, rosa Domínguez, José del Carmen Domínguez, Salvador Díaz, Manuel Saavedra, Manuel Castillero, Jorge Cortés.





[1] Según Gaceta Oficial, Año 1, Serie 1, # 15, Panamá, 25 de enero de 1904. También puede consultar en la dirección electrónica: https://www.gacetaoficial.gob.pa/gacetas/00015a_1904.pdf

02 octubre 2017

UNIVERSIDAD INTERIORANA


[1] Esta noche cumple la Sede de Herrera de la Universidad de Panamá con el sublime y noble mandato que le otorga la Constitución Nacional a la primera Casa de Estudios Superiores de nuestro país. Entrega a la nación otra cosecha de profesionales que se suman a los centenares de egresados que a través de cuatro décadas ha aportado nuestro centro de estudio regional. Pero más que ello, el evento hay que valorarlo en la justicia que ello implica para nuestra población interiorana siempre ávida de profesionales que se integren a la labor de construir un país próspero y soberano.
Al participar de este acto, justo al iniciar el Siglo XXI, tenemos necesariamente que pensar lo mucho que nuestra universidad dista de aquella institución que en la tercera década del Siglo XX hizo posible la mente de un aguadulceño con visión futurista. Estamos tentados a elucubrar qué pensaría Méndez Pereira si pudiera ver el fruto de aquélla semilla de redención que plantó en el año 1949 en la sabana antropógena de Aguadulce. Además, siente uno que está presente el espíritu de zapadores de la instrucción pública azuerense como José de La Rosa Poveda y Liberato Trujillo, preceptores que en el nivel primario laboraron superando múltiples adversidades a finales del Siglo XIX y principios del Siglo XX.
Medio siglo después de la revolución educativa de Aguadulce, contamos con una mega universidad que el próximo año tendrá una matrícula que seguramente superará los 80,000 estudiantes. De ese total, no menos del 40% de los educandos se encontrarán en las sedes universitarias de las provincias interioranas. Ahora ya no basta con las exigencias de educación primaria que demandó la población panameña en las primeras décadas de la vigésima centuria, tampoco satisface la educación media que echó sus raíces desde los años cuarenta de aquél siglo, ni son suficientes las exigencias de la educación superior de mediados de la centuria aludida.
En nuestra época las diversas sedes de la Universidad de Panamá reclaman con junto derecho los postgrados, maestrías y doctorados. Nuestros muchachos exigen educación de calidad, atención administrativa moderna, cafeterías, laboratorios de informática y todo un conjunto de facilidades que  hace poco eran prerrogativas que sólo disfrutaban quienes estudiaban en la Sede Central de nuestra casa de estudios. Aún hay mucho más, aquellos que hace poco eran nuestros estudiantes, retornan con una vasta formación intelectual para constituirse en nuestros relevos generacionales. Y eso es bueno para nuestro país y para la región de Azuero, y debe llenarnos de gozo.
Todas estas cosas hablan bien alto de las transformaciones que se producen en el Interior panameño. La verdad sea dicha de manera alta y clara, la educación en el Interior ha sembrado una nueva esperanza en el hombre rural de Panamá. La institución universitaria ha coadyuvado para que nuestro orejano comprenda que jamás deberá avergonzarse de haber nacido en las áreas rurales, ni tiene por qué renunciar a la identidad que fue el patrón de vida de sus ancestros. Ya lo dijo un antropólogo hace décadas, las grandes urbes latinoamericanas son el fondo ciudades de campesinos.
La universidad en las áreas interioranas ha desempeñado y continuará asumiendo un importante papel en la liberación cultural de nuestros hombres y mujeres. Tal y como concebimos a la universidad, ella no puede callar frente a los problemas que atraviesa el Estado Nación; deberá decir su palabra mesurada, pero firme, en defensa de los más caros intereses nacionales. Esa es su razón de ser y para ello el pueblo panameño aporta anualmente 104 millones de balboas.
Sin embargo, hay que estar vigilantes al inicio del Siglo XXI. Hoy como ayer, no todo lo que brilla es oro y algunas veces el oropel de la tecnología contemporánea puede conducirnos a colegir que debemos renunciar a los valores estrictamente humanos. Inicia la actual centuria con la destrucción de múltiples paradigmas y en ese remolino de las transformaciones, la institución humanista por excelencia, vale decir la universidad, puede estar tentada a responder a lo aparencial olvidando el fondo de su razón de ser. Aún en los tiempos actuales, así como en las épocas pretéritas, lo medular radica en comprender que la educación no puede ni debe forjar “señoritos satisfechos” (según el decir de una preclaro filósofo español), ni mucho menos aupar la efímera existencia de lo que los especialistas denominan el hombre “light” y que nosotros nos atrevemos a bautizar como el “hombre pretty”. Un ser para el cual lo intrascendente se ha convertido en la norma de su vida. Si han de existir las universidades, ha de ser para forjar seres gozosos de su papel en el tiempo y en el espacio, ciudadanos con la suficiente altitud de miras como para comprender que el mundo no se agota en el espacio que abarca la mirada cuando el parroquiano se encarama en la torre de su pueblo.
La universidad interiorana, como parte constitutiva de ese todo complejo que se llama Universidad de Panamá, debe comprender los signos de los tiempos modernos. Ha de fortalecer su papel de institución responsable de la extensión y difusión cultural, fomentadora de la investigación científica, deseosa de diversificar sus ofertas académicas y dispuesta a asumir sin complejos la política que le induce a ofertar en el mercado sus propuestas de formación profesional. Todo ha de hacerlo sin olvidar que nunca deberá renunciar a ser la única e indivisible Universidad de Panamá. En esa línea de pensamiento, cuando los antiguos Centros Regionales Universitarios rescatan el nombre de Universidad de Panamá y proponen para sí mismos el más modesto apelativo de Sedes, están en el camino correcto de las trasformaciones; al hacerlo superan una etapa histórica y se catapultan hacia la descentralización administrativa y económica.
No olvidemos que la actitud hacia lo universal, tan consustancial a las instituciones de enseñanza superior, en modo alguno debe entenderse como la negación de las especificidades regionales. Así, por ejemplo, la Universidad en la Provincia de Herrera tiene que caminar hacia ser la institución que se constituya en el pulso de la tierra del Tijeras y El Ñuco. Sin renunciar a su chitreanidad, no debe olvidar que la provincia es la suma de los hombres que habitan en Santa María, Parita, Ocú, Las Minas y Los Pozos. Sin sectarismos debe estar al servicio del que habita en Cantarrana y Altos del Fraile, la Barriada El Rosario y El Caracol, pero también ha de ser para el que mora en Quebrada El Rosario y El Rincón de Santa María.
Comprender la urgencia que tenemos en constituirnos en ágora, sin dejar de ser totuma, es el más  grande desafío que tiene que asumir la Universidad de Panamá en la tierra de Ofelia Hooper Polo. Hablo de una tarea que no es responsabilidad exclusiva del Rector de la Universidad de Panamá, ni del Director de la Sede Regional. Los docentes, administrativos, estudiantes, empresa privada, sindicatos y asociaciones diversas tendremos que ser solidariamente responsables de la creación de una nueva cultura participativa y democrática que comprenda que la universidad es mucho más que los clásicos estamentos con los que generalmente se asocia.
Hoy todos tenemos la dicha de poder decir que nos ha tocado en suerte vivir en una época de partos. Y al igual que acontece con la parturienta, los dolores del parto sólo se compensan con la satisfacción del alumbramiento. El nuevo niño demostrará que valió la pena el esfuerzo. La confianza en la benéfica influencia que sobre el pueblo panameño ejerce la Universidad de Panamá tiene que ser el acicate para modernizar nuestra institución. Vencer el temor a los nuevos tiempos ha de ser el norte de los que laboramos en nuestra institución de enseñanza superior. Esta universidad que ya camina hacia su acreditación, posee la más completa oferta de carreras en nuestro país y se encuentra ubicada en todos los sectores de la república, desde la Sede de Bocas del Toro hasta la Extensión de Darién. Sin olvidar que implementa diplomados y hace posible proyectos como la Universidad del Trabajo  y la Universidad de la Tercera Edad.
En verdad el proyecto de Méndez Pereira es extraordinario y debo confesar que todos los miércoles, al levantarme a las tres de la mañana para llegar a tiempo al Consejo Académico en la Ciudad de Panamá, voy en el transporte colectivo pensando en tres cosas que para mí son vitales: la familia que dejé dormitando en la casa, las fortalezas y debilidades de la península que amo y los proyectos inconclusos que esperan en la Sede de Herrera de la Universidad de Panamá. Entiendo perfectamente que esos trámites que he de realizar, las solicitudes de estudiantes, no son sólo papeles, sino la esperanza de una provincia que confía en lo que hace la Universidad de Panamá.
En la Sede de Herrera de la Universidad de Panamá ya somos casi tres mil estudiantes, doscientos docentes y sesenta administrativos. Estamos creciendo aceleradamente. Este año hemos tramitado 1320 solicitudes de estudiantes que desean ingresar el próximo año académico a nuestro campus universitario regional. Esta situación me permite decir que el desarrollo de la Sede de Herrera hace imperioso la construcción de nuevos edificios para aulas. El momento es propicio para decirle a nuestro Rector Magnífico, Don Julio Vallarino Rangel, que la Provincia de Herrera le acompañará al solicitar a las instancias correspondientes los edificios que administrativos, docentes y estudiantes nos hemos ganado luego de 42 años de la presencia de la Universidad de Panamá en la Península de Azuero. Me refiero a la misma región que nunca antes en la historia republicana ha tenido a tanta gente ubicada en la cima de la dirección de los destinos nacionales. Estoy seguro que ellos tampoco se olvidarán de su orejanidad y de su compromiso de hombres y mujeres raizales. En todo caso, estaremos aquí para recordárselos.
Luego de estas apretadas reflexiones impregnadas de razón y sentimiento, se supone que debo decir algunas palabras, no sólo porque lo establezca el protocolo o se estile en estos casos, y enviar un saludo a la pléyade de profesionales que reciben del Rector, la más alta autoridad administrativa y académica de la Universidad de Panamá, el documento que certifica que gozan de la idoneidad para ejercer sus profesiones.
En un mundo competitivo como el actual, un diploma es apenas el primer peldaño de una escalera que nunca termina de escalarse. En muy corto tiempo todos veremos cómo los profesionales tendrán que egresar y regresar nuevamente a los centros de enseñanza, en un permanente reciclaje que demandarán tanto las empresas públicas como las privadas. Esta es una de las tantas cosas positivas que nos trae la modernización, el recordarnos que la socialización es un proceso permanente. Y hasta podríamos decirlo a través de la voz de una cantalante de una carnestoléndica tuna pariteña; aquel que desee quedarse anclado en el pasado, tendrá que contentarse con cantar su “hojita de tamarindo la quebrá se la llevó”. 
Apreciados jóvenes: si ahora son graduandos es porque tienen capacidades y se atrevieron a perseguir una ilusión. Tienen lo fundamental para emprender el camino, el resto de la trocha depende de la fe y confianza que tengan en ustedes mismos. No olviden que la utopía es el gran motor que subyace oculto en las grandes revoluciones de todos los tiempos. Los felicito por el esfuerzo, congratulaciones que extiendo a sus orgullosos padres y familiares. Enhorabuena por ustedes, por la región y por el país.             

 







[1] Discurso pronunciado, con motivo de la graduación de estudiantes,  el 3 de agosto del 2001 en el auditorio de la Sede Herrera de la Universidad de Panamá.