[1] Esta noche cumple la Sede de Herrera de la Universidad de Panamá con el sublime y noble mandato
que le otorga la Constitución Nacional a la primera Casa de Estudios Superiores
de nuestro país. Entrega a la nación otra cosecha de profesionales que se suman
a los centenares de egresados que a través de cuatro décadas ha aportado
nuestro centro de estudio regional. Pero más que ello, el evento hay que
valorarlo en la justicia que ello implica para nuestra población interiorana
siempre ávida de profesionales que se integren a la labor de construir un país
próspero y soberano.
Al participar de este acto, justo al iniciar
el Siglo XXI, tenemos necesariamente que pensar lo mucho que nuestra
universidad dista de aquella institución que en la tercera década del Siglo XX
hizo posible la mente de un aguadulceño con visión futurista. Estamos tentados
a elucubrar qué pensaría Méndez Pereira si pudiera ver el fruto de aquélla
semilla de redención que plantó en el año 1949 en la sabana antropógena de
Aguadulce. Además, siente uno que está presente el espíritu de zapadores de la
instrucción pública azuerense como José de La Rosa Poveda y Liberato Trujillo,
preceptores que en el nivel primario laboraron superando múltiples adversidades
a finales del Siglo XIX y principios del Siglo XX.
Medio siglo después de la revolución
educativa de Aguadulce, contamos con una mega universidad que el próximo año
tendrá una matrícula que seguramente superará los 80,000 estudiantes. De ese
total, no menos del 40% de los educandos se encontrarán en las sedes
universitarias de las provincias interioranas. Ahora ya no basta con las
exigencias de educación primaria que demandó la población panameña en las
primeras décadas de la vigésima centuria, tampoco satisface la educación media
que echó sus raíces desde los años cuarenta de aquél siglo, ni son suficientes
las exigencias de la educación superior de mediados de la centuria aludida.
En nuestra época
las diversas sedes de la Universidad de Panamá reclaman con junto derecho los
postgrados, maestrías y doctorados. Nuestros muchachos exigen educación de
calidad, atención administrativa moderna, cafeterías, laboratorios de
informática y todo un conjunto de facilidades que hace poco eran prerrogativas que sólo
disfrutaban quienes estudiaban en la Sede Central de nuestra casa de estudios.
Aún hay mucho más, aquellos que hace poco eran nuestros estudiantes, retornan
con una vasta formación intelectual para constituirse en nuestros relevos
generacionales. Y eso es bueno para nuestro país y para la región de Azuero, y
debe llenarnos de gozo.
Todas estas cosas
hablan bien alto de las transformaciones que se producen en el Interior
panameño. La verdad sea dicha de manera alta y clara, la educación en el
Interior ha sembrado una nueva esperanza en el hombre rural de Panamá. La
institución universitaria ha coadyuvado para que nuestro orejano comprenda que
jamás deberá avergonzarse de haber nacido en las áreas rurales, ni tiene por
qué renunciar a la identidad que fue el patrón de vida de sus ancestros. Ya lo
dijo un antropólogo hace décadas, las grandes urbes latinoamericanas son el
fondo ciudades de campesinos.
La universidad en
las áreas interioranas ha desempeñado y continuará asumiendo un importante
papel en la liberación cultural de nuestros hombres y mujeres. Tal y como
concebimos a la universidad, ella no puede callar frente a los problemas que
atraviesa el Estado Nación; deberá decir su palabra mesurada, pero firme, en
defensa de los más caros intereses nacionales. Esa es su razón de ser y para
ello el pueblo panameño aporta anualmente 104 millones de balboas.
Sin embargo, hay
que estar vigilantes al inicio del Siglo XXI. Hoy como ayer, no todo lo que
brilla es oro y algunas veces el oropel de la tecnología contemporánea puede
conducirnos a colegir que debemos renunciar a los valores estrictamente
humanos. Inicia la actual centuria con la destrucción de múltiples paradigmas y
en ese remolino de las transformaciones, la institución humanista por
excelencia, vale decir la universidad, puede estar tentada a responder a lo
aparencial olvidando el fondo de su razón de ser. Aún en los tiempos actuales,
así como en las épocas pretéritas, lo medular radica en comprender que la
educación no puede ni debe forjar “señoritos satisfechos” (según el decir de
una preclaro filósofo español), ni mucho menos aupar la efímera existencia de
lo que los especialistas denominan el hombre “light” y que nosotros nos
atrevemos a bautizar como el “hombre pretty”. Un ser para el cual lo
intrascendente se ha convertido en la norma de su vida. Si han de existir las
universidades, ha de ser para forjar seres gozosos de su papel en el tiempo y
en el espacio, ciudadanos con la suficiente altitud de miras como para
comprender que el mundo no se agota en el espacio que abarca la mirada cuando
el parroquiano se encarama en la torre de su pueblo.
La universidad
interiorana, como parte constitutiva de ese todo complejo que se llama
Universidad de Panamá, debe comprender los signos de los tiempos modernos. Ha
de fortalecer su papel de institución responsable de la extensión y difusión
cultural, fomentadora de la investigación científica, deseosa de diversificar
sus ofertas académicas y dispuesta a asumir sin complejos la política que le
induce a ofertar en el mercado sus propuestas de formación profesional. Todo ha
de hacerlo sin olvidar que nunca deberá renunciar a ser la única e indivisible
Universidad de Panamá. En esa línea de pensamiento, cuando los antiguos Centros
Regionales Universitarios rescatan el nombre de Universidad de Panamá y
proponen para sí mismos el más modesto apelativo de Sedes, están en el camino
correcto de las trasformaciones; al hacerlo superan una etapa histórica y se
catapultan hacia la descentralización administrativa y económica.
No olvidemos que la
actitud hacia lo universal, tan consustancial a las instituciones de enseñanza
superior, en modo alguno debe entenderse como la negación de las
especificidades regionales. Así, por ejemplo, la Universidad en la Provincia de
Herrera tiene que caminar hacia ser la institución que se constituya en el
pulso de la tierra del Tijeras y El Ñuco. Sin renunciar a su chitreanidad, no
debe olvidar que la provincia es la suma de los hombres que habitan en Santa
María, Parita, Ocú, Las Minas y Los Pozos. Sin sectarismos debe estar al
servicio del que habita en Cantarrana y Altos del Fraile, la Barriada El
Rosario y El Caracol, pero también ha de ser para el que mora en Quebrada El
Rosario y El Rincón de Santa María.
Comprender la
urgencia que tenemos en constituirnos en ágora, sin dejar de ser totuma, es el
más grande desafío que tiene que asumir
la Universidad de Panamá en la tierra de Ofelia Hooper Polo. Hablo de una tarea
que no es responsabilidad exclusiva del Rector de la Universidad de Panamá, ni
del Director de la Sede Regional. Los docentes, administrativos, estudiantes,
empresa privada, sindicatos y asociaciones diversas tendremos que ser
solidariamente responsables de la creación de una nueva cultura participativa y
democrática que comprenda que la universidad es mucho más que los clásicos
estamentos con los que generalmente se asocia.
Hoy todos tenemos
la dicha de poder decir que nos ha tocado en suerte vivir en una época de
partos. Y al igual que acontece con la parturienta, los dolores del parto sólo
se compensan con la satisfacción del alumbramiento. El nuevo niño demostrará
que valió la pena el esfuerzo. La confianza en la benéfica influencia que sobre
el pueblo panameño ejerce la Universidad de Panamá tiene que ser el acicate
para modernizar nuestra institución. Vencer el temor a los nuevos tiempos ha de
ser el norte de los que laboramos en nuestra institución de enseñanza superior.
Esta universidad que ya camina hacia su acreditación, posee la más completa
oferta de carreras en nuestro país y se encuentra ubicada en todos los sectores
de la república, desde la Sede de Bocas del Toro hasta la Extensión de Darién.
Sin olvidar que implementa diplomados y hace posible proyectos como la
Universidad del Trabajo y la Universidad
de la Tercera Edad.
En verdad el proyecto
de Méndez Pereira es extraordinario y debo confesar que todos los miércoles, al
levantarme a las tres de la mañana para llegar a tiempo al Consejo Académico en
la Ciudad de Panamá, voy en el transporte colectivo pensando en tres cosas que
para mí son vitales: la familia que dejé dormitando en la casa, las fortalezas
y debilidades de la península que amo y los proyectos inconclusos que esperan
en la Sede de Herrera de la Universidad de Panamá. Entiendo perfectamente que
esos trámites que he de realizar, las solicitudes de estudiantes, no son sólo
papeles, sino la esperanza de una provincia que confía en lo que hace la
Universidad de Panamá.
En la Sede de Herrera de la Universidad de
Panamá ya somos casi tres mil estudiantes, doscientos docentes y sesenta
administrativos. Estamos creciendo aceleradamente. Este año hemos tramitado
1320 solicitudes de estudiantes que desean ingresar el próximo año académico a
nuestro campus universitario regional. Esta situación me permite decir que el
desarrollo de la Sede de Herrera hace imperioso la construcción de nuevos
edificios para aulas. El momento es propicio para decirle a nuestro Rector
Magnífico, Don Julio Vallarino Rangel, que la Provincia de Herrera le
acompañará al solicitar a las instancias correspondientes los edificios que
administrativos, docentes y estudiantes nos hemos ganado luego de 42 años de la
presencia de la Universidad de Panamá en la Península de Azuero. Me refiero a
la misma región que nunca antes en la historia republicana ha tenido a tanta gente
ubicada en la cima de la dirección de los destinos nacionales. Estoy seguro que
ellos tampoco se olvidarán de su orejanidad y de su compromiso de hombres y
mujeres raizales. En todo caso, estaremos aquí para recordárselos.
Luego de estas
apretadas reflexiones impregnadas de razón y sentimiento, se supone que debo
decir algunas palabras, no sólo porque lo establezca el protocolo o se estile
en estos casos, y enviar un saludo a la pléyade de profesionales que reciben
del Rector, la más alta autoridad administrativa y académica de la Universidad
de Panamá, el documento que certifica que gozan de la idoneidad para ejercer
sus profesiones.
En un mundo
competitivo como el actual, un diploma es apenas el primer peldaño de una
escalera que nunca termina de escalarse. En muy corto tiempo todos veremos cómo
los profesionales tendrán que egresar y regresar nuevamente a los centros de
enseñanza, en un permanente reciclaje que demandarán tanto las empresas
públicas como las privadas. Esta es una de las tantas cosas positivas que nos
trae la modernización, el recordarnos que la socialización es un proceso
permanente. Y hasta podríamos decirlo a través de la voz de una cantalante de
una carnestoléndica tuna pariteña; aquel que desee quedarse anclado en el
pasado, tendrá que contentarse con cantar su “hojita de tamarindo la quebrá
se la llevó”.
Apreciados
jóvenes: si ahora son graduandos es porque tienen capacidades y se atrevieron a
perseguir una ilusión. Tienen lo fundamental para emprender el camino, el resto
de la trocha depende de la fe y confianza que tengan en ustedes mismos. No
olviden que la utopía es el gran motor que subyace oculto en las grandes
revoluciones de todos los tiempos. Los felicito por el esfuerzo,
congratulaciones que extiendo a sus orgullosos padres y familiares. Enhorabuena
por ustedes, por la región y por el país.
[1] Discurso pronunciado,
con motivo de la graduación de estudiantes,
el 3 de agosto del 2001 en el auditorio de la Sede Herrera de la
Universidad de Panamá.
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