A mis
amigos macaraqueños,
a mi hija Ana Cristina Pinzón Castillo, admiradora de Macaracas.
El análisis de
la región peninsular azuerense deja al investigador ciertos hechos claros. Entre
ellos, la disparidad en los estudios zonales, porque algunos pueblos -Villa de
Los Santos, Las Tablas y Parita- gozan de mayor preferencia por parte de los
investigadores. Este hecho tiene su explicación, ya que la costa oriental fue
el sitial en donde de manera temprana se asentaron los grupos precolombinos y, luego,
coloniales, los que a través del tiempo se expandieron hacia el occidente
peninsular. Tal acontecimiento deja en claro que sitios como Ocú, Las Minas,
Los Pozos, Macaracas y Tonosí, ubicados en la antigua zona de la sierra,
merecieran menor interés investigativo por parte de los intelectuales de la
región; aquellos estudiosos que, procedentes de la costeña clase media
peninsular, son los que tempranamente reflexionan sobre su zona de influencia, aguijoneados,
además, por los sentimientos del terruño.
En este trabajo
se aspira a estudiar uno de tales poblados; me refiero a Macaracas, situada en
el corazón de la península de Azuero. En efecto, interesa echar una mirada escrutadora
sobre la vida social macaraqueña al inicio del siglo veinte, época cuando el
mundo, construido desde el siglo XVIII, comienza a transformarse.
1. Breves notas
sobre la historia macaraqueña.
Macaracas está ubicado
a 323 kilómetros al oeste de la ciudad de Panamá, enclavada en las proximidades
del cerro Canajagua, promontorio que se dibuja en la distancia. El municipio tiene
una historia apenas conocida, debido a la ausencia de fuentes documentales que
permitan reconstruir el proceso evolutivo, ya que la inserción del poblado no
vino a incrementarse hasta la nonagésima y vigésima centuria.
Hay referencias dispersas
desde el siglo XVIII, cuando al parecer se establecen los primeros grupos de
habitantes mestizos provenientes de la costa oriental, es decir, del área que
se extiende desde Santa María de Escoria, al norte, hacia Pedasí, en la región
austral. En el fondo Macaracas es producto del avance del frente ganadero que
se expande desde las sabanas orientales hacia la sierra occidental, como queda
dicho.
Así, por
ejemplo, en el año 1843 la zona formaba parte de la provincia de Panamá, Cantón
de Parita y tenía una población estimada en 3806 habitantes. Todo el cantón
(Parita cabecera, Macaracas, Minas, Ocú y Pesé) sumaban 15,119 habitantes.[1]
Mientras que la provincia tenía 57 mil almas. En cambio, hacia el año 1862, se
dice de Macaracas que es “un llano alto entre los ríos
Estibaná i la Villa; es sano. Tiene reses i cerdos. Habitantes 2,708; metros
sobre el mar 75; temperatura 26 ° 5”. [2]
La fundación del
distrito de Macaracas -el 12 de septiembre de 1855- demuestra que ya para tales
calendas el poblado debió tener algún grado de formato urbano, así como grupos
asentados en ella que habían -seguramente-, monopolizado el control político, económico
y religioso de su hinterland regional. Lo cual nos lleva al siglo XVIII
como el momento del surgimiento de Macaracas, más por un hecho consumado que
por acto fundacional premeditado.
Una prueba de
ello son los conflictos surgidos a mediados del siglo XIX entre liberales y
conservadores, los que tuvieron como secuela la muerte del cura conservador
José María Franco, hecho acaecido el 9 de septiembre de 1856, así como el caso
del señor Pedro Pérez y Pérez, asesinado el 18 de agosto de 1852.[3]
Tales sucesos confirman que algo se tejía en el tejido social y que afloraban
contradicciones dentro de la sociedad, las que no lograban canalizarse en el
plano ideológico, porque la formación educativa distaba de ser la ideal y apenas
si se puede hablar de conciencia de clase.
Ya en el siglo
XX y aún a mediados de la centuria, el acceso a Macaracas era sumamente difícil,
porque la moderna carretera no se construye hasta los años sesenta, fenómeno
que comparte con el resto de los municipios que podríamos denominar de
“montaña”. Es decir: Las Minas, Los Pozos y Tonosí. Sin embargo, este aislamiento
relativo tiene su contrapartida en el fortalecimiento de las tradiciones, que,
pasado el tiempo, logran expresarse en la celebración del Encuentro del
Canajagua y en el fortalecimiento de la fiesta sacro-profana de la epifanía del
6 de enero, conocida como Los Reyes de Macaracas, vieja muestra de teatro
popular que parece datar del siglo XIX, aunque no existe certeza documental que
así lo atestigüe.
De lo que sí
tenemos testimonio escrito es de los temblores o sismos que con alguna
periodicidad han sacudido a la población; como el acaecido el 1 de octubre de
1913 que afectó la estructura del templo. Así lo relata el cura Esteban
Vásquez:
“Anoche a las once
y media de la noche un fuerte temblor de tierra destruyó la torre y parte de la
iglesia y lo demás lo dejó inservible”. [4]
Otro aspecto
sumamente interesante para Macaracas viene a ser, porque ya se vislumbraban en
el país los problemas asociados a la tala de bosques, la creación, por parte de
la administración Porras, de la Ley N° 27 de 27 de diciembre de 1918 que hace
posible que se establezca la reserva de El Colmón de Macaracas. En efecto, en
su artículo 3° se señala:
“Tampoco podrán
ser adjudicables en propiedad, ni en alguna otra forma, las tierras nacionales
denominadas “El Colmón” y “Rincón Hondo”, situadas en el Distrito de Macaracas,
comprensión de la Provincia de Los Santos, cuyos linderos son los siguientes:
De las de “El
Colmón”: Por el Norte, bajo de José Natividad Nieto y camino real a Chupaito;
por el Sur, potrero de José Juan Campodónico y Manuel García C.; por el Este,
camino real de Chupaito ya mencionado, y por el Oeste fincas de Francisco
Antúnez, Salvador Vega y Patricio Rodríguez.
De las de
“Rincón Hondo”: por el Norte “Guabo Viejo” y camino a la finca de Cruz Vega;
por el Sur, camino de “El Faldar”; por el Este, potrero de José Juan
Campodónico, y por el Oeste, “Guabo Viejo mencionado ya”. [5]
De lo dicho se colige que el mundo rural macaraqueño asume su faz aquí y acullá, en indicadores dispersos en la escasa documentación existente, pero que contribuyen a lograr una primera aproximación del perfil de la vida social de la gema de la sierra santeña.[6]
2. La cuestión social en Macaracas
Tal vez convenga
estudiar a Macaracas en los años veinte y mirar, hasta donde sea viable, el
mundo social de la época, que aún forma parte del legado colonial. Al hacerlo emergen
algunos nombres y apellidos que se constituyen en emblemáticos representantes
de la incipiente clase media de la época, la que encontramos en documentos de aquellos
años; tal el caso de los registros del semanario El Eco Herrerano, periódico de
circulación de aquellas calendas, editado en Chitré en la primera mitad del
siglo XX.[7]
Allí reposan algunas pistas para comprender la época en referencia, a las que
debemos añadir las fuentes de la Gaceta Oficial, los archivos parroquiales y
uno que otro texto.
Me refiero a
personajes como Ana María Moreno Del Castillo (1887-1977)[8] Elida
Luisa Campodónico Moreno (1894-1960)[9], Rafael
Moreno González (1901),[10] Ovidio
Díaz Vásquez (1919 – 2022)[11] y
un hombre de clara extracción popular: Rogelio “Gelo” Córdoba (1911-1959).[12] Tales
personajes macaraqueños nacieron a finales del siglo XIX y transcurso de la
vigésima centuria. Ellos encarnan la transición de la fase que proviene de la
colonia hacia los nuevos tiempos del siglo XX; como en el caso de José
Encarnación Brandao Espino que se desempeña como político de la zona.[13]
La vigésima
centuria estrena el primer personero municipal. Según la fuente, la distinción
recayó en Reyes Díaz, como principal, y Nicanor Vásquez como suplente.[14]
Son detalles que aparecen en el semanario que arriba he destacado, pero que igualmente
recogen los archivos parroquiales del templo de San Juan Bautista de Macaracas,
documentos que contienen la genealogía de la población y los registros de
nacimientos, matrimonios y defunciones.
El municipio macaraqueño
tenía en los años veinte una población estimada en 4 mil 109 habitantes. Lo que
representa el 11.8% de la población provincial, confirmando el crecimiento
lento que también se constata en el resto de la república. Los documentos
consultados dejan entrever una ruralidad apabullante en una población que
derivaba su sustento de actividades agrarias.[15] Al
inicio del siglo XX, tal vez lo más significativo en este rubro sea la
existencia del alambique que establece José J. Campodónico.[16]
Al respecto, en
el año 1922, el alcalde Juan B. Moreno, junto a su secretario M. S. Moreno
emite acuerdo para normar la industria pecuaria y caballar en la zona bajo su
mando y ordena que es de “obligatorio cumplimiento para todo dueño de bestias y
de ganados residentes en el Distrito el presentarse a esta Alcaldía con el fin
de hacer registrar en un libro especial que se abrirá al efecto, el ferrete que
use para marcar sus animales como también la señal de sangre” [17].
El problema de
la tenencia de la tierra, vinculado a la existencia y control de animales en
soltura, deja entrever, el avance de la propiedad privada. Por ese motivo la
alcaldía legislaba al respecto sobre bienes mostrencos, es decir, aquellos que
no tienen dueños conocidos. Así podemos leer:
“La res vacuna o
caballar que pasado de un año sea encontrada en este Distrito sin marca de
fuego que la distinga, puede ser denunciada ante esta Alcaldía como un bien
mostrenco para los efectos del artículo 1600, con derecho el denunciante, en
caso de venta en almoneda pública a la tercera parte del avalúo, o la mitad del
valor de la multa que imponga el dueño como infractor del artículo 1596, ya
citado” [18]
El mundo social
que existe ha quedado reflejado, indirectamente, en reportes de corresponsales macaraqueños
en El Eco Herrerano, como he planteado. En el ramo educativo aparece esta nota
periodística que se explica por sí sola y que lleva fecha del 15 de mayo de
1923:
“La Escuela
Mixta de esta cabecera empezó sus labores el día 2 del presente mes, bajo la
dirección del entusiasta joven Moisés A. Moreno y como maestra de grado la
señorita Arsenia Gudiño, recientemente llegada de nuestra Capital de la
República; como es el primer año que ambos maestros ingresan en el magisterio,
llevan el cerebro repleto de ilusiones, esperamos que a fin de curso una labor
satisfactoria llene sus aspiraciones y satisfaga a los padres de familia; pero
nos aflige el conocimiento que tenemos que en el plantel de esta localidad
después de unas bancas antediluvianas y otras que no sirven, se carece de todo
lo demás necesario para la enseñanza.
También han sido
reabiertas las escuelas de Corozal y Llano de Piedra bajo la dirección de sus
maestros Luis Quintero y Hermisenda Castro, respectivamente”.[19]
Las labores
educativas en Macaracas tienen otros antecedentes, porque en el año 1888
impartía clases en la escuela de varones de dicha comunidad el maestro Esteban
Vásquez, quien atendía una matrícula de 22 estudiantes, con una asistencia de
20 y salario de 40 pesos.[20]
Sin embargo, no
falta la nota de optimismo de un anónimo corresponsal que destaca la
conferencia de un educador que se afana en encender la antorcha del
conocimiento:
“Antes de ayer
tuvimos el placer de estrechar la mano al acucioso Inspector de Instrucción
Pública, señor Don Moisés Gómez, a su regreso de Llano de Piedras, donde visitó
la última escuela. Nos obsequió con una conferencia sobre el ramo a su cargo.
Sentimos mucho la poca concurrencia, ello fue debido a la mala información del
encargado de invitar, señalando una hora que no era; por este motivo no
concurrieron más de cuarenta padres de familia.
La charla como
suele decir nuestro conferencista versó sobre el beneficio que recibe los educandos
cuando los padres de familia están en contacto con el maestro; la educación del
niño en el hogar y la necesidad urgente de buena asistencia de los alumnos a la
escuela.
Terminado ese
punto trató de la agricultura, la manera como se debe escoger la semilla del
maíz en la mata, la parte de la mazorca de donde se deben tomar los granos para
la siembra y el resultado que se obtiene con esta selección.
Nuestros
labradores y padres de familia se muestran muy satisfechos con la amena charla
y lo prueba la mejor asistencia a la escuela el día siguiente. Para completar
no hace falta más que un poquito de buena voluntad del señor alcalde quien así
se lo prometió al señor inspector.
Ojalá el señor
Gómez nos hiciera el honor de otra visita como esta, que seguro estoy que él
quedaría tan satisfecho como nosotros”. [21]
Los reportajes
son esclarecedores, porque describen de cuerpo entero la suerte de la educación
en las áreas rurales de Panamá; no obstante, los esfuerzos que los liberales
progresistas venían haciendo en un país que aún vivía los estragos de la Guerra
de Los Mil Días.[22]
El municipio,
por su parte, expide decretos para tratar de mejorar la difícil situación
fiscal. Así, por ejemplo, el acuerdo municipal del 6 de diciembre de 1922, realiza
el cálculo de los ingresos anuales para el año fiscal de 1923.
“1. Bailes………………………………………………………75.00
2. Rescate
de animales vagos y mostrencos…………..25.00
3. Contribución
comercial……………………………….460.00
4. Espectáculos
públicos……………………………………5.00
5. Galleras
y riñas de gallos…………………………..…..10.00
6.
Poste y corral………………………………………………50.00
7. Multas
de policía………………………………………….75.00
8. Conmutación
de pena……………………………………25.00
9.
Remate de armas decomisadas………………………..10.00
10.
Perros………………………………………………………25.00
11.
Impuestos de trapiches………………………………..20.00
12. Vehículos
de rueda……………………………………..75.00
13. Juegos
permitidos………………………………………10.00
14. Buhoneros…………………………………………….……5.00
TOTAL……………………………………………………..B
850.00” [23]
En la misma
línea de recaudación fiscal, el acuerdo 1 de 5 de enero de 1923 muestra interés
por regular los bailes, espectáculos públicos y animales en soltura. El
artículo 1 establece que: “Todo dueño de baile en el Distrito que no pase de 12
horas, pagará anticipado un balboa cincuenta centésimos (B 1.50) por cada baile.
Inciso único: se
exceptúan del impuesto los de carácter privado que sin ánimo de lucro tengan
lugar entre familia en la cabecera del Distrito”.[24]
Este detalle
sobre la realización de bailes demuestra, si lo relacionamos con el acuerdo
municipal del 6 de diciembre de 1922, que la alcaldía estimaba que en el
distrito macaraqueño se realizaban 50 bailes anuales. Una cifra no despreciable
para la época, porque deja constancia de, al menos, 6 bailes mensuales, sin
contar los de carácter privado.
Como era de
esperarse, en tales calendas la sanidad aún estaba alejada de la medicina moderna,
por lo que los curanderos fungían como médicos empíricos.
El siguiente
relato, escrito con cierta dosis de gracejo e hilaridad, más enfocado a lo
literario que a la realidad, tampoco está exento de su dosis de verdad. Veamos
lo que se describe bajo el título de “Botica de manteca”, fechado en Monagrillo
el 23 de julio de 1931, bajo la firma de RUBIZ.
“BOTICA
DE MANTECA
Ña Juana
Capistrana la de Los Leales, Macaracas, tiene una gran botica en la que vende
toda clase de medicamentos que usan los doctores yerberos.
La botica está
instalada en un rancho con un patio bien sembrado de toda clase de hierbas y en
el rancho siete tablillas llenas con sus mantecas.
Ña Juana también
receta y ve los orines de toda clase de enfermos que de esos contornos acuden
en busca de salud y cuando no receta prepara con gusto las de los otros
yerberos que la solicitan.
En esa botica
encuentra Ud. un surtido completo de mantecas, como manteca de lagarto, de
culebra, de gato solo, de tortuga, de iguana negra, de gallina, de bagre, de
mono, de armao, de zorra, de tiburón, de puerco y manteca de vaca. Entre las
hierbas tiene, de gallote, de limón, yerbabuena, cañafístula de purgar, calaguala,
contragabilana, yuquilla amarilla, contrahierba, ruda, romero, cepa de caballo,
paico, verdolaga, hierba de zorra y otras mejores.
En cierta
ocasión uno de esos curanderos que sacan gusanos, borrigueros y sapos de la
barriga, le dio por recetar a un paciente congo mulato tostado con todo y
avispas para que hiciera una bebida de ese polvo y la tomara antes de acostarse
como para que nadie supiera el resultado sino por la mañana.
La cura fuera
rápida, el resultado efectivo, un muerto más al hoyo y el luto a sus deudos.
Y a veces pegan
y hacen buenas curaciones a personas desahuciadas por doctores mismos”.[25]
Muchos relatos hablan
de una situación social en extremo difícil, en especial en áreas alejadas de la
capital distrital en donde la sanidad y la pobreza pintan cuadros como el
siguiente:
“UN
SUCESO MUY TRISTE
Un
niño muere ahorcado en un caserío de Macaracas- Relación que hace un
corresponsal
Murió el niño
Pedro García, de dos años, en la noche del veintiséis del actual en el caserío
de ‘El Parador´ de esta comprensión. Según informes, éste dormía acompañado de
su señora madre en un armazón de madera el cual, entre uno de sus lados y la
cerca del bohío, formada un espacio vacío y que sin duda al revolverse, salió después
por dicho espacio quedando atado por la garganta. Tan profundo era el sueño en
que se encontraba sumergida la madre en esos momentos, que no se dio cuenta de
la agonía de su hijo. Cuando despertó estiró su mano para tocarlo y al no
encontrarle se levanta apresuradamente y lo ve en ese suplicio ya exánime.
Consideramos
tanto cuál sería la desesperación del párvulo como el de la madre, y
desearíamos a la mayor parte de los padres de familia un poco más de precaución
para con sus hijos bajo distintos puntos de vista.
Macaracas,
marzo 28 de 1925.
J.
B. M.”[26]
En el otro
extremo de la vida social, la muerte llama a su casa a personajes de alguna
prestancia social:
“Víctima de una
traidora enfermedad, dejó de existir en la madrugado de hoy, la respetable
matrona Doña Sofía Moreno de Díaz esposa de Don Reyes Díaz V. y hermana de los
señores Isaac, Nemecio y Juan Bautista Moreno.
Esta
desaparición ha consternado, y sumido en honda pena a la sociedad macaraqueña,
pues ésta se ufanó siempre en considerar a la extinta como a uno de sus más
legítimos exponentes de bondad y de virtud.
No pudiendo,
como no podemos alterar los designios de Dios, entre los cuales se encuentra,
el pasar de una vida a otra, nos conformamos con elevar una plegaria al
Todopoderoso, por el eterno descanso del alma de tan distinguida dama y con
enviar a sus numerosos deudos, envuelto en los cendales de nuestras palabras de
resignación y consuelo que les sirva de lenitivo al rudo golpe que les hace experimentar
tan inexorable sentencia y de sentida condolencia, sinceras nuestras.
Macaracas
17 de agosto de 1924” [27].
Pero no todo eran temáticas de la sanidad, tópicos
educativos u otros, porque el entorno ambiental del poblado -para aquella época
está lleno de verdor- también estimulaba el estro poético y las labores de Cupido.
Así se mostraba dolido y acongojado un visitante tableño en las tierras del
Estivaná y el río La Villa.
“AL DEJAR A MACARACAS
En el ocaso, el sol agonizante, lentamente se
ocultaba; las aves regresaban a sus nidos; el horizonte tornábase oscuro; y las
sombras de la noche, todo lo envolvían bajo su manto.
Yo me alejaba de
Macaracas, triste, pensativo; creí dejar el corazón en aquellos rincones
silenciosos y llenos de encanto naturales; y sentía deseos de regresar, para
permanecer para siempre, junto a unos ojos tan negros como el ébano, junto a
una morena que es ideal.
Poco a poco me
iba alejando, sin comprender qué me sucedía; la noche se hacía más oscura y más
oscuras también, las sombras que envolvían mi corazón.
El cielo estaba
estrellado y parecía indiferente a mi sufrimiento; pero no tenía luna; aún
permanecía oculta, como temerosa de presenciar aquella horrible despedida.
Despedida de un corazón
al dejar al ser amado; lucha de un alma fogosa, entre la pasión y el olvido.
Y cada colina que se me
interponía entre mis ojos y aquél poético jardín, eran rocas que desprendidas
del infinito, caían sobre mi corazón; sobre ese corazón que herido, recitaba un
adiós.
Pocos minutos después…completa
oscuridad; ya Macaracas se había ocultado tras los cerros; pero le había grabado,
cual en tarjeta postal, en lo más íntimo del pecho; allí donde el Amor tiene su
nido y su altar.
Y las sombras de la
noche, que cubrían los montes, la llanura, el espacio, eran aún más claras, que
las que envolvían de pena mi corazón.
En mi alma una herida
mortal causada por los rayos de unas pupilas, que ni en seis años he podido
olvidar; en mi mente el recuerdo, de aquel cuerpo virginal, eran mis únicos
compañeros en aquella noche de soledad.
Y cuando la luna asomó
temblorosa tras el Canajagua, vi en ella el retrato de la mujer amada; las
pupilas de aquella morena, que tan dulcemente matan.
Las Tablas, 8 de
febrero de 1923” [28]
De estas fuentes
documentales y otras que he consultado, se deduce que Macaracas es un poblado
con fuertes vínculos con la Villa de Los Santos, de donde proceden algunos
núcleos familiares, tal el caso de los antepasados de la Sierva de Dios, Ana
María Moreno Del Castillo, quien nace en el sitio, pero vive la mayor parte de
su vida productiva en la Capital Histórica de Azuero, la Villa de Los Santos.
Los nexos son evidentes en esta nota periodística que también registra el paso
de otros personajes.
“Notas sociales
macaraqueñas
El jueves próximo
pasado partió para la simpática ciudad de Los Santos, la siempre alegre y
angelical, señorita Carmen Solís Correa, después de haber pasado entre nosotros
una temporada bastante larga, aunque corta para aquellos en cuyos corazones los
ojitos hechiceros de Carmencita clavaron dolorosas flechas.
La noche de su partida,
fue interrumpida en su sueño por una voz doliente que lanzaba sus gemidos en
torno de su lecho como temerosa de despertarla. Era la voz tierna y agonizante de
un instrumento tísico que modulaba en su reducido número de cuerdas, las quejas
lúgubres de algunos de los admiradores de la virgen dormida.
Y se fue Carmen Sofía;
sólo queda en nuestro espíritu el recuerdo de la espiritual gitanilla que supo
captarse el cariño de los macaraqueños, y causar vértigos en los corazones de
muchos efraínes.
Hasta su hogar hacemos
llegar nuestro recuerdo.
Para el vecino pueblo
de Tonosí partieron los señores Tereso Calderón T. y Espiritusanto Carranza,
Inspector de Las Rentas Nacionales y Agentes de Policía respectivamente.
Van los referidos
señores a asuntos concernientes a sus respectivos rangos.
Buen viaje les
deseamos.
Procedente de la
moderna y popular metrópoli Herrerana, se encuentra entre nosotros el culto y
buen amigo Pío Zambrano, el más honrado y mejor joyero de esta península.
Lo saludamos.
S.C.M.
Macaracas, 11 de marzo de 1923.[29]
Comentario sobre lo planteado
Aunque la existencia de
testimonios escritos no abunda, las fuentes permiten atisbar en el mundo
macaraqueño de la primera mitad del siglo XX. Ese cosmos social forma parte del
legado colonial que aún repercute en la sociedad que mora a la orilla del río
Estibaná. Estamos ante una cultura sumamente rural que intenta romper con la
cosmovisión de centurias previas y que se expresa en la antinomia de lo rural y
lo urbano.
El estado de la educación
es un indicador social de lo comentado, el que muestra carencias, aunque al
mismo tiempo siembra el embrión de un mundo por venir. Lo vemos en el llamativo
surgimiento, en el propio pueblo de Macaracas, de una tímida clase media, hecho
que queda claro en la existencia de algunos apellidos que aparecen ligados a los
puestos burocráticos y que luego han de desempeñar algún rol en el cambio
social macaraqueño.
Entre líneas puede
leerse la diferencia existente entre el propio sitio de Macaracas y los estilos
de vida de quienes moran en el resto de la municipalidad. El relato del niño
que muere en su rancho, acostado en cama de varitas, es la expresión de esas
contradicciones y muestra cuánto aún estaba por hacerse en los campos de la
región del Canajagua.
También quedan en claro
los problemas fiscales del municipio, los que no han sido superados, porque el
distrito aún continúa subsidiado. Además, llama la atención el aislamiento de
una jurisdicción administrativa creada en 1855, pero que todavía en los años
veinte no tiene una carretera que le vincule con los pueblos de la costa. El hecho
no es de extrañar, porque la carretera que la administración de Belisario Porras
construye apenas se está realizando en la zona de la costa oriental.
Por otro lado, resultan
admirables las crónicas periodísticas que desde Macaracas se escriben sobre el
poblado; ellos dejan presente el deseo de hacer del lugar un sitio que tenga
presencia en la península de Azuero, además de demostrar la maduración de una
incipiente intelectualidad que reflexiona sobre el ser comunitario. Es decir,
está creciendo la “macaraqueñidad”, la identidad cultural de un pueblo que ha
crecido a la vera de dos ríos -La Villa y El Estibaná- y que defiende su
personalidad colectiva.
En lo que transcurre del
siglo XX, y que no es objeto de nuestra pesquisa, Macaracas se posiciona como
área comercial y zona de enlace con Los Pozos, Tonosí y la zona de Sabanagrande,
demostrado que los hechos aquí consignados, hace un siglo de existencia, vislumbraban
un futuro prometedor, que ha hecho de la tierra del Estivaná el corazón de la
península de Azuero.
NOTAS
[1] Ver: Pérez, Felipe. GEOGRAFÍA
GENERAL Y FÍSICA DE LOS ESTADOS UNIDOS DE COLOMBIA Y GEOGRAFÍA PARTICULAR DE LA
CIUDAD DE BOGOTÁ. Bogotá: Imprenta de Echeverría Hermanos, 1883, página 119.
[2] Pérez, Felipe. GEOGRAFÍA
FÍSICA Y POLÍTICA DEL ESTADO DE PANAMÁ. Bogotá: Imprenta de La Nación, 1862,
pág. 90. Las estadísticas de la época hay que verlos con suma reserva, ya que
no son del todo fieles a la realidad.
[3] Mayores detalles en Muñoz
Pinzón Armando. UN ESTUDIO SOBRE HISTORIA SOCIAL PANAMEÑA (Las sublevaciones
campesinas de Azuero en 1856). Panamá: Editorial Universitaria, 1980, 268 págs. Igualmente, en Pinzón Rodríguez, Milcíades. “Conservadores,
liberales y campesino en Panamá”; en REVISTA PANAMEÑA DE SOCIOLOGÍA. # 3.
Panamá: Imprenta Universitaria, 1987, págs. 27-42.
[4] Ver Archivo Parroquial del templo de Macaracas.
[5] Ver GACETA OFICIAL. Segunda Época, Año XVI, N° 3021, 20 de enero de
1919.
[6] Algunas notas históricas pueden
leerse en el ensayo de Oscar Velarde Batista: “Macaracas durante el dominio
colombiano. Notas históricas”, en REVISTA CULTURAL LOTERÍA. Edición # 540,
septiembre-octubre, 2018, págs. 6-22.
[7] El semanario cumplió en el año
2022 cien años de existencia. Estuvo dirigido por Juan Antonio Rodríguez R. y
como administrador tuvo a Francisco I. Rodríguez. La publicación es un venero
de información y debiera ser restaurada y digitalizada.
[8] 28 de mayo de 1887. Nace en Macaracas Ana María Moreno Del
Castillo, mejor conocida como La Niña Anita; hija de Manuel Balbino Moreno y
Ana Castillo de Moreno, residentes en la Villa de Los Santos. Los padres se
habían trasladado a tierras macaraqueñas para protegerse de la peste que en
aquellos años afectaba a la costa peninsular y una vez superada la amenaza
sanitaria retornan al poblado. La niña Anita fue una mujer piadosa que se
caracterizó por su amor y devoción a la Santísima Virgen, así como por su entrega
a labores en el templo a San Atanasio. Fue organizadora de la Semana Santa y la
celebración del San Juan de Dios, entre otras obras pías. Condecorada por el
gobierno nacional y la Santa Sede, falleció en su pueblo natal el 11 de
noviembre de 1977. En el marco del proceso que se sigue para proclamarla santa,
y dado que ha sido declarada Sierva de Dios, el 18 de julio de 2018 los restos
mortales fueron trasladados del cementerio santeño para ser inhumados en la
cripta que reposa en el templo a San Atanasio.
[9] 6 de agosto de 1894. Natalicio
de Elida Luisa Campodónico Moreno. Nacida en Macaracas. Hija de José
Campodónico y Josefa María Moreno, bautizada en esa población el 19 de febrero
de 1898. Estuvo casada con el pedagogo peseense José Daniel Crespo. Como
educadora la santeña desempeñó un papel relevante en la defensa de los derechos
de la mujer panameña. Ella está entre las primeras panameñas en adquirir un
título universitario en derecho, grado que lo obtuvo en la Escuela Libre de
Derecho, luego de sustentar su tesis, en el año 1935, sobre “La delincuencia de
la mujer en Panamá”. En su época fue partícipe de movimientos sociales en pro
de la educación nacional, así como de la valoración de la mujer panameña, como
ya queda dicho. Falleció en la ciudad capital de Panamá el 6 de enero de 1960,
justo cuando en su pueblo natal se conmemoraba la fiesta de la adoración de los
Reyes Magos.
[10] 24 de
octubre de 1901. Nace en
Macaracas Rafael Moreno González. Formación educativa primaria en la Villa de
Los Santos y secundaria en el Colegio La Salle. Estudios parciales de
odontología en New York. Realizó importante labor en pro de su pueblo natal en
los aspectos económico y culturales. Promotor de una planta colectora de
productos lácteos que ha tenido un profundo impacto en la zona montañosa de la
región del Canajagua. El colegio secundario de Macaracas lleva su nombre.
[11] 26 de febrero de 1919. Nace en
Macaracas Ovidio Díaz Vásquez. Hijo de José Casimiro Díaz y Elena Vásquez
Delgado. Destacado ingeniero civil, político y empresario santeño que ocupó
relevantes cargos, tanto en el engranaje gubernamental como en la empresa
privada. Fue dirigente estudiantil, obrero de la construcción, líder
empresarial, diputado y un conjunto de actividades en las que sobresalió como
ciudadano y hombre político. En su momento fue secretario general de la
Federación de Sociedades Santeñas, presidente de la Sociedad Panameña de
Ingenieros y Arquitectos, entre otras agrupaciones. Detalles de su vida pueden
leerse en su libro autobiográfica Cruzando
el río, texto que publicó en el año 1993. Falleció el 19 de febrero de
2022.
[12] 15 de marzo de 1911.
Nace en El Paradero del Mogollón de Macaracas, Rogelio “Gelo” Córdoba. Hijo
de Fermín Cortez (*7/VII/1893) y Gertrudis Córdoba. Músico y compositor que en
Panamá sentó las bases de la música de acordeones. En sus inicios fue
intérprete del violín, pero con posterioridad lo abandonó para ejecutar el
instrumento de pitos y fuelles. Director del conjunto Pluma Negra del que todavía se recuerdan sus gustadas
interpretaciones al estilo de Canajagua
azul y la más representativa de sus piezas musicales, El Mogollón, considerado el himno de la música de acordeones en el
Istmo. A los 48 años fallece en la ciudad de Panamá el 5 de febrero de 1959.
Sus restos mortales descansan en el cementerio de Pedasí, provincia de Los
Santos.
[13] José de la Encarnación Brandao Espino
era hijo de José de la Encarnación Brandao (1826-1891) y tuvo por pariente a
Píndaro del Carmen Brandao Ventura (bautizado en Las Tablas el 26 de octubre de
1870 y nacido el 17 de mayo de 1870). La madre de Píndaro fue Sirila Isabel Ventura,
casada el 21 de febrero de 1860. José de la Encarnación Brandao Espino, a diferencia
de Píndaro, nació en Macaracas y era hijo de Juana de Dios Espino, José
Encarnación casó en Macaracas con Clementina Castro el 17 de abril de 1922. Ésta
era hija de Teófilo Castro y Hortensia Moreno. Ambos personajes – Píndaro y José
Encarnación- se desempeñaron como
políticos ocupando puestos de relevancia social. Fueron firmantes, en su
carácter de diputados, de la Constitución Política de Panamá en el año 1941.
[14] Ver Gaceta Oficial, Año 1, # 8,
del 24 de marzo de 1904.
[15] Contraloría General de la República.
Censos Nacionales de 1950. Quinto Censo de Población, Vol. 1, cuadro 1.
[16] Pinzón Rodríguez, Milcíades.
“Agro y capitalismo en Los Santos. Las políticas estatales en la primera mitad
del siglo XX”, en REVISTA ANTATAURA. Chitré: Impresora Crisol S.A., 1987, pág.48.
[17] Según el Decreto Número 2 de
1922 (de 1 de julio). Publicado en la Gaceta Oficial #3976, Año XIX, de 9 de
agosto de 1922.
[18] Ver Gaceta Oficial, Año XIX, #
3976, de 9 de agosto de 1822. Confrontar artículo 2°
[19] Semanario El Eco Herrerano,
edición del 3 de junio de 1923.
[20] Pinzón Rodríguez, Milcíades.
LA INSTRUCCIÓN PÚBLICA EN AZUERO. Chitré: Impresora Crisol S.A., 1992, 84 págs.
¿Es acaso este maestro el sacerdote del mismo nombre?
[21] El Eco Herrerano, 27 de enero
de 1924.
[22] Pinzón Rodríguez, Milcíades. Op.
Cit., pág. 25.
[23] Gaceta Oficial, Año XX, número
4071 del 13 de enero de 1923.
[24] Gaceta Oficial, Año XX, número
4090 del 6 de febrero de 1923.
[25] El Eco Herrerano, 25 de julio
de 1931, pág. 2.
[26] El Eco Herrerano, 1925, pág. n/e.
[27] El Eco Herrerano, 31 de agosto de 1924.
[28] El Eco Herrerano, 18 de febrero
de 1923.
[29] El Eco Herrerano, 25 de marzo de 1903.
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