Acá, en la
región peninsular, estamos en la zafra del maíz, si se me permite el uso de la
palabra en este contexto. En nuestro caso arriban, mayoritariamente, los ngöbe,
quienes terminan pasando el estío en la calurosa costa oriental. Y, dicho sea
de paso, no en las mejores condiciones en su transitoria y estacional residencia.
En la región
azuerense la zafra es la expresión de otro problema mayúsculo; porque el
monocultivo del maíz ha terminado deforestando la región, problema ambiental al
que se suman la ya indicada caña de azúcar, la ganadería extensiva y cultivos
como el tomate. Y todo ello ha de lamentarse, porque la causa real de tal
desatino no radica sólo en la ausencia de educación ambiental, sino en un
modelo de desarrollo que empuja y atrapa al agricultor y ganadero en acciones
depredadoras.
La zona también
tiene otro tipo de zafra, representada en la sal que cuaja en las salinas. Pero
en esta actividad, a diferencia de las otras, el jornalero casi siempre es el
orejano, ya que cuenta con una experiencia que se remonta al arribo de los
españoles; quienes transformaron la tecnología indígena, hecho del cual tenemos
noticia. Así es, contamos con referencias sobre salinas desde el siglo XVI al
XX.
El salinero de
antaño era un experto del ritmo de las mareas y los ciclos de la Luna. Trabajo
muy duro, el de la limpieza de los destajos, que antaño se realizaba a puro
pulmón, hasta que el trabajador padeciera el famoso “clavo”, dolencia muscular
que lo incapacitaba por varios días.
La zafra es un
período de circulación de dinero, que coincide, igualmente, con el incremento
de las fiestas, ya sean patronales o de san Bolsillo. Lo cual deja en evidencia
que no se trata sólo de un período de recolección de productos, sino una
actividad que está ligada a la dinámica agropecuaria en tiempos de verano
peninsular.
Luego del
transitorio auge estacional, la economía entra en un sopor desde el mes de mayo
a finales de noviembre, en un ciclo que se repite año tras año y que parece no
tener fin. Aunque ha de advertirse que
la economía peninsular coexiste con el flujo de dinero que proviene mayormente
de las instituciones gubernamentales, sector en donde labora el resto de la
población, porción que crece día a día mientras se reduce el área agropecuaria.
En la región,
mientras surgen los centros comerciales, liderados por el capital asiático, el
aporte del sector agropecuario es reducido. Tales empresas comerciales resultan
llamativas en una zona en donde los centros de producción se reducen y tienden
a desaparecer, mientras florece el sector servicio.
Con un panorama
de tal jaez resulta claro que la zafra tradicional, tal y como la hemos
conocido, está entrando en fase de declive y desaparición; lo que implica, como
lo ilustra la de la caña de azúcar, que sólo se mantendrán aquellos cultivos
que logren mecanizarse.
¿Qué se hará la
mano de obra tradicional? Como quiera que no existe otra prometedora fuente de
empleo, al parecer se repetirán los flujos migratorios que fueron tan
característicos de mediado del siglo XX. Lo que demuestra que se ha acentuado
la estructura agraria de expulsión, ya que las políticas de Estado, si es que alguna
vez las hubo, no han logrado contener la emigración, con lo que ésta implica en
el incremento de los problemas sociales.
Y, al mismo
tiempo que la crisis se agudiza, los gobiernos de antaño y hogaño, amenazan con
implementar proyectos demenciales, como la minería a cielo abierto – caso de
cerro Quema-, que intenta apropiarse de recursos que no le pertenecen, profundizando
la destrucción ambiental en la tierra de Ofelia Hooper Polo y Belisario Porras
Barahona. Antes, el cultivo del grano precolombino era asunto del hombre peninsular
y, ahora, la minería quiere emular la zafra de granos, pero con degradantes pepitas
de oro cuya cosecha pasa a otras manos, mientras deja a su paso un reguero de
destrucción.
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