Mucha tinta se ha derramado al escribir sobre el 10
de noviembre de 1821, clarinada libertaria que pregona la autodeterminación de
los istmeños. Hito histórico que no solo habla de libertad, sino de
aspiraciones insatisfechas de quienes habitamos los campos irredentos; al punto
que ese modelo peninsular interiorano se erige tempranamente como sistema
contrapuesto al centralismo transitista que se inicia con la visión geopolítica
de Pedro Arias de Ávila, al constituir el eje Nombre de Dios-Portobelo-Ciudad
de Panamá con el que se inicia la hegemonía de los grupos que derivan su modus
vivendi de las crematísticas actividades del comercio.
Al contrario de la perspectiva indicada, a la Villa
de Los Santos, poblado fundado el 1 de noviembre de 1569, le cupo el alto honor
de resumir en su gesta patriótica la acumulación de eventos históricos que
eclosionan en el Grito Santeño y que reflejan la existencia del otro Panamá.
Ubicada estratégicamente en la sabana antropógena peninsular, sita a la vera
del más prominente río de la zona, desde la época colonial encontró en la productividad
agropecuaria el modo de vida que le vincula al avituallamiento de la población
residente en la antigua y nueva ciudad de Panamá. Y en ella, en La Villa, lentamente
se va constituyendo el grupo dominante de extracción agraria que a la postre intenta
retar la autonomía y el poder que históricamente se asienta en la zona céntrica
del istmo. Sí, porque hay mucho que comentar del período que se extiende desde
el Curato de Los Santos del siglo XVI al 10 de noviembre de 1821.
Pensar que el Grito Santeño es sólo la actitud
romántica de campesinos que sueñan con la independencia, implica desconocer los
verdaderos resortes económicos, sociales, culturales y políticos que esconde la
propuesta de independencia peninsular. La Villa es la visión de patria de una
identidad cultural que en la región forja el santeñismo y que para el resto de
la nación constituye el Panamá Profundo, encarnación política que resume el anhelo
de progreso material y espiritual. Si se me permite la metáfora, el Grito Santeño
termina siendo la saloma libertaria de los orejanos de las áreas interioranas.
Porque no es casual que ese empeño peninsular posea, también, como paladín libertario,
al natariego Francisco Gómez Miró y, además, encuentre terreno abonado en los
conatos insurreccionales del resto de los poblados ubicados al oeste de la
ciudad de Panamá, los que a su manera se hacen eco de las bolivarianas hazañas
libertarias.
De lo planteado se colige que existe una diferencia
cualitativa entre el 10 y 28 de noviembre de 1821. El primero, agrario, endógeno,
representativo de una nación que mira hacia sí misma; el segundo, comercial,
exógeno y globalizado, centrado en las apetencias foráneas. Y ya sabemos que el
28 terminó eclipsando al 10, al ratificar a Panamá como nación que mira hacia
afuera, más que hacia sus oquedades, con el agravante que ese pretendido cosmopolitismo
ha sido incapaz de comprender el mensaje trascendente del Grito Santeño; proeza
que no es sólo trinar de trompetas y golpes de tambor, sino la embrionaria propuesta
política del hombre de tierra adentro.
Los problemas del desarrollo contemporáneo tienen
parte de sus orígenes en esa dicotomía no resuelta, porque el país de todos no
puede continuar siendo la nación de unos cuantos; es decir, la lucha eterna
entre el intramuros y el arrabal. Desde aquellas calendas hemos olvidado que la
exclusión social genera conflicto y los diversos sectores sociales que pueblan
el Istmo continúan reclamando democracia económica y social. En efecto, así
como el intramuros capitalino creó el arrabal santanero, los herederos de la
indicada visión fenicia han querido enclaustrar al Grito Santeño, convirtiendo
al resto de la república en tunantes que se contentan con celebrar gritos,
grititos, chillidos y gemidos.
Comprendamos que el verdadero desafío del 10 de
noviembre no radica en la forma de la conmemoración, sino en el contenido
trascendente del mismo, en hacer posible los siempre postergados idearios de desarrollo
nacional. En efecto, la historia patria no debe olvidar los elementos
estructurales que la hicieron posible y que no pueden confundirse con la estéril
polémica sobre la existencia de Rufina Alfaro, la Marianne de los campos
panameños. Que quede claro, el Grito Santeño es el reclamo político de los
interioranos, esos panameños que aún esperan que la noción de patria, además de sentimiento, también sea
calidad de vida.
......mpr...
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