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24 diciembre 2018

¿QUÉ SE HIZO LA NAVIDAD OREJANA?

Campanillas veraneras
La Navidad campesina tiene su idiosincrasia, exhibe el rostro cultural propio de la visión del catolicismo, conjuntos de hábitos forjados durante siglos en un entorno geográfico que terminó por hacerse pollerón, cutarra y villancico. Tal es el caso de lo acaecido en Azuero, región en donde se vivía a plenitud el acontecimiento religioso; festividad de la que solo quedan algunas expresiones fragmentarias, tal y como acaece con los bosques de la amada península istmeña.
El indicado evento pascual, establecido a finales del año, coincide con la terminación del ciclo escolar y el inicio de la temporada seca; dando origen a un sentimiento colectivo que es mixtura de diversos factores que han sido determinantes en la cosmovisión del hombre peninsular.
La comunión entre hombre y naturaleza, que se extendió hasta las primeras décadas de la vigésima centuria, contribuyó a tal propósito. En efecto, a finales del mes de noviembre, en tiempo de santa Catalina, la estación seca se abría paso y los vientos alisios iban creando un ambiente regional de renovación espiritual que se vivía con regocijo y, en otros casos, se experimentaba como congoja. Sí, con la congoja, el agridulce sentimiento que conduce al arcano peninsular, con ese tenue pero lacerante dolor por las cosas de antaño y de la vida; melancolía que se presiente, pero que no se define y que se aloja en algún recodo del alma campesina.
Por aquellos tiempos la Navidad no era sólo la conmemoración del Redentor; resumía el encuentro con los valores judeocristianos, el reconocimiento de la renovación de la naturaleza y una especie de temor cuasi religioso por al año que habría de comenzar.
La creación -en árboles, vientos y flores- cantaba el arribo de la nueva temporada. Momento de epifanía, que no era solo la de Reyes, sino el anuncio mágico de una época por venir, esa misma que anuncia el moribundo calendario decembrino.
En realidad, en tiempo de mundialización, la transición estacional aún está cargada de tales cogitaciones encontradas, porque el hombre, en la coyuntura de final de año, casi sin percibirlo, muere para renacer en la alborada de la veraniega estación.
Y lo anterior no es nada nuevo en la cultura del hombre, lo peculiar radica en la destrucción que de su entorno ha realizado el habitante peninsular y las repercusiones de tal proceder sobre la concepción del ser colectivo. Porque al domeñar la herencia ambiental, el azuereño ha destruido el esplendor de los principales íconos con los cuales reconocía plenamente la transición entre estación seca y lluviosa, entre Navidad y Año Nuevo. Tales referentes de antaño ya no son similares, porque natura ya no tiene el encanto del ayer, y de manera apenas trémula se asoma al ventanal de la península de Goytía, Porras y Zárate.
¿Qué se hicieron la profusión de espino amarillo, guayacanes de montaña, madroños, campanillas veraneras y demás expresiones de la sierra y sabana peninsular? Esa flora que desde diciembre imprimía un nuevo rostro al entorno y forjaba el adviento que desde la pradera y los bosques acompañaban el arribo de del Redentor. Sin olvidar, claro está, que la apertura social y económica del siglo XX aceleró el proceso de secularización y generó la desacralización del mundo orejano que aún busca cómo llenar tal vacío existencial.
La acelerada destrucción de la cultura -esa otra expresión que ha sufrido la tala y deforestación de la modernidad- también coadyuvó a la desaparición de los villancicos, coros navideños, juguetes campesinos, nacimientos, gastronomía y otras vitales manifestaciones de la identidad cultural regional.
En consecuencia, desde los años setenta la sociedad se ha hecho mayormente hedonista, alienante y mercantil. Y en la búsqueda de un proyecto colectivo inexistente, el grupo humano peninsular ha terminado por llenarse con baratijas de la era moderna; y la vieja Navidad, aquella que estuvo cargada de humanismo, ha devenido en lo que tenemos, la exacerbación de la jarana y el mercantilismo; hechos banales que al disiparse aún dejan en el alma campesina el mismo lacerante interrogante: ¿Qué se hizo la Navidad orejana?

……mpr….



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