Campanillas veraneras |
La Navidad campesina tiene su idiosincrasia, exhibe el rostro cultural propio
de la visión del catolicismo, conjuntos de hábitos forjados durante siglos en
un entorno geográfico que terminó por hacerse pollerón, cutarra y villancico.
Tal es el caso de lo acaecido en Azuero, región en donde se vivía a plenitud el
acontecimiento religioso; festividad de la que solo quedan algunas expresiones
fragmentarias, tal y como acaece con los bosques de la amada península istmeña.
El indicado evento pascual, establecido a finales del año, coincide con la
terminación del ciclo escolar y el inicio de la temporada seca; dando origen a un
sentimiento colectivo que es mixtura de diversos factores que han sido
determinantes en la cosmovisión del hombre peninsular.
La comunión entre hombre y naturaleza, que se extendió hasta las
primeras décadas de la vigésima centuria, contribuyó a tal propósito. En
efecto, a finales del mes de noviembre, en tiempo de santa Catalina, la
estación seca se abría paso y los vientos alisios iban creando un ambiente
regional de renovación espiritual que se vivía con regocijo y, en otros casos, se
experimentaba como congoja. Sí, con la congoja, el agridulce sentimiento que conduce
al arcano peninsular, con ese tenue pero lacerante dolor por las cosas de
antaño y de la vida; melancolía que se presiente, pero que no se define y que
se aloja en algún recodo del alma campesina.
Por aquellos tiempos la Navidad no era sólo la conmemoración del
Redentor; resumía el encuentro con los valores judeocristianos, el
reconocimiento de la renovación de la naturaleza y una especie de temor cuasi
religioso por al año que habría de comenzar.
La creación -en árboles, vientos y flores- cantaba el arribo de la nueva
temporada. Momento de epifanía, que no era solo la de Reyes, sino el anuncio
mágico de una época por venir, esa misma que anuncia el moribundo calendario decembrino.
En realidad, en tiempo de mundialización, la transición estacional aún está
cargada de tales cogitaciones encontradas, porque el hombre, en la coyuntura de
final de año, casi sin percibirlo, muere para renacer en la alborada de la veraniega
estación.
Y lo anterior no es nada nuevo en la cultura del hombre, lo peculiar radica
en la destrucción que de su entorno ha realizado el habitante peninsular y las repercusiones
de tal proceder sobre la concepción del ser colectivo. Porque al domeñar la
herencia ambiental, el azuereño ha destruido el esplendor de los principales
íconos con los cuales reconocía plenamente la transición entre estación seca y
lluviosa, entre Navidad y Año Nuevo. Tales referentes de antaño ya no son
similares, porque natura ya no tiene el encanto del ayer, y de manera apenas
trémula se asoma al ventanal de la península de Goytía, Porras y Zárate.
¿Qué se hicieron la profusión de espino amarillo, guayacanes de montaña,
madroños, campanillas veraneras y demás expresiones de la sierra y sabana
peninsular? Esa flora que desde diciembre imprimía un nuevo rostro al entorno y
forjaba el adviento que desde la pradera y los bosques acompañaban el arribo de
del Redentor. Sin olvidar, claro está, que la apertura social y económica del
siglo XX aceleró el proceso de secularización y generó la desacralización del
mundo orejano que aún busca cómo llenar tal vacío existencial.
La acelerada destrucción de la cultura -esa otra expresión que ha
sufrido la tala y deforestación de la modernidad- también coadyuvó a la
desaparición de los villancicos, coros navideños, juguetes campesinos, nacimientos,
gastronomía y otras vitales manifestaciones de la identidad cultural regional.
En consecuencia, desde los años setenta la sociedad se ha hecho
mayormente hedonista, alienante y mercantil. Y en la búsqueda de un proyecto
colectivo inexistente, el grupo humano peninsular ha terminado por llenarse con
baratijas de la era moderna; y la vieja Navidad, aquella que estuvo cargada de
humanismo, ha devenido en lo que tenemos, la exacerbación de la jarana y el
mercantilismo; hechos banales que al disiparse aún dejan en el alma campesina el
mismo lacerante interrogante: ¿Qué se hizo la Navidad orejana?
……mpr….
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