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29 abril 2021

LA REGIÓN DE MARIABÉ EN 1587

 


Vista de Mariabé en 1948

En la península hay dos vocablos que el neófito en la zona suele confundir: Mariabé y Mensabé, ambos, al parecer, con reminiscencias indígenas y similitud en la grafía. Me ocuparé del primero de ellos, que nomina a un río y que también sirve para designar al poblado homónimo, perteneciente al distrito de Pedasí. El lugar que nos ocupa está casi a la vera del camino que conduce a la austral y turística población de Pedasí.

Sobre Mariabé hay poca información escrita, porque su historia apenas se conoce, y, como en otros poblados peninsulares, se acude a la tradición y a leyendas que se han forjado para dar sentido a la existencia del asiento poblacional. Sabemos que la ría cercana sirvió antaño como sitio de entrada para embarcaciones y hombres de mar que terminaron llamando puerto a la región en donde el río se interna en el mar. Algo parecido a lo acaecido con Pedasí, Guararé, Villa de Los Santos y Parita. Sitio menor es Mariabé, sin duda, pero que en su momento desempeñó un papel significativo en el avituallamiento de barcos.

Ya sabemos que son más numerosas las fuentes históricas sobre la región oriental de la península, especialmente en su parte media y norte, desde Las Tablas hasta Santa María de Escoria, en la puerta de entrada a la zona. Pues bien, leyendo hace poco el texto de Alfredo de Castillero Calvo (CONQUISTA EVANGELIZACIÓN Y RESISTENCIA, pág. 302, cita 483) me encuentro con un dato importante sobre la zona de Mariabé, la que paso, siguiendo a Castillero Calvo, a explicar.

Acontece que en el libro de Enrique Otte (CARTAS PRIVADAS DE EMIGRANTES A INDIAS, 1540-1616), que cita Castillero Calvo, aparece una carta fechada el 20 de marzo de 1587 en la que el escribiente, Celedón Favelis, se dirige a su padre residente en Madrid dando detalles sobre las peripecias sufridas en su azaroso viaje a Perú. Indica en la aludida misiva, que aquí se reproduce con la ortografía de la época, lo siguiente:

 “Parti del puerto de Panama para subir a Lima en compania del capitan Garcia de Paredes, aunque veniamos muy encontrados, jueves del octavario del Corpus Cristi, y fue un viaje de grandisimo trabajo, y donde pense morir de hambre y sed por muchas veces, porque a tres dias que salimos del puerto hubimos de arribar cuatro leguas de el en una isla que se llama Taboga, porque nos ibamos anegando, y el navio no podia andar de muy cargado, y hacia mucha agua, y fue necesario alijarle de mas de quinientas arrobas. Estuvimos en esta isla quince dias, donde se gastaba lo que Dios sabe, porque no habia sino gallinas que comer, y sin pan, y valia cada una a doce reales, y como el capitan no me daba de comer gaste mucho y hube de comprar algunas cosillas para meter. Asi yo como todos partimos de aqui y anduvimos cuarenta leguas, y porque otra vez nos ibamos anegando hubimos otra vez de arribar en un puerto en Tierra Firme que se llama Mariave (?), donde hallamos muchas terneras muy buenas, a diez y seis reales, y algunas gallinas, pero pan ni por un ojo, solo hallamos tortillas de maiz, que es el trigo de las Indias que llaman alia, pero es comida muy mala para quien no esta ensenado a ella, porque luego se hincha todo el cuerpo de granos y ronchas, y es comida que cria mucha sangre. En este puerto estuvimos diez dias, y fue necesario tornar a meter aqui matalotaje, porque ibamos muy faltos de ello, luego nos engolfamos, para tomar la costa del Peru, y lo que mas sentimos hasta tomarla fue tener desde que salimos de Panama todos los credos asi del dia como de la noche aguaceros sobre nosotros, que era lastima.”

El testimonio del viajero es importante para la historia regional y para Mariabé en particular. Tome el lector en consideración que 1587 es fecha temprana en la fase del poblamiento hispánico, si consideramos que los reductos indígenas de Parita y Cubitá fueron fundadas hacia 1558 y Villa de Los Santos, pueblo de españoles, en 1569. El hecho que se produzca el avituallamiento o matalotaje en Mensave (como lo escribe el viajero) indica que la conquista del extremo sur peninsular es más antigua de lo que se creía y que para aquellas calendas ya habían residentes morando en esos parajes dedicados a actividades agrícolas y ganaderas. Incluso aporta información sobre tópicos de la gastronomía campesina. En este sentido resulta muy afortunada la expresión: “…solo hallamos tortillas de maiz que es el trigo de las Indias…”

En lo atinente a Mariabé, el poblado santeño suma a su historia otra fecha que da testimonio sobre sus orígenes, constituyéndose en punto de partida a partir del cual ir edificando la historia comarcal y pone en evidencia la necesidad de adentrarnos en el estudio de toda esa región que se ubica al sur de la varias veces centenaria Villa de Los Santos.

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En las faldas de cerro El Barco, Villa de Los Santos, a 27 de abril de 2021

 

 


23 abril 2021

EL OREJANO DE PORRAS

 



Transcurría el mes de julio de1982 cuando me acerqué a la oficina de la profesora Paula Solís de Huerta – por aquellas calendas directora de la unidad académica- y le expuse la idea de editar el opúsculo del doctor Belisario Porras Barahona, que éste había redactado en Bogotá un siglo atrás. La simiente cayó en suelo fértil y en mi calidad de responsable de la dirección de Asuntos Estudiantiles y Extensión Cultural, que entonces jefaturaba, asumí l tarea de editarlo. El tiraje fue de mil ejemplares, impreso en la Imprenta El Crisol, empresa que ya desapareció para desdicha de la cultura herrerana.

En esa misma línea de pensamiento y preocupados por el desconocimiento de la investigación del hijo de Las Tablas, se publicó el primer boletín de la unidad académica al que se llamó, precisamente, El Orejano, cuyo ejemplar inicial vio la luz pública el 27 de abril de 1982 y el último en los meses de junio y julio del año 1991, luego de casi una década de publicación.

Justo para la redacción de este escrito he revisado los 75 números que reposan empastados en la biblioteca familiar. Al hacerlo he vuelto a tomar conciencia de que esa etapa histórica de nuestra universidad regional está documentada en las páginas a las que hago alusión.

Pues bien, a raíz de todo ello cavilo sobre las cosas que ha logrado el escrito que redactara el Hombre de Levita, El Kaiser tableño o para decirlo con la socarronería de los niños que en Las Tablas decimonónica fueron coetáneos de Belisario, de “Huevo de pava” como cariñosamente le llamaban, a lo mejor por los juveniles pecas en el rostro. Y es que en esta cultura peninsular nadie, ni Porras, se escapa al legado de los españoles del sur ibérico, añeja e inveterada costumbre de los hombres del antiguo Al Ándalus, es decir, la actual Andalucía de la que también somos herederos.

Es evidente que nuestra casa de estudios herrerana tiene el mérito de haber puesto de moda el vocablo orejano, término utilizado para referirse al sujeto de tierra adentro que creció en la sabana, cuando no en la sierra, mirando en la distancia las piruetas del ser que mora en la ciudad ubicada a la orilla del Pacífico, siempre ella con pretensiones de centro urbano y veleidades de urbe citadina.

Y toda esta situación tiene su encanto, no sólo en nuestra zona, sino en países como Argentina en donde lo orejano también asume su carga de exclusión y de olvido del hombre del campo. Por eso en la tierra de la inmensa pampa, Jorge Cafrune, al declamar El Orejano, imbuido de folklore y de aires vernáculos, pregona en el verso VIII  del poema gaullezco aquello de:

“Porque no tengo ni ande carme muerto,

soy más rico que esos que agrandan sus campos,

pagando en sancochos de tumbas resecas

al pobre peón que echa los bofes cinchando”

Lo de Belisario, en cambio, es la dura crítica soterrada, aunque elegante. La visión del texto, visto desde una perspectiva integral, es todo un requiebro desde las áreas interioranas; esa tierra que ha sido olvidada desde la conquista hasta el siglo XIX, cuando se escribe el alegato de la orejanidad; abandono que se prolonga con otros ropajes hasta nuestros días. Un trabajo de corte descriptivo, sin duda, pero lleno de mensajes que trascienden la aparente y bucólica remembranzas del autor.

El Orejano es un enfoque de antropología, folklorología, etnología y sociología del Panamá de ciruelas corraleras, canto de cancanela, repique de campanas, templos religiosos e improvisados tamboritos, luego del repello de la casa de quincha. Casi todo está allí contemplado, hasta las modalidades del habla interiorana que caen dentro de un enfoque lingüístico.

Desde siempre me ha interesado el ensayo en mención, por lo que el texto representa para nuestra región y el país, como eco sonoro de la identidad istmeña y de canto de la región en que hemos nacido. Aún más por la época en que se redacta, inicio de los años ochenta de la nonagésima centuria, cuando acontecimientos como la construcción del transitista caballo de hierro, las sublevaciones campesinas azuerenses de esa misma década del cincuenta, el intento de construcción del canal francés de los años ochenta están detrás de la redacción del famoso escrito surgido en tierras bogotanas, pero con la mente puesta en la tierra del Canajagua.

El nieto de Mime, casi sin proponérselo se convierte en testigo de la cultura de sus ancestros y deja plasmado en El Papel Periódico Ilustrado, que es la revista en la que aparece por vez primera, el retrato de una época, el conjunto de usos y costumbres del habitante interiorano, pero particularmente del sujeto que llamarán santeño, azuerense y herrerano. El mismo a quien le endilgan los motes de “campesino”, “patirrajao”, orejano, del otro lado del puente e, incluso, erróneamente y sin serlo, “cholo”.

Porras inaugura en el país una nueva modalidad en el estudio de la sociedad rural peninsular, porque antes que él solo encontramos referencias ocasionales, descripciones breves del hombre del campo, del ser mestizo creado por la fusión de españoles, indígenas y negros coloniales. Otra cosa es el Estado Federal de Panamá, enfoque político con pinceladas geográficas y las visiones del año 1792 del presbítero Juan Franco en BREVE NOTICIA O APUNTES DE LOS USOS Y COSTUMBRES DE LOS HABITANTES DEL ISTMO DE PANAMÁ Y SUS PRODUCCIONES. Documento en el que cura se solaza con informaciones de Chiriquí, Veraguas, ciudad de Panamá y el Darién, con énfasis marcado en los grupos indígenas. Sin duda heredero, Franco, de toda una cultura basada en las reducciones indígenas que marcaron los siglos XVI, XVII, XVIII y aún en los pródromos del siglo XIX, porque la antigua mita, la explotación minera y el camarico son instituciones que bordaron la génesis del hombre interiorano.

El Orejano se escribió justo a tiempo, cuando era necesario e imperioso, antes que la racionalidad de la temprana modernidad hiciera de la cultura campesina el objeto de la mofa de istmeños de “meollo endurecido” Afirma el tableño en el escrito: “Podrá creerse que por la palabra con que encabezamos estas líneas, que vamos a ocuparnos de los animales que no tienen la marca de su dueño…” Y hay en la cita una lección importante de quien asume su doctorado cuando no menos del 95% de sus paisanos no saben leer ni escribir. Admirable que se dedique a escribir sobre su gente, en el fondo orgulloso de su progenie, cuando en el siglo XXI no pocos, según el decir de los paisanos, les gusta “hablar por el colmillo”, anteponer la forma al contenido y renegar de sus ancestros.

En el Bicentenario de nuestra independencia de Panamá de España, con el portaestandarte del Grito Santeño del 10 de noviembre 1821, bien hace la Universidad de Panamá en editar la clarinada cultural de Porras. Honra la institución universitaria a su pueblo y envía a la nación un mensaje claro de que no es posible conmemorar las fechas relevantes únicamente a golpe de días de asueto y a son de jolgorios populares. A ella, a la Universidad, le corresponde ser la sede de la inteligencia, la cima, pero también la sabana de la sociedad y la cultura del país de Justo, Belisario, Manuel y Dora, así como de aquellos que desde el anonimato también hacen patria.

Así lo han comprendido los comités creados por la Casa de Méndez Pereira para conmemorar la excelsa fecha. Tanto más significativo si la primigenia iniciativa editorial tiene por sede la península de Azuero, región de usos y costumbres, pléyade de literatos, de orejanos ilustrados, con cutarras o sin ellas, y de campesinos que miran los barcos atravesar el canal mientras ellos esperan, desde antes de los tiempos de El Caudillo, una redención que no llega, aunque aún cargan sobre sus espaldas el motete de la cultura raizal.

A la sombra de cerro El Barco, Villa de Los Santos, a 12 de abril de 2021.

 

 

 

 

 

 

 


07 abril 2021

LA BANDERA LIBERTARIA

 



El pariteño Juan B. Sosa (1870-1920), que aparte de ser el padre del escritor Julio B. Sosa (1910-1946, recuerda la novela TU SOLA EN MI VIDA) también fue un destacado historiador nacional. Pues bien, el aludido publicó en la REVISTA NUEVA (Tomo V, # 6, págs. 901-904, de diciembre de 1918), un artículo titulado La bandera del Istmo en la batalla de Ayacucho. Allí deja claro que, luego de la independencia del 28 de noviembre de 1821, arribó a suelo patrio Francisco Burdett O’Connor (1791-1871), irlandés jefe del Estado Mayor bolivariano y militar de plena confianza de Simón Bolívar. Su presencia en Panamá, aparte de darle un espaldarazo al hecho emancipador, buscaba reclutar panameños para que formaran parte del llamado Batallón Istmo, el mismo que luego sería parte de la Batalla de Ayacucho del 9 de diciembre de 1824.

En este artículo Sosa cita al propio Francis Burdett O’Connor al referirse a la confección de una bandera bolivariana en tierra panameña; se trata del mismo pabellón que flameara, como dice Sosa, en el Cundurcurca como “la bandera gallarda de los libres”. Todo esto posterior a la Batalla de Matará (3 de diciembre de 1824) y la actuación destacada, junto al Batallón Vargas que dirigía, el capitán panameño José Antonio Miró, sobrino de Francisco Gómez Miró, personaje ligado al 10 de noviembre de 1821.

Escribe Francisco Burdett O’ Connor: “En aquellos mismos días fondeó en el puerto un buque procedente de la China, en el que compré un cajón de té y una buena cantidad de finísima seda con los colores del pabellón de Colombia amarillo, azul y colorado, de la que mandé hacer una hermosa bandera para mi Batallón Istmo”

Las referencias de O’Connor son relevantes en el estudio del pabellón que ideara Francisco de Miranda (1750-1816), enseña que luego se convertiría en la bandera de Colombia, Venezuela y Ecuador. La misma que flamea aún en tierra santeña y que se erige, cargada de historia y de simbolismos libertarios, en la zona istmeña en donde se proclamó por vez primera la independencia de Panamá de España.

El relato comprueba que la bandera tricolor (azul, amarillo y rojo) ya estaba en tierras istmeñas por aquellas calendas; y lo afirma nada más y nada menos, que una figura prestante del proceso de independencia de Latinoamérica. Lo ratifica el irlandés convertido en bolivariano que nos legó sus memorias personales, publicadas en 1895, bajo el nombre de Independencia americana: recuerdos de Francisco Burdett O’Connor.

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En las faldas de cerro El Barco, Villa de Los Santos, a 7 de abril de 2021.

 


02 abril 2021

EL VÍA CRUCIS DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE LAS TABLAS



La biblioteca es el depositario de la historia de una colectividad humana y muchas veces podemos valorar a una determinada sociedad basándonos en la biblioteca que posee, como indicador de la salud mental de la misma; al igual que la naturaleza de sus parques, templos, cementerios, escuelas o la conservación, en general de su patrimonio cultural.

La capital provincial santeña tuvo una biblioteca -la Carlos L. López- en la calle que conduce a la sede de una de las emblemáticas tunas del carnaval tableño: Calle Abajo de Las Tablas. En época de jarana popular por allí se agrupa el gentío en tiempo de la fiesta de Momo y la aludida sede de la inteligencia es sahumada por suspiros, ayes, cantos y pólvora.

Habrá ya algunos años esa casa de la cultura sigue cerrada, pero no por designios de Dios, sino por desidia humana. Porque cuesta trabajo creer que en todo este tiempo no se haya podido hacer nada para que abra sus puertas. Si transita por allí la verá mustia y llorosa, como apenada de tan lamentable postración cultural. Y no es que los que allí laboraban no la hayan amado -que me constan sus desvelos-, sino que ella es la víctima del proceder de quienes sostienen los hilos del poder, aquellos que todos lo miran pensando en las elecciones a cargo popular. Y como las bibliotecas no votan, no son sujetos de sus desvelos, si es que alguna vez los tuvieron.

Una ciudad como Las Tablas merece una biblioteca moderna, dotada de tecnología y las últimas producciones del género humano. Y no me refiero a la construcción de una casa de cuatro paredes, como es la costumbre, sino de un edificio que partiendo de su diseño arquitectónico, sea una invitación a disfrutar la estadía en ese lugar del conocimiento.

Yo no me avergüenzo de la que tuvimos, porque bien que la visité y encontré en ella no pocas joyas de la inteligencia humana, lo que lastima mi sensibilidad es verla cerrada por tanto tiempo, como si ella fuera un ente con lepra u otra pandemia. Porque preocupa no solo el mensaje que pregona su elocuente silencio, el desdén por los libros que simboliza, sino la imagen colectiva de una ciudad que no merece tanto desprecio.

Por favor señores del poder político, abran ya esa biblioteca, antes que Porras tengo que regresar para volver a escribir aquel famoso artículo del siglo XIX en el que se dolía de que en la ciudad de Panamá nadie leía.

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A la sombra de cerro El Barco, Villa de Los Santos, a 2 de abril de 2021.