El 8 de
septiembre del año que transcurre -2024- se cumplirá el primer centenario del
natalicio del profesor Moisés Chong Marín, nacido en el El Coco de La Chorrera, pero radicado en la ciudad de Chitré a finales de la década del
cincuenta del siglo XX, específicamente, desde el 2 de mayo de 1957.
Tuve noticias
de él cuando era estudiante del Colegio Manuel María Tejada Roca de la ciudad
de Las Tablas y leía con avidez sus libros de filosofía. En aquella época no sabía
que el autor residía en la capital herrerana, tan cercana al Guararé de mis
mocedades.
Luego, gracias
a ser integrante del Teatro Estudiantil Tableño, agrupación que mantenía
vínculos con el Colegio José Daniel Crepo, supe que era docente del colegio
chitreano. Debo confesar que ello me causó extrañeza, porque para aquellas
calendas tenía la impresión que los escritores eran personas que habitaban en
mundos distantes al mío, lejanos e ignotos.
Pasó el tiempo,
y al laborar en la sede herrerana de la Universidad de Panamá, establecimos una
amistad que nació de parecidas inquietudes intelectuales. Algunas veces, al
calor de una tasa del arábigo grano en la cafetería universitaria, dialogamos
sobre tópicos de interés común. Luego, también fungí como secretario administrativo
de la Universidad Popular de Azuero, que entonces regentaba Chong Marín.
La UNIPA,
porque tal era el acrónimo de la agencia de la cultura regional, fue el fruto
de sus desvelos. Porque al par de su exitoso desempeño como escritor de
historia y filosofía, la creación del centro cultural continúa siendo una de
sus mayores contribuciones a la península con apellido de colombiano
santanderista.
Aunque no se
puede negar que, desde antes de su deceso, acaecido el 11 de septiembre de
2010, ya Chong Marín era casi una leyenda en Herrera. Y esa visión sobre su ser
nacía de la fortaleza de su cacumen y de la existencia de un profesional que
supo dar lustre a su área de estudio. Él era una especie de rara avis en una
zona cuyas inquietudes estaban centradas en tópicos menos exigentes y más
perecederos.
La verdad es
que Moisés Chong Marín era un filósofo que mereció asumir desde sus inicios la
cátedra universitaria; aunque tuvo su oportunidad, tardía si se quiere, cuando
aparece el Centro Regional Universitario y surge la oportunidad de su desempeño
en un nivel de educación superior.
No voy aquí a
enumerar los textos que redactó, porque creo que son conocidos. Me basta con
señalar, para demostrar su copiosa producción, LA HOJA DEL LUNES, opúsculo que aparecía
siempre al inicio de cada semana, escrita en ambas caras, con un tema de su
predilección. Hasta donde recuerdo, fueron más de 1000 publicaciones y más de
dos mil carillas en las que compendiaba su sapiencia de hombre de letras. Y es
que el chorrerano no se detenía, porque escritos de su autoría también aparecieron
en revistas nacionales e internacionales.
La mayoría de
tales ensayos fueron escritos a máquina, de las de antaño, hasta que al final
de sus días evolucionó hacia el uso del ordenador. Por este motivo siempre me
he preguntado qué fue de ese conjunto de “hojitas”, las que, aparte de su
contenido, ejemplifican lo mucho que se puede hacer con la disciplina de
escribir a diario, temas no extensos, pero que con el tiempo forman tomos del
conocimiento, como en el caso de Chong Marín.
Además, y lo digo
firmemente, pienso que el respeto a la inteligencia ha de ser nuestro norte, al
par de la democratización del conocimiento. Y a ello añadamos el reconocimiento
a quienes, como el profesor Moisés Chong Marín, hicieron de su profesión un
altar, un sitio sacro ante el cual se arrodillan los espíritus iluminados.
Debo añadir que,
como parte de su cosmovisión y estilo de vida, Chong Marín tenía el hábito de
viajar a Europa y Suramérica, buscando tal vez una renovación cultural, en los
meses de vacaciones veraniegas. Se comprende, porque era una manera de lograr
una ruptura con la rutina peninsular y acercarse a las fuentes del pensamiento universal.
Lo que explica, también, que Chong Marín
haya escrito poco sobre Azuero, si se lo compara con otros temas de su
predilección. Y esto, claro está, para nada demerita su aporte, simplemente muestra
su predilección por otras temáticas.
A cien años de
su natalicio tal vez deberíamos recordarle como se lo merece, conmemorar el
centenario justipreciando su valiosa contribución intelectual y asignando su
nombre a la Universidad Popular de Azuero, agencia cultural que supo fundar y establecerle
los fundamentos institucionales.
Los que moramos
en la región hemos sido afortunados al contar con este docente que llegó a
nuestras tierras para sembrar en las mentes de las juventudes una manera
diferente de ver el mundo. Hacer que perdure su memoria, también es otra forma
de retribuirles sus desvelos y colocarle como emblemático personaje que hizo
del cultivo del intelecto un estilo de vida.
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