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06 diciembre 2009

NAVIDAD PANAMEÑA, ENTRE LO "LIGTH" Y LO OREJANO


Importa en este momento interrogarnos sobre el sentido de nuestra Navidad, sobre lo que ha acontecido con la misma desde la segunda mitad del siglo XX, porque indudablemente algo ha desnaturalizado sus esencias. Sobre este tópico hay dos dimensiones del fenómeno: los aspectos aparenciales de la misma y aquellos otros que guardan relación con el significado trascendente del suceso social.
Lo primero que conviene subrayar es cómo el fenómeno de secularización (de cambios sociales y culturales) ha arrinconando no sólo la fase del adviento navideño, sino que su influjo se prolonga más allá de la fecha del nacimiento del Redentor. En la fecha asistimos a una lluvia de estímulos sensoriales que atiborran el pensamiento del hombre y que le impulsan hacia un consumismo frenético y desbocado. Al parecer la Navidad tradicional ha sido desplazada por otra propia de un hombre de naturaleza “ligth”, quien el contrario de los tiempos pretéritos, la percibe como una festividad que tiene como portaestandarte el pino importado y la figura bonachona de Santa “Claus”. La nuestra es una Navidad pragmática, epidérmica y hedonista.
En diciembre este hombre quiera “gozar” del nacimiento del Señor, pero ese disfrute se entiende como el consumo de alimentos y de bebidas embriagantes. Esto también explica la borrachera de música que escuchamos en Panamá, una vez que traspasamos el “Mes de la patria”. En este punto hay otros aspectos que conviene dilucidar. Me refiero no sólo a los exotismos de ascendencia inglesa, sino a una Navidad que en nuestro país se ha tornado caribeña y, para más señal puertorriqueña. Quiero decir que lo jibarito se ha tomado lo orejano en la misma medida que las tendencias anglófilas han herido de muerte a los villancicos de los campos. Incluso la música de acordeones y las cantaderas no están exentas de ese influjo desnaturalizador.
Este trastoque de valores y aculturización se ha venido dando en nuestro país, con mayor grado de incidencia desde los años setenta de la pasada centuria; décadas cuando la radio y la televisión ampliaron su cobertura nacional e impusieron la Barbie sobre la muñeca de trapo, los juegos intergalácticos sobre la “yuntita de bueyes”. Desde entonces el panameño sueña con navidades nórdicas en un país tórrido. Y estamos ante un hecho social que trasciende la cuestión de clases sociales o de área geográfica en la que se habite, porque da igual vivir en Morro de Puerco que en Punta Paitilla; igual el istmeño abandona su creatividad de cuatrocientos años de quehacer cultural para vivir el inefable placer de sentirse, culturalmente hablando, parte constitutiva de un pesebre desechable y abochornado de los “cachitos” de los antiguos bosques.
Me parece que en toda esta barahúnda de cambios sociales y económicos, así como de “Navidad a la panameña”, late algo medular, más profundo que un simple cambio de hábitos sociales. La celebración de la festividad del Redentor, por mecanismos tan carentes de contenido, está poniendo en evidencia el profundo hueco existencial al que se asoma el panameño promedio. No sólo es una crisis de identidad nacional, expresa la carencia de un proyecto existencial como nación, la ausencia de derroteros y la existencia de un istmeño que no ha encontrado su proyecto de vida. Vida individual y vida grupal que acude desesperadamente al llamado de la fiesta para llenar la angustia interior que generan esos vacíos que de otra manera se convierten, interiormente, en incómodos silencios.
Si los almacenes y centros comerciales se atiborran de compradores, será porque algo buscamos que no encontramos entre la ropa, los perfumes y otras chucherías o baratijas contemporáneas. Es una lástima porque la Navidad se esfuma entre el pavo y el jamón, el ron ponche y los pequeños foquitos que con su titilar parecen advertirnos lo distante que nos encontramos de las navidades de antaño; esas que eran orejanas, panameñas y cargadas de humanidad.

…mpr…
Dic. 2009

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