PATRIA. La tierra en la que reposan las osamentas de los ancestros, el seno que amamantó nuestra infancia y la brisa regocijada entre la cabellera de los bosques. Campesino, empresario, obrero y administrador de la cosa pública. ¡Ah!, pero si la patria fuera justicia, democracia y pan; salud, vivienda y trabajo, entonces la patria sería la madre de todos y no la demagogia en la que se refugian los que pregonan sus sentimientos, pero le clavan el viejo puñal aunque ella les da de comer en su mano.
En esta ocasión me propongo reflexionar sobre el mensaje dulce y amargo que esconden las efemérides patrias. Por algún motivo quiso el Altísimo que a la altura de noviembre los panameños celebráramos las principales fechas del calendario de la nacionalidad. Hago referencia al 3, 10 y 28 de noviembre, hitos históricos que al final de cuentas son los que concitan la atención de los istmeños y los que en verdad se constituyen en emblemas de la nacionalidad.
Parto reconociendo que el Istmo siempre ha sido país y nación de tránsito, como en su momento planteara al Maestro de Juventudes, el aguadulceño Dr. Octavio Méndez Pereira. Esta realidad no es nueva, porque algo de ello existe en prohombres del Siglo XIX como el Dr. Justo Arosemena, el general Buenaventura Correoso y en la promesa que para aquella época fue el tableño Dr. Belisario Porras Barahona. Sin embargo, lo que deseo plasmar es que desde fechas tempranas se fueron forjando dos países dentro de uno. De una parte el Panamá Transitista que respondía a interés foráneos, expresado en el eje colonial de Nombre de Dios-Portobelo-Panamá y, esa otra parte que por algún motivo se denominó el Interior Panameño; vale decir, las circunscripciones administrativas ubicadas al oeste de la Ciudad de Panamá, a las que debemos añadir, el Darién histórico, hacia el este.
Plantear la situación ístmica de esta manera supone reconocer implícitamente la existencia de dos mentalidades. La una mercurial, directamente dependiente de la economía mundial y, la otra, menos cosmopolita, más rural y forjadora del alma cultural del panameño; la que tendrá que cargar con la cultura nacional, material e inmaterial, que a la postre forjará la panameñidad.
Recordemos que durante el Siglo XVI y XVII se forja el Panamá Transitista, pero el Panamá Orejano no logra mostrar su faz hasta el Siglo XVIII y expresarse políticamente desde los siglos XIX y XX. Claro que con anterioridad a tales centurias ya existen contradicciones entre los grupos económicos que las representan. En el primer caso, la economía es de servicio y comercial, mientras que en el Interior la base económica es agropecuaria y volcada casi toda sobre sí misma.
De lo dicho se colige que los sucesos de noviembre no pueden dilucidarse sin comprender este marco socioeconómico en el que se dan; situación a la que debemos añadir un contexto internacional en el que se abren paso, desde la segunda mitad del XVIII, un conjunto de ideas liberales que pregonan la libertad del hombre y la puesta en valor de los derechos humanos que logran abanderar la Revolución Francesa y la Revolución Norteamericana.
De las tres fechas históricas que arriba he anotado (3, 10 y 28 de noviembre), la primera y la última recogen la propuesta del Panamá Transitista, mientras que el segundo intento busca imponer al transitismo la visión e interés de los hombres del campo. He llamado a este último bloque el Panamá Orejano. En efecto, el 10 de noviembre de 1821 expresa los intereses económicos y políticos que ya encontramos en variados documentos históricos que reposan en el Archivo de Indias y en donde, desde Natá y La Villa de Los Santos, se piden excepciones y mercedes a la Corona Española, lo que demuestra la génesis de un tímido autonomismo regional. El segundo de los ejes económicos y políticos, aunque menos estructurado que el primero, lo constituyen La Villa-Natá, lo que explicaría el apoyo natariego al Grito Santeño. En efecto, Natá, además de su abolengo colonial, tuvo más en común con La Villa que con la Ciudad de Panamá.
Luego, podemos afirmar que la cultura nacional viene a estar atravesada por dos proyectos de nación: la transitista y la orejana. El Panamá que mira hacia el resto del mundo y el otro Panamá que insiste en mantener sus rasgos socioeconómicos y que se resiste a perder su identidad cultural; lo cual no implica necesariamente que un proyecto viva divorciado del otro, sino que se influencian recíprocamente, aunque pugnan por mantener su propia dinámica. Además, a esta dicotomía nacional, hay que añadir la influencia cultural de los aborígenes del Istmo y el influjo del resto de las minorías que configuran la nación, es decir, las étnicas indígenas y los inmigrantes extranjeros: chinos, hindúes, italianos, hebreos, españoles, etc.
Sumemos a todo lo planteado los afanes expansionistas de España, Francia, Inglaterra y Estados Unidos de Norteamérica y tendremos resumido el amasijo de penetraciones culturales, así como de poderes que han pretendido hacer de Panamá una prolongación de sus intereses imperiales. Sin embargo, lo hermoso de todo ello ha sido la capacidad de resistencia del hombre panameño; su deseo de mantener los rasgos culturales que le han definido. En este sentido el siglo XIX supo de las luchas istmeñas por hacer de la nación panameña un Estado-Nación independiente, aguijoneado en la vigésima centuria por la presencia norteamericana en la antigua zona del canal.
En la presente centuria, así como en la que antecede, la nación vivió un proceso de transformaciones sociales que han trastocado las formas de vida del hombre panameño. La construcción del canal norteamericano tuvo un impacto sobre la economía, el alma y la cultura panameña que ha sido cantado por nuestros trovadores (vernaculares e intelectuales), sublimado en décimas y poesías panameñas, plasmado en ensayos y hecho sonido de acordeón en las áreas interioranas.
Teniendo como base esta estructura previa, asistimos en las primeras dos décadas del Siglo XXI al trastoque y simbiosis cultural del Panamá Transitista y el Panamá Orejano; al parecer se impone el primero y agoniza el segundo. Este acaecimiento nos catapulta a una renovada era histórica, a un encuentro de culturas, economías, ideologías e incidencia de los medios de comunicación. En síntesis, a una socialización en la que los patrones de convivencia de antaño no logran dar respuesta a los desafíos contemporáneos. Por ello no debe extrañarnos que el panameño viva en una sociedad que lo aliena y le induce a pensar que su proyecto de vida se reduce a las cumbias de nuestros acordeonistas, el encanto de un concurso televiso, la gloria efímera de un reinado de carnaval o a la cursilería de lucir el último blackberry.
Acontece que como la reversión canalera ya se produjo y los norteamericanos ya no moran en la zona del canal, los panameños nos hemos quedado sin banderas que nos unan, sin ese vecino con quien pelear y al parecer hemos dirigido nuestras rabietas contra nosotros mismos. Por eso hemos vivido la eterna crisis política contra los norteamericanos, los militares o con los regímenes democráticos post invasión. Luego de que los próceres y los istmeños del Siglo XIX y XX, con todos los errores que podamos endilgarles, nos dieron una patria libre, la nacionalidad panameña anda a la deriva, como ese niñito que se extravió en una fiesta de adultos y espera encontrar al padre que le señale el sendero que calme su seguridad interior.
La tragedia de la nación radica en que luego de tantas luchas históricas, desgastamos nuestras energías en una eterna diatriba entre nosotros mismos. Al inicio del Siglo XXI no tenemos proyecto de nación y nuestro jóvenes no atinan a encontrar el sendero de su proyecto de vida, porque éste, nos agrade o nos disguste, debería formar parte de la visión de país que no tenemos. Quiero decir que aunque el país crezca no necesariamente se desarrolla. Haber alcanzado un 9% de crecimiento económico con un tercio de población pobre y más del 90% de los indígenas en la pobreza, realmente no debería enorgullecer a nadie.
Lamentablemente, para muchos la nacionalidad no es un asunto que les quite el sueño, porque siempre rehuimos los problemas axiales de la nación echando mano de una frase hecha: “Ese no es asunto mío”, “Los políticos todos están cortados con la misma tijera”, “Barriga llena corazón contento” y “Que cada uno viva su vida”. Esa inconsciencia del panameño nos está haciendo mucho daño, ya se trate del gamonal político o del hombre de la calle.
Miremos tan sólo lo que acontece con las efemérides de noviembre. Luego de un siglo de vida republicana aún estamos corrigiendo nuestro escudo patrio. Por allí pululan una cantidad exorbitante de festividades que pregonan a voz en cuello ser los auténticos proclamadores del famoso grito independentista. A veces pienso que hemos confundido el mes de la patria con una celebración del carnaval; porque así como cada pueblo luce su soberana, en la misma medida enarbola y reclama su pendón separatista.
Yo creo, sinceramente, que no hemos tomado conciencia del daño irreparable que estamos haciendo a las nuevas generaciones cuando las inducimos a creer que somos patriotas porque conmemoramos la fecha bajo los acordes melodiosos de un acordeón o el sonido estridente de la discoteca. Y pensar que la escuela panameña se deja hechizar por el canto de sirena de una efímera y transitoria moda musical, despreciando a los cantos patrióticos que fueron el norte de muchas generaciones.
No hay nación panameña sin raíces históricas, ni futuro que se construya desoyendo el murmullo de la corriente del río, la décima que canta los sentimientos de los orejanos y el pendón tricolor que flamea sobre los cerros mayestáticos de las cordilleras del Istmo. Olvidar a Justo Arosemena, Belisario Porras Barahona, Octavio Méndez Pereira o a Juan Demóstenes Arosemena ha de convertirse en un pecado nacional; en la misma medida que no podemos renunciar a la pollera, al montuna, la mejorana, el Corpus Christi, la danza de los congos, la balsería gnäbe-buglé, las molas de los grupos dules y la artesanía emberá- wounaan.
Si durante esta centuria hemos de continuar siendo nación, el Istmo ha de sentirse orgulloso de sus raíces, sin complejos de aldeanos, pero aspirando a que la cornucopia de la riqueza se vierta sobre las mayorías nacionales. Porque si antaño nuestros antepasados supieron estructurar su proyecto de nación, en un Panamá que apenas si podía mostrar un pírrico alfabetismo, sería imperdonable que los hijos de la cibernética y del ciberespacio perezcan, desaparezcan del concierto de las naciones, simplemente porque no lograron ponerse de acuerdo entre ellos y porque no fueron capaces de leer los signos de los tiempos.
....mpr...
Disertación el 1 de noviembre de 2010 en el Ministerio Público de la Ciudad de Las Tablas
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