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30 noviembre 2010

PORRAS DE REGRESO A SU PUEBLO


Cédula de identidad personal del Dr. Porras
Me confieso porrista, porque siempre he admirado la trayectoria de vida del Caudillo Tableño. El Dr. Belisario Porras Barahona es, sin duda, el mayor estadista que ha tenido nuestra novel república istmeña. Y no es que el infrascrito niega o desconozca el aporte de otros panameños notables, lo que estimo es que el santeño supo ser un verdadero rector de la cosa pública, más que un mero presidente (que en nuestro país los hemos tenido como racimos de pipa). Porras tuvo una educación envidiable en una época cuando aquello no era la norma de la sociedad y la cultura panameña; poseedor de un doctorado de la capital colombiana que para entonces era la “Atenas de América”, mientras el analfabetismo istmeño superaba el 90% de la población nacional. Sin duda mucho tuvo que ver en ello la visión de su padre, el Dr. Demetrio Porras Cavero, quien le llamó desde las alturas de Cundinamarca, para que su hijo desde la tierra costeña remontara la desembocadura del Magdalena y estudiara en los mejores claustros de la capital cachaca.
Hay otra faceta que admiro de mi paisano santeño, ha saber, que no obstante su formación intelectual, nunca renunció a sus orígenes campesinos y, por el contrario, una de las primeras empresas intelectuales que emprende, en la década de los ochenta del Siglo XIX, fue un extraordinario alegato en defensa de su cultura interiorana. Me refiero a El Orejano, el mejor ensayo etnográfico, antropológico y sociológico sobre el hombre del campo panameño que podemos encontrar en el Istmo para aquellas calendas. Porque antes de este opúsculo la bibliografía no registra otro aporte que desde la Península de Cubitá se constituya en una acuarela de la cultura campesina, relato de dignidad y de defensa de la identidad cultural del Panamá que huele a guayaba y se expresa en arpegios de mejorana. El tableño es el primer intelectual orgánico de la orejanidad.
Aclaro que en este reducido espacio no puedo ni pretendo realizar una apología sobre el creador de códigos nacionales, constructor de hospitales y de carreteras, defensor del patrimonio histórico, zapador ambientalista, embajador, político, poeta, etc. Y digo que aquí no cabe porque esa labor ya la han realizado mentes brillantes como la del Dr. Manuel Octavio Sisnett, su mejor biógrafo, en su obra Belisario Porras o la vocación de la nacionalidad. Al hablar sobre Porras persigo otro objetivo, en este año en el que recordamos que hace más de una centuria y media (1856), nació este panameño genial.
En efecto, creo que ha llegado el momento de permitirle al tableño retornar a su pueblo natal; han transcurrido más de seis décadas desde su fallecimiento (28/VIII/1942) y aún el mausoleo santeño, construido especialmente para él, espera sus restos mortales. Pienso y siento que es un acto de justicia para con el hijo de Juana Gumersinda Barahona, para el orejano ilustrado que en los últimos años de su vida no quería retornar a la capital de la república y disimulaba una lágrima mientras mecía a sus nietos con la vista puesta en las casas de quincha. Sencillamente no me parece justo para con su orejanidad, vida y raíces. Porque no se trata de pensar en las supuestas implicaciones que tendría el que sus restos mortales reposen en una distante capital de provincia, como alguien podría colegir, y que por ello no recibía el homenaje que se merece. El argumento me parece banal, porque la grandeza de Porras no radica en donde reposen sus huesos, sino en su indiscutible legado a la cultura nacional. Sostengo que el Dr. Belisario Porras Barahona debe regresar a su pueblo, no porque fuera tableño, sino porque durante su trayectoria de vida abanderó un proyecto de nación centrado en el rescate y desarrollo del Panamá Profundo. El constructor del Estado-Nación debe dormir eternamente junto al Canajagua y ello es un acto de justicia que no puede ser opacado por ningún otro razonamiento.
El mausoleo dedicado a Porras está situado justamente sobre el solar en donde antiguamente estaba la casa de sus antepasados, a pocas cuadras de la escuela que construyó para su pueblo, enfrente del antiguo parque que supo de su visión de estadista y muy próximo al templo de Santa Librada. Como el desarraigo y la cabanga han sido dos elementos psico-culturales con los que ha tenido que lidiar el hombre del Canajagua, hagamos del retorno de Porras a tierras tableñas un acto lleno de patriotismo y, más que un evento pletórico de emotividad, un momento para repensar y retomar los derroteros patrióticos que nos legó el orejano istmeño. Incluso más allá de las razones aludidas, culturales y políticas, el regreso de Porras a Las Tablas es un acto de profunda piedad cristiana.
....mpr...

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