Los que
habitamos esta península con apellido de colombiano santanderista, que ha dado
en llamarse Azuero, nos enorgullecemos de nuestras tradiciones. En efecto, nos
agrada afirmar que moramos en la "cuna del folclor" e insuflamos nuestros pechos con evidente orgullo.
Así las
cosas, lo que importa ahora dilucidar es si, efectivamente, eso que denominamos
como folklore corresponde en propiedad a lo que éste debe ser. En lo que a
nosotros concierne, hemos insistido con vehemencia en que, en las últimas
décadas, ese vocablo ha servido de excusa para ocultar un conjunto de eventos
que se etiquetan como tales cuando en realidad son una burda caricatura del
hecho folklórico. En el presente la alteración de dicho fenómeno ha adquirido
tal proporción que, una cantidad no despreciable de la población, se involucra
y defiende la comercialización de actividades que, vistiendo ropaje folklórico,
a lo sumo podrían denominarse como de proyección folklórica. Tal es el caso de
las llamadas cantaderas y los denominados bailes típicos.
En el año
1983, en una investigación que ha propósito se realizó, se demostró que sólo en
la Provincia
de Los Santos ese folklorismo alienante condujo a la realización de 726 bailes
al año; todo ello sazonado con 118 cantinas, 43 bodegas, 6 distribuidoras de
licores y 92 salas de bailes permanentes. Por otro lado, para esa misma fecha,
la provincia no podía mostrar una media docena de bibliotecas públicas y el
censo de población indicaba que hasta el año 1980 habían tenido que abandonar
la tierra de Belisario no menos de 45,000 santeños. En lo que concierne a la Provincia de Herrera, no
deja de ser sintomático que los guarismos estadísticos nos confirmen que el
herrerano consume más seco que leche.
Se trata,
pues, del hecho indudable de que en el caso azuerense el folklore ha sido
adulterado y convertido en mercancía. A todo ello, las principales autoridades
guardan un silencio sepulcral, temerosas de hacer frente a los grandes
intereses económicos que siguen empeñados en mantener a nuestra población en
una permanente borrachera de "folklore" y de tradiciones mal
entendidas.
Sin duda
los tiempos cambian, y con ellos la cultura de los pueblos. El folklore ha de
ser anónimo, tradicional, plástico, prelógico, no institucionalizado; tales son
algunas de las características que lo definen. Precisamente la plasticidad que
posee es la que le permite adaptarse a la nueva época, pero, dejémoslo bien
claro, sin menoscabo de sus esencias. Su natural plasticidad es algo muy diferente
a la aberrante adulteración que en nuestro medio se ha ensañado sobre la
sabiduría popular que, en síntesis, es el folklor.
.....mpr...
(1998)
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