En
otro momento he sostenido que la Villa de Los Santos es la capital histórica de
Azuero. Tal axioma tiene su razón de ser, porque la población santeña se lo ha
ganado en los trescientos cuarenta y seis años (346) que transcurren entre el 1
de noviembre de 1569 y el 18 de enero de 1915, fecha cuando la Ley 17 divide la
provincia de Los Santos para dar paso a otra jurisdicción administrativa
regional, la provincia de Herrera.
La
verdad es que la Heroica Ciudad siempre fue rebelde, desde el mismo acto
fundacional hasta el grito santeño de 1821, sin olvidar las sublevaciones
campesinas de 1856, con don Pedro Goytía Meléndez como adalid del liberalismo
peninsular. Mirar hacia atrás es recordar el Curato de La Villa, como se le
llamó a la jurisdicción religiosa que en el siglo XVI da forma y aglutina la
zona administrativa en la que se cobija el santeñismo como estilo de vida y
forma de ser. En efecto, aquí florece la cultura que desde el Macizo del
Canajagua se extiende hacia las sabanas de la costa oriental; luego corre
presurosa hacia punta Mala y avizora la geografía desde la cumbre de Morro de
Puerco, elevación que se complace en otear al Tijeras lejano y al cercano
promontorio de El Tebujo bajocorraleño.
En
el cuadrilátero geográfico de 80 kilómetros de ancho por 100 de largo, la vida
floreció a la vera de múltiples corrientes de agua que al besarse con el océano
Pacífico constituyen fértiles rías que hemos dado en llamar puertos. Y entre
esos ríos se encuentra la corriente que recorre más de cien kilómetros. Los
indígenas le llamaron Cubitá y a su verá se fundó el pueblo de la Villa de Los
Santos; y ha sido tan famosa la ciudad colonial, que terminó por prestarle su
nombre al río. Desde entonces, por costumbre, se le continuó llamando río La
Villa, y así se ha perdurado.
Por
varias centurias las tierras que se inician en la actual Divisa y se extienden
hacia el sur, siempre estuvieron marcadas por el influjo del poblado de Los
Santos; de hecho, la península pudo llamarse de esa manera, sin ningún problema.
Porque lo cierto es que existe una unidad cultural, histórica, geográfica y
sociológica que nos ha distinguido siempre. Otra cosa son las circunscripciones
administrativas que legó el siglo XIX y que ahora se conocen como Azuero y
Herrera. Sin embargo, el santeñismo es más antiguo y tiene el añejo sabor de
las cosas viejas, esas que se forjaron desde el siglo XVI y se prolongan hasta
los tiempos contemporáneos.
Tenemos
que afirmar, sin complejos de ninguna naturaleza, que el poblado fundado el 1
de noviembre de 1569, conocido como la Villa de Los Santos, siempre ha sido el
paradigma urbano de la región. Me refiero a que ha servido de modelo para el
resto de la península, porque aquí se radicó la sede del poder político,
administrativo, económico y social de la zona. La Villa era el epicentro de la
vida urbana y aunque nunca alcanzó a tener población de gran urbe -porque ni la
ciudad de Panamá lo era para aquellas calendas- casi todo se decidía en esta ciudad,
el más importante sitio peninsular de la Colonia y del período de unión a
Colombia. Incluso, cuando a mediados del siglo XIX se producen sublevaciones
campesinas, las calles de La Villa supieron del tropel de caballos, chopos, gritos
de paisanos que reclamaban libertad para el general Pedro Goytía Meléndez, luminoso
liberal preso en las mazmorras o ergástulas del poblado.
Quien
ha estudiado el devenir histórico del emplazamiento urbano que se ubica a la
vera del antiguo río De Los Maizales, no puede negar la relevancia del poblado
de la mítica Rufina Alfaro. Nada le era extraño a La Villa, porque de alguna
manera la península era el reflejo de ella misma; con sus curas, alcaldes y
familias hegemónicas.
Llama
la atención que en tiempos actuales algunas voces intenten opacar el brillo de
la gema histórica que es la ciudad santeña. Para quienes así obran, allí está
la historia que es el mejor testigo de la relevancia del sitio en donde moró
la señorita Ana María Moreno Castillo, la Niña Anita, personaje religioso que
resume en su biografía el rol del cristianismo que se instauró al arribo de los
españoles y cuya difusión debe tanto a la Ciudad Heroica. Porque, en el fondo, la
religiosa santeña es el acumulado histórico que se hace carne desde el templo a
san Atanasio, esa joya del siglo XVIII que con retablos y estructura física pregona
que La Villa no era un pueblo común y corriente.
Si
hay algo que se deriva de leer gruesos libros, revisar archivos parroquiales y
nacionales, es la certeza de que el hoy no puede ser explicado sin el ayer. Por
eso el 10 de noviembre de 1821 no es una invención de los próceres, la herencia
graciosa de un personaje llamado Rufina Alfaro, sino el grito de la historia,
el llamado de generaciones que se remontan a los tiempos de Francisco Gutiérrez
e incluso más atrás en las familias desparramadas sobre la sabana peninsular.
Basados
en esta perspectiva histórica documentada, no inventada, es como podemos comprender
la génesis del más libertario de los gritos nacionales. Por ello, casi que
obligatoriamente, una gesta como la indicada tenía que producirse en la tierra en
donde también nació el presbítero Domingo Moreno Castillo. Y hay otra razón que
milita a favor de lo que planteamos, en la Heroica Ciudad residía el grupo
humano más instruido y contaba con la lucidez del sacerdote José María Correoso
Catalán, quien no tuvo temor en sumarse a los postulados de la ilustración
francesa y respaldar la gloriosa fecha.
Por
las razones que vengo exponiendo, se comprenderá que la herencia del 10 de
noviembre de 1821 es un legado que las generaciones de antaño y ogaño no pueden
mirar con indiferencia. Los santeños y los panameños en general, estamos ante
el irrenunciable deber de ubicar el acontecimiento histórico en el pedestal que
se merece. Porque lo que hagamos a su favor fructificará en conciencia de
patria, así como lo que dejemos de hacer se traducirá en abulia popular,
disminución de la autoestima colectiva y pérdida de valores ciudadanos.
Tanto
la clase político como la sociedad civil deben comprender que un acontecimiento
de tamaña envergadura no debe estar sujeto a los vaivenes político-partidistas,
así como a los caprichos de quienes solo ven en el acontecimiento la rumba de
desfiles, voladores, acordeones y bebidas embriagantes.
Hay
una pregunta que taladra las conciencias y que como un tábano de la dignidad
patria reclama respuesta. A saber: ¿Qué queremos y esperamos los santeños, y
panameños en general, del 10 de noviembre? Y la respuesta a esa inquietud
tenemos que encontrarla en la soledad de la conciencia, del amor patrio y la
responsabilidad ciudadana.
El
10 de noviembre también es un sentimiento, el orgullo de sentirse herederos de
héroes, pero también ha de traducirse en un sistema organizativo que impida que
el evento histórico se desnaturalice y termine por ser consumido por la rutina.
Y justamente por esta razón surgió el Patronato 10 de Noviembre, para que el Grito
Santeño siga alumbrando los caminos de la libertad, la identidad cultural y la
democracia como filosofía y forma de gobierno.
Los
miembros del patronato comprendemos que la misión trasciende la celebración de
la fecha y no se agota en la organización de un desfile que tiene que continuar
siendo majestuoso y valorado por la comunidad. Por eso, un grupo de santeños
trabaja afanosamente en la propuesta que permita la lucidez de los desfiles,
pero también el fomento de la investigación de la fecha memorable, el fortalecimiento
de aspectos académicos y la puesta en práctica de una docencia que ilustre a
jóvenes y adultos sobre la relevancia del acontecimiento.
Si
embargo, si aún alguien posee alguna duda sobre lo que aspira el Patronato del
10 de Noviembre lo resumo en los siguiente objetivos:
.
Fortalecer la celebración del Grito Santeño.
.
Crear un sistema institucional que perdure en el tiempo y que aleje a la
celebración de los vaivenes político-partidistas.
.
Asumir la organización, la investigación y la docencia del evento.
.
Estimular a la sociedad política y civil para que se sienta partícipe de un
acontecimiento histórico que le pertenece.
.
Conmemorar el Bicentenario del Grito Santeño, hecho que acaecerá el próximo 10
de noviembre de 2021.
Nada
de lo propuesto será posible sin el concurso y apoyo comunitario, la empresa
privada y la clase política. Aspiramos a que lo más pronto posible el Grito
Santeño cuente con la ley que establezca una partida presupuestaria que
resuelva de una vez por todas el viejo problema del financiamiento del evento.
Hacemos
un llamado para que todos construyamos una nueva manera de ver el 10 de
noviembre de 1821 y no seamos sólo espectadores del acontecimiento. La defensa
del Grito Santeño es un compromiso de patria, porque la fecha más relevante del
calendario histórico de la nacionalidad cumplirá próximamente doscientos años
de existencia. Organización, compromiso y defensa, tales son los desafíos que
nos esperan, tareas de las que hacemos partícipe a la comunidad regional y
nacional.
Milcíades
Pinzón Rodríguez.
Disertación
el sábado 27 de enero de 2018 con ocasión de la toma de posesión de la
directiva del Patronato del 10 de Noviembre. Acto realizado en el Museo de la
Nacionalidad de la Villa de Los Santos.
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