Durante más de dos décadas grupos organizados de la peninsular región azuerense se han opuesto a la explotación minera en cerro Quema, el promontorio que eleva su cima a 959 metros sobre el nivel del mar y que se ubica en el corazón de la tierra de Belisario, Zoraida y Manuel. Sin embargo, esos justos reclamos han recibido el silencio de gobiernos cuya coyuntural postura depende del precio del oro en el mercado y de las apetencias auríferas de algunos nacionales y extranjeros que codician el metal cuya historia está llena de codicia, angurria, destrucción y muerte.
En Azuero todo comenzó en el
siglo XVI cuando Gonzalo de Badajoz y Gaspar de Espinosa recorrieron la zona
iniciando la destrucción de la cultura precolombina en busca del dorado mineral.
Y esa misma ruta, marcada por los hispánicos, es la que transitan los
canadienses -encomenderos contemporáneos- y sus lacayos nacionales, amenazando
la milenaria geografía, prometiendo el edén peninsular bajo la falacia de la
generación de empleo, las regalías y el señuelo semántico de la
sostenibilidad ambiental.
En realidad, poco importa que la
península de Azuero viva un mayúsculo problema socioambiental: tala
indiscriminada, ríos contaminados, destrucción de manglares, exterminio de la
fauna, impacto de la ganadería extensiva, exceso de fiestas, ausencia de
planificación urbana y rural, porcinocultura primitiva, así como la destrucción
de las nacientes de los ríos en las que se pretende establecer minas a cielo
abierto.
La región que durante gran parte
del siglo XX sirvió como portaestandarte de la identidad cultural del panameño,
gobiernos de antaño y hogaño le premian con la medalla de la depredación y la condecoran
con las falacias de la minería. Todos
son cómplices de entregar las tierras que en cinco siglos nuestra gente
construyó -con aciertos y desatinos- en una región productiva y de altivez nacional.
De reservorio de tradiciones a cloaca ambiental, tal es la meta que se camufla
con los procesos de la globalización, la generación de empleo, dando en regalías
lo que es nuestro, mientras se consuma la venta del Istmo y un proceso similar
al vivido en la antigua zona del canal recibe el beneplácito de los poderes
fácticos que se asientan a la sombra del Ancón.
Los mineros y sus cancerberos
nacionales quieren hacer de Cerro Quema (el promontorio de la era cenozoica en
la sierra del Canajagua, con edad de no menos de 60 millones de años) el pastel
de su voracidad áurea. Hay que explotarlo, afirman, porque la pobreza no puede
dormir sobre la riqueza. Y en esto emulan a adelantados, gobernadores y frailes
coloniales para quienes el indígena era solo una fuerza de trabajo a su real
mandato. Le brindamos trabajo al campesino, replican, olvidando que en la
campiña ya no hay tales, sino panameños instruidos que usan teléfonos
inteligentes y que ya no son los buchíes de inicio del siglo XX.
A la vera del río Cubitá, río De
Los Maizales o río La Villa miro esta nueva tramoya contemporánea con gobiernos
que quieren hacer de la minería la tacita de oro de la nación. Y emulando a los
canes que eran azuzados por los conquistadores a la indefensa carne indígena, nada
más falta que vengan a leernos el requerimiento y nos confinen a todos
en los enclaves mineros y sumisos nos apersonemos a pagarles el nuevo camarico
y, de paso, agradecerles a sus mercedes la apropiación de los bienes que nos
legaron nuestros antecesores, fruto de desvelos y entereza moral.
.......mpr...
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