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05 febrero 2008

HISTORIA DE GATOS Y PATOLOGÍAS HUMANAS


Detuve el auto a la orilla del camino. Muy próximo a la alcantarilla de la polvorienta carretera, un desperfec­to mecánico me obligó a esta­cionarlo bajo la sombra de un árbol. Mientras verificaba qué había aconteci­do con el motor, me pareció escuchar un débil maullido. Levanté la cabeza y afiné el oído. Caminé hacia la alcantari­lla y descubrí cobijados entre las hierbas a un par de indefensos gatitos. Esperé en vano que aparecie­ra su felina madre.
Luego de pensarlo, colegí que los animali­tos habían sido abandonados allí por algún bípedo sin sesos; uno de esos que se ufanan en pertenecer al reino del más racional de los animales. Tal cosa asevero porque los animalitos aún no habían podido abrir los ojos. Estaban allí, abandonados sin poder comer o tomar leche, y expensos a ser devorados por las aves de rapiñas o por alguna hambrienta culebra de los contornos.
El suceso me hizo recordar algunas pasajes que hemos vivido y que demuestra la saña con la que a veces arreme­temos contra los animales. Pienso, por ejemplo, en la conducta del paisano que abandona a su fiel caballo luego de que éste le ha servido durante muchos años. Producto de una conducta como esa, a diario vemos transi­tar por nuestros caminos algunos equinos en el más lamenta­ble estado de postración. Incluso hay quien se divierte colocando "cabuyas" en el trasero de las yeguas sólo por el placer enfermi­zo de verlas sufrir. Y no falta quien ata al rabo del alazán un viejo balde que el cuadrúpedo tiene que cargar, cual penitente de otra vida, por lo callejo­nes de nuestra península de emi­grantes.
Otros se divierten arrancándole la cabeza a un pato mientras se corre al galope desde un brioso caballo. Vemos a perros que penden de la rama de un árbol porque el hambriento can se atrevió a comerse una "posta" de la mesa. Mucho podríamos decir de los lebreles que mueren con espumas en la boca, o con vidrio molido en sus estómagos, porque el vecino le tiene inquina al dueño de la casa en donde desafortunadamente mora el chucho.
Hay gatos que pierden sus testículos porque al fulano maquiavélico le parece divertido arran­cárselos de un tirón con un hilo. (Me pregunto si le agradaría que le aplicaran la misma receta). No falta quien abuse de la garrocha con sus bueyes, o quien le caiga a palos a su caballo porque éste no responde a sus soberanas órdenes. ¡Cuanta injusticia en contra de animales que únicamente han cometido el pecado de sernos fieles!.
Al observar estas patologías humanas, no deja uno de sentir un escalofrío interior y cierta pena para con nosotros mismos. Hay más. Aves durante años morando en cárceles llamadas jaulas. Animales amaestrados que experimentan pavor ante el látigo de sus domadores mientras nosotros aplaudimos el espectáculo circense que llegó al poblado. Ni qué hablar de los loros que miran entre los barrotes la bandada de emplumados congéneres que pasa rauda por el cielo.
Dicen los pragmáticos que todo estos es "normal", que siempre será así y que vivimos en una sociedad en donde el pez grande se come al más chico. La ley de la selva en su máxima expresión. Yo me inclino a pensar lo contrario y no deja de resonar en mis oídos el maullido de unos indefensos gatitos que encontré a la vera del camino. Historia de gatos y otros animales que claman al cielo por una asociación protectora de animales.

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