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23 mayo 2008

VOCES DEL CUBITÁ


                                      Para mis tíos:
Ana, Ernestina, Domitilo, And´res, Pacífico y Dolores
Lilia, Aquilino y Diomedes
...sembradores de esperanza
De cómo aprendí a escuchar las voces del tiempo
Hace mucho tiempo quería abordar con plena libertad la temática, adentrarme sin cortapisas en la génesis y evolución del grupo humano que mora en la Península de Azuero. Por una u otra razón, siempre postergaba el proyecto, aunque estaba conciente de que, en algún momento, sentiría la urgencia interior de intentar bordarla sobre el cañamazo de la hoja. Hablo del mismo impulso que vive el pintor cuando sabe que en la testa tiene el embrión de una idea y nota cómo, lentamente, se va forjando la imagen de lo que será su creación artística. Un día madura la criatura y se ve precisado a plasmarla desde su paleta, porque el boceto ya está listo en algún recodo neuronal. Dispone quizás de una técnica, pero ésta es sólo el medio y pretexto para el logro de su objetivo.
Algo similar acontece con el escritor, porque la página es su lienzo y las palabras su pincel. Por eso el texto que sigue podría denominarle ensayo, poesía o prosa poética; confieso que la etiqueta no me preocupa. Como el escrito no ha surgido para satisfacer un género literario, el lector podrá asignarle el nombre que le plazca, porque también reconozco el derecho que tiene a juzgarlo desde su propia experiencia vital. El autor sólo tiene que decir que un día quiso cavilar sobre la región en donde nació, y que las palabras se acunaron en el alma, porque aprendió a amar a la península que en Panamá tiene nombre de colombiano santanderista. Al hacerlo, entiende que la prehistoria, la historia, la geografía y los diversos grupos humanos convergieron en ese nicho ecológico para crear un estilo de vida y una forma particular de ser. Sobre esa sociedad y esas gentes trata Las Voces del Cubitá; eco sonoro de un pueblo que a su manera relata su saga. El escritor, un simple campesino cubierto con el barniz de la civilización, sólo dejó que la cultura del Cubitá le iluminara para narrar lo que aquí queda dicho. Eso es todo.
Desde nuestro nicho cultural
“... las transformaciones de la presente centuria implica para el escritor, como para el resto de la sociedad, la cabal compresión del cambio que significa una modernidad bien entendida. El falso dilema para la literatura regional podría resumirse en la prolongación de una literatura cargada de ruralismo o en la apertura hacia una creación que se torne más universal. ...De hecho, se puede ser universal partiendo de nuestro propio nicho cultural. Una tendencia no tiene que significar necesariamente la negación de la otra.”
1 de agosto de 2004
Declaración del Círculo de Escritores de Azuero
VOCES DEL CUBITÁ

1.Con las olas de una América partida en dos, vivíamos la obscura noche de los tiempos. En el aquí de entonces, Canajagua era la cima sobre las aguas; primigenio y cataclísmico instante del que emerge la negra tierra del peninsular suelo. Chorreando lava, los milenios sometieron lo creado a la decantación del ser; para que la vida, atisbo de flora y fauna, poblara de colores la yerma cordillera. El verde esmeralda del bosque y la salobre agua bordeó el térreo cuadrilátero de blancura de espumas y le coronó de azul de cielo. Luego fue la vida de megaterios recorriendo planicies y remontando cerros; justo cuando los hombres, valientes y temerosos, habitaron los pétreos refugios en las antiguas cuevas del Santa María. Allí echaron raíces los cerebros y los agitados cuerpos se nutrieron de despojos marinos. Entonces el sedentarismo se hizo maíz y tinajas, fuego y sal. Sociedad del grano y del pixvae macerado en metates. Mundo de policromías sobre el barro, petroglifos que la cruz y la espada transformaron en tasajo y murmullo de rezos. Silencio de pájaros y sangre derramada, pezuña que nunca supo de roza indígena y silencio de barbecho. ¡Ha los millares de años, sombras del ayer silente!, pinceladas son en el abismo de la sima del ser.

2.Antes de Badajoz fue Paris, y los tibas con sus espavés. Mazorcas de piel cobriza, cabras y melodías nacidas del vientre del caracol y del ahuecado útero del barro con sonido de ocarinas. Encuentro entre la flecha y el arcabuz, la tradición oral y los añejos códigos del Tigris y Éufratres, portada de mango y corotú. Preñez de sojuzgamiento entre hamaca y cama, tepesas y badajos, senos al viento y mojigatería del incienso que sacraliza pezones. Entre Paris y Guararí cabalga Espinosa, cópula de culturas con parición de orejanos. Ahora ellos moran allí, en la sabana antropógena.
Mixtura de tambor, peineta y cutarra. Desde siempre la costa y la montaña, con ríos como ubres que amamantan el golfo, acuíferos dioses de la sierra que nunca terminan de saciar al oceánico portento. Cultura del Cubitá, Río de los Maizales que dieron en llamar La Villa. Herradura de corceles con dolor de titubúas en la senda de Santa Bárbara de Vaca de Monte. Llanto de carate apedreado en su nicho del bosque umbroso que atisba al mar siempre suyo, recodo marino preso de carabelas fondeadas en el peñón. ¡Ha el terror de peces despavoridos entre espumas, con corrales de piedras que vieron florecer el arpón!. Sociedad del maíz y granos de mazorca con que se cuenta el rosario. Y el ñame de africanidad por los potreros de Parita, Los Santos y La Palma. Morenita de Purio que desde Pocrí canta con lengua de ébano el estertor de su mundo de lebruna. Emblanquecimiento de la negritud. Español con cutarras, lejos del hidalgo; eclosión de mejorana hecha de tomates y aguacates en el banquete de las décimas.

3.Pueblos sobre la sangre derramada: cuadrilátero tempo espacial que acuna las querencias. Adobe y cal, bejuco y barro. Morada de quincha que el maestro de obra tejió de arabescos dibujos entre tragaluces y horcones. Copia moruna de arquitectura popular, templo gastronómico poblado de fogones y taburetes. Hechura de juntas que la “pella” edificó con sonrisa de féminas en la chicha indígena y el zapatito de pana. Morada del campo y de lo urbano. ¡Ah, el pueblo!, diseño de ajedrez que lo griego y romano plantó sobre el añejo hábitat precolombino. Recinto de lo sacro y profano. Blanca iglesia que el tesón y la terrenal ambición transformó en poder que se ejerce y gloria que se toca. Allí, las bancas con nombres de abolengo y los entierros con cruz alta, junto a la miríada de sepelios atendidos de limosna. Viejos archivos que legó la paciencia franciscana del fraile, registro genealógico de amarillentos legajos del ayer. Lugar de alcaldías y concejales, timidez campesina con coleta en la plaza y eucaristía dominical. Retablos barrocos que gritan la sacralización del mundo y los redobles de campana que el viento se lleva entre cerros y ríos.

4.¡Ay de las Rufinas con sus mitos en motete!. Grito desesperado del corral cansado del bramadero con cruz y espada, ahora que llueven suspiros de libertad entre labriegos fatigados del transitismo que asfixia. Proclama de la changa y el perote que ahogó la aristocracia de la xenofilia. Espera infructuosa que Bolívar santifica y que el santanderismo bautiza con su Azuero de cachaco. Centralismo y federalismo, interior y hanseatismo. Y los Luna con sus sandías, los Goytía y los Guardia. Liderazgo de Pedro y rebeldía de abrojos que tiñó de rojo el altar macaraqueño. Paisanos que el tiempo cubrió con la sábana de la silampa y los ayes del Padre sin Cabeza, junto al Señiles que enmudeció de rabia. Manutos del ayer, íngrimos con sus trapiches, coas, machetes y sueños. Silencio de campesina que atiza el fogón de sus sufrimientos. Inviernos crudos y veranos cálidos. Úteros para el semen y la parición de orejanos sin escuela, con Dios y sin ley. Hombres rudos que cantan décimas, mientras la guapería pregona la ausencia de leyes y esconde la ternura de las manos callosas.
5.Extramuros social, distante y próximo al altozano. Amasijo de diablicos, mojigangas y saracundé. Corpus Chiristi de fiesta popular pintada de toritos, gallotes y rostros de Parca entre calles polvorientas, pletóricas de castañuelas y guitarras. Gastronomía de bollos, sancocho y tasajo. Amasijo de hispanidad, africanidad e indigenismo. Cantar de campesinos y cantalantes por los senderos de la ruralidad. Décimas y relatos que la tradición tiñó de mitología y de temores en callejones con ladridos de perros, mochuelos que acechan y concierto de ranas rompiendo el silencio de la invernal noche. Mundo de mosto y trapiches con mijarras que crujen hastiadas del ritual y monótono saludo del caballo. Y los arpegios sonoros del violín en la curacha montañera y los salones familiares de la costa milenaria. ¡Ay de los suspiros y los te quiero susurrados al oído!. Y los encuentros furtivos con miradas en la misa dominical, para que la eucaristía atempere la sangre que arde en cada poro de la piel. Unión orejana que el tiempo santificó con el hábito y la costumbre.
6.Tiempo de caballos y carretas, veleros y callejones; memoria del fusil de godos y liberales que convirtieron en temores y ayes la campiña teñida de lamentos. Pupitres escolares que la fría noche del rebelde convirtió en leña que calienta los cuerpos expectantes que vigilan la negra noche huérfana de estrellas. Luego fue el albur de la patria nueva que trastocó la pólvora en pizarrón y el maestro caminando los callejones de la campiña olvidada. Transición entre el resoplar del caballo, el viento en las jarcias y ese intenso olor a gasolina con rastro de Fotingo. ¡Ay!, todo para que la modernidad hiciera de la changa una pizza, del guarapo la gaseosa y del “pepita de guate” la gorra que luce su pifia juvenil. Entonces creció la congoja por lo que fuimos y una errónea vergüenza se apoderó del alma.¡ Ay de la pena por lo que fuimos!, y de los abuelos iletrados ante los doctos de un mundo tomado en arrendamiento. Época de arrepentimiento por el nombre de pueblos y destrucción de templos. Temerosos nos asomamos a un mundo extraño que escondía en su oropel la miseria de su deshumanización y el desprecio por lo vernáculo. Es como para mirar a Juan convertido en John y a María trastocada en Mary. Mientras, el campesino olvidado y receloso, advierte desde su quincha la amputación del ser. Callado compone su décima, afina su mejorana, teje su pollera y prepara su rebelión de tembleques y guayaberas.

7.Desde Canajagua y Tijeras, otra oleada de paisanos caminan a Tambo, Cañita y Nuevo Tonosí. Nuevamente pioneros en los piedemonte y las selvas con bejucos que matan y víboras que acechan. Son los Rodríguez, Díaz, Herrera, Pinzón, Flores, Castillo, Pérez, Castro, Gutiérrez, contemporánea encarnación de aquellos que un día poblaron las sabanas del Cubitá. Allí están en montes y ciudades, otra vez abriendo trochas por los caminos de la patria. Mientras, en el mediodía de la nueva centuria, en su tierra el bosque retrocede, avanza la faragua y pacen indiferentes las vacas. Caminata que antecede a la destrucción del alambique y la grapa sobre el estacón que vigila desde su mutismo el vuelo de la mariposa sin flores y el eco distante del cantar del binbín. Aquí o allá, la misma gente con igual cultura: hacha y canto, saloma y trabajo, religión y fiesta. Angustia del que se va y se lleva tras sí el eco del volador y ese amor por lo suyo que le desgarra el alma. Hombre de maíz y miel en un mundo de trigo y cerveza. De la quincha a la selva o a la desvencijada casita en los cinturones de miseria de la ciudad que mercadea ilusiones, dinero plástico y cosmopolitismo.

8.Luego vino la lengua de asfalto y los pilotes del Mensabé se pudrieron como las anclas que no supieron nunca del Fernado Oller y La Delia. Así fue todo, como las artesanías que se volvieron extrañas, como las gaviotas que saludan a los comadronas y los yerberos que sucumben ante la racionalidad que no les pertenece. Tiempos del violín que llora en sus cuerdas la suerte del acordeón. ¡Ay de la fiebre de pinos en una península tropical!. Criollismo vacuno que el cebú desterró de plazas y confinó la tauromaquia a una suerte de carnes y huesos. Allí estamos, poco a poco sin hierbabuena y Jabón Toro, pero con Camay y con olor a gasolina, maestros, enfermeras y médicos. Andamos trotando por el mundo, con universidades, celulares e Internet; dispuestos a llamar a Japón mientras las mandarinas se pudren en tierras del Montuoso y Canajagua observa desde su cima la desolación del paisaje. Acá estamos, cuasi extranjeros en la tierra del Cubitá, resistiendo la rumba de la alienación. Alto, pregona el acordeón con orgullo de liberación y el tambor con su cuero convida a la orejanidad. Los culecos, mojaderas de la identidad, saludan a la soberana, para que bese desde el trono la majestad de la copla. No lejos, bollo, changa y carimañola gritan desde la fonda su terquedad culinaria. Tesón de pollera y camisilla, mejorana y bocona que al desafiar al sistema y anticipan el futuro.
9.Amanecerá. Cuando los alisios coronen la cima del Tijera y la torcaz anide en El Tebujo, el madroño se vista de novia y el piñolar sonría con su nazareno manto de campanillas veraneras. Volveremos a nacer para que el Quema no sea pasto de la angurria que atalaya codiciosamente el resplandor del oro. Tiempo para sembrar y tiempo para cosechar, para que el amor (flor de la vida) renazca del cieno con fragancia de margaritas. Entonces el campesino volverá a hacer del canto y la décima una canción de esperanza; reliquia del ayer será el individualismo y la inteligencia disipará la sombra que oculta la luz. Retornarán las aves desde los senderos del arcano para cantar en el guácimo y anidar en la brisa. Amaremos la tierra, útero planetario, y al fino rocío que besa la hierba, porque el desamor es la negra Parca que corroe el alma. Sin miedo al futuro, abiertos a los cuatro vientos, seremos ágora y totuma, ciencia y tradición, cultura y humanismo. Y allá, en el bosque o la sabana, se escucharán nuevamente las voces del Cubitá.
...mpr...

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