Pues bien, aconteció que una noche borrascosa, con truenos y relámpagos, cuando octubre mostraba toda su fiereza invernal, un rayo vino a echar por tierra su fingido esplendor. La fuerza de Natura le dejó apenas el cogollito insignificante y una que otra penca chamuscada. Al amanecer, la palmera presuntuosa se miró tal cual era realmente: otra criatura más de la creación del universo. Cabizbaja miró sus raíces, y allá abajo, emergiendo del fango, percibió una minúscula flor que con intensos y titilantes colores reflejaba la luz del astro sol. Entonces pensó para sus adentros: “Pobre de mi”, dijo, “he vivido creyendo que mi belleza era eterna. Qué tarde he aprendido que quien se cree estrella sin serlo, un buen día descubre su fugaz resplandor de luciérnaga.”
A las sombras de Cerro El Barco, Villa de Los Santos, octubre de 2008.
Hermosa fábula... al leerla nos hace sentir que la brisa que mueve
ResponderEliminarlas pencas de la palmera cual abanicos, nos acaricia el rostro suavemente...