Han pasado tres décadas y aún la investigación que publicara el Dr. Alfredo Castillero Calvo sigue siendo un hito fundamental para el conocimiento de la historia de la Villa de Los Santos y la región en la que está inmersa. En efecto, LA FUNDACIÓN DE LA VILLA Y LOS ORÍGENES HISTÓRICOS DE AZUERO todavía se erige como un venero de informaciones que permite auscultar los orígenes del área ístmica que los colombianos llamaran Azuero y que en lo personal prefiero denominar Cubitá.
Un conjunto de temas subyacen en el texto, pero el tópico que deseo retomar es el atinente a la fundación del poblado santeño y el papel protagónico de un personaje olvidado de nuestra historia comarcal. Me refiero al caso de uno de los 18 pobladores a quienes se les atribuye la fundación de la Villa de Los Santos. En efecto, por la investigación del historiador panameño se sabe que La Villa fue fundada el 1 de noviembre de 1569, justo el día que el santoral religioso dedica al Día de Todos Los Santos y que nuestro hombre de campo llama “día de tosantos”. El Dr. Castillero Calvo deja en claro que el acto fundacional santeño no respondió a planificación de la Corona española, ya que la iniciativa provino de un conjunto de pobladores que morando al suroeste de Natá deciden crear un poblado autoproclamándose Alcaldes Ordinarios, Regidores y Escribanos. Se destacan los Martínez de Montenegro, Gutiérrez, Barrios, Ovalle, Rodríguez, Escobar, Jiménez, Salazar, Ortiz, Hernández, Mendieta, González, Moreno, Castro y Rabelo, troncos de la vieja prosapia que aún extiende su influjo sobre la zona objeto de nuestras cogitaciones.
Los santeños pagaron cara su osadía fundacional, puesto que la rebeldía campesina dio origen a un pleito que no tuvo final feliz hasta el 10 de noviembre de 1573, fecha cuando la Audiencia de Panamá reconoce definitivamente el hecho consumado y le asigna el título de Villa al poblado recién creado. Curiosamente 249 años después de esa fecha, los descendientes de aquellos pioneros añaden otro hito fundamental al calendario de la nacionalidad: el 10 de noviembre de 1821. Sin embargo, lo que en este momento importa subrayar es la valentía del hombre que en pleno Siglo XVI fue nombrado por aquel grupo de españoles como su Alcalde Ordinario, me refiero a Francisco Gutiérrez. Hago esta afirmación porque del grupo que enfrentó en La Quebrada Rabelo al Alcalde Mayor de Natá, Don Rodrigo de Zúñiga, quien llevó la peor parte fue este intrépido antecesor de los santeños. Ese día Gutiérrez defendió con convicción la gesta fundacional.
Debido a la iniciativa popular que creaba en la zona un poder distinto al de Natá, Gutiérrez fue condenado por el alcalde natariego a muerte deshonrosa y vil. Según Castillero Calvo la sentencia establecía: “…al dicho Francisco Gutiérrez como Alcalde y Caudillo de la dicha gente y bando (condeno) a que de la cárcel donde está, caballero en una bestia de alabarda y atados piés y manos en la forma acostumbrada, sea sacado y traído por la calles acostumbradas de esta ciudad (Natá) y con voz de pregonero que manifieste su delito sea llevado a la picota de esta ciudad de adonde sea colgado del pescuezo los pies altos del suelo hasta que naturalmente muera y no sea quitado por persona alguna sin mi licencia y mandado súplica de la vida, mas condeno al dicho en pena de perdimiento de todos su bienes derechos y mansiones que al presente tiene los cuales aplico para la cámara y fisco de su Magestad”. Afortunadamente esa sentencia no se cumplió, al fallar la Audiencia de Panamá la apelación interpuesta y condenar a Gutiérrez al destierro por cuatro años de La Villa y Natá, poblaciones a las que no se podría acercar en cuatro leguas a la redonda.
De los hechos que en resumida síntesis he tratado de presentar, podemos sacar importantes conclusiones. Llama la atención que luego de más de cuatro siglos de la fundación de La Villa de Los Santos y tres décadas de la publicación del libro de Castillero Calvo, en la región aún se desconoce la importancia de Don Francisco Gutiérrez, primer caudillo regional. Poco se ha hecho para perpetuar su memoria y no existe siquiera una modesta placa que perpetúe su intrépida hazaña. Un incómodo silencio de las autoridades y la sociedad civil cubre como ignominiosa nube el aporte del hombre que en el Siglo XVI fue calificado por el Alcalde Mayor de Natá como “traidor” y “malhechor” por atreverse a retar la hegemonía económica y política de aquella ciudad colonial. Me refiero al mismo que apresara cerca de la Quebrada Rabelo la autoridad natariega al grito de “Aquí del Rey y Santiago”. Hablo del santeño que al legarnos una población nunca pensó que aquella rebeldía presagiaba la liberación de una nación y que su gesto marcaría para siempre el carácter colectivo del hombre del Canajagua.
Muchas veces al interrogarme sobre la génesis de ese rasgo que es tan peculiar del santeño, a saber, cierta dosis de rebeldía e independencia, inevitablemente recuerdo ese acto fundacional de La Villa de Los Santos. En la investigación de Castillero Calvo uno encuentra los embriones de esa personalidad colectiva. Advirtamos que la postura de Gutiérrez es la primera referencia documentada de la gente que también se sublevó en 1821, la misma que en 1856 se suma al liderazgo liberal de Pedro Goitía, la que en Guerra de los Mil Días forma parte de los batallones de Belisario Porras Barahona e incluso la que vio nacer al panameño que se inmoló en Estocolmo como protesta por la firma de los Tratados Torrijos-Carter.
Desde 1569 Don Francisco Gutiérrez no ha recibido homenajes, aunque viajó en las chivas gallineras que antaño arribaron a la riberas del Canal, subsiste en los emigrantes que diseminan su cultura hispánica, mora en los fuelles del acordeón, aparece en los tembleques que luce la empollerada y late oculto entre los festivales que defienden nuestra identidad. Igualmente está presente en muchas otras facetas de la Región del Cubitá, pero para quien escribe todo aquello no es suficiente para cantar la gloria y la hazaña que lideró. Su gesta deben recogerla los textos escolares y el Municipio de La Villa de Los Santos está en la obligación de designar la principal plaza del poblado con su nombre o bautizar la vía que da acceso a la población como “Paseo Don Francisco Gutiérrez”. Lo inadmisible es que continuemos con este bochornoso silencio que corroe el alma y desdice de nuestra vergüenza ciudadana.
Un conjunto de temas subyacen en el texto, pero el tópico que deseo retomar es el atinente a la fundación del poblado santeño y el papel protagónico de un personaje olvidado de nuestra historia comarcal. Me refiero al caso de uno de los 18 pobladores a quienes se les atribuye la fundación de la Villa de Los Santos. En efecto, por la investigación del historiador panameño se sabe que La Villa fue fundada el 1 de noviembre de 1569, justo el día que el santoral religioso dedica al Día de Todos Los Santos y que nuestro hombre de campo llama “día de tosantos”. El Dr. Castillero Calvo deja en claro que el acto fundacional santeño no respondió a planificación de la Corona española, ya que la iniciativa provino de un conjunto de pobladores que morando al suroeste de Natá deciden crear un poblado autoproclamándose Alcaldes Ordinarios, Regidores y Escribanos. Se destacan los Martínez de Montenegro, Gutiérrez, Barrios, Ovalle, Rodríguez, Escobar, Jiménez, Salazar, Ortiz, Hernández, Mendieta, González, Moreno, Castro y Rabelo, troncos de la vieja prosapia que aún extiende su influjo sobre la zona objeto de nuestras cogitaciones.
Los santeños pagaron cara su osadía fundacional, puesto que la rebeldía campesina dio origen a un pleito que no tuvo final feliz hasta el 10 de noviembre de 1573, fecha cuando la Audiencia de Panamá reconoce definitivamente el hecho consumado y le asigna el título de Villa al poblado recién creado. Curiosamente 249 años después de esa fecha, los descendientes de aquellos pioneros añaden otro hito fundamental al calendario de la nacionalidad: el 10 de noviembre de 1821. Sin embargo, lo que en este momento importa subrayar es la valentía del hombre que en pleno Siglo XVI fue nombrado por aquel grupo de españoles como su Alcalde Ordinario, me refiero a Francisco Gutiérrez. Hago esta afirmación porque del grupo que enfrentó en La Quebrada Rabelo al Alcalde Mayor de Natá, Don Rodrigo de Zúñiga, quien llevó la peor parte fue este intrépido antecesor de los santeños. Ese día Gutiérrez defendió con convicción la gesta fundacional.
Debido a la iniciativa popular que creaba en la zona un poder distinto al de Natá, Gutiérrez fue condenado por el alcalde natariego a muerte deshonrosa y vil. Según Castillero Calvo la sentencia establecía: “…al dicho Francisco Gutiérrez como Alcalde y Caudillo de la dicha gente y bando (condeno) a que de la cárcel donde está, caballero en una bestia de alabarda y atados piés y manos en la forma acostumbrada, sea sacado y traído por la calles acostumbradas de esta ciudad (Natá) y con voz de pregonero que manifieste su delito sea llevado a la picota de esta ciudad de adonde sea colgado del pescuezo los pies altos del suelo hasta que naturalmente muera y no sea quitado por persona alguna sin mi licencia y mandado súplica de la vida, mas condeno al dicho en pena de perdimiento de todos su bienes derechos y mansiones que al presente tiene los cuales aplico para la cámara y fisco de su Magestad”. Afortunadamente esa sentencia no se cumplió, al fallar la Audiencia de Panamá la apelación interpuesta y condenar a Gutiérrez al destierro por cuatro años de La Villa y Natá, poblaciones a las que no se podría acercar en cuatro leguas a la redonda.
De los hechos que en resumida síntesis he tratado de presentar, podemos sacar importantes conclusiones. Llama la atención que luego de más de cuatro siglos de la fundación de La Villa de Los Santos y tres décadas de la publicación del libro de Castillero Calvo, en la región aún se desconoce la importancia de Don Francisco Gutiérrez, primer caudillo regional. Poco se ha hecho para perpetuar su memoria y no existe siquiera una modesta placa que perpetúe su intrépida hazaña. Un incómodo silencio de las autoridades y la sociedad civil cubre como ignominiosa nube el aporte del hombre que en el Siglo XVI fue calificado por el Alcalde Mayor de Natá como “traidor” y “malhechor” por atreverse a retar la hegemonía económica y política de aquella ciudad colonial. Me refiero al mismo que apresara cerca de la Quebrada Rabelo la autoridad natariega al grito de “Aquí del Rey y Santiago”. Hablo del santeño que al legarnos una población nunca pensó que aquella rebeldía presagiaba la liberación de una nación y que su gesto marcaría para siempre el carácter colectivo del hombre del Canajagua.
Muchas veces al interrogarme sobre la génesis de ese rasgo que es tan peculiar del santeño, a saber, cierta dosis de rebeldía e independencia, inevitablemente recuerdo ese acto fundacional de La Villa de Los Santos. En la investigación de Castillero Calvo uno encuentra los embriones de esa personalidad colectiva. Advirtamos que la postura de Gutiérrez es la primera referencia documentada de la gente que también se sublevó en 1821, la misma que en 1856 se suma al liderazgo liberal de Pedro Goitía, la que en Guerra de los Mil Días forma parte de los batallones de Belisario Porras Barahona e incluso la que vio nacer al panameño que se inmoló en Estocolmo como protesta por la firma de los Tratados Torrijos-Carter.
Desde 1569 Don Francisco Gutiérrez no ha recibido homenajes, aunque viajó en las chivas gallineras que antaño arribaron a la riberas del Canal, subsiste en los emigrantes que diseminan su cultura hispánica, mora en los fuelles del acordeón, aparece en los tembleques que luce la empollerada y late oculto entre los festivales que defienden nuestra identidad. Igualmente está presente en muchas otras facetas de la Región del Cubitá, pero para quien escribe todo aquello no es suficiente para cantar la gloria y la hazaña que lideró. Su gesta deben recogerla los textos escolares y el Municipio de La Villa de Los Santos está en la obligación de designar la principal plaza del poblado con su nombre o bautizar la vía que da acceso a la población como “Paseo Don Francisco Gutiérrez”. Lo inadmisible es que continuemos con este bochornoso silencio que corroe el alma y desdice de nuestra vergüenza ciudadana.
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