Siempre me ha parecido que quien
tala un árbol tiene algo de cobarde, de pusilánime. Sí, porque de alguna manera
agrede a alguien que no se puede defender, ya que el árbol está allí, clavado
en la tierra sin posibilidad de devolverle el golpe. En esto se parece al
minero que socava el vientre de la Tierra en busca de minerales, como si de
ello dependiera su propia vida. Matricida de la Casa Común, sin duda.
Y hay más, luego de que el ser
leñoso cae cuan largo es, acude a partirlo en pedacitos, para que no quede nada
del que jamás le hizo daño. Sin embargo, el deshuesado le vence retoñando,
volviendo a reconstruir lo que un día fue ramas, tronco y frutos. Hermosa
lección de quien defiende la cultura de la vida ante la cultura de la muerte.
La arboleda es cama de aves,
restaurante de animales, mirador de la bóveda celeste y raíces que se adhieren
a la tierra, mientras la clorofila mancha de verde esmeralda el traje que luce.
Allí está el árbol, impertérrito, hablando con el viento y jugando con las
estrellas. Ese que jamás pensó en el hacha o la motosierra.
Es una lástima, porque caen por
montones a lo largo del planeta, como si fueran los culpables de las secuelas
del desarrollo. Como si producir el
oxígeno que el leñador aspira, y que le
permite la vida, formara parte de los pecados capitales del más depredador de
los animales que pueblan la Tierra: el hombre.
El bípedo peludo, que en esto de
las hipocresías tiene un doctorado, le conmemora una vez al año, mientras en
los demás soles restantes le convierte en aserrín. Pero el amigo lector dirá,
el escritor está chiflado, porque los necesitamos para nuestras construcciones,
y a ello el escribiente contestará, “el culantro es bueno, pero no tanto”,
porque no se necesitan tantas derribas y quemas para poder morar en el planeta.
En Azuero, por ejemplo, el árbol
se está convirtiendo en una rareza, porque la ganadería extensiva hace de las
suyas, con apenas 6% de verdor, siendo lo demás potreros, pastos para el
ganado. Y retroceden los animales, y las aves no tienen en donde anidar, porque
el ser leñoso cada vez es menor en número y calidad.
Mira que el homo sapiens está cada
vez más sofocado por el clima tórrido, que ahora también estresa al propio
árbol que no logra crear el microclima que alegra la vida, a él y a las demás especies
que moran en la Tierra.
Yo creo que, a usted, caro
lector, también le ha de doler todo ello. Porque hay que tener un alma de
piedra, o un bolsillo muy grande, para no sentirlo en el cogollo del corazón.
Basta con estar debajo de la fronda del árbol para comprenderlo y para añorar la
brisa que reconforta el espíritu y lo hace a uno más humano.
Pareciera que no hemos terminado
de comprender que el árbol es flor de vida, tanto de él como de nosotros. Que
estamos en la obligación de respetarlo y defenderlo, porque es nuestro aliado y
compañero en el tránsito vital. Que a lo mejor por allí ha de tener un lenguaje
que no hemos terminado de descifrar y que tarde o temprano sabrá enrostrárnoslo,
al reprochar nuestro indigno proceder.
Por eso, antes que llegue ese
instante, estamos en la obligación moral de mirarlo de otra manera; como esas
aves que tejen sus nidos en las ramas o que penden de ellas. No ha de darnos
vergüenza amar al árbol, quererlo como a un viejo amigo o como al hijo que
necesita crecer y tener sus frutos.
¡Ah, el árbol, el viejo amigo!
…….mpr…
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