Cumplo años y me
abraza la nostalgia, y no estoy triste, sino con el pecho abierto a las vibraciones
del mundo, que es diferente, porque la cabanga siempre tiene un sabor agridulce,
aunque no sea un postre, sino un sentimiento. Y, en verdad, me tomó desprevenido
el que alguien me remitiera la canción de Leonardo Favio: “O quizás simplemente
le regale una rosa”. Esa melodía que es todo sentimiento humano del amor en
pareja, de la ternura cuando ella viene envuelta en la fragancia de juventud, la
época en la que nos enamoramos no de otro, sino del amor.
Miro hacia atrás y
puedo decir con Neruda: “Dónde estará la Guillermina”. Porque siempre hay algo
en el pasado que brota como rosa del rosal, como chorro del manantial de los
recuerdos. Muy humano todo ello, sin duda, porque la vida no es perfecta ni el
amor se goza a plenitud, tan escurridizo como el éxito de alguien a quien la
experiencia ha marcado surcos.
Confieso, igual que el
vate chileno, que he vivido y también he sido afortunado. En el balance de mi
biografía terrenal hay pocos sinsabores, acaso porque he admirado las piñuelas
y me he apartado de las punzantes espinas. Aprendí a ver el piñolar y a
centrarme en los conejos que dormitan en él o a saborear los brotes, los
tiernos e inofensivos retoños que no son culpables de que en su adultez le
crezcan aguijones.
Yo nací en una aldea
marinera, muy cerca del mar, con ese Pacífico que incita a soñar, mientras se
camina por la arena con la vista puesta en el horizonte y con la certeza de que
más allá hay algo, que es necesario explorar el mundo para vivir, así como para
apreciar las almejas y los nerviosos cangrejos que corren presurosos a
ocultarse en sus madrigueras marinas, cuando la ola amenaza con borrarlos de la
arena.
Por eso soy mar y
tierra. Tengo alma de campesino que ha visto florecer el maizal, que disfruta
el canto de los pájaros y el olor a marismas, a cosa marina, a destajo con
blanca sal. En mi infancia vi los corrales de piedras que construyeron los
indígenas para capturar peces. Y al deambular sobre la arena iba pensando en
ellos, mientras me distraían los pescadores bellavisteños y eneeños, que con
sus cercas alambradas perseguían el mismo propósito del hombre precolombino.
Yo no me quejo, no
está en mi forma de vida el ser quejumbroso. Comprendo que nací, como montado a
caballo, en una época cuando moría la sociedad tradicional y se asomaba la
modernidad, con su olor a gasolina y las gaseosas que reemplazan las chichas por
otros contenidos calóricos.
Me agrada sentirme
ciudadano de la cultura occidental, así como estoy satisfecho con mi mestizaje.
Disfruto el ser soñador y admirar a Porras y Zárate, Ofelia y Bibiana. Nada perturba
mi espíritu e impide que justiprecie la cultura en donde nací. Sin ser
regionalista, siento vibrar la zona desde la cumbre del Canajagua, así como la
tierra peninsular y nuestras tradiciones de antaño. Nada disfruto tanto como el
Festival de La Mejorana, esa cita con lo que somos, mientras la Virgen de Las
Mercedes bendice al gentío que se arremolina en el ágora del pueblo guarareño,
la antigua plaza en la que se posa el Parque Bibiana Pérez.
Pasó el tiempo y miro
hacia atrás, hacia esa época que ahora me parece mítica, de donde emergen las
figuras de Mercedes y Alejando, en la vieja tienda de Bella Vista. Y están allí
Chía y Tite, Rosario y Ezequiel que conversan sentados en las bancas del local
comercial sobre tópicos de la vida. Junto a ellos, y más tarde, un muchacho osará
viajar a la tierra de Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Antonio y
Manuel Machado, para descubrir, al retornar, que nada será igual.
Mire usted lo que
provoca mi cumpleaños, lo que despierta en el alma dormida la añeja canción de
mis tiempos juveniles. Y digo para mis adentros, emulando al cantante argentino:
“O quizás simplemente me regale una rosa”.
…….mpr…
9/V/2024
Excelente. Magnífico. Feliz cumpleaños apreciado amigo...
ResponderEliminarFeliz cumpleaños profesor
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