El
asunto de la gastronomía, particularmente
el consumo de dulces y demás alimentos, es uno de los tantos hábitos que se han visto
erosionados por el avance de los tiempos modernos. Lo que acontece es que se ha
forjado una nueva racionalidad que ve en la preparación de las viandas
tradicionales una acción innecesaria,
además de engorrosa. Y en ello mucho tiene que ver el desarrollo de una
industrialización que coloca en el mercado una variedad de alimentos que están
a disposición de los comensales.
Lamentablemente
la transmisión del arte culinario, al estilo de los alimentos que preparaba la
abuela, no parece ser una prioridad para el sistema educativo, así como para el
núcleo familiar. A ello hay que sumar el
papel de los medios de comunicación de masas que pregonan un consumo “ligth” en
tiendas y supermercados. Por ejemplo, los caseros dulces, mermeladas y chichas
de frutas nacionales, en la mayoría de los casos, brillan por su ausencia.
También
hay que añadir que las instituciones llamadas a transmitir a las nuevas
generaciones tales hábitos y costumbres gastronómicas, igualmente han sido
impactadas por una economía que dista mucho de centrarse en un mundo rural y
mira lo urbano como paradigma a emular. El mercado es quien dicta las pautas de
consumo y el arte culinario de los orejanos no está en sus prioridades. Muere
la fonda y florece la comida chatarra.
Lo
que intento plantear es que la sociedad del ayer, tradicional y rural, basada
en relaciones primarias, con toda su gastronomía popular, está siendo avasallada
por un mundo racionalista, urbano e industrial. Y tanto es así, que no sólo
desaparecen y se extinguen las formas de preparar los alimentos, sino que
amenaza la base misma del sentido de otros eventos, los que se han vuelto más
festivos y alejados de sus piadosos y religiosos motivos iniciales.
Este tema es tan valioso que en otro momento regresaré sobre él y, de hecho, por allí avanzo en un ensayo sobre el tópico.
.....mpr..
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