Profesor Ricardo A. Campos Gálvez |
Voy a comenzar esta disertación hablando
de un vocablo que para mí es muy caro. Parto del santeñismo porque éste constituye
la argamasa de la orejanidad. En efecto, estamos ante una expresión que es más
que un gentilicio; es una forma de ser, un estilo de vida que trasciende el
pedazo de tierra que nomina, en la época contemporánea, la zona peninsular que
se ubica al sur del río Cubitá, río de Los Maizales o río La Villa. En este
cuadrilátero peninsular de 90 kilómetros de ancho por 100 de largo, hemos visto
desfilar a Francisco Gutiérrez, quien en 1569 fuera el primer alcalde ordinario
de la Villa de Los Santos; Pedro Goitya Meléndez, dirigente del siglo XIX que
introduce las ideas liberales; Belisario Porras Barahona Cavero De León, ejemplo
por antonomasia de estadista y probidad burocrática; Manuel Fernando Zárate,
padre del folklor nacional; Francisco Samaniego, médico pionero de la salud
comunitaria regional; Ofelia Hooper Polo, zapadora del cooperativismo;
Francisco Céspedes, pedagogo de alto vuelo y una larga lista de prohombres que
supieron amar la península istmeña que lleva por nombre el apellido del
colombiano santanderista, don Vicente Anselmo Azuero y Plata Obregón, liberal
de tuerca y tornillo.
Desde los tiempos del curato de Los Santos
del siglo XVI hasta las luchas sociales y agrarias del siglo XXI, nuestro grupo
humano ha trascendido las divisiones político-administrativas para mostrarnos
ante nacionales y extranjeros como una entidad cultural única e indivisible,
porque lo de Herrera y Los Santos solo hace alusión a límites administrativos
que la politiquería criolla ha convertido en provincias.
En este sitial que la historia no
desmiente, hay un pueblo que por derecho propio puede ser llamado “La capital
histórica de Azuero”; me refiero a la Villa de Los Santos, asiento poblacional
que ha sido epicentro de eventos importantes en la historia istmeña, porque
además del inmortal Grito Santeño del 10 de noviembre de 1821, el poblado ha
dado cobijo a personajes cuyas ejecutorias ciudadanas merecen respeto y
reconocimiento. Sí, el escurridizo reconocimiento, la cualidad o valor que
impregna la personalidad colectiva del hombre peninsular, sujeto social al que
llaman indistintamente santeño, herrerano y azuerense.
En este poblado, sito a la vera del milenario
río De Los Maizales, mora un santeño a quien sus padres pusieron por nombre
Ricardo Antonio Campos Gálvez. Suerte ha de tener el indicado asentamiento al sumar
a sus filas a este personaje que es tan nativo como el templo a San Atanasio,
tan radicalmente santeño como Ana María Moreno Del Castillo (sima del catolicismo
peninsular), como los pintores Sebastián Villalaz, Juan Manuel Cedeño Henríquez
y Raúl Vásquez Sáez, entre otros notables istmeños nacidos en la llamada
Heroica Ciudad. Y es que el nacimiento del profesor Campos Gálvez en la capital
de la república, acaecido el 31 de agosto de 1943 y bautizado en la citadina Parroquia
de Cristo Rey, fue un hecho circunstancial ya que desde la edad de 4 años fue
trasladado al poblado de sus amores. Acá realizó sus estudios primarios (Escuela
República de Honduras), secundarios en el Colegio José Daniel Crespo,
superiores en la Universidad de Panamá (Licenciado en Filosofía y Letras con
especialización en inglés y su respectivo título de Profesor de Segunda
Enseñanza con énfasis en el idioma de Shakespeare). Formación que luego complementa
como Técnico en Artes Plásticas y becario en la American Lenguage Academy de la
Universidad de Colorado, en Estados Unidos de Norteamérica.
Educador por antonomasia, ejerció la
docencia desde el año 1969 hasta 1998. Durante todo este lapso ha contado con
el apoyo incondicional de su amada esposa, doña Berta Olivia Rodríguez Castillo;
además del concurso de sus hijos, Bertha Hannabel y Ricardo Antonio Campos
Rodríguez, quienes representan para la feliz pareja el mejor de los premios del
Dios probo.
Don Ricardo Antonio Campos Gálvez es un
hombre polifacético, porque además de la docencia en centros de nivel medio, ha
sido catedrático de su especialidad en la Universidad Tecnológica de Panamá, en
la sede regional que la institución posee para la región azuerense en el campus
santeño. Al largo listado de ejecutorias del homenajeado hay que sumar sus
labores de locución, liderazgo cooperativista, declamador, actor y organizador
destacado de eventos religiosos en el templo a San Atanasio. En este punto vale
la pena hacer un alto, porque el aporte de Campos Gálvez ha sido invaluable
para el templo santeño. Ya sea como organizador de las llamadas cenas de Pan y
Vino, como catequista, guía de talleres de oración y vida, salmista, etc.
Y como si todo la anterior no fuera
suficiente, ha sido abanderado cívico del 10 de noviembre, miembro del
Patronato 10 de Noviembre, subteniente honorario del Cuerpo de Bomberos de la
Villa de Los Santos, escritor de artículos para el periódico Panorama Católico,
pintor y redactor de poemas inéditos de su propia cosecha. Debido a lo
planteado no es de extrañar que su demostrada capacidad haya sido premiada en varias
ocasiones en los concursos de pinturas del IPEL, dependencia del Ministerio de
Trabajo.
El santeño Tony, porque así le llaman sus
amigos, es un verdadero ejemplo de compromiso ciudadano; forma parte de aquellos
seres que comprenden que el verdadero sentido de la vida no consiste en la búsqueda
enfermiza de la riqueza material, sino en el goce pleno de la vida interior, de
allí el apego al arte y su entrega al servicio de proyectos de beneficio
colectivo. Y cuánta carencia tenemos de liderazgos comunitarios como los de él,
ahora que el hombre contemporáneo se ha tornado individualista, pragmático,
hedonista, carente de sensibilidad social y se comporta con su planeta como si
éste fuera la sede del basurero galáctico.
Qué duda cabe que el hombre integral es
aquel que combina ciencia y humanismo, amor por el arte y por las altas
expresiones del espíritu. En este sentido hay un trabajo de índole ético que en
Campos Gálvez ha de ser ponderado, porque los valores religiosos y cívicos son
prendedores que adornan su estilo de vida. Tal es el resorte emocional de un
hombre que disfruta las labores ligadas a la iglesia en donde emprende actividades
de catequesis y de asesoramiento.
A personas como el santeño los
reconocimientos le llegan solos, porque no actúan pensando en el boato y la
lisonja fácil, sino con la mente puesta en el logro de proyectos que bullen en
sus mentes y han de ser concretizados. Por eso, cuando le comunicamos que iba a
ser objeto de valoración pública, con la franqueza y sencillez que le
caracteriza, preguntó extrañado: “Yo, ¿y qué he hecho yo?”.
Hoy, en nombre de la Fundación Juan
Antonio Rodríguez, me permito dar respuesta a ese asombro ciudadano. Sí, don
Ricardo Antonio Campos Gálvez, usted es un valor de nuestra tierruca peninsular,
esa que lleva en el corazón y que le enternece cuando escucha aquello de:
Ciudadanos lanzad
vuestros gritos
derramando laureles
de amor,
en recuerdo a los
Héroes Santeños
que rompieron el
yugo español.
Yo sé que el golpe del badajo sobre
las campanas del templo, tienen para usted un tañer especial, que las danzas
del Corpus Christi gritan a los cuatro vientos su santeñismo acrisolado. Porque,
aunque muchas veces no podemos mirarnos a nosotros mismos, otros logran posar
su mirada sobre nuestro accionar ciudadano. Claro que encontramos los de
mentalidad liliputiense, los que forman parte de esa minoría que envidia el
vuelo del águila porque apenas planea como “gallote”.
En nombre de la mayoría que sí cree en
los valores de esta tierra, que ama la meritocracia y sabe reconocer el
esfuerza de nuestra gente, cualesquiera sea su clase social y formación
educativa, le tributamos este reconocimiento sentido y agradecido. Recíbalos
junto a su familia como muestra del pueblo noble y decente que somos.
Milcíades
Pinzón Rodríguez
En
las faldas del cerro El Barco, Villa de Los Santos, a 5 de abril de 2019.
No hay comentarios:
Publicar un comentario